Sé que soy amado
Pasaje evangélico:
“Yo no he venido a juzgar el mundo, no he venido a condenar el mundo, sino a salvarlo… El hijo del hombre ha venido a salvaría buscar lo que estaba perdido” así dice Juan, 12,47 y Lucas, 19,10.
Oración diaria:
Sé que no me juzgas. Por eso estoy, tranquilo. Sé que no me condenas. A eso no has venido tuvo al mundo. Sé que me comprendes y que lo perdonas todo. Gracias, Señor, por haberme buscado a mí. A mí enredado entre las ramas del risco. A mí náufrago en medio del mar embravecido. A mi pobre perrillo sin collar que pasa la noche, sólo y ovillado en las arenas de la playa. Gracias por tu bondad. Por haberme recogido cuando me viste, cabeza baja y vagabundo. Por eso me he acurrucado ahora en tus brazos y siento tu calor de padre en el invierno helado de mi corazón. No me eches de tu casa, Señor. Amén
(petición )
Pensemos en algún devoto del Corazón de Jesús:
San Ignacio de Loyola. Aún no se había propagado la devoción al Corazón de Jesús. Pero Jesús fue muy amado por Ignacio. Porque descubrió el amor de Dios. Y lo veía por todas las partes.
En una florecilla. En la noche estrellada. En un naranjo en flor. Y derramando lágrimas. “A Él en todas amando y a todas en Él”. Es “encontrar a Dios en todas las cosas”. Es su famosa “rectitud de intención”. “El amor consiste en una comunicación recíproca”. “No ser más que uno con el amor de Dios” así termina sus “Ejercicios”. Y esto nos enseña a todos en la maravillosa “Contemplación para alcanzar amor”. Es ver a Dios en todas las cosas. Algo así vivía San Juan de la cruz. Este hombre, pequeño calvo y cojo sabía mucho de amor, del amor de Dios. Fue un duro lleno de afecto. Por eso se entregó tanto al Señor. Y nos dejó esta magnífica y simple consagración de tan total donación en su oración del “Tomad, Señor y recibid, toda mi libertad…” vivía lo que decía. Donde el hizo sus votos con sus siete compañeros, germen de la compañía de Jesús, será un día el gran templo al Sacre Coeur. Fue en parís un 15 de agosto de 1534. Murió Ignacio el verano de 1556, en Roma.
Oración de todos los días: “de San Ignacio de Loyola“
Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria, mi entendimiento
y toda mi voluntad;
todo mi haber y mi poseer.
Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno.
Todo es vuestro.
Disponed a vuestra voluntad.
Dadme vuestro amor y gracia,
Que esto me basta.
(San Ignacio de Loyola. En los ejercicios espirituales, Manresa, 1522 y Roma, 1544)
Consagración al corazón de Cristo:
Señor, yo me consagro a ti. Me siento a gusto así. Quiero proclamar que todo lo mío es tuyo. Tú lo sabrás proteger. Pero no soy egoísta, no lo hago por eso. Lo hago porque así todo lo tuyo es una misión para mí. Es un encargo para mí. Quiero ser testigo tuyo con mí mi vida honesta, sencilla y de ayuda gratuita. Quiero ser sus brazos extendidos en este mundo. Tu Corazón abierto en esta vida. Y eso aunque no haya fruto. Hoy la gente no cree en testimonios. Ni siquiera los saben ver. Son como inútiles. Pero yo seré tu testigo aunque nadie lo vea. Tú y yo nos entendemos. Por eso a Ti me consagro. Gracias por comprenderme y darle sentido. Amén.
Cantó final:
Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat..
Dice San Ignacio: “El amor hay que poner lo más en las obras que en las palabras” (Ejercicios).