El Espíritu Santo y el corazón de Jesús

Luis María Mendizábal, S.J

Un texto litúrgico precioso señala: Cantad al Señor que sube sobre los cielos de los cielos hasta el Oriente. Quiere decir: hasta el origen de la vida, hasta donde nace la vida. El Oriente es el Padre, que es la Fuente de todo ser, la Fuente última de la realidad y de la vida.

Entonces tiene lugar ese paso misterioso que recuerda san Pedro en su discurso del día de Pentecostés: “Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la Promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado” 1. Es una frase misteriosa, sorprendente, pero real. Jesús mismo recibe esa Promesa del Padre que es el don del Espíritu Santo. San Pedro, al descubrirnos esta realidad, nos hace asistir al Pentecostés intratrinitario, celeste: Jesús es lleno del Espíritu Santo al llegar al cielo. Y ese espíritu es el que Él comunica.

Es ese momento increíble de la unión, de las Bodas del Verbo Eterno y de la naturaleza humana: cuando el Verbo de Dios introduciendo en la casa del Padre a la Esposa, a la humanidad, el Padre enfunde el Espíritu sobre la Esposa, sobre esa naturaleza humana glorificada de Cristo. Es lo que podríamos llamar como un Pentecostés en los abismos de la Trinidad, allí en lo alto, en la gloria del Padre. Así la humanidad de Cristo es invadida por la efusión del Espíritu Santo.

Los discípulos mirando al cielo, están olvidados de sí mismos y de lo que pueden sentir en su interior: ¡es tan hermoso ver la gloria de Jesús y por su Humanidad gloriosa penetrar con Él, con la mirada en el cielo, en la divinidad! Se han quedado extasiados.

Pero cuando están así, contemplando al Señor que sube, no perciben que en ese momento o les está penetrando dentro como una inundación que los va llenando y les va dejando con paz interior y alegría.

Hasta que “se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo “.

Aquellos ángeles vestidos de blanco les instruyen, indicándoles que Jesús volverá otra vez y que tiene que esperarlo, no con los brazos cruzados, sino tienen que preparar su vuelta, tienen que extender su Reino.

Él ha realizado la Redención, la ha puesto en marcha. Ahora esa Redención tiene que transformar el mundo para cuando Él vuelva.

La espera de la venida de Cristo debe ser una espera activa a través de la transformación del mundo, mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo. Esta es la obra de la Iglesia. Cristo es tan glorioso a la diestra del Padre y actúa por el instrumento de los apóstoles. Para eso les da el don del Espíritu Santo. Ellos tendrán que extender el Reino de Cristo hasta que ponga a sus enemigos como escabel de tus pies.2

1.Hec.2,33.

2Cf.Sal.109,1