Del libro ” En el Corazón de Cristo”, de Luis M.ª Mendizábal, s.j.
La verdadera devoción al Corazón de Jesús es una norma directiva de vida, una nueva concepción de la vida y del mundo.
Compromete la vida entera de un católico. Ejercita su influencia sobre ella, mostrando y descubriendo nuevas posibilidades y tendiendo a transformarla, con el tiempo, en un modo nuevo de vivir. Es un modo de concebir la vida que se adapta estupendamente a nuestro tiempo.
La imagen del Sagrado Corazón no es precisamente lo más importante. Lo más importante es el concepto de la vida del Catolicismo. Bastaría que, con la gracia divina, comprendiésemos en qué consiste la devoción al Corazón de Cristo, y quizás en aquel momento cambiaría a nuestros ojos la entera visión del mundo.
1.-Concepción inmanente del mundo
Hoy el mundo vive solo para el propio interés. Está de tal manera prisionero de los pequeños intereses de la vida material que ni siquiera tiene tiempo de pensar en Dios y de ocuparse de la vida sobrenatural.
Todo lo que sucede durante el día se mira con ojos puramente humanos, siempre y sólo en los límites materiales. Nos preocupa únicamente aquello que puede poner en peligro la vida propia y la propia comodidad.
La búsqueda de una solución a los problemas sociales es considerada como una cuestión económica, y en el fondo, es muy frecuente que preocupe a los ricos sólo en cuanto constituye un peligro para la comodidad de su vida; y a los pobres, en cuanto toca su bienestar material. El arte, la música, el deporte: todo se mira bajo la misma luz.
Para convencerse, basta dar una ojeada los diarios.
Se muestra compasión por todo y por todos, pero la compasión de los diarios es efímera como la curiosidad, y la de los lectores no dura acaso tanto como el diario.
De vez en cuando, aún en este mundo tan interesado, los hombres se acuerdan de Dios. Quizás van a misa, por unos instantes vive en la vida sobrenatural, pero bien pronto vuelven a la vida mundana.
Vivimos demasiado esclavos de nuestros trabajos. Dios está en el cielo, lejano, muy lejano. Pensamos que recurrimos a Él sólo alguna vez para pedirle la salud y el éxito de nuestras cosas.
El mayor peligro del momento presente es la separación entre la religión y la vida. La religión está en el pensamiento o en el corazón por algún momento; el resto, para la vida, los negocios, la propia comodidad.
Jesucristo es considerado por la mayor parte de los hombres como un gran hombre, un heroico bienhechor de la humanidad, que existió hace cerca de dos mil años… pero que ahora está lejos de nosotros.
Respecto al pecado, no tienen los hombres ideas claras. Aún muchos católicos lo consideran frecuentemente sólo como una transgresión de la ley de Dios, considerada a lo más al mismo nivel, o tal vez menos, que una transgresión de las leyes del Estado. Es decir, se considera sólo como una desobediencia a una orden que se ha impuesto y nos oprime. Dios queda siempre fuera, demasiado alejado para poder alcanzarlo.
2.-La revelación del Corazón de Cristo para mí
En el mundo que acabamos de describir, aparece la devoción al Corazón de Cristo como un resplandor que ilumina y nos muestra el profundo significado de las cosas. De improviso, el mundo cambia a nuestros ojos. Se percibe que cualquier acción moral tiene un sentido mucho más profundo; que estamos unidos a Jesucristo en íntima relación.
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Se estaba proyectando un documental. El espectáculo había comenzado ya cuando entré. Se veían las manos de un cirujano moverse, usar el bisturí, la pinza… Evidentemente se trataba de una operación. Me senté tranquilamente. Pero mirando alrededor, noté con asombro que los otros espectadores casi no respiraban de emoción. Volví de nuevo la mirada a la pantalla y hallé la explicación de todo. La escena, tomada desde un punto más alto, mostraba que el cirujano estaba haciendo una operación de corazón. También desde aquel momento contuve la respiración. Un pensamiento, tal vez idéntico al que hacía estar a todos angustiados, me asaltó: la más pequeña distracción o inadvertencia del cirujano, se pagaría con la vida de aquel hombre.
Primero había mirado con indiferencia y frialdad los diversos movimientos de aquel cirujano: eran distintas escenas a las que no había concedido importancia. De pronto, una de ellas me descubrió el significado de toda aquella atención y la importancia de lo que se iba desarrollando ante los ojos de los ansiosos espectadores.
El documental prosiguió ilustrando ulteriores detalles técnicos, que olvidado. Me ha quedado, eso sí, impreso para siempre el significado que tenían los movimientos que en un primer momento había mirado con aire indiferente.
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En medio de este mundo cuyas acciones no parecen tener valor alguno, surge ante nosotros un reclamo: “todo es una operación en el Corazón de Cristo”.
Ciertamente, todas las cosas tenían esta consecuencia aún antes de que se me revelase esta devoción; como aquella operación se efectuaba realmente en el corazón, aún antes de haberlo yo advertido. Ahora sé que es una realidad y para mí el mundo ha cambiado totalmente de aspecto.
Esta concepción del mundo, puede llegar a transformar completamente a un hombre. Es una gracia muy grande, que no deberíamos nunca cansarnos de pedir en la oración; gracia que consiste en la revelación del Corazón de Jesús a nosotros, no en una visión sobrenatural, sino en la íntima convicción de esta profunda realidad. Es una revelación de Jesucristo a mí, miembro de su Cuerpo Místico.
Visión igual a la que tuvieron los Apóstoles. Estaban en el Cenáculo a puertas cerradas, así como el mundo está engolfado en el materialismo, y como quizás vivimos nosotros cerrados en una mezquina observancia de las leyes de Dios y de la Iglesia. De improviso, Jesucristo aparece en medio de ellos y con su presencia les dice: “¿por qué me habéis olvidado? ¿No sabíais que estoy vivo? ¿Por qué me considerábais muerto? Aún tengo parte en vuestra vida. Estoy vivo: mirad mis manos y mi Corazón”.
Gracia igual a la que tuvo San Pablo en el camino de Damasco. También Pablo tenía ideas cerradas, farisaicas, respecto al mundo. Jesucristo se le aparece, vivo y verdadero, y le hace comprender el profundo significado de su obrar y del mundo entero: “Yo soy aquel Jesús que tú persigues”.
Pidamos a Dios que nos conceda esta gracia.
Roguemos al Corazón de Cristo que se nos muestre así: como una llamada de amor que brilla a través de la herida que nuestra ingratitud ha abierto.
La luz de esta lo llama, opera en el plano sobrenatural como los rayos X. El mundo cambia a nuestros ojos en el momento que se nos muestran los fines de las cosas y acciones, sea respecto a nosotros, sea, sobre todo, respecto a Jesús.
De esta luz y de esta visión se iniciará un género de vida nuevo para nosotros. En realidad, para el alma en este mundo no existe otra cosa que ella misma y Jesús; las otras almas y todas las demás cosas existentes debe considerarlas únicamente a través de Jesucristo y en cuanto le conduzcan a Él.