Mes del Corazón de Jesús basado en las meditaciones del Mes de Ejercicios del P. Mendizábal. Día 4

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En este día de nuestros EE en la vida diaria vamos a acercarnos a la devoción al Corazón de Cristo. Nos va ayudar a seguir poniendo el principio y fundamento de nuestra vida cristiana.

Del Corazón de Jesús ha venido a nosotros el Espíritu Santo. Vamos a comenzar este nuevo día invocando su ayuda. Que nos ayude a conocer el amor de Jesucristo por dentro.

 

Ven Espíritu Santo inflama nuestros corazones en las ansias redentoras del Corazón de Cristo para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras en unión con Él por la redención del mundo.

Señor mío y Dios mío Jesucristo, por el Corazón Inmaculado de María me consagro a tu Corazón y me ofrezco contigo al Padre en tu Santo Sacrificio del altar con mi oración y mi trabajo sufrimientos y alegrías de hoy en reparación de nuestros pecados y para que venga a nosotros tu Reino

Te pido en especial

Por el Papa y sus intenciones

Por nuestro Obispo y sus intenciones

Por nuestro Párroco y sus intenciones

CUARTO DÍA. LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN DE CRISTO

 

Los últimos Papas han hablado de la importancia de esta devoción; han escrito documentos importantes. Pero a pesar de todo hay que reconocer que todavía a mucha gente no le dice casi nada esta devoción. Hay muchos jóvenes que se han entusiasmado con la figura de Cristo, pero sienten lejano eso del Corazón de Jesús. Quizá les suena como algo pasado para ellos, algo de otra época, o demasiado frío, o demasiado de iglesia. Examinando los comentarios y las reacciones de mucha gente, es muy posible que este problema tenga que ver con una mala presentación de la devoción al Corazón de Cristo. Intentemos profundizar.

 

La devoción al Corazón de Cristo tal y como la proponen los Papas en su Magisterio no consiste esencialmente y principalmente en algunas prácticas de devoción, como pueden ser: novenas, actos de consagración o de reparación, ponerse el escapulario, hacer horas santas, hacer procesiones con la imagen, confesar y comulgar los primeros viernes de mes… Estos son elementos que pueden ayudar y de hecho ayudan a mucha gente, pero no son la esencia. Cuando Pío XII dice que esta devoción es la quintaesencia del cristianismo y la forma más perfecta de vida, evidentemente no se refiere a esas prácticas. La devoción al Corazón de Jesús es en realidad un modo de concebir la vida cristiana. Podríamos decir que es como ir al corazón de la vida cristiana, al centro.

 

En algunas reflexiones teológicas y predicaciones sobre Jesucristo se ofrece a veces una visión demasiado intelectual, una espiritualidad muy alejada de nosotros, sublime y grandiosa, litúrgica o moral pero que puede parecer ajena a nosotros. Y desde esa visión el pecado parece una acción del hombre que poco puede interesar al Señor. Pues bien; en medio de esta situación, el Corazón de Cristo se presenta ante el mundo como un gesto de autorrevelación de Jesús a la humanidad y a cada uno, en el que Jesucristo viene a decir: pero mira, si Yo tengo un corazón… no me trates como una persona sin corazón. Yo lo tengo. ¿Por qué me tratas así, si tengo un corazón? Eso es en el fondo el sentido de la devoción al Corazón de Cristo. En vez de un Cristo abstracto, es Él mismo que se presenta y me muestra la realidad de su ser humano-divino, de un corazón que late.

 

¿Qué nos presenta el mundo de hoy? Basta abrir los periódicos de actualidad, ver la televisión o entrar en internet para comprender qué es el mundo hoy y qué interesa a la gente. Interesa el deporte, el arte; interesa la economía, la política, la moda, la diversión, los viajes, el espectáculo, la gastronomía. Pero apenas aparece ese interés hacia Cristo, hacia Dios; apenas se menciona y cuando se menciona se hace como un hecho cultural, folklórico, anecdótico en la agenda social de celebraciones. Realmente no interesa al mundo, al menos con la profundidad que se merece. Incluso en muchos cristianos, se percibe como una separación entre religión y vida. Uno es cristiano, va de vez en cuando a orar, hace alguna visita al Señor en la Eucaristía, quizás oye la Misa los domingos e incluso algunos días entre semana, comulga, pero una vez que ha hecho sus actos religiosos, después todo el día es para él. En cuántos cristianos hay esta dualidad: el tiempo de culto para el Señor y el resto del tiempo para mí. E incluso en estas personas, Jesucristo es para ellas una gran figura, alguien que les inspira para ser mejores personas pero no más.

 

Y esto repercute en la moral. Pensemos; ¿qué significa el pecado para la mayor parte de los hombres y para muchos de los cristianos? Quizá transgredir una ley divina, contravenir un precepto de una religión, traspasar una línea roja, como se dice hoy… pero no precisamente una ofensa personal contra la persona misma de Dios. Se piensa como algo frío, legal o quizá como un fallo personal que tiene poco que ver con Dios. Quizá piensan: qué le importará a Dios que yo haga esto o aquello?

 

En personas consagradas o sacerdotes también se puede mirar el pecado como un no cumplir ciertas observancias, ciertos compromisos adquiridos a los que uno sabe que debe ser fiel. Y la vivencia de la castidad, o de la pobreza o de la obediencia a los superiores religiosos se puede convertir en un pesado deber o como un simple esfuerzo ascético, más que como expresiones de un amor total y exclusivo a Jesucristo como Señor de mi vida. ¿Veis? Todo esto es un modo de concebir el mundo, la religión, la moral y la vida misma religiosa. Puede darse esto, y en muchos casos se da.

 

En medio de esta concepción, la revelación del Corazón de Cristo, viene a iluminarlo todo. Es como un relámpago, como un rayo que luce en medio de este ambiente, y nos da el verdadero valor y el verdadero sentido de toda la realidad. Es un cambio repentino, una revelación del amor de Jesucristo a mí, a cada uno, que si nos lo concede el Señor –Dios quiera concedernosla en este momento-, entonces transformará toda nuestra vida.

 

En una ocasión, cuenta el P. Mendizábal estando en un colegio, pusieron una película documental. Yo llegué – dice él- tarde; miré un poco hacia el telón y vi dos manos que se movían. Fui a mi sitio; miré un poco a aquellos muchachos y les encontré que estaban todos sentados en la punta de la silla, casi sin respirar, mirando a la pantalla, con una emoción que dije para mí: pues no será para tanto… Y volví a mirar, y al volver a mirar, también yo me quedé como ellos, con la misma emoción. ¿Qué había pasado? Ahora veía en la pantalla el significado de aquellas manos. Eran las manos de un cirujano que estaba operando en el corazón de un joven. Y claro, las fotografías mostraban el pecho abierto, el corazón que latía y las manos del cirujano que intervenían en el corazón mismo. Y naturalmente decíamos todos: aquí no hay bromas; un pequeño descuido del médico y le cuesta la vida a la persona que está debajo. Y entonces entendí: “Esto es la devoción al Corazón de Cristo”. Esto es. Nosotros somos como esas manos que se mueven en este mundo. Pequeñas cosas, sin importancia, pequeñas observancias, compromisos, mandamientos que parecen cosas pequeñas… y nosotros actuamos, y nos parece una cosa insignificante, sin trascendencia. Pero he aquí que viene esta iluminación de la revelación del Corazón de Cristo, y me dice: Mira; esas manos tuyas están operando sobre mi Corazón. Debajo de esas manos está mi Corazón que late, y todo lo que tú haces es una operación sobre mi Corazón.

 

Así es. Decíamos antes de ayer que el principio y fundamento de mi vida es agradar a Jesucristo. Y hoy lo entendemos mejor. Todo lo que tú haces es, o agradable o desagradable al Corazón de Cristo. Mi vida no es neutra. Mi vida le importa a Él, en cada uno de sus detalles. Todo le llega a Él. Todo repercute en Él. O es una alegría para Cristo o es un dolor para Cristo. Pero no hay acción humana, verdaderamente humana, que no repercuta en el Corazón de Cristo. Si tú tienes esta visión, si caes en la cuenta vitalmente de que todo es una operación en el Corazón de Cristo, has entendido el misterio de esta vida. Si has entendido esto, ya sabes para qué vivir. El sentido de todo es una operación en el Corazón de Cristo. El hombre está hecho para agradar a Cristo.

 

Es una gracia muy grande esta: la de sentir internamente que toda mi vida, que la vida de todas las almas que el Señor te confía, son una operación en ese Corazón. Gracia que tenemos que pedir intensamente: que yo sienta esto. Esto sería la revelación del Sagrado Corazón para mí: que me lo haga sentir así, que se me muestre internamente, enseñándome esta realidad.

 

En el fondo, esta gracia es la misma que recibieron los Apóstoles en el Cenáculo cuando la Resurrección de Jesús. Estaban en el Cenáculo muertos de miedo, con las puertas cerradas, y se creían seguros, como muchas veces nosotros en una observancia más material de la misma ley, de las mismas Reglas, como queriendo mostrarnos ya contentos del todo porque estamos rodeados de estos muros. Y cuando estaban así en esta concepción más material y más humana que su misma seguridad, Jesucristo mismo se presenta en medio de ellos, como diciéndoles: ¿por qué me tratáis como muerto si estoy vivo? Tenéis que tratarme como persona viva. Si tengo un corazón… Y les mostró las manos y el costado. Estoy vivo, el corazón me late, tenéis que contar conmigo. Sin Mí no podéis hacer nada, porque yo me intereso por vosotros; tengo algo que hacer siempre en vuestra vida. –Y se alegraron los discípulos habiendo visto al Señor.

 

La misma gracia de los Apóstoles en el Cenáculo es también la gracia de San Pablo en el camino de Damasco. San Pablo cuenta tantas veces aquella escena, que uno se pregunta por qué repite tanto un hecho personal suyo. Es que fue para él la luz de toda su vida. Fue para él la intuición del misterio del Cuerpo Místico de Cristo. Él perseguía a los cristianos por el celo de la Ley, y persiguiendo a los cristianos se encuentra con Cristo mismo que se le pone delante y le muestra su Corazón, y le dice: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. Él no contaba con ese Cristo vivo, que era sensible, que tomaba como hecho a sí la persecución de los cristianos, que se le mostraba allí como el verdaderamente perseguido. Y entonces, al ver este Corazón de Cristo que se le abría, comprendió Saulo: “Todo y en todas las cosas Cristo”. Es el Cristo de Pablo con un corazón grande… grande… Lo dice en su carta a Timoteo: “Verdad es cierta y digna de todo acatamiento: que Jesucristo vino a este mundo para salvar a los pecadores, de los cuales el primero soy yo. Mas por eso conseguí misericordia: a fin de que Jesucristo mostrase en mí el primero su extremada paciencia, para ejemplo y confianza de los que han de creer en Él, para alcanzar la vida eterna”.

 

Que el Corazón de Jesús nos conceda esta gracia: que el Corazón de Cristo se nos muestre personalmente. Que nos dé luz para captar esta realidad honda. Así adquiriremos una nueva concepción del mundo y comenzaremos una nueva vida ya desde ahora, contemplando todo el mundo y toda la realidad. Y al leer las noticias y ver lo que pasa en el mundo, inmediatamente pensaremos en el Corazón de Cristo, porque todo es una operación en el Corazón de Cristo. Y si hay una desgracia de un terremoto, pensaremos en cómo afecta eso a Cristo en tantas personas muertas o heridas y dejaremos de echarle las culpas a Dios de todo lo que pasa. Y cuando oigamos que se ha declarado una nueva guerra, pensaremos en cómo duele eso a Jesucristo que vino a hablarnos del mandamiento del amor y cuando nos digan que han muerto en los últimos meses casi 4 millones de personas de hambre recordaremos aquello de tuve hambre y no me disteis de comer y se nos partirá el corazón y dejaremos nuestra indiferencia por el hambre de tantos hermanos nuestros…y además de lamentarnos, haremos algo por ellos.

 

Esta es la esencia de la devoción al Corazón de Cristo. Quien entiende esto, entiende todo. Todo lo demás es una respuesta. Cada alma responderá según su personalidad concreta cristiana, según lo que el Señor le confía. Desde esta comprensión del misterio del Corazón de Cristo, la Madre Teresa se pasaba dos horas de oración ante Jesús Eucaristía y luego salía por las calles a recoger a ese Cristo Vivo que sufría en los pobres. Y esa respuesta es fundamentalmente de Consagración a Cristo, dándonos a Él y de Reparación, queriendo reparar esa herida que es verdadera herida en su Corazón. Todo ello se vive en la Santa Misa, como condensado. Y se expresa en nuestra vida concreta de cada día.

 

El catolicismo, bien entendido, es esto. Cuando un hombre empieza a preocuparse del problema de Cristo, va bien. Si llega a ver en Él la figura más grande de la historia, va mejor. Si llega a descubrir en Él al Dios-Hombre, ha dado ya con la verdad. Pero aún le queda un paso muy difícil que dar. Decir: “Este Hombre-Dios es mi amigo personal, me ama a mí ahora; me conoce y me ama”.

 

El gran patrono de esta verdad es Zaqueo. Vamos a acabar esta meditación acercándonos a este personaje del evangelio ¡tan simpático! Os podéis encomendar a él para que os obtenga esta gracia del Señor como él la obtuvo en el Evangelio. Y vamos a ir al Evangelio para comprender y ver la figura de Jesucristo, que es tan amable… Él sí que es simpático. Es Maestro en ganar corazones.

 

No imaginemos al Señor como si estuviera siempre con la vara en la mano para atizarnos. Eso es no conocerle. Jesucristo es un caballero, y le gusta que le tratemos como caballero, y que nosotros le tratemos a Él como caballeros. El Señor se arregla muy bien con los caballeros, y no se entiende bien con las almas mezquinas.

 

Vamos al Evangelio. Nos habla de Zaqueo. San Lucas, capítulo 19. ¿Qué nos dice el Evangelio de este simpático Zaqueo? Que era un hombre rico. Jefe de publicanos –que eran considerados como pecadores; tenían fama de que no tenían la conciencia muy estrecha-. Dice el Evangelio que era pequeño de estatura. No dice que era gordo, pero lo podemos suponer. Este hombre, que era rico, recibiría visitas de fariseos, de sacerdotes, que iban a decirle que por ese camino se condenaba, que faltaba a la justicia, a la caridad; que así no podía salvarse. Y él les decía: Esto es asunto mío, no os preocupéis, yo me arreglaré.

 

Zaqueo seguía haciendo su vida sin preocuparse demasiado; hasta que conoció de oídas a Cristo y le entraron deseos vivísimos de conocerle. Y este fue el comienzo de su salud. Así tenemos que salvar las almas: llevarlas al deseo de Cristo, y cuando entre Cristo, Él hará lo demás. Él seguía con sus negocios, pero cuando supo que Jesucristo venía en persona a Jericó, llevado del deseo de conocerle, salió a donde venía Él. Y venía rodeado de una multitud de gente, y el pobre empezó a apretar, a dar empujones; pero no veía nada porque era pequeño. Entonces, llevado del deseo de ver a Cristo toma una decisión heroica. Él hizo sus cálculos: “Tiene que pasar por aquella calle… Pues bien, ahora que están todos ocupados aquí, yo me voy por delante, aprovecho que no hay nadie, me subo a un árbol y lo veo a la perfección”. Y dicho y hecho. Vedle al pobre Zaqueo, al jefe de los Directores de Banco, corriendo por la calle, gordo, rico, pequeño como era… mirando atrás si alguien lo miraba. Da la vuelta al ángulo de la calle, mira si hay alguno, ve el árbol, se sube arriba… ¡pobre hombre! ¡Con cuántos apuros! Sin que nadie lo viese, se sienta entre las hojas del árbol. Nadie lo ha visto subir; él está entre las hojas.

 

Pero imaginaos lo que significa esto como humillación. Imaginaos al alcalde de la ciudad subido a un árbol… Pero él tantas ganas tenía de verle, que no le importó. Desde el árbol ve al Señor por primera vez. Sus ojos se fijan en Cristo, en aquel rostro que desean ver los ángeles, y él queda satisfecho. Ya lo ha visto: “¡Ese es!” Y cuando estaba así… -lo que es el Señor ¿eh?- llega debajo del árbol. –Podía haber pasado y haberle mandado un mensaje después: mira que me interesa hablar contigo… No, no. –Llega debajo del árbol y mira arriba. Miraron todos. ¡Qué vergüenza! ¡Pobre Zaqueo! Desde arriba no veía más que caras por todas partes. Todos los ojos mirando hacia él, y él no tenía por dónde escaparse. Y el Señor mirándole… y todos mirándole… y… unos comentarios…

 

Pero aquí viene el momento emocionante. Él conocía al Señor, había oído hablar de Él, lo admiraba; pero lo que no podía pensar es QUE EL SEÑOR LE CONOCIESE A ÉL… y se interesase por él.

 

Este es el paso difícil que le falta al alma que está entusiasmada con Cristo, pero que todavía no está convencida de que Cristo le ama ahora. Pues bien; después de haberle visto así, el Señor le dice: ¡Zaqueo! –si no se cayó del árbol fue por la omnipotencia divina que lo sostuvo-. Pero ¿podéis imaginaros lo que es eso? Él, que está loco de admiración por aquel Hombre… que lo ve por primera vez… y que ese Hombre lo llama a él por su nombre… “Zaqueo, baja enseguida, que tengo que hospedarme en tu casa”. Y el pobre Zaqueo todo turbado, tuvo que bajar delante de todos. Pero no le importaba nada. No sabía sino que aquel Señor lo había llamado. Para él no había más que Cristo. Y allí va feliz; no le importa nada la murmuración de la gente.

 

Cuando estaban comiendo, el buen Zaqueo se levanta y dice: “Señor, la mitad de mis bienes para los pobres, y si alguna vez he defraudado a alguien, le daré cuatro veces más”. Pero… ¿quién le ha hablado a Zaqueo de justicia social? –Es que Cristo ha entrado en su casa. Cuántas veces tú también estás subido o subida en la higuera para ver a Jesucristo a distancia… en tus especulaciones… y el Señor pasa y te dice: “Baja de la higuera… de tantos problemas… que tengo que hospedarme hoy en tu casa”.

 

Esta es la vida espiritual: ese hospedarme hoy en tu casa. Ese HOY es la eternidad comenzada. Tener a Cristo en mi casa supone que Cristo mande en mi corazón. Supone hacer un obsequio constante a la presencia de Cristo en mi alma. Y así, todo nos viene de Cristo; lo agradable y lo desagradable: salud, enfermedad, desgracias… Todo, antes de llegarte a ti, ha pasado por su Corazón, lo bueno y lo malo. Y si nos lo manda o permite que nos llegue lo que ha pasado por su Corazón, nos vendrá bien. Todo, todo, absolutamente todo ha pasado por su Corazón. El P. Reyes, después de quedarse ciego, escribió esta composición: “Cuando yo era pequeño, mi madre solía venir por detrás; me ponía las manos sobre los ojos y me preguntaba: ¿Quién soy? Y yo le respondía: Tú eres mamá. –Ahora que soy mayor, has venido, Señor, a poner tus manos sobre mis ojos y me preguntas: ¿Quién soy? Y te respondo: Tú eres mi Padre, que me has puesto las manos sobre los ojos, y sólo te pido que me las quites para ver tu rostro en la eternidad”.

 

Eso es conocer de verdad el Corazón de Cristo. Que vivamos a partir de este día con un deseo mucho más grande de agradarle y servirle en todo

Acabamos escuchando una canción que nos ayude a amarle más y hacemos esta oración

 

Oh Dios, que en el corazón de tu Hijo,

herido por nuestros pecados,

has depositado infinitos tesoros de caridad;

te pedimos que,

al rendirle el homenaje de nuestro amor,

le ofrezcamos una cumplida reparación.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

 

ARRIBA LOS CORAZONES!!!

Mes del Corazón de Jesús.

Meditación para cada día.