Gabriel María Verd, S.J, Meditaciones sobre la oración rítmica “Corazón de Cristo“
Embriágame, Señor, con la sangre de tu costado, último residuo de tu corazón generoso. Enviarme con el misterio inefable increíble de tu amor infinito. Ese amor desbordado maravillosamente sobre la creación, reflejo de tus perfecciones, y ese amor vaciado de sí mismo (Filp, 2,7) sobre una humanidad olvidada de su Creador. Embriágame, Señor con una correspondencia a tu amor también llena de sinrazones.
Sáciame, Señor, con el agua de tu costado. Dame a beber del agua viva (Jn 4,10) que hace que el que la beba no tenga más sed (4,14). “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” –dijiste, Señor-(Jn 7,37); y estoy sediento del agua que quita la sed, y al mismo tiempo da otra sed insoportable de la unión eterna.
Embriágame, Señor con la sangre de tu Eucaristía, la sangre que hace que el que la bebé tenga vida eterna J(n 6,54), la sangre que da la amistad divina, porque el que la bebe permanece en ti, y tú en el (Jn 6,56). Embriágame, Señor, con el vino que engendra vírgenes (Zac 9,17[Vulg])
Pero, por ello mismo, Señor, que nunca rehúse el cáliz que tú tuviste que beber (Mt 20, 22), y que no sete aparto en Getsemaní (Lc 22,42). Y que afecte compartir contigo el vinagre con que los hombres te despedimos en la cruz, para que pudiera es decir “está cumplido”(Jn 19,29-30).
Embriágame, Señor conEl vino de tus misterios, el que bebió el discípulo amado recostado sobre tu pecho (Jn 13,25) –el mismo que sería traspasado -, la noche de las grandes revelaciones. Embriágame Con el deseo y la esperanza de compartir tu vida divina. Embriágame con El vino de tu amistad, y que esa embriaguez se prolongue en la vida eterna, cuando volvamos a tomar el fruto de la vid en el reino de tu Padre (Mt 26,29), en “la cena que recrea y enamora” (San Juan de la cruz; Ap 3,20), por toda la eternidad.