Nuevas conquistas para su querida devoción.
No parece sino que el H. Bernardo hubiera tenido el presentimiento de que su vida iba a ser muy corta. ¡Tanta fue la diligencia con que se dedicó a preparar los caminos del Señor, es decir, a dar a conocer y propagar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús en España!
En los artículos inmediatamente anteriores le hemos visto caer rendido de amor ante las sorprendentes revelaciones recibidas, consagrarse totalmente al Divino Misterio, celebrar la fiesta del Corazón adorable en la más absoluta intimidad de su alma. Corren los días de aquel mes de junio de 1.733. Terminan las tareas académicas en el Colegio de San Ambrosio. El estudiante Bernardo sufre el examen del segundo curso de Teología y obtiene las más altas calificaciones. No han sido obstáculo para su preparación sólida en los estudios los éxtasis y visiones estremecedoramente gratos, las inquietudes espirituales consiguientes, las calurosas exhortaciones que de palabra y por escrito hace a los más íntimos. Es esta una buena señal de que aquel joven no es un iluso. Otra cosa diríamos quizás, si supiéramos que había sido un mal estudiante.
Durante todo este verano de 1.733 trabajó por conquistar para sus planes a muy diversos y eminentes Padres Jesuitas de la Provincia de Castilla, seguro del gran beneficio que ello reportaría a la causa en que estaba empeñado. Debemos registrar aquí el nombre de alguno de estos para que el lector se familiarice con los primeros y más inmediatos colaboradores del H. Bernardo en sus tareas.
Conocemos ya a los Padres Cardaveraz y Calatayud, con quienes le unía fuerte y santa amistad. Del Padre Loyola, su director espiritual, nada hay que decir puesto que en él encontró siempre el más completo apoyo, como tendremos ocasión de comprobar más adelante. El concurso y la confianza que este le prestó siempre seguramente contribuyeron de un modo definitivo, dado su gran prestigio, a que otros graves varones se adhirieran fácilmente a lo que el H. Bernardo les proponía.
“El primero en quien puso los ojos -escribe el Padre Uriarte-, después de sus directores, fue en el P. Juan de Villafañe, el cual, acabado su provincialato, gobernaba el Colegio de San Ignacio de Valladolid”. No fue necesario que el H. Bernardo se esforzase mucho en convencerle porque la Providencia había querido que el P. Villafañe con ocasión de estar en Roma para asistir algún tiempo antes a la Cogregación General de los Jesuitas, conociese al P. Gallifet, al infatigable promotor de la Devoción al Sagrado Corazón de Jesús en Francia. Tenía, pues, noticia de este culto y se sentía interiormente animado a practicarlo. Al recibir ahora los deseos y también las confidencias del H. Bernardo, se entregó por completo y hasta llegó a decirle que “él estaba dispuesto por su parte a hacer y trabajar por aquella empresa cuanto alcanzaran sus fuerzas y él valerse de su persona”.
El mismo buen suceso tuvo con el P. Ignacio de Eguíluz, antiguo Rector y Maestro de Novicios del joven estudiante en Villagarcía, quien con tanto fervor le acogió ahora, que se consagró inmediatamente al Sagrado Corazón con la misma fórmula del Padre la Colombière facilitada por el H. Bernardo.
Al P. Eguiluz siguieron con idéntica generosidad el entonces Provincial, P. Manuel de Prado, y los PP. Juan de Carbajosa y Gregorio Jacinto de Puga, grandes amigos y compañeros del P. Calatayud en la apostólica de misioneros populares. También son de los primeros, Pedro de Peñalosa, Clemente Recio, José de Jáuregui, Agustín de Basterrechea, Bernardo del Río, cuyos apellidos vascos, montañeses y castellanos nos permiten adivinar lo bien que se iban disponiendo las cosas para una rápida difusión del nuevo culto. Más ilustres y conocidos son aún los PP. Fernando de Morales, Manuel de la Reguera, Diego Ventura Núñez y Francisco de Rábago, todos los cuales pronto empezaron a arder en los mismos deseos que el H. Bernardo.
¿No era extraña esta adhesión de parte de tan sesudos y discretos varones a los planes que les proponía un jovencillo inexperto? ¿Cabe acaso un explicación afortunada de estos hechos si no es recurriendo a una especial providencia del mismo Corazón de Jesús que velaba por sus intereses divinos? Yo así lo creo. Porque no solamente no opusieron dificultad, sino que se identificaron con los propósitos del animoso estudiante de tal manera que “le estimulaban con nuevas ideas e invenciones, y todo era echar brasas al fuego que apenas podía ya caber en su corazón”. Ya veremos cuáles fueron estas nuevas ideas. De momento baste decir que aquel incendio había sido alimentado por el mismo Dios este verano de 1733 al ordenar que el día 15 de agosto, Fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen, tuviese el H. Bernardo una visión en la cual descubría la íntima relación existente entre el Corazón de Jesús y el Corazón de María. Sus causas andan tan juntas -escribía después- “que haciéndose lo del Corazón del Hijo, se hace lo del de la Madre; y acaso en España se empezará a hacer, en alguna cosa, en la causa del Corazón de la Madre la del Corazón del Hijo Santísimo”.
Así fue, porque en efecto, en nuestra Patria es anterior la devoción al Corazón de María que la del Corazón de Jesús.