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Vamos a por nuestro tercer día del mes del Corazón de Jesús y seguimos poniendo el principio y fundamento de nuestra vida a la luz de Dios. Hoy vamos a insistir en algo que dijimos ayer. Decíamos que agradando a Jesucristo se obtiene la salud del alma, la plena felicidad del alma. Vamos a pedir este día la asistencia del Espíritu Santo. Y vamos a ofrecerle a Dios nuestra vida en el fuego de ese Amor.
Ven Espíritu Santo
inflama nuestros corazones en las ansias redentoras del Corazón de Cristo para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras en unión con Él por la redención del mundo
Señor mío y Dios mío Jesucristo, por el Corazón Inmaculado de María me consagro a tu Corazón y me ofrezco contigo al Padre en tu Santo Sacrificio del altar con mi oración y mi trabajo
sufrimientos y alegrías de hoy en reparación de nuestros pecados y para que venga a nosotros tu Reino
Te pido en especial
Por el Papa y sus intenciones
Por nuestro Obispo y sus intenciones
Por nuestro Párroco y sus intenciones
DÍA TERCERO. LA PERFECCIÓN DE LA PERSONALIDAD CRISTIANA
Nunca debemos concebir la vida espiritual como un período de tristeza, de ansiedades, consolándonos con la idea de que después en el cielo vendrá el momento de la gloria, del gozo, pero aceptando con resignación que aquí en la tierra todo es sufrimiento. No. Es un desenfoque grave de la vida espiritual. Puede ser que atravesemos en la vida situaciones duras, momentos de intenso sufrimiento, etapas de crisis interior o de desierto pero nunca debemos pensar ni decir a otros que sea esto lo normal. No. Lo normal es que en la vida espiritual se viva con felicidad, en trato amoroso con el Señor.
Santa Teresa, en el capítulo XI de su vida tiene algunas indicaciones muy interesantes sobre esto que estamos diciendo. Ella, en su tiempo de oración, solía ponerse junto a Jesucristo en el Huerto, en la Pasión, en algún momento de la vida de Cristo, y esto le daba mucha devoción. Y alguna vez le sucedía “venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en Él”. Y describe esos estados de felicidad: ternura en el corazón, gozo en el alma, lágrimas de devoción.
Y entonces viene nuestra pregunta: ¿por qué muchos cristianos no llegamos a estos gozos? Nos responde santa Teresa: “Somos tan tardíos de darnos del todo a Dios, que, como Su Majestad no quiere gocemos de cosa tan preciosa sin gran precio, no acabamos de disponernos. Mas si hiciésemos lo que podemos en no asirnos a cosa de ella, de esta vida, sino que todo nuestro cuidado y trato fuese en el cielo, creo yo sin duda muy en breve se nos daría este bien, si en breve del todo nos dispusiésemos, como algunos santos lo hicieron”. En definitiva, que queremos nadar y guardar la ropa y así no se avanza. Queremos todo de Dios pero sin darlo todo. Recordemos lo que decíamos ayer. Depender del todo de Dios. Vivir para agradar a Jesucristo. Y todo lo demás en tanto en cuanto. Entonces Dios se nos daría también a nosotros y nos colmaría de felicidad ya en esta vida.
Hoy se da mucha importancia a la libertad, a la autorrealización personal, la conquista de la madurez. Muchas personas ven la vida cristiana, la vida de fe, como algo que resta personalidad al hombre, le roba su autonomía, su disfrute. ¿Dónde queda la personalidad humana en este diálogo con Cristo?
Preguntémonos primero: ¿qué es tener una gran personalidad? ¿En qué consiste la perfección cristiana? ¿Cómo se llega a la madurez? Primer punto a considerar. Cuando se trata del orden sobrenatural, nunca debemos considerar la mera personalidad, sino la personalidad cristiana. Cuando se habla de perfección, se trata de la perfección de la personalidad cristiana. Y esa perfección consiste en vivir una caridad dócil a Cristo.
Hemos oído muchas veces, que la perfección consiste en la caridad, en el amor cristiano. Y hoy también se repite mucho, incluso se habla más aún de ser solidario, la solidaridad. Y es verdad que la caridad está por encima de todo; es la reina de las virtudes. Pero sería simplificar demasiado la cuestión, si uno se detuviese en esta mera expresión sin bajar a una inteligencia más perfecta de ella, de su sentido. Así, hoy día, esta frase de Santo Tomás de Aquino se ha sometido a desviaciones groseras, como cuando se confunde esa caridad con una mera filantropía humana, con amabilidad, con no dar un disgusto a otro. Eso no es la caridad. Si fuera así, Jesucristo faltó muchas veces a la caridad con los escribas y fariseos; menudas filípicas les echaba!!! Y no faltaba a la caridad. No confundamos amor con amabilidad o con no herir a nadie. No. Debemos procurar no herir, es verdad. Eso es propio de la caridad, pero si tenemos que herir para sanar, herir por amor de Dios, pues también es una forma de caridad. Hay un refrán muy sabio que refleja esto: quien te quiere, te hará llorar. Todos lo entendemos: en la tarea de educar, a veces hay que hacer daño para curar un extravío grave que puede traer terribles consecuencias en un futuro. Y hay que hacer esa corrección en fuerza del amor que tenemos a esa persona, un hijo una hija, por ejemplo.
Decir que la caridad es la reina de todas las virtudes no quiere decir que las pise a todas o que prescinda de las demás. Por ejemplo, la caridad no prescinde de la justicia, ni de la verdad, ni de la castidad. Hay que amar y tener castidad. Hay que tener caridad y proceder con justicia en nuestros negocios… No confundir, pues, estas cosas.
En la Escritura, cuando se habla de la perfección moral de una persona, existen dos ideas. La primera: que a esa persona no se le puede atribuir culpa ninguna, es decir, que ES IRREPRENSIBLE. Y segundo, la perfección como MADUREZ. Cabe la posibilidad de que alguien no tenga culpa pero sea inmaduro. Yo puedo decir: este joven no ha llegado a la madurez. ¿Quiero decir con eso que es culpable? No, no digo que es culpable. Puedo decir: este hombre es irreprensible, este joven es irreprensible, pero no es todavía perfecto, pero procede sin culpa. Son dos conceptos distintos que se confunden muchísimas veces, desgraciadamente.
En la Carta a los Hebreos se dice: «Y os habéis convertido en gente que necesita de leche y no de alimento sólido. Ahora bien; todo el que toma leche, todavía no ha llegado a dominar la palabra de la justicia, porque es niño todavía. En cambio, el alimento de los perfectos es el alimento sólido, es decir, de aquellos que, por la costumbre, tienen sus sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal». Aquí tenemos la idea del hombre perfecto; perfecto cristiano. Es el hombre que, por el ejercicio constante, por la costumbre, tiene los sentidos interiores del alma ejercitados, preparados, para discernir el bien y el mal, o lo que es lo mismo, para discernir la voluntad de Dios, lo que agrada a Dios. Esto es lo perfecto.
Las etapas de la vida espiritual, como las de la vida corporal se dividen así en infancia y madurez, que se caracterizan por el alimento específico: leche y alimento sólido. Esta es la característica del hombre perfecto. ¿Quiere decir que no cometen faltas? No. Puede ser que cometan algunas faltas de fragilidad, y en ese sentido tienen algo de responsabilidad; pero tales personas son maduras. Y puede darse el caso contrario: un hombre que no es perfecto con madurez del tipo que decimos, y sin embargo es en cierto modo irreprensible.
Esto tiene mucho valor en la dirección espiritual de las almas; estos dos conceptos que no se deben confundir. Uno puede ser irreprensible y no maduro; puede ser maduro y tener algunas faltas que reconoce uno como faltas. No se puede uno detener ni en una cosa ni en la otra. No decir: es que no tiene culpa; ya está; es perfecto. ¡No! No tiene culpa, pero no es perfecto. Entonces lo importante ¿qué es?, ¿que sea perfecto aunque tenga culpa? Tampoco podrá ser perfecto aun cuando tenga esa madurez, si no es fiel también en cumplir los deberes que tiene que cumplir.
Para entender esto mejor, vamos a recurrir a la imagen clásica de San Pablo. Él tenía una predilección por la imagen del deporte. Cuántas veces habla de los que corren en las carreras, en las Olimpiadas. Pues bien, cuando San Pablo habla de esto, distingue dos cosas: la perfección de la carrera y la perfección del corredor que está preparado. Dice cómo él tiene que luchar, pues tiene que abstenerse de todo, hacer ejercicio duro, constante, para estar en forma para el momento de la lucha. Así, tenemos la perfección de la persona. Después, tiene que luchar según las leyes del juego. Aquí está la irreprensibilidad.
No hay que contentarse con la irreprensibilidad, sino ir cada vez más madurando, de modo que podamos discernir la voluntad de Dios. Y los EE que estamos haciendo durante este mes de junio, nos ayudan para esto: para preparar el alma, ejercitar el alma, habituarla, para que halle la voluntad de Dios en madurez de espíritu; llevarla a la madurez espiritual. Si no se lleva a esto, nos podemos encontrar con gente que no comete pecado, y sin embargo no es perfecta en su modo de actuar.
Yo recuerdo de un Padre espiritual, que cuando se le iba uno a quejar de ciertas molestias que recibía de aquí y de allá, de una persona o de otra, decía: “Y lo peor, es que no pecan; porque si pecasen, como son buenos, se arrepentirían; pero como no pecan, como lo hacen por amor de Dios, pues te fastidian”. Aquí está el concepto de irreprensibilidad; sin culpa, pero falta de madurez, de juicio. Cuánta gente nos hace la vida insoportable sin caer en la cuenta del daño que nos hacen. Quizá también podemos hacer ese daño nosotros, sin darnos cuenta. Por eso es tan importante madurar por dentro…
Recuerdo un caso gracioso pero tremendo. Contaba un Jesuita que era profesor en Roma, que estuvo por África. Y le acompañó un ex–legionario, de la Legión extranjera, y le enseñó todo aquello… le acompañó con mucho afecto… un poco abandonado religiosamente, pero le cayó simpático aquel Padre. Y cuando se despidió, conmovido, el Padre le quiso pagar –le había llevado en coche por allá…- y le dijo: “No, no, no; Usted tiene más necesidad de dinero, y mejor le vendría que yo le diese a usted. Ahí tiene un poco de dinero; le pago yo. Diga usted alguna Misa por mi alma. Y si alguna vez alguien le molesta y necesita usted suprimirle, deshacerse de él, pues basta que me dé su dirección y ya me encargo yo. Porque esto no lo he hecho nunca por la Iglesia y yo quisiera servir a la Iglesia”. Quizá no tenía mucha culpa en decir aquello, pero desde luego, sentido cristiano tenía poco.
Pero, más en concreto. ¿En qué consiste la madurez de la personalidad cristiana? ¿Qué elementos entran ahí? Podemos partir de la analogía de la madurez de la personalidad humana. ¿Cuándo se puede decir que una persona, una personalidad humana es madura?
En el hombre tenemos varios planos. Existe la parte animal, existe la parte intelectual. El hombre perfecto tiene que integrar toda esta realidad que él tiene. Integrar significa no solo desarrollar, sino crear una unidad interior. Así se va desarrollando el hombre. Tiene que llegar a una unidad que sea verdadera, y esto, de ordinario, se le comunica a la persona humana por la educación.
Hoy día, en este trabajo de integración, se atribuye un gran valor a la educación de la afectividad. La afectividad no es el sentimentalismo, sino la capacidad adhesiva de la persona humana; es acoger las cosas con calor; no meramente dejarlas allí fuera, como una separación de la realidad, sino una aceptación proporcionada del valor de las cosas. Si la inteligencia me presenta que esta cosa tiene valor, no sólo tengo que decir: tiene este valor, sino tiene que haber en mí una respuesta cordial, afectiva, proporcionada a ese valor; proporcionada. Y cuando falta esta respuesta, hay algún desorden en la personalidad, falta de madurez. Muchas veces se da una cierta tendencia de tipo esquizofrénico, es decir, como una personalidad dividida del orden de la realidad. La realidad va por su lado, yo voy por el mío; falta capacidad de reacción. Es DEFECTO. Otras veces POR EXCESO, porque adhiere demasiado; no según el juicio proporcionado de la inteligencia; y eso también es desorden.
Insisto; no es sentimentalismo. EL SENTIMENTALISMO O EMOTIVISMO ES MÁS SUPERFICIAL, y de ordinario suele ser por falta de afectividad proporcionada. Así, la gente que es muy emotiva y se conmueve enseguida, pero en cambio se muestra insensible y fría ante otras realidades, porque falta la respuesta personal, cordial, del fondo del ser a esa impresión exterior. Y así, los muy emotivos cambian como las veletas, y dentro no se adhieren a la realidad.
En una ocasión, se me presentó un viejecito llorando, como pocas veces he visto llorar, y conmovía, ¡pobrecito! Y después, cuando pudo hablar ya, con los sollozos que traía, yo conmovido por lo que le hubiera podido pasar a aquel hombre, le di unas palmadas y le digo: Bueno, pero ¿qué le pasa, qué le pasa? ¿alguna desgracia? Y me dice: “Se me ha muerto el gato”. El gato… Para mí un respiro porque temía algo mucho más grave. Y el pobre… lloraba, lloraba, lloraba. Me decía: “Es la única persona que me quería”. Eso no es afectividad proporcionada; eso es sentimentalismo. En cambio, comprenderéis otro caso en el cual falta esta reacción. Una joven pierde a su madre de un cáncer. Dieciséis, dieciocho años. Y la encuentro y le pregunto: ¡Habrás sentido mucho la muerte de tu madre! ¿No es verdad? Y me dice: -“No, no; nada, nada, nada. No he sentido nada”. –Pero ¿tú sabes lo que era tu madre y lo mucho que le debes? –“Sí, sí; eso lo entiendo perfectamente y quisiera tener pena, pero no siento ninguna pena”. Esto es falta de respuesta proporcionada. Este caso no es normal. Incluso se puede ver si hay que hacer alguna intervención clínica para ver si se puede remediar esto; a ver si se puede crear la respuesta afectiva proporcionada, porque esta persona tiene un defecto psicológico. Hay algo que no marcha.
Aquí está este fenómeno que ven tanto hoy día los médicos, y al que atribuyen muchas de las perturbaciones mentales personales. Son aspectos de una afectividad enferma. Tiene, pues, un papel muy importante la afectividad, porque ella realiza esa integración y da unidad a todo el ser humano. Lo demás, quedan como compartimentos sueltos, individuales. En cambio, esto le da la unidad en la totalidad de la persona. Bien. ¿Cuándo, pues, podremos decir que existe una persona madura humanamente? Cuando se dan estos tres elementos:
1º.- cuando a cada experiencia, valor, realidad, se la da en el juicio, en la estima del juicio, el valor que le corresponde objetivamente. No sobrevalorar nada y no subvalorar nada, sino lo que le corresponde. Eso vale como cien, yo lo estimo como cien. Vale como veinte, lo estimo como veinte. Es el juicio proporcionado.
2º.- Cuando la respuesta afectiva es proporcionada a ese valor que yo reconozco en la cosa. Si el valor ha sido cien, mi respuesta afectiva debe ser una adhesión a esa cosa como cien; y no que me deje frío, no. Que aquello es veinte, como a veinte, como corresponde al orden objetivo.
3º.- Cuando la firmeza de voluntad y cuando el comportamiento exterior, comportamiento personal, corresponde al juicio estimativo, aunque tenga que ir madurando con el tiempo
Entonces tendríamos una persona madura. Cuando se dan los tres elementos juntos es la madurez de la persona. Y vamos a aplicar ahora esto al orden sobrenatural.
Por los Sacramentos y por la gracia, tenemos un elemento más en nuestra personalidad: la gracia santificante. De modo que, sobre el ser animal y el intelectivo, tenemos ahora el ser de la gracia.
Este ser de la gracia, este orden de la gracia, tiene que integrarse con los otros dos y formar una unidad única, una personalidad cristiana. Y para eso no se puede separar en dos planos: el plano sobrenatural y el plano natural, sino que es necesario que el plano sobrenatural y el natural, todo, forme una unidad de la persona cristiana: en la valoración, en todo.
Y aquí quiero recordar un principio que tiene particular importancia en la educación. Es fatal el insistir en la separación de valores humanos – valores sobrenaturales; fatal. Sería como si uno en el orden puramente humano estuviera distinguiendo: valores animales, valores intelectuales. Y uno dijese: vamos a desarrollar ahora todos los valores animales. ¡Pura libertad! ¡Hala! ¡A hacer el animal! Y después desarrollaremos los valores intelectivos: ¡a estudiar, a hacer el intelectual! No. Es una unidad; por lo tanto, incluso la actividad animal es siempre racional, y debe ser siempre racional. Lo mismo en el orden sobrenatural. No existen los tales valores humanos, separados. Es todo según la persona cristiana. ¿Cómo educar en el deporte? Formulando un juicio cristiano del deporte y un comportamiento cristiano en el deporte. Si no cuidamos esto actuaremos siempre divididos, como dos personas: la persona humana, la persona cristiana. Por eso el refrán: en la mesa y en el juego, se distingue al caballero. Debemos desde el principio dar el valor cristiano a todo, como persona cristiana que soy.
Mas, como indicábamos en la meditación de ayer, nuestro principio como persona cristiana es agradar a Cristo, ser dócil a Cristo, dejarme conducir por Él, depender de Él. San Pablo usa la imagen del Cuerpo. Cristo es la Cabeza, el motor, nosotros los miembros. Igual que el cuero humano, un miembro solo no puede hacer nada, porque el movimiento y sentimiento le viene de la cabeza a través de los nervios. Así nosotros respecto a Cristo. Tenemos esos tres plano o dimensiones: animal, intelectual, gracia santificante, y Cristo como cabeza que dirige todo.
Entonces, y acabamos nuestra reflexión, ¿cuándo llegaremos a la perfección, madurez, de la persona cristiana? :
1º.- Cuando el juicio de las cosas se pronuncie siempre y se forme siempre según la luz de la fe
2º.- En la afectividad, cuando haya una respuesta proporcionada al juicio de la fe. Para eso tenemos la caridad y el corazón nuevo que el Señor nos ha dado en el Bautismo con la gracia santificante, que nos ha enriquecido también en la afectividad.
Supongamos que yo le pregunto a un joven: ¿Sabes tú lo que es el pecado? Y me dice: Sí, es una ofensa a Dios; es una cosa horrible. -¿Sientes repugnancia al pecado? –No. La respuesta afectiva no corresponde al juicio estimativo; no hay perfecta persona cristiana. ¿Es que tiene culpa? Ninguna. Tampoco aquella joven tenía culpa de no sentir la muerte de su madre. Ninguna. Pero lo único que digo es que no es perfecta. Pero entonces, ¿qué va a hacer? Eso es otra cuestión.
¿Para qué son los Ejercicios Espirituales? Para formar ese corazón cristiano, esa afectividad proporcionada y madura. Lo mismo si le pregunto: ¿Tú sabes quién es Jesucristo? –Sí; le debo todo. –Y, ¿amas mucho a Jesucristo? ¿Sientes amor a Jesucristo? –No, nada; me deja frío. –Pues hay una falta de proporción; no ha llegado a la realización. Y toda nuestra educación con todos nuestros colegios va a eso. Si no, estamos perdiendo el tiempo: educar a la persona cristiana en todos los aspectos: juicio de fe, respuesta afectiva proporcionada y respuesta de la voluntad firme, según el juicio estimativo de la fe. Ahí tenéis todo el ideal; y esto en docilidad a Cristo cabeza. Volvamos a Santa Teresa, ¿por qué el Señor no nos da la caridad perfecta?
No puede. Debemos ir madurando el corazón Hay que irse disponiendo, educando, como en el orden humano; hay que ir creando, preparando, disponiendo, hasta que se llega a la caridad perfecta; aquella caridad que procede de la fe pura, del corazón limpio. Y entonces es cuando se realiza el ideal de San Pablo: La caridad es paciente, es benigna, no es celosa. Todo eso lo hace la caridad. Lo piensa bien todo, ama a todos, todo lo soporta… Es la perfecta caridad; cuando uno está ya solamente en plena docilidad a Cristo, realizando el ideal de la filiación suprema.
Tendamos, pues, a esto; y veremos cómo realizamos la unidad de nuestro ser sobrenatural, y cómo es verdad lo que hemos dicho en la meditación precedente: que el hombre ha sido creado para agradar a Cristo y ser así feliz, primero en la tierra y luego en el Cielo.
Acabamos con una canción y rezando al Corazón de Jesús
Oh Dios, que en el corazón de tu Hijo,
herido por nuestros pecados,
has depositado infinitos tesoros de caridad;
te pedimos que,
al rendirle el homenaje de nuestro amor,
le ofrezcamos una cumplida reparación.
Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén