Origen de El Tesoro Escondido.
Hacía falta escribir; escribir algo que pudiera difundirse por los ámbitos de todo el país y propagar el exacto conocimiento de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. El H. Bernardo sabía que, mientras esto no lo hiciera, se correría un doble peligro: el de la improvisación temeraria de unos y el silencio casi perpetuo por parte de otros.
Hemos de agradecer a su condiscípulo, el H. Lorenzo Jiménez, la hermosa intención de que dio pruebas. Él veía a Bernardo hondamente preocupado por la idea de la necesidad de un libro en que se explicasen el origen y características del aquel culto desconocido en España. Y deseoso de poner a contribución todos sus esfuerzos, un día obsequió al privilegiado confidente y amigo suyo del alma con unas cuartillas, fruto de varias horas de meditación y de fervor, en las que trataba de satisfacer el noble deseo. Las titulaba: Resumen de las glorias del Corazón divinísimo de amor Jesús. En ellas ocupaban más lugar las efusiones del corazón que los argumentos doctrinales tendentes a demostrar la solidez de la devoción amada. Escaso de documentación y sobrado de religiosa ternura, el manuscrito corrió privadamente entre el pequeño grupo de devotos jesuitas, pero no mereció los honores de la publicación. El H. Bernardo, no obstante su alegría y el sincero agradecimiento que manifestó a su condiscípulo, prefirió esperar un poco más hasta que se lograse un libro suficientemente denso y convincente.
Con tal objeto creyó que lo mejor sería traducir al castellano la obra escrita por el P. Gallifet, titulada De cultu Cordis Iesu , por lo cual llenose de alegría cuando le dijeron que un Jesuita español estaba ya dedicado a la tarea de la traducción. Éste era el P. Peñalosa.
Más no era el del P. Gallifet el que por entonces traducía a nuestra lengua dicho religioso, sino otro escrito en Francia años atrás por el P. Juan Croisset, con el título de La Devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Era éste un libro muy leído en Francia y de él había profetizado Santa Margarita María de Alacoque que, por su lectura, se propagaría por todas partes la devoción del Corazón de Jesucristo. Tranquilo hubiera quedado el H. Bernardo con tales noticias si no fuera porque supo que la anhelada traducción tardaría aún mucho tiempo en ver la luz pública, lo cual retardaba más de lo conveniente el logro de sus propósitos. La llama ardía ya con fuerza y en distintos puntos de España se hablaba del Corazón de Jesús, se formulaban preguntas, se hacían investigaciones y se iba formando un clima de favorable acogida al dulce mensaje de los Cielos. Convenía obrar rápidamente y aprovechar aquella oportuna sazón.
En esto, el P. Agustín Cardaveraz, que conocía las pretensiones del H. Bernardo y estaba plenamente identificado con él, le escribió sugiriéndole la idea de que nadie más indicado que el P. Loyola para tan noble intento, pues se daban cita en él un esmerado conocimiento de la índole de aquella devoción y el harto fervor propio de quien también había sido escogido por Dios para instrumento de sus planes. “Lo miso fue recibir el H. Bernardo la carta del P. Agustín -escribe el P. Uriarte- que avisar al P. Loyola que le escribiese el librito”.
Opuso éste al principio alguna resistencia a lo que le decía o, por mejor decir, le mandaba su querido Bernardo; pero, al fin, tuvo que ceder, como le sucedió siempre que se metió en algún negocio de estos con el denodado joven.
El propio P. Loyola, con su encantadora sencillez, escribe así: “Resistíame por mi ineptitud y porque el tiempo en que lo pedía era para mí sumamente ocupado. Pero el joven me allanó todas las dificultades y me dirigió enviándome la idea o planta que le parecía más útil. Sus fervorosas oraciones al Sagrado Corazón de Jesús, contribuyeron más que nada, a mi parecer, para facilitarme el asunto y empeñarme en escribirle. Confieso, para gloria del Corazón de Jesús, que sin saber cómo, me puse a escribir el librito, y que sentí la facilidad que yo no tengo; pues al pesar de las ocupaciones y embarazos de mi oficio que yo oponía, envié a Bernardo por el correo de una o dos semanas el librito que tanto había deseado”. Lo tituló Tesoro escondido en el Sacratísimo Corazón de Jesús.
El H. Bernardo gozó lo indecible con la posesión de aquel manuscrito y ya no paró hasta verlo impreso en el taller de Alonso de Riego, no sin pasar por muy dolorosas alternativas de ánimo a que le obligaron las varias dificultades que hubo de sufrir hasta obtener las necesarias licencias. Por fin logró vencerlas todas y en octubre del año siguiente 1734, apretaba contra su pecho el primer ejemplar de un libro que se extendió por toda España, para ser valiosísimo instrumento en la propagación del nuevo culto.