Desprendimiento de los amigos.
Se distinguen varias clases de amistades: unas malas y culpables; otras hay que son buenas, pero simplemente naturales, en las que el amor de Dios no tiene participación; otras son santas y según Dios. Santa Margarita no parece que ponga mucha diferencia entre las primeras y las segundas; considera a las unas y las otras, absolutamente incompatibles con la verdadera devoción al Sagrado Corazón, porque encadenan el corazón a la criatura y le impiden entregarse completamente al verdadero amor divino.
Las amistades malas y las amistades naturales
Deben desterrarse de todo corazón que quiere amar sinceramente al Corazón de Jesús; ni las unas ni las otras son dignas del alma que aspira a la amistad del divino Corazón. “éste no quiere un corazón dividido” , dice Santa Margarita .
Reprensibles en un simple cristiano las amistades puramente naturales, son sumamente peligrosas para el alma consagrada a Dios.
“Estoy muy satisfecha porque nuestro Señor nos ha hecho conocer ese obstáculo a vuestra perfección, escribía Santa Margarita a una novicia que conservaba una amistad particular; pero habéis de saber, hija mía, que no basta haber conocido esa falta, sino llegáis a su enmienda por medio de un desprendimiento generoso de esa Hermana. Nuestro Señor quiere apartaros de la más peligrosa inclinación que hay en vos y la más capaz de perderos; Porque vuestro corazón se inclina demasiado a la criatura y se apoya más en ésta que en el Criador. El amor de la criatura es un veneno para vuestro corazón, que mata en él poco a poco el amor de Jesucristo.
En el momento que procuréis captaros el aprecio de las criaturas, perderéis el del Sagrado Corazón, os privará de sus tesoros cuando vos os enriquezcáis con las cosas creadas. Cualesquiera que sean las vanas complacencias con las cuales intentéis aquietaros y contentaros os encontraréis inquieta y turbada. Esta suerte de contentos humanos secarán para vos la fuente de las gracias del Corazón de Jesús, y vuestro corazón permanecerá como una tierra seca y estéril; mas si soy fiel en cumplir lo que le habéis prometido, Él os prodigará sus fervores.
No aplacéis, pues, el hacer a Dios el sacrificio que os pide. Sino le hacéis, sentiréis gran pesar a la hora de la muerte, pero inútilmente. Tenéis que mortifica las vanas inclinaciones de amar y ser amada, estimada y aplaudida de las criaturas, si queréis ser fiel al Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo.
He aquí los medios que debéis emplear para vuestra enmienda:
1 Demostrar a esa hermana indiferencia por su salud.
2 Desechar esa solicitud en todo lo que la concierne, no hablando de ella sin necesidad.
3 No prefiráis poneros cerca de ella en las conversaciones.
4 No uséis con ella de ninguna caricia ni testimonio de afecto, con palabras de complacencia, lisonja o alabanza.
5 Si ella os habla de la indiferencia que le demostráis, decirla simplemente que nuestro Señor os ha hecho conocer que el apego que la teníais era un obstáculo para vuestra perfección.
6 Cuando hiciereis alguna falta voluntaria sobre esto que os digo, le pediréis penitencia.”
Las seis de reglas que la Santa trazaba a esta novicia sobre una amistad puramente natural, convienen en especial a esas amistades funestas que no pueden conservarse sin pecado. Estas reglas, en tal caso, no sólo son simples consejos, sino que vienen a ser rigurosos deberes. El desprendimiento de estas dos clases de amistades, necesario para alcanzar el amor del Corazón de Jesús, no es suficiente para las almas que el divino Corazón invita a entrar en lo que se puede llamar su divina amistad; estas almas deben, en cierto modo, practicar el desprendimiento, hasta de las amistades santas.
Las amistades y afectos santos
Deben estar siempre subordinadas al amor del Corazón de Jesús y reguladas por Él, lo que supone la virtud del desprendimiento.
Refieren las Hermanas contemporáneas que Santa Margarita, después de varios meses de noviciado, no había podido todavía desprenderse de cierto aspecto demasiado tierno, a pesar de las reiteradas advertencias recibidas de nuestro Señor.
Una noche en la oración le dijo Éste con tono de reconvención:
“Que no quería un corazón dividido, y que si ella no se apartaba de las criaturas, Él se apartaría de ella.”
Llena de dolor la fervorosa novicia, suplicó a su divino Maestro que no la dejara la facultad más que para amarle a Él. Su oración fue oída, y desde entonces su corazón perteneció a Dios sólo.
Con motivo de una visita que hizo la Madre de Saumaise al Convento de Paray, dice Santa Margarita:
“He tenido la alegría de ver a nuestra reverendísima hermana de Saumaise ; pero ¿qué son las alegrías de la vida, donde nada hay sólido? Todo pasa como un sueño; no puedo comprender cómo un corazón que quiere amar a su Dios y que le busca, puede gozar algún placer fuera de Él solo. Es preciso que este yo no exista. No veo otra dicha en la vida que permanecer siempre ocultos en nuestra nada, sufriendo y amando en silencio, abrazando nuestras cruces, alabando y dando gracias a Aquél que nos las envía.”
Una antigua novicia manifestó a Santa Margarita el pesar que tenía por no poder hablar con ella; está la contestó en estos términos:
“El Sagrado Corazón no permite que nos hablemos Porque quiere que vivamos de amor y privadas de apoyo, de amigos y de placeres.”
Escribía también a la Madre Saumaise: “Dejo a las otras el consuelo de que os manden las noticias, pues yo no lo sé hacer. “
Lo que decía a varias religiosas, conviene a todos los fieles que, en virtud de su vocación de cristianos, están obligados a aceptar con santa resignación y entera conformidad con la voluntad divina todos los sacrificios que Dios les pida, aún la muerte de las personas más queridas y necesarias.
“He sido consolada, dice la Santa escribiendo a una religiosa ursulina, al ver por vuestra carta la sumisión y resignación a la voluntad divina en vuestra cruel aflicción. De una gran bondad y gran amor de Dios respecto a vos, al quitaros todo lo que teníais de más querido en esta vida, con objeto de que no os apeguéis a nada terreno, sino a Él sólo, que quiere poseer vuestro corazón sin partición, para que le améis con un amor sin mezcla de afecto a las criaturas. Porque ya que nuestra vocación nos obliga a ello y nos convierte en esposas de un Dios crucificado, debemos amar las cruces y recibirlas como prendas preciosas del amor del divino Esposo, que por estos medios dolorosos quiere hacernos semejantes a sí, probando nuestro amor, del cual le daremos muestra abrazando amorosamente la cruz. Hay que amar y querer a Dios sólo.”
Del libro El Reinado del Corazón de Jesús(tomo 1), escrito por un P. Oblato de María Inmaculada, Capellán de Montmartre. Publicado en Francia en 1897 y traducida por primera vez al Español en 1910.