La civilización del amor nace de Dios, porque Dios es amor; y en Cristo este amor, que es Dios, “se ha manifestado entre nosotros”. Es un amor, el amor de Dios, que ha revelado su dimensión infinita en el don sin reservas del Crucificado, del hijo de Dios que se han sacrificado por nosotros, inmolándose en el Calvario. Por eso, del Corazón traspasado de Cristo crucificado brota la civilización del amor. En el santuario de aquel Corazón, Dios se ha inclinado hacia el hombre y le ha hecho el don de su misericordia, capacitándolo para abrirse, a su vez, en la misericordia y el perdón a sus propios hermanos.
Por eso quien no acepta el amor, quien no cree en el amor, no cree en Dios. Pero al mismo tiempo, quien no reconoce a Dios, quién no cree en Él, no puede creer en el amor ni conocer ni desear la civilización del amor.