San Francisco de Sales, Director de su espíritu
Mes de enero de 1732. Días crudos de invierno de aquel Valladolid de hace dos siglos. Apenas transita nadie por las calles sucias y estrechas de la Ciudad a la caída de la tarde. Los vallisoletanos se recogen muy pronto a sus hogares obligados por el rigor de la helada o de la niebla que lo oscurece todo. La zona en que está enclavado el Colegio de San Ambrosio es de las de mayor tráfico a esta hora incierta del crepúsculo. Por ella caminan con apresuramiento los últimos arrieros, antes de que se cierren las puertas de Tudela. Nadie de los que por allí pasan podría sospechar el gran misterio de amor que tras los muros de aquel Colegio se oculta. Acerquémonos nosotros sin miedo a turbar la recatada intimidad de sus moradores.
¿Qué hace nuestro H. Bernardo aquel día 29 de enero en que la Iglesia celebra la Fiesta de San Francisco de Sales? Durante toda la jornada su alma se ha sentido oprimida por el dulce peso del amor. Estudia y prepara las clases del día siguiente. Es de noche. Al retirarse a descansar a su aposento, cae de rodillas rendido por la magnitud del favor y da gracias al Cielo con los ojos bañados en lágrimas. Ciertamente tenía motivos para ello.
San Francisco de Sales, hacia quien el joven teólogo sentía una devoción extraordinaria, se había manifestado a su alma en la mañana de su fiesta y le dijo que en adelante vendría a visitarle muy a menudo para tomarle cuenta de conciencia como solícito Padre espiritual de su alma. Le recomendó sus propios escritos, en especial el de la Práctica del Amor de Dios y le dio preciosos consejos que le llenaron de inefable confianza y aliento.
No había sido un sueño, no. Con frecuencia, a partir de esta fecha inolvidable, el Santo Obispo de Ginebra hízose presente al espíritu del H. Bernardo por medio de sobrenaturales comunicaciones que contribuían poderosamente al desarrollo y perfeccionamiento de sus virtudes. Así sucedió en las tres fiestas marianas de aquel año: Purificación, Anunciación, y Dolores de la Virgen. Tenía él la costumbre de celebrarlas con fervor siempre creciente y solía renovar en ellas las promesas y votos de esclavitud y filiación a su amantísima Madre. Al hacerlo este año viose eficazmente asistido por la influencia de este Santo Director de su alma que de manera tan prodigiosa le ayudaba a volar por las rutas del Cielo. En la continua meditación de sus escritos fue cada día asimilando más y más su espíritu y llegó a producirse una profunda identificación de anhelos y criterios entre el Director y el dirigido. Ello es perfectamente explicable dada la armonía del temperamento espiritual del H. Bernardo con el del Santo autor de la Vida Devota. San Francisco de Sales es un poema vivo del amor a Dios en cuanto puede ser reflejado en un ser humano. Es el Santo de los matices finos y la espiritualidad exquisita, recia y firme al mismo tiempo como una roca. Forzosamente tenía que rimar con él un alma tan delicada y tan entregada al amor como la del H. Bernardo. Por lo cual, llegó a vivir pendiente de sus enseñanzas y consejos que continuamente recibía por medio de lo que él llama visiones intelectuales.
Eran estas ráfagas de luz, percepciones clarísimas y fulgurantes, ideas llenas de nitidez y transparencia que caían avasalladoras sobre todas las potencias de su alma cuando se ponía a meditar en los escritos del Santo o cuando en la oración se dirigía a él en súplica ardiente de su intercesión y ayuda para ser cada día más perfecto.
El esfuerzo de su alma por una parte y por otra el favor singularísimo de Dios haciéndole ver presente junto a sí al Santo Obispo aclarándole sus dudas, dándole inestimables consejos, pidiéndole incluso cuenta de conciencia.
Al llegar aquel año los Ejercicios Espirituales con que se disponía a renovar sus votos en la fiesta de San Pedro y San Pablo, la comunicación entre el joven estudiante y el Santo Director fue ininterrumpida. La víspera de la fiesta escribe el H. Bernardo: “Di la cuenta de conciencia a mi Santo Director y entendí que él me escuchaba con aquel amor y suavidad con que dirigía a sus hijos espirituales, aunque no le veía. Su respuesta fue repetirme las palabras del Apocalipsis al Ángel Obispo de Sardis: ‘no hallo perfectas tus obras delante de Dios’. Los sentimientos que esta amorosísima respuesta causó en mi espíritu y los deseos y alientos de la perfección no son explicables. Por un gran rato quedó el corazón bañado en una inundación suavísima de divinas delicias; que me parece me pagaba el Señor las imperfecciones con favores”. Y termina con esta reflexión que tan claramente denuncia la seriedad con que se había entregado al más sincero y riguroso adiestramiento en la vida espiritual: “Este medio de dar en espíritu cuenta de conciencia todas las noches al Santo, es un medio o incentivo divino: Porque lo que es imperfecto, no se lo puede uno presentar como perfecto; y así, conoce y distingue lo uno de lo otro, y recibe el corazón la doctrina más proporcionada”.
Don Marcelo González Martín.