Solos aquí en el sagrario Yo, tú Jesús, en la intimidad de estas mis confidencias quiero depositar una queja que mi Corazón tiene con no pocos de los que me sirven y andan conmigo.
El evangelio poco tenido en cuenta
¡Hacen tampoco caso de mi Evangelio!
Lo leen, es verdad; lo creen, algunos hasta lo meditan, pero…Te repito, ¡Hacen tampoco caso de lo que leen, que creen y meditan!
Unas veces salen con que aquello que digo o hago es sólo para que se lo apliquen los pecadores empedernidos o las almas de elección; otras, con que aquello es bueno y hacedero de vía extraordinaria, pero no ordinaria; hora que aquellos hombres y aquellos tiempos eran otros hombres y otros tiempos; hora me ponen tan lejos en tiempo y en distancia, que lo cierto es que, porque unos no se tienen por tan malos o tan buenos, porque otros no se crean llamados a vías extraordinarias y porque casi ninguno persuadido de que sigo viviendo y siendo el mismo en el Sagrario, mi Evangelio no acaba de entrar en la vida y en la piedad de muchos hijos míos.
¿Te extraña está mi queja? ¿No habías parado mientras en esa falta de Evangelio, no ya de impíos, como es natural, ni aun de los cristianos indiferentes, sino de las almas piadosas?
Pues tan justa es mi queja como cierto el motivo que la produce.
Lo conocido que debería ser
Después de la claridad con que hable en mi Evangelio, de la paciencia con que respondía una y muchas veces a las dudas de buena fe de mis discípulos y hasta a las de mala fe de mis enemigos, de la publicidad que di a mi vida y a mis milagros y a mis predicaciones…
Después de haber enviado al Espíritu Santo, para que enterara del todo a los que me habían oído …; después de constituir mi Iglesia infalible e indefectible para que estuviera repitiendo siglos tras siglos mi palabra al mundo; después de haber creado Obispos y Sacerdotes sin número que fueran “evangelios” con pies …
Después de haberme quedado Yo mismo en el Sagrario de cada templo de la tierra todos los días y todas las noches para seguir haciendo y diciendo mi evangelio de modo tan maravilloso como verdadero…
Después de tanto anunciar mi Evangelio, todavía me encuentro con que los hombres del mundo, ¿qué digo del mundo? ¡de mi casa y de mi fe!, siguen teniendo paralíticos del cuerpo y del alma incurables sin traérmelos al Sagrario para que se los cure; deseando mandar para ser servidos y no servir ellos como Yo mande y mandó; empeñados en hacerse grandes despreciando al hacerse niños, como Yo me hice y me sigo haciendo en mi vida de Eucaristía o de Dios abreviado…
¡Me da una pena al ver agitarse en torno mío a los que amo, unas veces andando a tientas como si estuvieran a oscuras, otras retorciéndose de dolor como si sus males no tuvieran cura y muchas y muchas veces mendigando en puerta ajena lo que con solo abrir la boca tendrían a raudales en la casa propia!
¡Mendigos de luz, de medicina, de consuelo, de cariño, de solución con mi Evangelio a un lado y mi Sagrario al frente!
¿Verdad que eso no debería ser?
¿Verdad que es justa, justísima mi queja del Evangelio?
Si os digo la verdad ¿Por qué no me creéis?
¿Verdad que puedo seguir repitiendo delante de esos cristianos no enterados del Evangelio ni conformados con él: Si mi Evangelio es la verdad de ayer y de hoy y de siempre y de todos los hombres, porque no lo creéis? ¿Por que no os acabáis de enterar de lo que dice mi Evangelio? ¿Por que no os acabáis de fiar de él?