Gabriel María Verd, S.J, Meditaciones sobre la oración rítmica “Corazón de Cristo“
Llágame, Señor, con la llaga de tu corazón. Con la herida de tu costado, rúbrica final amorosa de una larga sucesión de heridas interiores y exteriores, de abandonos y de espinas, de latigazos y desprecios, de indiferencias y tormentos. De tal manera que la Iglesia puede decir, con el profeta, que de la planta del pie a la cabeza no hay en ti parte sana, sino llagas, cardenales y heridas (Is 1,6). ¿Y Voy a negar mí, Señor, a participar el de ellas?
Corazón de Cristo, saciado de oprobios y despedazado por nuestros delitos, y hiéreme a la vista de tu cuerpo crucificado y de tu alma abandonada del Padre y de los hombres. Dame a comprender tu agonía infinita, compartirla y acompañarte, porque no quiero tener otras vivencias que las tuyas. Y si pido, Señor, morar para siempre en tu Corazón, es para que mi corazón se adapte al tuyo tan perfectamente que le atraviese la misma corona de espinas que amenaza y atraviesa el tuyo.
Corazón de Cristo, víctima de los pecadores, llágame a la vista de mis hermanos necesitados en el alma y en el cuerpo. Que sus heridas no dejen indiferente mi corazón egoísta. Que sufra sobre todo por los que tienen el alma ulcerada con las únicas heridas de muerte, que son las del pecado. Pero que también enferme con los enfermos (2 Cor 11,29), con los pobres y necesitados, con los despreciados y los afligidos, con cualquier hombre que reproduzca las llagas de tu Pasión. De tu Pasión, Señor, porque sus dolores son tus dolores, en el inmenso cuerpo místico del que eres cabeza.
Y sáname, Señor; sánanos, Señor. Tú, que sanas los corazones destrozados y venda sus heridas (Sal 147,3), cura las mías con la misma llaga de tu Costado, puesto que rebosa de un bálsamo de dulzura y amor. En verdad, Señor, con tus heridas somos curados (1Pe 2,24; Is 53,5),y por nuestras heridas somos transfigurados. Por el dolor y por el amor, con la pasión que lleva la resurrección, Corazón de Cristo, llágame.