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Ayer veíamos cómo Jesús llama a los apóstoles a ser pescadores de hombres. Vamos a contemplar en esta meditación cómo pesca Jesús en alta mar, en el corazón de una persona muy herida, por la vida que ha llevado. Veremos la bondad, la mirada profunda de Jesús que va al corazón, a la herida del corazón donde radica la dificultad de la persona, el arte de un diálogo que no lastima sino que abre y levanta a la más alta esperanza. Fijemos nuestra mirada en Jesucristo, puestos en la presencia del Señor; abriendo nuestro corazón a Él para que todo en nuestro interior sea ordenado puramente a agradar a Jesucristo. Le pedimos su Espíritu Santo, que nos conceda este conocimiento íntimo para ver cómo actúa Él, cuáles son sus criterios, cuáles son sus gustos; y para aprender nosotros de Jesucristo cómo Él, toda su vida, toda, toda ella está ordenada a la redención de los hombres.
Ven Espíritu Santo inflama nuestros corazones en las ansias redentoras del Corazón de Cristo para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras en unión con Él por la redención del mundo; Señor mío y Dios mío Jesucristo, por el Corazón Inmaculado de María me consagro a tu Corazón y me ofrezco contigo al Padre en tu Santo Sacrificio del altar con mi oración y mi trabajo sufrimientos y alegrías de hoy en reparación de nuestros pecados y para que venga a nosotros tu Reino
Te pido en especial
Por el Papa y sus intenciones
Por nuestro Obispo y sus intenciones
Por nuestro Párroco y sus intenciones
DIA DECIMOSÉPTIMO.LA SAMARITANA
No hay un solo paso en la vida de Jesucristo que no sea para las almas; toda ella. No es nada egoísta el Señor. Y ahora vamos a ver cómo Jesucristo sabe conversar espiritualmente. Una conversación sencilla… un apostolado que nosotros podemos hacer en el trato con los demás, en todas partes; como Jesucristo. Vamos a ver cómo habla el Señor. Ahí tenéis una grande gracia que pedir. Esas son las grandes gracias. Que yo sepa hablar de Cristo de modo que lleve a su amor.
¿Por qué Jesucristo, yendo a Galilea pasó por Samaría? Las razones que nos dan los evangelistas son diversas; pero es muy útil conocer estos detalles. En Mateo, capítulo 4, y en Marcos, capítulo 1, se dice que “como oyó Jesús que Juan había sido entregado a Herodes, se retiró a Galilea”. Lo habían traicionado. ¿Cuál fue la razón objetiva de la prisión? Pues fue que Herodes había sido sorprendido por él, por motivo de Herodías; le había hablado fuerte, y entonces Herodes lo metió en la cárcel. Marcos dice lo mismo: “A causa de Herodías”. Y sin embargo, dicen Mateo y Marcos que Juan había sido entregado. Que Herodes le hace matar, eso no es entregarlo. Lo habían entregado –parece- los judíos. Se habían arreglado para desprenderse de él porque los molestaba. Había sido entregado. ¿La razón objetiva en los otros evangelistas? Dicen por razón de Herodías. Pero el evangelio nde san Juan dice: “Luego que entendió Jesús que los fariseos habían sabido que Él juntaba más discípulos y bautizaba más que Juan, dejó la Judea y volvió otra vez a Galilea”. Temía más Jesús a los fariseos –que probablemente habían entregado a Juan en manos de Herodes, presentándole como indiscreto censor de su vida privada-, temía más a los fariseos que a Herodes. Y, en efecto, si realmente tuviese miedo de Herodes, no iría a Galilea, que era precisamente donde Herodes era tetrarca. Sin embargo, sabía bien que los fariseos que le tenían envidia, primero se habían desprendido de Juan y lo habían entregado a Herodes; ahora que sabían que los judíos estaban diciendo que Él tenía más discípulos y bautizaba más que Juan –aun cuando realmente Él no bautizaba-, pues entonces dice: Ahora querrán hacerme lo mismo. Y entonces Jesús huye de los judíos. “Los fariseos y los legistas -dice Lucas en el capítulo 7- desbarataron el consejo de Dios respecto de ellos, no haciéndose bautizar por Juan”. Aquí estuvo el pecado inicial de ellos. Si ellos hubiesen tenido la humildad de someterse al bautismo de Juan, no hubieran desbaratado los planes de Dios.
Pues bien; aquí vemos una serie de manejos humanos. Esta es la vida apostólica. No imaginarla como una limpieza de razones, todas ellas puramente sobrenaturales en todos. Eso son utopías. Tenemos que tender cada uno a ese ideal, pero en la realidad, todo está lleno de motivos humanos, de intereses. Y en medio de eso juega la Providencia. De modo que “sabiendo que le habían entregado a Herodes”; Juan dice: “Cuando se supo que los fariseos decían que Él tenía más discípulos que Juan…” Y Lucas, en el capítulo 4 dice: “Volvió Jesús en la fuerza del Espíritu a Galilea”. De modo que en la fuerza del Espíritu, no quita nada todas esas otras motivaciones, porque ahí se manifiesta también la voluntad de Dios. Y cuando uno toma esa decisión porque ve que Dios lo quiere, se mueve por la fuerza del Espíritu. Y Él tenía que volver a Galilea. Y dice el Evangelio: “Debía, por tanto, pasar por Samaría”. Y se preguntan enseguida los comentadores: “debía, convenía”; ¿por qué tenía que pasar por Samaría? Podía dar una vuelta y pasar por Perea. No había razón ninguna, un tener que pasar… Tanto más, que Samaría era un territorio muy enemigo de los galileos; que a veces les trataban muy mal a los galileos e intentaban matarlos, porque tenían enemistad con ellos por razón de que los galileos iban a adorar al templo de Jerusalén y los samaritanos adoraban en el Garizín, que tenían ellos junto a la capital de Samaría. Y, ¿por qué tenía que pasar por Samaría? “Tenía que pasar”. Pero no hay una razón geográfica.
Pues bien; algunos comentaristas, con razón lo podemos pensar así, dicen que no se trata de necesidad física, sino del amor. Y aplican aquello que ha dicho san Lucas de “en fuerza del Espíritu”. Era el amor el que le hacía pasar por Samaría. En efecto, Jesucristo va a Samaría a llamar a esta mujer, una pobre mujer samaritana que no tiene ni idea de que Jesús, este día y medio que dura ese camino de Jerusalén hasta Samaría está caminando para buscarle a ella.
¡Cómo es el Señor! ¡El divino pescador! ¡Buscando la oveja perdida! ¡El tesoro de Dios! ¡Una pobre mujer! Y Jesús se desvía del camino, se pone en peligros para buscar a esta pobre mujer, la cual ese día y medio, esa noche, toda la noche, durmió tranquilísimamente, sin poder sospechar siquiera que Jesús, el Hijo de Dios, estaba acercándose en busca de ella.
Y Jesús va a buscar la oveja perdida siempre; por todas las partes la rodea con su amor hasta que la trae al redil. ¿Qué vida haría esta ovejita extraviada, esta mujer samaritana en esa noche? No lo sabemos… no lo sabemos. Una vida materializada… con las preocupaciones suyas materiales… quizás de pecado… No lo sabemos. Y Jesús venía buscándola, caminando, caminando. Y a la mañana siguiente, con todo el calor, con todo el sol de Samaría, camina, camina, sudando… en busca de la oveja. El Buen Pastor que busca la oveja perdida. Y dice: “Llegó, pues, a la ciudad de Samaría, llamada Sicar, vecina a la heredad que Jacob dio a su hijo José”. ¡Cuánta riqueza hay aquí! ¿Veis? En San Juan, estos detalles son todos históricos, pero tienen un contenido… Cómo el Señor hace que la realidad entera que Él ha puesto en la tierra sea un reflejo, una imagen de las realidades superiores. Juan está leyendo toda la realidad con los ojos divinos; y está viendo todo el contenido de tipo, de imagen, que tenía cuanto escribía. Y en efecto, llegó a la ciudad de Samaría, llamada Sicar, vecina a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Este pozo, esta heredad, es el don de Jacob a su hijo José; su hijo predilecto: José. Un don de Jacob. Y aquí va a presentarse el pozo, que es figura, símbolo, por decir así, de Cristo; porque Cristo es en realidad el verdadero Pozo, la Fuente de agua viva, que es el don de Dios a los hombres, sobre el que insistirá Cristo. Aquí estaba la fuente de Jacob, el pozo que se llamaba así. Jesús, pues, cansado del camino, se sentó así, sobre el brocal de ese pozo; esperando a la samaritana. “Yo os haré pescadores de hombres”. Está esperando… cansado… lleno de sudor… Ha sido un día y medio de camino para buscar a la oveja perdida; y la espera. “Te sentaste cansado cuando me buscabas a mí”. Y San Agustín con sus cosas maravillosas que tiene, dice: “Ya comienzan los misterios; porque no en vano se cansa Jesús. No en vano se cansa la fuerza de Dios. No en vano se cansa Aquél por quien los cansados reciben fuerzas. No en vano se cansa Aquél que si nos deja nos cansamos y que si nos tiene presentes, nos da fortaleza. Y sin embargo, se cansa Jesús, y se cansa del camino, y se sienta. Y se sienta junto al pozo, y se sienta cansado a la hora Sexta. “Era ya cerca la hora de Sexta”. Todo esto, algo nos quiere decir; algo nos quieren insinuar. Nos hace estar atentos. Nos exhorta a que llamemos a la puerta. Que Él nos abra, a nosotros y a vosotros; Aquél que se dignó exhortarnos y dijo: “Llamad y se os abrirá”. Por ti se ha cansado del camino Jesús. Hemos hallado la fuerza de Jesús y hemos hallado a Jesús débil. “Fuerte y débil”, sigue San Agustín con sus maravillosas palabras. Es esto: el misterio de Cristo.
“Y era cerca de la hora de Sexta; más o menos la hora Sexta”. Qué misterio encierra esta hora sexta?
San Juan, cuando llega el momento en que Pilatos entrega a Jesús para que lo crucificasen, dice que era la hora sexta. La misma; la hora sexta. Y no; no creo que en vano, no. Sino que es la misma cosa. Jesús, a la hora Sexta, hacia el mediodía, está allí cansado, con sed; como en la cruz estará cansado, sentado en la cruz, con sed. Allí dirá también: “Tengo sed”, como aquí va a decir a la Samaritana: “Mujer, dame de beber”. Este pasaje de la samaritana está recordando el misterio de la redención; el encuentro de Cristo con el alma en la Redención; el recoger a la oveja perdida con su obra redentora, con su muerte en cruz; sentado, cansado, junto al pozo de Jacob, junto al pozo de los placeres humanos, del agua de la tierra, de la vida terrena, para darnos la vida superior, la vida de la gracia. “Y entonces vino una mujer samaritana a sacar agua”. Jesús la espera, la ve venir con su cántaro sobre la cabeza. Y se acerca. Y aquella buena mujer, en el fondo tenía un buen corazón. Tenía deseos cuando vio a aquel judío –que los reconocían enseguida-, sentía deseos de ofrecer el agua, porque veía que no tenía nada; pero no se hubiese atrevido nunca ella a ofrecer a Jesús. Y aquí nos da también Jesús tantos ejemplos de conversación, de trato con las almas. Cuántas veces el gesto de pedir un favor, de abrir una cordialidad, puede permitir a una persona hacer un favor que deseaba hacer y no podía hacer. Y Jesús quiere provocarle a esto: a una obra buena. Y cuando la ve llegar así, una mujer de buena voluntad, a pesar de los vicios en que se movía, le dice Jesús: “Dame de beber”. ¡Qué maravilloso! “Dame de beber”. El Hijo de Dios, Jesucristo, a un alma, a una pobre mujer que Él conoce, le pide de beber: “Dame de beber”. Es como si dijese: Tengo sed, tengo sed. Y dice San Agustín: “El que pedía de beber, tenía sed de la fe de la mujer”. La sed que tenía: “Dame de beber” es: -cree en mí; tengo sed de que creas en Mí. Dame de beber. Ten sed de Mí. Y ella no lo entiende. Es la conversación de Cristo, que está jugando siempre con el sentido superior de las realidades terrestres. Hay un agua… Y Él está viendo un agua un agua superior. Hay un pozo… está viendo las fuentes del Salvador. Y está moviéndose así, llevando al alma a elevarle de las realidades terrestres a las cosas superiores. Subir desde las cosas sensibles a las sobrenaturales. Y en esto, ella le dice: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? Porque los judíos no se avienen con los samaritanos”. Estaban en guerra, estaban en lucha siempre. Y tú, judío –se te nota por el modo de hablar- ¿vienes a pedirme a mí, que soy samaritana? ¿Cómo tú me pides? Si supiese ella que era el Hijo de Dios, eso sí que sería admiración: ¿Cómo tú, Hijo de Dios, me pides de beber a mí, que soy una pobre criatura? ¡Cuánta profundidad en estas palabras de Cristo: “Dame de beber”! ¡Tú a mí! ¡Yo, criatura, puedo darte de beber a ti, Creador! Es todo el misterio de la vida cristiana, de la oveja perdida, que no acaba de comprender que ella puede ser el tesoro de Dios. Y sin embargo, es el tesoro de Dios, que viene buscándola en la redención de un modo, para nosotros, increíble. Y entonces, Jesús le dice en respuesta: “Si tú conocieras el don de Dios…” Tú me estás hablando aquí, en el pozo de Jacob, que es el don de Jacob a su hijo José. “Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, puede ser que tú le hubieras pedido a Él, y Él te hubiera dado un agua viva”. Ya le va elevando. “Si tú supieras…”. Es lo que a uno se le ocurre al ver tanto afán de placer, tanto deseo de gustar de las cosas de este mundo. Y uno les pide: dame de beber un poco. Y creen que el dar de beber es dar de las cosas de la tierra, disfrutar de las cosas de este mundo… ¡Si no es eso…! ¡Si tú supieras quién es el don de Dios…!
Jesucristo es el don de Dios. “Así amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único”. Se da a Sí mismo a mí. Él es el don de Dios: en la Encarnación, en la Eucaristía; más todavía, en mi vocación. El don de Dios. Ese es Cristo. El don que se te da. “Tú quizás le hubieras pedido a Él”, le está diciendo el Señor; y trata de llevarle a sentir una inclinación interior y una sed interior, de la que no es consciente la samaritana. Si tú conocieras este don de Dios, caerías en la cuenta que dentro de ti tienes una sed, no formulada, indeterminada, que es la que te llevaría a desear y a pedir esta agua viva. Hay una sed interior que tú no sabes formular. Y ella sigue por su línea. El Señor es paciente; propone… Tenemos que aprender mucho esto: no insistir inútilmente y constantemente en una idea que se nos ha ocurrido. Hay que ofrecer al alma la oportunidad y saberle dejar; y si no la coge, pues volver más adelante. Pero sin empeñarnos: a éste tengo que convencerle con este argumento y nada más. No. El Señor no es así en sus conversaciones.
Y ella vuelve. “Le dice la mujer: Señor, tú no tienes con qué sacar el agua, y el pozo es profundo. ¿Dónde tienes esa agua viva?”. Si no tienes nada, ningún recipiente para sacarla… El pozo es tan profundo… -tenía unos 30 metros- ¿De dónde vas a sacar esa agua viva? “¿Eres tú, por ventura, mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebió él mismo, y sus hijos, y sus ganados?” El pozo de Jacob era para todas las cosas humanas. Allí bebían los hombres: bebía Jacob, bebían sus hijos; y bebían sus ganados. Es el símbolo de los placeres terrestres, que los goza el hombre y los gozan los animales. De todos. Ese es el pozo. Un pozo profundo, del que hay que sacar el agua, pero que no acaba de saciar. No tienes -le dice al Señor la samaritana-, no tienes medios para sacarla… No tienes para sacar esa agua que es propia de hombres y de animales. Y Jesús le responde: “Quienquiera que beba de esta agua, tendrá otra vez sed”; sed tendrá otra vez; tiene que venir a buscarla. “Pero quien bebiere del agua que Yo le daré, nunca jamás volverá a tener sed de esta agua”, de esta agua de los hombres y animales, de los placeres de la tierra, de las felicidades puramente humanas, terrestres… No volverá a tener sed. Antes bien, el agua que yo le daré, vendrá a ser dentro de él un manantial de agua que manará hasta la vida eterna, que brotará siempre, siempre; que clamará, saltando hacia el Padre; como decía Ignacio de Antioquia: “Tengo dentro de mí, siento una voz que me dice: Ven al Padre, ven al Padre”. Es la gracia, la vida interior que va siempre hacia la Trinidad, hacia el Padre. Es el anuncio ya del agua suya, de un agua superior; no como ésta; muy superior; que quita la sed de esta agua.
Y la mujer entonces le dice: “Señor, dame de esa agua para que no tenga yo más sed ni haya de venir aquí a sacarla”. Dame de esa agua. Ya le había dicho antes: “Si tú conocieras el don de Dios, tú, quizás le hubieras pedido”. Ya está pidiendo, ya está realizándose el deseo de Cristo, de Cristo crucificado, que tenía sed de que las almas tengan sed de Él, de que le pidan: Dame de esa agua; de esa agua que brota del Corazón de Cristo, de la sangre del Corazón de Cristo. Ya esta mujer -sin saber todavía lo que es-, pero ya ha formulado su deseo, ya se acerca: “Dame de esa agua para que no tenga más sed”. Fijaos; no es sólo para que no venga a beber aquí, conteniendo mi sed, sino para que ni siquiera tenga sed; y en consecuencia, para que no venga aquí de nuevo jamás, a este pozo donde he bebido tantas veces en estas cosas de la tierra. Que ya ni tenga sed ni venga más. Ya lo ha pedido, ya lo ha formulado. El Señor la va llevando al deseo de los bienes superiores.
Y entonces, Jesús, que le quiere dar esa agua, quiere además realizar un paso interior. Y el paso es que la mujer reconozca su miseria, y que la mujer sepa que Jesucristo cuando le habla, no le habla porque esté equivocado, porque creía que trataba a una persona muy digna de su amor, una persona muy santa; no. Jesucristo trata con una persona real, concreta, con sus miserias. Y entonces le dice: “Anda, llama a tu marido y vuelve acá con él”. ¡Con qué suavidad! Le está tocando la llaga… está tocando el punto débil de esta mujer… En efecto, lo que le impide a la samaritana, y lo que Jesucristo procura cuando ella le pide el agua, es esto: que ella creía que Jesucristo le hablaba porque no conocía quién era ella. Si no, -pensaba ella-, no me ofrecería su amistad. -Y Jesucristo, para llevarle a este conocimiento, va muy suavemente. “Llama a tu marido”, a ver qué dice. Y ella, con un poco de esta ligereza, le dice: “Yo no tengo marido”. Y Jesús -quería esconder ese punto delicado la mujer-, entonces le dice: “Tienes razón en decir que no tienes marido, porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes, no es marido tuyo. En eso has dicho la verdad”. No es que ignorase lo que había dentro. El Pastor, buen Pastor que va buscando la oveja perdida en la obra de Redención, sabe que es una oveja herida. No tenemos que disimular nuestras miserias cuando Jesucristo viene a recogernos sobre sus hombros, no. Ser claros; dejar patente nuestra miseria oculta ; patente. Y Jesús ayuda a esa sinceridad interior “Has dicho la verdad”. Y le manifiesta toda su llaga interior. Y ella le dice: “Señor, veo que eres un profeta”. Pero desvía astutamente la conversación. Todavía huye de reconocer su heridad. Es que no es fácil abrir el corazón cuando uno está herido. No es fácil. Y le dice: veo que eres un profeta. Pues ya que eres un profeta, respóndeme a esto y se va por las ramas de la alta teología : “Nuestros padres adoraron a Dios en este monte, Garizín, y vosotros -los judíos- decís que en Jerusalén está el lugar donde se debe adorar”. Y Jesús le baja otra vez hacia Si mismo. Le responde Jesús: “Mujer, créeme a mí”. La fe. Fíate de mí; créeme a mí. Está hablándole del agua que le está dando. Él vuelve siempre a lo suyo. Responde a sus dudas pero no deja que se escape en argumentos teóricos. “Ya llega el tiempo en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre, sino en cualquier lugar”, en todas partes. “Vosotros adoráis lo que no conocéis, pero nosotros adoramos lo que conocemos, porque el Salvador procede de los judíos. Pero ya llega el tiempo, ya estamos en él, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad”. De veras. En espíritu. Es el tiempo nuevo mesiánico el que se caracteriza por esta adoración del Padre en espíritu y verdad; no a través de imágenes, de figuras, como la del templo de Jerusalén, a donde entraba el sacerdote una vez al año, sino que en el Nuevo Testamento se abre la cortina; el sancta sanctorum se abre a todos; y como dice la carta a los hebreos, “queda patente el camino del santa sanctorum para todos”. Todos podemos vivir en el templo de Dios, todos. Y el templo de Dios no es aquí o allá, sino viviremos en el Corazón de Dios, que nos ha abierto su Corazón, nos ha abierto los bienes sobrenaturales con su resurrección, y vamos a vivir siempre, en todas partes, en adoración constante al Padre en espíritu y en verdad, agradándole en todo, adorándole; como dirá San Pablo: “A quien sirvo en mi evangelio con mi apostolado”. Le ha abierto todo el horizonte de la gracia. La vida de gracia, que en sí misma es una cosa íntima, interna en nosotros que salta hasta la vida eterna, y que al mismo tiempo nos hace llevar dentro de nosotros el templo del Espíritu Santo, el templo de la divinidad para vivir siempre en adoración al Padre.
Y dice más: “Porque tales son los adoradores que el Padre busca”. El Padre se está formando estos adoradores. “Dios es espíritu, y por lo mismo, los que le adoran, en espíritu y en verdad deben adorarle en fuerza del espíritu y en verdad; de veras. Sin ficciones; de veras. Le dice la mujer: “Sé que está para venir el Mesías, esto es, el Cristo; cuando venga, Él nos lo declarará todo”. Ya ha llegado hasta el Mesías; la figura suprema que esperaban todos los israelitas; los judíos, los samaritanos, los galileos; todos hacia el Mesías; la gran figura del Mesías. Y el Señor le dice: “Ese soy Yo, que hablo contigo”. Aquí está todo el cristianismo. Yo, el Mesías, el Hijo de Dios, Verbo del Padre, que hablo, converso contigo; la mujer que ha tenido cinco maridos, y el que tiene no es suyo. Yo converso contigo. Este es el Buen Pastor que ya coge a su oveja sobre los hombros. Ya ha picado el pez en el anzuelo del amor de Dios y ahora empieza a tirar hacia Él. “Yo soy el que esperas, que converso contigo”.
“En esto, llegaron sus discípulos, y se extrañaban de que hablase con aquella mujer. No obstante, nadie le dijo: ¿Qué le preguntas o por qué hablas con ella?”. No. Ya van entrando ellos también en el espíritu de Cristo. Y no se maravillan ellos como se maravillarán después los escribas y fariseos: por qué va a tratar con los pecadores. Él es el Buen Pastor que viene a buscar la oveja perdida. No le preguntaron ya. Van conociendo al Buen Pastor que busca la oveja perdida. “Entretanto, la mujer, dejando allí su cántaro, se fue a la ciudad, y dijo a las gentes: “Venid y veréis un hombre que me ha dicho todo cuanto yo he hecho. ¿Será, quizás, éste el Cristo? Con eso salieron de la ciudad y vinieron a encontrarle”.
Un hereje de los primeros siglos, Heracleón, se fija en un pequeño detalle, que no consta en el Evangelio, pero que él lo pone así. Aquella mujer convertida ya, que buscaba el agua, el agua terrestre, y se ha encontrado con Cristo -que se le ha hecho así encontradizo, y a propósito del agua terrestre le ha infundido el deseo del agua superior-; esta mujer, dice Heracleón que cuando se fue a la ciudad, dejó su cántaro junto a la fuente. ¿Junto a la fuente para que el Señor se sirviese? Quizás; pero él lo interpreta en un sentido más espiritual que nos puede ser útil, en cuanto dejó el cántaro a los pies de Cristo. El cántaro dice este teólogo sería algo así como la parte superior de su alma: la mente. La mente que queda siempre en esta pobre samaritana, agradecida, a llenarse del agua de Cristo a los pies del Señor. Allí queda fija. Mientras sus pies corren, mientras va ella a anunciar y a predicar el evangelio, su mente ya no se separa del Corazón de Cristo; está allí, a los pies del Señor. Como el endemoniado de Gerasa, que estaba a los pies del Señor, allí, vestido, modesto, ordenado, también la samaritana dejaría el cántaro así a los pies. Ya no quería separarse de Cristo. ¡Qué corazón el de la samaritana! Estaría allí siempre… Pero fue a anunciarlo, fue a decirles que estaba el Mesías; porque -como decíamos-, siempre es el resultado de quien ha encontrado a Cristo, el deseo de comunicarlo a los demás.
Y entonces le instaban los discípulos diciendo: “Maestro, come. Y Él les dice: yo tengo para alimentarme un manjar que vosotros no sabéis”. Y se decían ellos unos a otros: “¿Le habrá traído alguno algo de comer?”. Ya decíamos ayer que los pobres apóstoles las cogían al vuelo. Jesús les dijo: “Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado y dar cumplimiento a su obra”. A esto está dedicado Cristo totalmente. Por eso Él se alimenta de este buscar las ovejas. Ese es su alimento, y esa es el agua que Él bebe: la sed de las almas, la salvación de las almas. Por eso en la cruz dirá la misma palabra: “Tengo sed”; sed de las almas; que tengan sed de mí.
“El hecho fue que muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por las palabras de la mujer que aseguraba: me ha dicho todo cuanto yo he hecho”. No tiene dificultad en confesar: me ha contado todas mis miserias; las sabe. “Y venidos a Él los samaritanos, le rogaron que se quedase allí. Y, en efecto, se detuvo dos días en aquella ciudad. Con lo que fueron muchos más los que creyeron en Él por haber oído sus discursos”. Cuando un alma llega a entablar su discurso con Cristo, Jesucristo la gana, la vence. Y entonces decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho, pues nosotros mismos hemos oído y hemos conocido que Éste es verdaderamente el Salvador del mundo”. “Salvador del mundo”: es una designación única, aquí, y en la primera carta de San Juan. Es la designación que se dio a José: “salvador del mundo”; allí, en Egipto; el José del pozo, cuya tumba, qué curioso, está a unos 200 metros de este pozo donde Jesús esperaba a la samaritana. Este es el verdadero Salvador del mundo. Y así, Jesús ganó a aquellas ovejas de Samaría.
Pues bien; esto mismo hace Jesucristo con nosotros. Y esto mismo nosotros, como enviados de Cristo, tenemos que hacerlo con las almas. Nuestra tarea debe ser, sobre todo, atender a las ovejas perdidas, descarriadas. Con mucha paciencia… con un camino áspero, cansados del camino; con una dedicación total a esto, como manjar nuestro que nos alimente, porque es contribuir a que venga el reino de Cristo. “Y ése es mi alimento -como tiene que ser el mío, como el del Señor-, ése es mi alimento: buscar hacer la voluntad del Padre y llevar a cabo su obra”.
Acabamos esta meditación orando y recordando con esta canción a esta mujer samaritana que nos representa a cada uno de nosotros
Oh Dios, que en el corazón de tu Hijo,
herido por nuestros pecados,
has depositado infinitos tesoros de caridad;
te pedimos que,
al rendirle el homenaje de nuestro amor,
le ofrezcamos una cumplida reparación.
Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén