Vida y obras de Santa Margarita Mª de Alacoque(XIX)

CARTAS

CARTA I

A LA M. MARÍA FRANCISCA DE SAUMAISE, DIJON

La Santa expresa a su antigua Superiora sus sentimientos de gratitud y afecto filial.— Ella es una pura cruz en el cuerpo y en el alma.—Amor al padecer

[Fin de junio de] 1678

¡Viva † Jesús! 

Mi muy Respetable y querida Madre:

Ni la mortificación que me produciría, ni la entrañable amistad que os profeso me consentirán privarme del dulce consuelo de escribiros y decir a Vuestra Caridad que siempre seré la misma en estimaros, puesto que sabéis bien que nuestro buen Maestro, que unió tan estrechamente mi corazón al vuestro, es el único que los puede separar. Y como no hallo palabras para expresaros el reconocimiento que tengo por vuestras bondades maternales, bastará que os diga que conservaré de ellas muy particular recuerdo delante de Nuestro Señor, a quien suplico os haga participante de sus más preciosas gracias y amorosas caricias en esta amable soledad, cuyas delicias comparto con vos.

Pero para deciros una palabra de aquellas con que su bondad me favorece al presente, no puedo expresarlo sino diciéndoos que me parece no ser yo más que una cruz en el cuerpo y en el alma, sin que pueda quejarme ni desear otro consuelo que el de no tener ninguno en este mundo y vivir escondida con Jesucristo crucificado, ignorada en mi sufrimiento, a fin de que ninguna otra criatura tenga compasión ni recuerdo de mí, sino para aumentar mi tormento. Me persuado, mi querida Madre, que, pues tomáis tanta parte en lo que a mí me importa, os regocijaréis y daréis gracias por ello a Nuestro Señor, que no tiene otra cosa más preciosa después de sí mismo, que su amor y su cruz. Por su misericordia me da parte en ella; porque de mí soy indignísima de don tan precioso, como también el que nos ha hecho en la persona de nuestra muy respetable Madre2, a quien estimo y aprecio más de lo que podría expresaros, y juntamente tengo en ella perfecta confianza por su caridad, que ya he experimentado muchas veces. Creo poder aseguraros que nuestro buen Dios cumplirá su promesa.

Yo se lo suplico con todo mi corazón, y que pueda recibir de ella toda la gloria que desea. Esta querida Madre es la que nos ha dicho que os escribamos en esta ocasión; pensaba hacerlo en otra diferente a causa de una ligera molestia y por juzgar estaréis ahora agobiada de cartas. Pero no os deis prisa a escribirme, porque no dudaré de vuestro afecto de cualquier modo que procedáis conmigo, que seré vuestra en el tiempo y en la eternidad en el amor sagrado de Jesús.

Sor Margarita María

¡Dios sea bendito!

 

 

CARTA II

A LA M. DE SAUMAISE, DIJON

Sentimientos de respetuoso afecto y agradecimiento.—Su único consuelo, sufrir, sobre todo humillaciones.

10 de julio de 1678

¡Viva † Jesús! 

Mi muy respetable Madre:

Deseo que el fuego sagrado consuma nuestros corazones sin obstáculo y haga de ellos tronos dignos de su amor. Tengo demasiada experiencia de vuestra bondad para creer de vos que mi silencio sea parte a haceros dudar de mi afecto y respetuosa amistad para con Vuestra Caridad. Me tenéis tan obligada de tantas maneras, que no puedo expresarlo con palabras; más que ellas, mi querida Madre, os lo dirá mi silencio.

Creo que ya sabréis la ocupación en que me ha puesto la obediencia. ¡Dios sea bendito en todas las cosas, puesto que nada puede estorbar el que seamos todas suyas! Sí, mi querida Madre, es muy bueno este Señor al manifestarse siempre tan bondadoso y misericordioso con su indigna esclava, no mirando a mis infidelidades y miserias, que os son harto conocidas. Ayudadme a darle gracias por ellas y por los otros beneficios; el más apreciado de los cuales para mí, después de Él mismo, es el inestimable tesoro de su Cruz, que me Acompaña a todas partes interior y exteriormente. Éste es el único consuelo que tengo en la prolongación de la vida, que no tiene para mí nada de amable más que el sufrir, sobre todo las preciosas humillaciones que nos proporcionan el olvido y desprecio de las criaturas. ¡Qué felices son las almas favorecidas así en el servicio del Señor! A Él le suplico cumpla en vos sus designios. No me olvido de vos delante de su bondad, ni tampoco de la muy respetable M. Boulier, de la cual conservo muy particular estima.

Os ruego encomendéis a Nuestro Señor a las señoritas de Bisfrand, que están muy afligidas por no tener noticias del R. P. de La Colombière.

No sé si os habréis olvidado de indicarnos en vuestras cartas lo que nos habéis prometido, o si no habéis juzgado oportuno hacerlo. De cualquier modo que procedáis conmigo, estaré siempre contenta y seré la misma para Vuestra Caridad. Estad persuadida de ello y creedme toda vuestra en el amor sagrado [de Jesús].

 

CARTA III

A LA M. DE SAUMAISE, DIJON

Jesús, tan amable en el Calvario como en el Tabor.

Mayo de 1679

¡Viva † Jesús! 

Os confieso, mi querida Madre, que recibí sumo consuelo por el placer que disteis al Señor abrazando su Cruz con alegría y sumisión4. Es verdad que Él la ha cubierto de rosas, temiendo que os causa espanto; pero no es esto lo que más debe regocijarnos, sino sentir las punzadas de las espinas que están ocultas debajo, porque entonces el Señor se complacerá en conformaros a Él, y os hará ver que no es menos amable en las amarguras del Calvario que en las dulzuras del Tabor.

 

CARTA IV

A LA H. LUISA ENRIQUETA DE SUDEILLES, MOULINS

Espiritual unión de oraciones y afectos.—Una Sociedad con el Divino Corazón.

[1679 o 1680]

¡Viva † Jesús! 

Mi respetable Hermana:

Ruego al Sagrado Corazón de Jesús quiera consumir los nuestros en los ardores de su santo amor, el cual, a lo que creo, os ha movido a proporcionar tan grande honor como el de conoceros, a una persona cuyas grandes miserias la fuerzan incesantemente a vivir desconocida y olvidada en todas las criaturas. Pero si la voluntad de nuestro soberano Dueño lo dispone de otro modo, tengo por singular favor de su bondad tener alguna parte en vuestro recuerdo delante de nuestra Señor, el cual hace que corresponda con afecto particular al que Vuestra Caridad me manifiesta, que ciertamente no merezco.

Mas Dios puede cuando quiere sacar gloria para sí de nuestras más insignificantes acciones, como espero ha de hacer ahora con ese deseo que os da de que formemos una especial comunidad de bienes. De mí os puedo decir que no sé hacer bien alguno; pero es Dios conmigo tan bueno, que me permite apropiarme el tesoro de los verdaderos pobres, que es el Sagrado Corazón de Jesús, cuya celestial riqueza puede remediar con exceso nuestra necesidad e indigencia. Con este preciosísimo bien podemos formar esta nuestra compañía, depositando en este Sagrado Corazón todo el bien que podamos hacer con su gracia para cambiarlo con el suyo, que ofreceremos al Padre Eterno en lugar de los nuestros.

He aquí, mi íntima Hermana, nuestra verdadera sociedad y nuestro delicioso retiro: el Corazón adorable de Jesús, en donde viviremos al abrigo de todas las tempestades y en el cual nos veremos y aprenderemos a conocernos. Os confieso que ya os hice allí algunas visitas, porque me parece que el amor os metió muy adentro. En cuanto a mí, es verdad que aspiro a esto; pero no tengo lo que se requiere para entrar, que es un corazón puro, vacío de todo deseo y afecto, humilde y abandonado enteramente al beneplácito del divino amor, que quiere ser su dueño absoluto para disponer de él a su gusto. A Él suplico que no permita le opongamos jamás la menor resistencia y que nuestra amistad sea toda en Él y para Él.

Espero, mi muy respetable Hermana, que me dispensaréis la libertad con que os hablo; no sé hablar de otra manera, sino diciendo sencillamente lo que pienso, que no es otra cosa que mi grande estima y afecto a Vuestra Caridad, de quien soy sin reserva en el amor sagrado, mi muy respetable Hermana, vuestra más humilde y obediente e indigna hermana y sierva en Nuestro Señor.

Hermana Margarita María Alacoque

De la Visitación de Santa María.

Sobre lo que Vuestra Caridad me dice que encomiende a Nuestro Señor, espero que Él será en esto tanto más glorificado, cuanto mayor fuere vuestra sumisión y resignación en este punto a su santísima voluntad, la cual quiere que nos despojemos de todo interés propio; debe bastarnos que Dios esté contento. Bien sé que vos no queréis nada más que esto, ni yo tampoco. Amemos, pues, al Señor, démoselo todo sin reserva. Por este mismo ardor os ruego encarecidamente, mi amadísima Hermana, que os desengañéis respecto a mí; no me creáis lo que no soy.

 

 

CARTA V

A LA M. DE SAUMAISE, MOULINS

Las gracias que recibe son también para otras personas.—Su único consuelo, ver reinar el Corazón del Salvador.

[Hacia 1680]

¡Viva † Jesús! 

Me temo, mi querida Madre, que por mis continuas resistencias, sea un obstáculo a la gloria del Sagrado Corazón. Me parece que Él me manifestó cuánto tendría que sufrir por este mismo amor, y que las gracias que había de hacerme no eran tanto para mí, como para las personas que Él me enviaría, a las cuales quería que respondiese con sencillez lo que Él me pusiese en el pensamiento, puesto que por su cuenta corría aplicar la unción de sus gracias con las cuales había de atraer muchos corazones a su amor. Esto [se me hace presente] en todas mis resistencias.

No os olvido delante del Señor. Él me quita la libertad de escribiros como querría; de tal suerte que cuando tomo la pluma no sé lo que he de escribir; así le dejo [hacer] y me abandono en sus manos. La vida es para mí una cruz tan pesada, que no encuentro en ella otro consuelo sino el de ver reinar el Corazón de mi adorable Salvador, que siempre me favorece con algunos sufrimientos extraordinarios cuando esta devoción tiene algún nuevo acrecentamiento. Pero no hay cosa que para esto no sufriera de buena gana. Todas las más amargas amarguras no son más que dulzura en este adorable Corazón, donde todo se trueca en amor.

Quisiera poder vengar en mí todas las injurias que se infieren a mi Salvador Jesucristo en el Santísimo Sacramento; siendo, como sabéis, toda vuestra en el sagrado Corazón de Jesús. Vuestra muy humilde y obediente hija.

Hermana Margarita María

¡Dios sea bendito!

 

 

CARTA VI

A LA M. DE SAUMAISE, MOULINS

Sentimientos de afectuosa amistad.—Malas noticias de la salud del P. de La Colombière.

 1680

Mi muy respetable Madre:

¡Viva Jesús!

Es para mí dulcísimo consuelo tener noticias vuestras, aunque me parece que el saber o no saber las otras me tiene sin cuidado. Pero vos sois siempre mi buena Madre, hacia la cual el Señor me da lo que no sé decir, como tampoco me es posible olvidaros en la presencia de Dios, a quien suplico cumpla en nosotras todos sus designios. Y que haga lo mismo con la señora de N., a quien tenemos ahora en casa con ánimo de ser religiosa, por el ardiente deseo que tiene de cumplir la voluntad de Dios. La recomiendo a vuestras santas oraciones, con el R. de La Colombière, del que nos pedís noticias. No se ha repuesto del todo en su salud, según dice a la señora de L …, porque yo por mi parte no he recibido carta suya. No es que me haya dado yo el honor de escribirle, sino que a él no le ha parecido conveniente responderme. Pero de cualquier modo que me trate estoy muy satisfecha, porque sé que ni él ni yo queremos otra cosa que la voluntad de Dios a la cual estoy muy sumisa. Esto es lo que puedo decir de él por ahora.

Respecto a las comuniones, haré por obediencia lo que Vuestra Caridad desea; y querría poder manifestar el sumo interés con que miro vuestras cosas en lo que se refiere a los intereses del Señor, que bien sé yo queréis sobre todo lo demás.

Volvió a Francia el P. de La Colombière a principios de 1079, viendo con grande pena que se le escapaba de las manos la palma del martirio. Pero por una muerte lenta y diaria, el confesor de la fe acabó de fabricarse la corona de gloria; fue debilitándose hasta 1682. Durante los tres años que precedieron a su muerte, sus Superiores le dieron en Lyon un empleo compatible con el agotamiento de sus fuerzas: la dirección espiritual de los jóvenes escolares de la Compañía. Desde esta residencia escribía de vez en cuando a algunas de sus hijas espirituales de Paray.

Dejo a las otras el consuelo de daros noticias, porque yo no lo sé hacer; pero rogad al Señor que me haga digna de cumplir en todo su voluntad, y que le podamos amar sobre todas las cosas. En este amor soy toda vuestra.

 

 

CARTA VII

A LA H. LUISA ENRIQUETA DE SOUDEILLES, MOULINS

Con qué íntimos y delicados lazos une a los suyos el amantísimo Corazón.—La exhorta en su cargo de Maestra de novicias.—«El amor divino no sufre mezcla de cosa alguna».

¡Viva Jesús!

Mi respetable y amadísima Hermana:

De nuestro Monasterio de Paray, 6 de junio de 1680

Ruego a este divino espíritu de amor quiera llenar vuestra querida alma de sus más preciosos favores y nuestros corazones de su divino fuego, a fin de que no procedamos en nada, más que por el impulso que Él nos dé. Muy grande me lo daría Nuestro Señor para corresponder a vuestra delicada bondad, mi amadísima Hermana, si mi indignidad no me redujera a un continuo desprecio de mí misma, pues no puedo comprender cómo hay quien se acuerde de una criatura tan ruin, que sin embargo os ama en el Sagrado Corazón de Jesús más de lo que con palabras podría deciros. Pero como en nada puedo serviros, creía que ya no pensabais en mí, aunque yo no me olvido de vos en la presencia del Señor, a quien me vienen ganas de quejarme de que todos los días vengáis desde tan lejos a visitarme entre las dos elevaciones de la Santa Misa; os hallo presente en mi alma, y después de haber dicho juntas a nuestro divino Maestro lo que deseáis, os retiráis suavemente, al mismo tiempo que me decís como en la carta; «no se me enfade».

Pero ¿cómo iba a poder enfadarme con mi amadísima Hermana? Porque sabéis ganar tan bien los corazones, que si yo no estuviera persuadida de que es para llevarlos al Señor, verdaderamente le rogaría que me librara de vos. Pero no hay que temer cosa ninguna en esta unión de nuestros corazones, pues que el autor de ella es el Señor. ¡Sea Él siempre glorificado!

A su bondad he recomendado encarecidamente esta querida Hermana de quien Vuestra Caridad me habla. No tengáis pena, porque espero que si se lo pedís a nuestro soberano Dueño, no permitirá que arraigue en su huerto, la santa religión, esta planta, si el Padre celestial no la hubiera plantado. Es verdad que el cargo de guiar las almas a Dios es más de temer de lo que se puede decir, por su misma importancia; pero ¿a qué temer, cuando quien os ha impuesto esa carga es todopoderoso para hacer que procedáis en todo según su santa voluntad, la cual jamás encontrará resistencia en nosotras, sea como sea el modo con que se sirva disponerlo?

Mas es preciso darlo todo para tenerlo todo; el amor divino no sufre mezcla de cosa alguna. Interesaos, pues, por mí en este asunto; puesto que Vuestra Caridad me honra con su amistad, que sea para procurarme el amor de mi Dios, por vuestras santas oraciones. Visitémonos con frecuencia, querida Hermana, para este efecto, en el Sagrado Corazón de Jesucristo, y cuando no me encontréis, importunadle hasta que su misericordia me coloque en él; y allí tendremos sin temor nuestras conferencias espirituales e íntimas comúnicaciones de nuestra verdadera dilección por este adorable Corazón, en el que soy con respeto Vuestra muy humilde e indignísima Hermana y sierva, Hermana M. Margarita.

De la Visitación de Santa María.

Nuestras queridas Hermanas, María Amada y de Lyonne, os saludan con mucho respeto y grande afecto. — Me he equivocado, es a vuestra respetable Madre (de Saumaise) a quien dirigen estos saludos.

Adiós, mi amable hermana: me parecería no haberos dicho nada si la Cruz de nuestro [Señor] no tuviera algún lugar en nuestra conversación. ¡Oh, qué dichosa seréis si la sabéis llevar como conviene, quererla y acariciarla por amor de Aquel que la ha amado tanto por nuestro amor, que quiso morir en sus brazos! No tengamos, pues, otro estudio que el de amar y sufrir en este amor; y cuando hubiéremos adquirido esta ciencia con toda perfección, sabremos y haremos todo lo que Dios quiere de nosotros.

 

 

CARTA VIII

A LA M. DE SAUMAISE, MOULINS

Admirables sentimientos de profunda humildad.— «El inapreciable tesoro de su Cruz».—Gracias por un regalillo.

1680

Mi respetable Madre:

¡Viva Jesús!

Imposible sería negar más tiempo a mi corazón la dulce satisfacción que tiene en conversar con Vuestra Caridad, que me asegura que Nuestro Señor lo quiere; y yo no lo dudo, pues os obliga a continuar usando conmigo de la misma bondad y caridad que tuvisteis siempre, desde que me cupo la dicha de ser vuestra indigna hija, que quisiera dar gusto al deseo de vuestro corazón maternal de saber noticias mías.

Nunca, como ahora, manifestó mi Dios tanta misericordia y amor para conmigo; pero por mi parte nunca fui tan ingrata, infiel y mala, pues no soy más que una mezcla de orgullo y de malicia, que se opone continuamente a su bondad con las resistencias a su voluntad y con la frialdad a su amor, que me hace tan floja a su santo servicio, que tengo horror de mí misma, cuando considero la vida que llevo, que es toda sensual y llena de pecados. ¡Dios mío, mi querida Madre, cuánta necesidad tengo de vuestras oraciones, para conseguir que la bondad divina no se canse de esperarme a penitencia; pero sobre todo que no me prive de amarle por toda la eternidad por no haberle amado en el tiempo! Este es el riguroso castigo que temo; todo lo demás no hace ninguna impresión en mi espíritu.

Pero qué bueno es Dios, mi querida Madre; porque aunque mi vida le ofenda tanto, no me priva del inapreciable tesoro de su Cruz. Y aunque la llevo en calidad de criminal, ella es, sin embargo, la que endulza la prolongación de mi destierro, en el que no puede haber para mí otro contento que amar a Dios y sufrir por este amor. Pero, ¡ah, qué haría yo si la cruz se alejara de mí, pues ella es la que me hace esperar en su misericordia! Ella es todo mi tesoro en el adorable Corazón de Jesucristo; en ese Corazón tengo con la cruz todo mi placer, mis delicias y mi gozo.

¡Mas si supierais el mal uso que de ella hago, sobre todo de estas queridas humillaciones y abyecciones, acompañadas de opresiones y angustias de toda clase! Y me parece que mi alma algunas veces está reducida al extremo de la agonía, no obstante el gusto que experimenta en nadar en este océano de amargura que considero como las más dulces caricias de nuestro divino Esposo; por lo cual me reconozco indigna de estos inestimables favores. Pedidle que sepa aprovecharme de ellos en adelante, guardándome de poner obstáculos al divino querer. Tengo necesidad de su fortaleza para soportarme a mí misma.

[Os ruego me perdonéis si mi amor propio me hace buscar este pequeño consuelo al lado de mi buena Madre, que perdonará la molestia que le ocasiona aquella que no la olvida en la presencia de nuestro soberano Señor. ¡Qué necesidad tengo de su fortaleza para sostenerme! Encomiendo a vuestras oraciones a la pobre Hermana N…; el enemigo levanta contra ella rudos combates. Ojalá Dios la saque victoriosa, así como también a nuestra querida Hermana N …, dos almas buenas a quienes me hace Nuestro Señor la gracia de querer más cada día, así como a Vuestra Caridad, mi amadísima Madre. Quisiera poderos manifestar el reconocimiento que en mi corazón guardaré siempre para vos; si llego a morir sin pagaros lo que os debo, será porque en vida no pude hacer más. Por lo demás, os doy gracias por las lindas tijeras que he recibido de Vuestra Caridad; las llevo por amor vuestro, aunque son demasiado buenas para mí. Yo os ruego que creáis que no hay nadie en el mundo que sea de Vuestra Caridad con más respeto y afecto en el sagrado Corazón de Jesucristo.]

Una palabrita a vuestra indigna hija, como Dios os inspirare, mi querida Madre. Yo no sé decir nada a los que amo, si no les hablo de la Cruz de Jesucristo; y cuando me preguntan las gracias que Nuestro Señor me hace a mí, indigna pecadora, no sabría hablar sino de la felicidad que hay en sufrir con Jesucristo; porque no veo nada más digno de estima que sufrir por su amor, en el que soy toda vuestra.

CARTA IX

A LA M. DE SAUMAISE, MOULINS

Milagrosa curación.—La única dulzura de su vida, la Cruz.—Ardiente súplica de que queme todas sus cartas.

 10 de julio de 1680

¡Viva Jesús!

Os confieso, mi respetable Madre, que cumplo con gusto la orden que la nuestra muy querida nos ha dado de comunicaros noticias sobre el estado de mi salud. Os diré que Nuestro Señor, el día de la fiesta del Santísimo Sacramento, me hizo la misericordia de sacarme de repente de la excesiva debilidad a que estaba reducida, porque después de la sagrada Comunión me encontré con tantas fuerzas y salud como antes de haber guardado cama, donde estaba hacía un mes, y desde entonces he tenido la dicha de seguir el orden de la Comunidad(Esta curación es un hecho notable en la vida de la Santa, completamente averiguado).

He querido deciros esto, mi querida Madre, para moveros a reparar mis ingratitudes, que son mayores que nunca para con nuestro buen Dios, cuyo proceder es tan lleno de amor y de dulzura con una criatura tan indigna y que tanto le ha ofendido, que confieso que no haría más que tratarme muy justamente si me abandonase a todos los rigores de su divina justicia; pero todavía quiere darme algún tiempo para ejercitar la caridad de nuestras Hermanas y proporcionarme ocasión de llorar mis pecados y comenzar de nuevo a sufrir, si se puede llamar sufrimiento la felicidad de participar de la Cruz del Salvador.

¡Ah, qué precioso es para mí el estado de enfermedad y humillación!; porque creo que nada hay que me sea más útil y necesario; esto es lo que me endulza la duración de la vida en medio del deseo que me persigue constantemente de salir de ella. Bien es verdad que yo la acepto por todo el tiempo que plazca a mi Soberano Dueño, no queriendo nada, sino que se haga en todo su santa voluntad, que no es menos amable en la aflicción que en la consolación.

¡Cuán grande lo sería para mí, mi querida Madre, el que me volvieseis a prometer lo que ya me asegurasteis!: que quemaríais mis cartas, de suerte que jamás nadie vea ni sepa de dónde han salido, porque no deseo menos ardientemente quedar sepultada en el desprecio y olvido después de mi muerte que durante mi vida; y me fío tanto de vuestra amistad, que no podría creer me rehusaseis este favor, lo mismo que el de persuadirme de nuestra unión en el Sagrado Corazón de nuestro adorable Jesús, a quien suplico continúe haciéndonos esta gracia en la eternidad; y si yo os olvidara delante de su divina bondad, sería preciso que me olvidase de lo que me es más querido. Os digo como a mi buena Madre, que tengo al presente suma necesidad de vuestras oraciones, a fin de que me obtengan la fortaleza para llevar a cabo el perfeccionamiento de los designios de Dios sobre mí, que soy en los Sagrados Corazones de Jesús y María, vuestra

CARTA X

A LA M. DE SAUMAISE, MOULINS

Liberalidades de su Soberano Dueño.—El Señor quiere al P. de La Colombière en la Cruz.—No otro contento que el de no tener ninguno.

¡Viva Jesús! 

[Noviembre de] 1680

Vos sois siempre la querida Madre de mi corazón que os ama en el de nuestro amable Salvador, con todo el afecto de que es capaz. Estoy persuadida de que no dudáis de esto, puesto que no tengo secreto para vos, y os descubro con gusto singular las misericordias de nuestro Soberano Dueño con la más ingrata de todas las criaturas. Sus liberalidades conmigo son tan grandes, que me es imposible manifestárselas a Vuestra Caridad. Os diré, sin embargo, que se porta conmigo como un padre lleno de amorosa ternura que guía a su hijito, sobre todo durante mis ejercicios, pues parecía complacerse en colmarme de dulzuras. Pero no podía decidirme a gustarlas en esta vida, pues no encuentro en ella contento, sino en el que Él tiene en hacernos bien, puesto que las cruces, desprecios, dolores y aflicciones, son los verdaderos tesoros de los amantes de Jesucristo crucificado.

Rogadle, mi querida Madre, que no me deje un momento sin este contento en el cumplimiento de su santa voluntad, que se manifiesta en los padecimientos del P. de La Colombière; porque habiéndole encomendado una vez a su bondad, me dijo: «Que el siervo no era más que el Señor, y que nada había tan provechoso para él como la conformidad con su querido Maestro. Y aunque, según el parecer humano, parecía más gloria de Dios que gozase de salud, débansela mucho mayor sus padecimientos, porque hay para cada cosa su tiempo. Hay tiempo para sufrir y tiempo para trabajar, tiempo para sembrar y tiempo para regar y cultivar».

Esto es lo que él hace al presente, porque el Señor tiene gusto en dar precio inestimable a sus sufrimientos por la unión con los suyos propios, para derramarlos después como un rocío celestial sobre esta semilla que Él ha sembrado en tantos lugares y para hacerla crecer y fructificar en su santo amor. Sometámonos, pues, mi querida Madre, a las órdenes de nuestro Soberano y confesemos, a pesar de parecernos las cosas ásperas y molestas, que es bueno y justo en todo lo que hace, y que merece en todo tiempo alabanza y amor.

¡Si supierais cuánto me insta a amarle con un amor de conformidad a su vida dolorosa! Y como me quiere en continuos actos de sacrificio, me ofrece Él los medios para ello en la ocupación en que me ha puesto, en donde veo con gusto que cada acción es para mí un nuevo sacrificio, por la repugnancia que me hace la gracia de sentir en ella, y que tanto contento da a este Espíritu, dueño del mío, que me obliga con frecuencia a decir, a pesar de todas las oposiciones naturales, que es bueno caminar por la fuerza de su amor en sentido contrario a nuestras inclinaciones, sin otro placer ni contento sino el de no tener ninguno, puesto que nos debe bastar que nuestro buen Dios reciba contento del modo y forma que a Él le agrade.

Mayor sería mi gozo, si en vez de escribiros pudiera hablaros; hasta creo que de palabra os manifestaría mejor los sentimientos de mi corazón, que recibe mucho consuelo con la lectura de vuestras cartas; y aunque estoy muy contenta de que no se piense más en mí, me parece sin embargo que Nuestro Señor quiere que vos penséis y que yo nunca os olvide. Por el amor del Sagrado Corazón ved algunas veces el billetito que guardáis, porque Él tiene gusto en ello.

¡Cuán obligada os quedaría, mi buena Madre, si me hicieseis el favor de quemar todo lo que tenéis mío! Hagamos todo lo que nos sea posible para procurar honor y amor al Sagrado Corazón de nuestro Esposo, que me hace siempre toda vuestra en su santa dilección.