Gabriel María Verd, S.J, Meditaciones sobre la oración rítmica “Corazón de Cristo“
Enamórame, Señor, este corazón seducido por las lentejuelas de esta vida, por sus oros falsos, por sus bienes caducos, por sus placeres desazonantes. Enamóralo de ti, belleza siempre antigua y siempre nueva. Enamóralo de tu divinidad, Jesús, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; Señor, Hijo increado, espejo del Padre, Imagen de Dios invisible (col 1,15), resplandor de su gloria e impronta de su sustancia (hebre 1,3)
Enamórame, Señor, de ti vaciado de ti mismo, cubierto de latigazos, coronado de espinas, burlado de los hombres y colgado en la cruz.
Enamórame de ti, Señor, pequeño en la Eucaristía, humilde en la Eucaristía, manejable en la Eucaristía, más puro que la nieve en la Eucaristía, más ardiente que un volcán en la Eucaristía.
Enamórame de ti, Señor, de tu grandeza sin límites, de tu generosidad sin límites, de tu sabiduría sin límites, de tu bondad sin límites.
Enamórame, Señor, de tu voluntad, de tus misterios, de tus obras, de tu Iglesia, de tus hijos, de tus pobres.
Enamórame, Señor, de tu mismo amor, de ese amor infinito e increíble; puesto que increíble parecía un Dios que se inmola por sus criaturas. Demasiado amor para nuestra pequeñez, pero dentro de la capacidad de un amor infinito. Sí, es justo, Señor: si alguien no te ama, que sea anatema (1Cor 16,22); y si yo no te amo, que sea anatema. Pero, Corazón de Cristo, enamórame.
Enamórame, Rey y centro de todos los corazones, a este pobre corazón con la locura de tus Santos, contágialo de tu amor, enciéndelo con las mismas llamas que te consumen y fatigan tu corazón divino. En fin, quiero amarte con tu mismo amor. Y así, Jesús, te amo con tu corazón, volviendo a ti el amor que me tienes, pues quiero amarte con un amor infinito, y sólo un amor infinito es digno de ti.