El Concilio Vaticano II ha recordado más recientemente la misma doctrina, al subrayar la relación nueva que el Verbo ha inaugurado con todos y cada uno, al encarnarse y hacerse hombre como nosotros “El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo al hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia del hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (Gaudium et Spes, 22)
Prestemos una atención particular a esta última afirmación, que nos hace entrar en el mundo interior de la vida psicológica de Jesús. El experimentaba verdaderamente los sentimientos humanos la alegría, la tristeza, la indignación, la admiración, el amor….
Pero de los evangelios se deduce, sobre todo, que Jesús ha amado. Leemos que, durante el coloquio con el joven que vino a preguntarle qué tenía que hacer para entrar en el reino de los cielos, “Jesús, poniendo en él los ojos, lo amó” (Mc. 10, 21). El Evangelista Juan escribe que “Jesús amaba a Marta y a su hermana María y a Lázaro” (Jn 11,5), y se llamaba a sí mismo “el discípulo a quien Jesús amaba” (Jn. 13,23).
Jesús amaba los niños: “Presentáronle unos niños para que los tocase… Y, abrazándolos, los bendijo imponiéndoles las manos” (Mc. 10, 13-16). Y cuando proclamó el mandamiento del amor, se refiere al amor con el que él mismo ha amado: “este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn. 15,12).
La hora de la Pasión, especialmente la agonía en la Cruz, constituye, puede decirse, el cenit del amor conque Jesús, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn. 13,1). “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn. 15,13).
San Juan Pablo II, catequesis del miércoles 3 de Febrero de 1988