Del libro El Reinado del Corazón de Jesús(tomo 1), escrito por un P. Oblato de María Inmaculada, Capellán de Montmartre. Publicado en Francia en 1897 y traducida por primera vez al Español en 1910.
“Mi divino maestro, escribe, me hizo ver en Él dos santidades.
La una de Amor y la otra de Justicia, las dos rigurosísimas en sus procedimientos.
La Santidad de Justicia es terrible y espantosa. Ella envuelve a los pecadores impenitentes que han despreciado todos los medios de salvación que Dios les ha presentado. Esta santidad de justicia los arroja del Corazón de Jesucristo para abandonarlos a sí mismos y hacerlos insensibles a su propia desgracia.
Esta santidad no puede sufrir la menor mancha en un alma que comunica con Dios; abandonaría mil veces al pecador si la misericordia no se opusiera a ello.
Mi divino maestro me dijo un día:
“Esta santidad de justicia se interpone entre el pecador y mi misericordia. Y una vez que mi santidad ha rodeado al pecador, es imposible que el vuelva atrás; su conciencia queda sin remordimientos, su entendimiento sin luz, su corazón sin contrición, y, por último, muere en su ceguera.”
La Santidad de Amor casi no es menos dolorosa que la Santidad de Justicia pero sus dolores son para reparar, de alguna manera, la ingratitud de tantos corazones que no se muestran en nada agradecidos al ardiente amor del Corazón de Jesucristo en el divino Sacramento de Amor. Hace sufrir, por no poder sufrir bastante; imprime deseos tan ardientes de amar a Dios y de que sea amado, que no hay ningún tormento al que no se entregara para esto.”
“Mi divino maestro me manifestó, dice la Santa, que estas dos santidades se ejercerían continuamente en mí (para que fuera más apta para dar a conocer a los hombres los sufrimientos que soportó su Corazón, no solamente en el huerto de Getsemaní y en el Calvario, sino durante toda su vida), me hizo ver que la Santidad de Justicia me haría sentir el peso de su justo rigor, haciéndome sufrir por los pecadores ”
Una vez (1673), en una de mis meditaciones, me dijo:
“Mi justicia está irritada y pronta castigar a los pecadores si no hacen penitencia. quiero hacerte conocer cuándo mi justicia estará pronta a lanzar sus rayos sobre esas cabezas criminales, esto será cuando sientas que mi santidad pesa sobre ti ”
(En efecto); nada había más riguroso para mí que esta santidad de nuestro Señor, sobre todo cuando quería abandonar algún alma que le estaba consagrada. Me hacía llevar la carga de una manera tan dolorosa, que no hay suplicio que se le pueda comparar, pues yo muy hubiera arrojado de buena voluntad en un horno para evitarlo.
Esta Santidad de Justicia es tan terrible al pecador, que confieso que si la Santidad de Amor y la infinita y amorosa misericordia de mi Dios no me hubiera sostenido a medida que su justicia me hace sentir el peso de sus rigores, mi hubiera sido imposible sufrirlos un instante.(Algunas veces) me reducía a dos dedos de la muerte. Me encontraba tan fatigada que no podía dar un paso.
¡Oh! Si supieran ¡qué tormentos sufría mi alma al verse tan impura ante la santidad de mi Dios! Algunas veces me parecía que esta santidad me iba a exterminar de la faz de la tierra como una criminal. Esta disposición, aunque frecuente, no era (sin embargo), duradera. Todo mi descanso y ocupación (entonces) era estar postrada ante Dios, cuyo soberano poder me tenía de tal modo aniquilada en el más profundo abismo de mi nada, que me parecía imposible salir de él ni un solo momento; lloraba y gemía continuamente para pedirle misericordia y detener los rayos de su justa cólera.
Una noche bajo la acción de esta santidad de justicia, me encontraba oprimida de un peso que me agobiaba hasta el punto de no poder ni arrastrarme. Hubiera sucumbido a tal carga si mi divino Maestro no hubiera sido mi fortaleza. Me sentí abrasada de un fuego tan ardiente, que me penetraba hasta la médula de los huesos. Mi pena se parecía a la de las almas del purgatorio que sufren por la privación del soberano Bien.
Un día sentí imprimirse tan fuertemente en mí la santidad de mi Dios, que me parecía no tener fuerzas para resistir más. No podía decir sino estas palabras: “¡Santidad de mi Dios, que temible sois para las almas criminales! O bien “¡Oh, mi Señor y mi Dios, sostened mi debilidad para que no sucumba bajo esta pesada carga!”
Otra vez, la santidad de justicia me hizo sentir una pequeña muestra del infierno, o más bien del purgatorio, porque él no había perdido el deseo de amar a Dios.
Esta disposición se me ha dado de tiempo en tiempo, para participar de lo que nuestro Señor sufrió en el Huerto de los Olivos; entonces decía con mi Salvador. “¡no mi voluntad, oh Dios mío, sino la vuestra!”
Mi Señor me hizo oír un día estas palabras:
“No te he hecho sentir más que una pequeña muestra; porque las almas justas la detienen por temor de que caiga sobre los pecadores.
En cuanto a la santidad de amor, añade Santa Margarita, nuestro Señor me hizo ver que:
Para aliviar a las Santas almas que están detenidas en el purgatorio, me haría sufrir una especie de purgatorio dolorosísimo de soportar.”
Esta santidad de amor había encendido en mi corazón tres deseos: de amar y comulgar, de sufrir, y de morir. También me hacía encontrar nuevos consuelos en medio de los azotes y las espinas, entre los cuales mi divino Salvador me tenía atada a la cruz. Cuanto más sufría, más contentaba a esta Santidad de amor.”
¡Cuán contrario de semejante doctrina a las ideas que muchos cristianos se forman de la devoción al Sagrado Corazón! Parecen ignorar que siendo este Corazón adorable la Santidad misma, la primera cualidad que quiere ver en sus servidores es la santidad; una santidad perfecta, a la cual no se llega sin grandes trabajos. A todos aquellos que quieran llegar a ser devotos seguidores de su divino Corazón, les dice nuestro Señor:” Sancti eritis, quoniam ego sanctus sum; sed Santos, porque Yo soy Santo”, y para esto aceptad mi Cáliz amargo, pero santificante.