Segunda parte de la conferencia impartida por el Cardenal Joseph Ratzinger y que lleva por título “El misterio Pascual, raíz y objeto más hondo de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús”, en el congreso internacional del Corazón de Jesús celebrado en Tolouse en 1981.
Antropología y Teología del corazón en la Biblia y en los Padres.
De todo lo dicho se desprende que la devoción cristiana involucra los sentidos, que tienen su ordenación y unidad del corazón, e involucra también los sentimientos, que tienen su foco en el corazón.
Queda probado que una devoción centrada así en el corazón corresponde a la imagen cristiana de Dios, que tiene un Corazón. Queda probado que, en definitiva, este Corazón es la expresión y la exégesis del misterio pascual, donde se cifra la historia de amor de Dios al hombre.
Pero cabe preguntarse: ¿Corresponde tamaña acentuación del término-clave ”corazón” no ya sólo a la cosa, sino también al lenguaje de la tradición? Siendo el concepto de corazón tan elemental como lo hemos presentado, tiene que tener también como termino siquiera un empalme básico con la Biblia y con la tradición. Voy a hacer al respecto dos observaciones.
A) En cuanto conozco de mi parte, en la mística medieval sirvió de pauta para el desarrollo de la devoción al Corazón de Jesús el Cantar de los Cantares, principalmente, por ejemplo la perícopa “ Heriste mi Corazón” (4.9), o la que cita la encíclica Hauretis Aquas : “Ponme como sello en tu Corazón…, porque más fuerte es la dilección que la muerte”(8.6).
En el lenguaje apasionado de este canto de amor vieron los Padres de la Iglesia, los teólogos más insignes y los grandes orantes de la Edad Media el tema del amor de Dios a la Iglesia y a las almas y la respuesta correspondiente del hombre.
Eran términos adecuaos para integrar toda la pasión del amor humano en las relaciones del hombre con Dios; pero su fuerza fue desvaneciéndose a medida que, bajo el predominio de una mentalidad sin amplitud histórica, disminuía la capacidad de vivirlos transcendentalmente en el misterio.
Ahora bien, la posibilidad de una renovación de la Iglesia y de la piedad eclesial depende también sin duda de volver a una integral comprensión de la Biblia en su marcha histórica, que falsamente se ha considerado tabú, so capa de alegoría, por ciertas excrecencias.
Pero no es mi intención seguir aquí este hilo, históricamente decisivo, sino referirme a un texto veterotestamentario, donde el tema del corazón se abre de par en par y donde el autotrascendencia del Antiguo Testamento en el Nuevo resulta tan manifiesta, que difícilmente puede escaparsenos. Me refiero al capítulo 11 del libro de Oseas, que Heinrich Gross ponía junto a 1 Cor 13 Y lo calificaba de “glorificación del amor “ .
En los primeros versículos de este capítulo nos describe la envergadura del amor con que Dios se inclinó por Israel desde el alba de su historia. “cuando Israel era joven, lo amé y llamé a mi hijo de Egipto”. Pero al incansable amor de Dios, que sigue paso a paso a Israel, no corresponde el amor del pueblo: “cuanto más los llamaba, más se apartaban de mi rostro, siguiendo sus caminos …”(v.2) . Según el principio de justicia deuteronomista, semejante comportamiento humano tiene que acarrear la respuesta correspondiente.
Israel se aparta constantemente de su vocación, se pone de espaldas, por así decirlo, a la pascua salvadora y, lógicamente su camino es a Egipto: “tiene que volver a Egipto” , lo que en las circunstancias concretas se traduce por “ Assur será su Rey “(v.5). Israel será de nuevo el pueblo desterrado, el pueblo disperso en la extranjería, sometido a la servidumbre. “la espada pasará sus ciudades, sus hijos serán exterminados, sus fortalezas arrasadas “ (v.6).
Pero el discurso divino da un vuelco repentino. Israel puede volver a las andadas, renegar de su elección y caer en la esclavitud. Pero ¿qué hará Dios? “ ¿Cómo te abandonaré yo , Efraim? … ¿cómo te entregaré a ti, Israel? … Mi corazón se vuelca contra mí, mi compasión está en ascua viva … No desencadenare mi ira enardecida, porque soy Dios y no un hombre, en medio tuyo soy Santo y no me gusta destruir” (v.8.s.).
H. Gross observa que en el Antiguo Testamento se habla veintiséis veces del Corazón de Dios, considerándolo como el órgano de su voluntad, al que debe adecuarse el hombre. El dolor que siente el Corazón de Dios por los pecados del hombre es el motivo que le hace decretar el diluvio. Y, a la inversa, la mirada del Corazón de Dios a la flaqueza humana es el motivo de que nunca jamás en el futuro dictará tamaño decreto.
Esta línea de pensamiento es asumido por Os 11 con más profundidad. Dios tenía que revocar la elección de Israel, tenía que entregarlo a sus enemigos, pero “mi corazón se vuelca contra mí, mi compasión está en ascua viva”. El corazón se vuelca contra sí; el mismo verbo prácticamente que emplea la Biblia para describir el juicio de Dios contra las ciudades pecadoras de Sodoma y gomorra (Gén 19,25.).
Es la expresión de la revolución total, donde no queda piedra sobre piedra. Ahora bien, en nuestro caso esta revolución significa el vuelco del amor en el Corazón de Dios a favor del hombre. “El vuelco del amor divino en el Corazón de Dios aniquila … Su decreto justiciero contra Israel; el amor misericordioso de Dios reporta la victoria sobre su inviolable justicia, que, pese a todo, sigue in violada “.
Pero ¿cómo quedará inviolada la justicia en esta revolución? Esto se revela en el Nuevo Testamento, donde la revolución realizada en el Corazón de Dios aparece a nuestros ojos como la “pasión “real de Dios. Este vuelco del amor divino consiste en que Dios mismo apura en su hijo el cáliz del desheredamiento de Israel, designado precisamente por Dios, en Oseas, como “mi hijo” con una formulación que Mateo aplica a Cristo : “ de Egipto llamé a mi hijo” (11,1; Mt 2,15.).
Dios mismo asume, por tanto, el destino del amor no correspondido, ocupa el puesto del pecador y deja así de nuevo el lugar del hijo de libre para los hombres, no ya sólo para Israel, sino para todos los hombres. En desde Os. 11 resulta ya la pasión de Jesús el drama del Corazón Divino : “ mi corazón se vuelca contra mí, mi compasión está en ascua viva”.
El Corazón traspasado del Crucificado es el cumplimiento de la profecía del Corazón de Dios, que revoluciona su justicia por la compasión y hace que precisamente así sea justa. Y gracias a esta consonancia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento llega a percibirse el mensaje bíblico del Corazón de Dios en toda su envergadura. Es el mensaje del Corazón del Divino Redentor.
Sí la re devoción al Corazón de Jesús tuvo sus inicios en el entorno de San Bernardo de Claraval, fue porque supieron leer ambos Testamentos en su unidad, viendo en el Cantar de los Cantares el epitalamio del amor de Cristo a su iglesia. Esta devoción es también hoy susceptible de nueva raigambre , si la enfocamos de nuevo desde el conjunto del testimonio bíblico y captamos así, y sólo así, “lo largo, lo ancho, lo alto y lo profundo”, a cuyo conocimiento nos invita a San Pablo (Ef 3,18.).
B) Y ¿qué encontramos a los Padres? Según A. Hamón, el primer milenio calla sobre el tema del “Corazón de Jesús “ no aparece en los Padres, encontramos en ellos, allende de lo que dice Hugo Rahner , un fundamento importante de la devoción al Corazón de Jesús, un fundamento que podríamos calificar de teología y filosofía del corazón, que tiene tanta importancia en la mentalidad patrística, hasta el punto de que, por ejemplo, E . Maxsein ha dedicado toda una investigación a la philosofía coordis de San Agustín.
Quien ha leído las Confesiones del Obispo de Hipona, sabe el papel que desempeña el término “corazón” como centro de una antropología biológica , y es claro que por esta vía penetra en el pensamiento de San Agustín la corriente de la terminología bíblica y con ella la corriente de la teología y antropología Bíblicas , conjugándose con otra concepción muy distinta del hombre, platónica, donde el concepto de corazón carece de semejante envergadura.
Subsiste la cuestión de si se llegó a una síntesis efectiva. Con frecuencia aparece en la literatura la sospecha de que el mundo contractual platónico y el mundo figurativo de la Biblia jamás se compenetraron de verdad. Por ejemplo, San Agustín había sido prevalentemente platónico en el dominio de los conceptos. Lo cierto es que el problema de ambas antropologías se sintió con claridad, pues San Jerónimo llego en cierta ocasión a decir que el centro del hombre, según platón y los platónicos, es el cerebro, y, según Cristo, el corazón.
Sea ahondamos el tema, vemos que no se trata simplemente de un antagonismo entre Biblia y platonismo y que al mismo tiempo entra en juego la contraposición de las antropologías platónica y estoica, cuya tensión de paro a los Padres la posibilidad de esbozar una nueva síntesis antropológica desde la Biblia .
Según la antropología platónica se distinguen las diversas potencias del alma dentro de una jerarquía y una subordinación: inteligencia, voluntad, sensibilidad. La Estoa, en cambio, rechaza esta concepción, imaginando al hombre como un microcosmos en exacta consonancia con el macrocosmos. El cosmos entero fue formado por el fuego primordial, que es por sí amorfo, pero toma las formas que de sí genera.
Del mismo modo, el cuerpo humano está formado y animado por una centella del fuego primordial, que penetra el cuerpo. Esta fuerza vivificante se transforma en el decurso de las funciones vitales, dirigidas todas ellas a conservar el ser vivo, en oído, en vista, el pensamiento, en imaginación.
Se trata siempre de la misma cosa, pero que actúa diversamente, con una diversidad que viene a ser una especie de guía gradual de la interioridad. El fuego primitivo, que mantiene el cosmos, se llama Logos y, consecuentemente, su centella en nosotros se llama “ logos en nosotros”.
No resulta difícil reconocer las posibilidades que semejantes confecciones de deparaban para la inteligencia del misterio de Cristo. La Estoa equiparó este centro del cosmos con el sol, que por lo mismo se designó también como “ corazón del cosmos”. En correspondencia con ello la centella del fuego primordial en nosotros tiene su sede en el corazón, en el órgano que irradia el calor vital para todo el organismo. El corazón es el sol del cuerpo, es el Logos en nosotros. Y, a la inversa, el Logos es el corazón del mundo. En este sentido profesa la Estoa una teología y una antropología del corazón muy peculiares frente al intelectualismo de los platónicos.
Tomadas estas ideas estoicas en sí, las calificaríamos de notable aleación de un naturalismo banal y de una intuición filosófica profunda. Para los Padres significaba, frente a la herencia platónica y el legado bíblico, una amplia oportunidad de nueva síntesis, que con la masiva energía fue emprendida por Orígenes. La ocasión se la deparo la perícopa de Bautista, que transmitió Jn.1,26: “ en medio de vosotros está aquel a quien no conocéis”. Orígenes dice: es el Logos, que, si nosotros a verlo, está en medio de nosotros, porque el medio o centro del hombre es el corazón, y en el corazón está la fuerza rectora de todo, que es el Logos.
Por el Logos somos también nosotros “lógicos”, o racionales, porque el Logos es la imagen de Dios, conforme a la cual hemos sido creados. El término “corazón” viene así a significar, allende la razón, “un estrato más hondo de la vida espiritual, donde se realiza un contacto inmediato con lo divino”. Ahí, en el corazón es donde nace el Logos divino en el hombre, donde se verifica la unión del hombre con el Logos de Dios, persona hecha hombre.
De modo cautivador ha mostrado E. von Ivanka como de esta secuencia de ideas de Orígenes brotó la corriente de devoción y pensamiento que produjo en Guillermo de Saint-Thierry y en las monjas alemanas de la Edad Media un florecimiento del culto al Corazón de Jesús y, en General, una mística que acentúa la primacía del corazón sobre la razón, del amor sobre el conocimiento. De aquí arranca el arco que llega al principio de pascal: “ Dieu sensible au coeur, non a la raison” … “ le coeur a ses raisons, que la raison ne connaît pas”. Y, naturalmente, en esta línea de la tradición se halla el lema ya mencionado de Newman: “ Cor ad cor liquitur”.
Así pues, la consideración del corazón como lugar del encuentro salvífico con el logos se fundamenta en la nueva síntesis del pensamiento patrístico, como la fórmula, por ejemplo, San Agustín a propósito de los salmos: “volvamos al corazón para encontrarle”. Sería un trabajo precioso mostrar cómo se dilata y profundiza desde este punto de vista la base antropológica de la devoción al sagrado corazón de Jesús. Pero esto nos llevaría más allá de las posibilidades de esta conferencia.
Nos contentaremos con una sola indicación a modo de conclusión. La Estoa ve en el corazón el sol del microcosmos, la fuerza vital y la energía conservadora del organismo humano y del hombre en su totalidad. La Estoa define la función de este como causa de cohesión y de coherencia. El sentido de esta cohesión-coherencia lo define Cicerón, cuando dice omne animal … id agit, ut se conservet”. Lo mismo encontramos en Séneca: “todo apunta a su conservación”. La tarea del corazón es la propia conservación, la cohesión y coherencia propias.
El Corazón traspasado de Jesús, en realidad, revoluciona, “vuelca” esta definición(cf.Os 11,8). Este Corazón no es conservación propia, sino entrega de sí, donación. Salva al mundo abriéndose. El vuelco del corazón abierto es el contenido del misterio pascual. El corazón salva, pero salva dandose, brindandose. El centro del cristianismo se nos presenta así en el corazón de Jesús, donde se cifra toda la auténtica revolución, toda la novedad transformadora de que nos habla la nueva alianza. Este corazón llama al corazón. Nos invita a renunciar a ese vano intento de autoconservación para encontrar en el amor mutuo, en la donación de nosotros mismos a El y con El, la plenitud de la caridad, que es la eternidad en sí y por sí y que sólo ella conserva el mundo.