CARTAS (IV)
CARTA XXVIII
A LA M. SOUDEILLES, MOULINS
Sentimientos de amistad y de profunda humildad.—Si queréis llegar a la perfección, haced al Sagrado Corazón el completo sacrificio de vos misma.—Cuándo y cómo.
¡Viva † Jesús!
De nuestro Monasterio de Paray 3 de noviembre de 1684
Bendito y amado sea eternamente el Señor, mi respetable y muy querida Madre, que no ha permitido que tuviéramos antes el consuelo de responder a vuestra carta. Esto no impide que os haya colocado en mi mezquino corazón, de suerte que rara vez os olvido en su santa presencia, aunque os confieso que quizás soy yo la causa de que acaso no haga sentir a vuestra querida alma los efectos de su santo amor, a medida de vuestros deseos. Pues, ¡ay de mí! mi querida Madre, la verdad es que yo no soy más que un obstáculo para el bien y un compuesto de miserias en el cuerpo y en el espíritu. El sostén de mi debilidad es que el Señor se complace en glorificar su infinita misericordia en las personas más miserables.
Pero volviendo a Vuestra Caridad, os diré sencillamente, como a una verdadera amiga en el adorable Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, que cuando le ruego por vos, me ocurre esta idea: que si deseáis vivir toda para Él y llegar a la perfección que desea de vos, debéis hacer a su Sagrado Corazón el completo sacrificio de vos misma y de todo lo que de vos depende, sin reserva alguna, para no querer ya nada más que por la voluntad de este amable Corazón. No debemos aficionarnos a nada más que según sus mismas aficiones, ni obrar más que por sus luces, ni emprender nunca nada, sin pedirle antes su consejo y ayuda, debiéndole la gloria de todo e incluso rindiéndole acciones de gracias, así en los fracasos como en los éxitos de nuestras empresas; permaneciendo siempre contentas sin turbarnos por nada; pues con tal de que este Divino Corazón esté contento y sea amado y glorificado, debemos darnos por satisfechas.
Si deseáis ser del número de sus amigas, le ofreceréis, pues, este sacrificio de vos misma, un Primer Viernes de mes, después de la Comunión que haréis con esta intención, consagrándoos toda a Él para rendirle y procurarle todo el amor, el honor y la gloria que podáis; y todo esto en la forma que Él os inspire. Después de lo cual ya no os consideraréis más que como una cosa que pertenece y depende del adorable Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, recurriendo a Él en todas vuestras necesidades y estableciendo allí vuestra morada cuanto os fuera posible. Él reparará lo que pueda haber de imperfecto en vuestras acciones y santificará las buenas, si os unís en todo a sus designios, que los tiene muy grandes respecto a vos, para procurarse mucha gloria por vuestro medio, si le dejáis obrar a Él.
Pero perdonad, mi querida Madre, a esta orgullosa que con tanta libertad os dice sus pensamientos. No os enojéis, puesto que todo ello no proviene más que de un corazón que tiene para con Vuestra Caridad toda la amistad, estima y respeto posibles, pero a quien no le agrada que Vuestra Caridad piense tan a menudo que la olvido. ¿Puede olvidarse lo que nuestro Señor nos ha hecho querer tanto?
Abandonad, pues, esta idea, y conservad siempre buena memoria de la que es toda vuestra en el amor del Sagrado Corazón, que une y transforma los nuestros en Él por el tiempo y por la eternidad.
CARTA XXIX
A LA M. DE SAUMAISE, DIJON
Dulces recuerdos de la fiesta de San Juan Evangelista.—Satanás quedará confundido y el Divino Corazón reinará.
Mi querida Madre:
¡Viva † Jesús!
[Enero] 1685
¡Qué felices somos con la gracia que el Sagrado Corazón nos hace al ocuparnos en darle a conocer y hacerle amar! Me parece que hubiera debido abismarme de confusión y gratitud, cuando el día de la fiesta del amado de nuestro muy Amado (27 de diciembre de 1684) vine a recordar que en semejante día fue cuando tuve la incomparable dicha de reposar en el seno de este divino Esposo, del que soy tan indigna, con su discípulo amado y cuando me dio su Corazón, su Cruz y su Amor: Su Corazón para ser mi asilo, mi recurso en todas mis necesidades y el cielo de mi descanso en medio de las borrascas de este mar, en donde la Cruz debe ser mi trono de gloria, en el cual únicamente debo regocijarme, puesto que nada bueno hay para mí fuera de Jesús, su Amor y su Cruz; además de su santo amor para purificarme, consumirme y transformarme en Él.
Pero, ¡Dios mío!, mi querida Madre, ¡qué mal he correspondido a tan grandes gracias que debían santificarme, y, sin embargo, quizás no sirven más que para mi condenación! Todo lo espero de la bondad de ese caritativo Corazón [sobre todo si tengo la ayuda de vuestras oraciones, en las que me lisonjeo de tener parte y también de que vuestro corazón continuará prodigándome la bondad que siempre me ha demostrado].
¡Qué contenta moriría si pudiera conseguir que la Santa Sede autorizase la Misa de ese adorable Corazón!
De todos modos, me contento con el beneplácito divino, al que sacrifico todos mis deseos y gustos. Valor, pues, mi amada Madre, no desistáis por muchas dificultades que puedan oponerse, pues espero que venceremos. Satanás quedará confundido y este Divino Corazón establecerá su reinado y su imperio a pesar del enemigo. Mucho me regocija el ardiente celo que tenéis en darle a conocer y hacerle amar. Esto es todo lo que deseo y lo que puede causarme placer en esta vida de miserias, donde todo me aflige y atormenta, etc.
Siete años después de su tránsito permitió Inocencio XII a las Hijas de la Visitación celebrar, en honor del Sagrado Corazón, la Misa de las cinco llagas. Clemente XIII concedió, en 1765, 1a Misa y Oficio propio con algunas limitaciones. Por fin, Pío IX extendió, el 23 de agosto de 1856, la fiesta a toda la Iglesia Universal. La primera Misa propia del Sagrado Corazón de Jesús fue compuesta por la H. Joly y aprobada únicamente por el Vicario General de la Diócesis de Langrés. La celebraron, por primera vez, en el Monasterio de Dijon la Octava de San Francisco de Sales, Primer Viernes, 4 de febrero de 1689 (véase Hamon, Vie de Sainte Marguerite, 414-418). La Santa evangelista del Divino Corazón († 17 de octubre de 1690), pudo saber de esta primera Misa diocesana, pero no de la Misa propia y universal con que ella soñaba.
CARTA XXX
A LA M. DE SAUMAISE, DIJON
¿Cómo es posible dejar de amar a este Señor tan lleno de amor?—Todo lo demás es perder el tiempo.—Cuál es la única ocupación de Margarita.
¡Viva † Jesús!
1685
[Yo no sé, mi muy querida y amadísima Madre, si al Señor agradará el sacrifico que le he hecho, privándome durante tan largo tiempo del consuelo de escribiros, puesto que tan a menudo me he visto a punto de sucumbir a la tentación de hacerlo. Os confieso, mi buena Madre, que mi pobre corazón os ama y os estima en el de Jesucristo más de lo que pueda expresaros, así como el deseo que tengo de daros pruebas de ello. Pero no soy rica más que de buena voluntad, la que me hace desearos la plenitud de gracias del Señor para cumplir, en todo, su santa voluntad, consumando todos los designios que sobre vos tiene.]¡Oh, mi querida Madre, qué bueno es amar a este Señor tan lleno de amor! Y por poco que haga entender a un corazón cuán bueno y amable es, ¿cómo es posible que ese corazón pueda dejar de amarle y dejarlo todo para abandonarse a la fuerza de este amor? Confieso que nunca he sentido tan apremiantes deseos de amarle, que quedan con todo sin efecto, porque este maldito amor propio todo lo echa a perder. Es preciso, sin embargo, amar a este único amor de nuestros corazones, cueste lo que cueste, puesto que nuestra dicha y felicidad consisten en este amor; y me parece que cualquier otro pensamiento y ocupación no es más que perder tiempo, cuya importancia nunca comprendí mejor que ahora.
[Después de la muerte de nuestra querida Hermana N.] me parece que cada momento va a ser el de mi muerte y que he perdido todos los de mi vida, pues todavía no he empezado a amar a mi Dios.¡Ah!, mi querida Madre, cuánto me hace sufrir esto, y qué cansada estoy de servir a este cuerpo miserable, que es mi más cruel enemigo, que me hace una guerra continua. Si pudiera descubriros todas mis infidelidades e ingratitudes [estoy segura que por compasión no me negaríais el socorro de vuestras oraciones, para que yo corresponda a los movimientos de la gracia del Señor, cuyo Sagrado Corazón es siempre tan liberal, que yo no me considero más que como un compuesto de sus misericordias].
Os confieso que este amable Corazón constituye ahora toda mi ocupación, bien sea en la oración o fuera de ella14. He encontrado en Él un paraíso de paz que me hace indiferente a todo lo demás, que me parece despreciable en comparación de Él.
Mi más dulce placer sería hablaros con el corazón en la mano, pero en esta vida de privaciones no debemos desear más placer que no tener ninguno, por Amor de Aquél que ha querido carecer de ellos durante todo el tiempo de su vida paciente, por nuestro amor.14 Desde fines del año precedente, 1684, tenía la Santa, descargada ya del cargo de asistente por la M. Melin, el de Directora del Noviciado. Pero esta finísima amante del amante Corazón, convertía todos sus cargos, y más ahora el de las novicias, en un continuo ejercicio de amor apostólico al mismo. ¡Precioso modelo para los genuinos devotos del Sagrado Corazón de Jesús!
[Quedo en su Corazón amante con el mayor afecto de que el mío es capaz, toda vuestra.]CARTA XXXI
A LA M. DE SAUMAISE, EN DIJON, O A LA M. GREYFIÉ, EN SEMUR
Notables revelaciones acerca de algunas almas del Purgatorio.— Pide sufragios por ellas.— «Con tal de que yo le ame, esto me basta».
¡Viva † Jesús!
20 de abril de 1685
Mi muy querida Madre:
En este santo tiempo de las visitas amorosas de nuestro divino Maestro (eran Pascuas de Resurrección) es cuando ruego a su Sagrado Corazón que consuma los nuestros en el fuego de su amor, no solamente en el tiempo sino también en la eternidad. Y con la confianza que tengo en vuestra amista, no pongo dificultad en abriros mi corazón, para implorar vuestra ayuda en una cosa que me causa mucha pena.
Se trata de nuestra pobre Hermana J. F., la cual me parece que se ha dirigido a mí dos veces. En la primera me dijo varias particularidades que se referían a ella y a algunas otras personas que no puedo nombrar, pero en lo que a ella se refiere dijo: que poco faltó para que se perdiese, y que no debe su salvación más que a la Santísima Virgen, y que durante su agonía, Satanás le dio tan furiosos asaltos, por tres veces, que estuvo algún tiempo sin saber si se condenaba o se salvaba, hasta que la Santísima Virgen vino a arrancarla de las garras del demonio, y Dios permitió que yo ayudara a cuidarla por estar enferma la ayudante de la enfermería. Os hubiera inspirado lástima, porque se veía las penas horrorosas que sufría; todo su cuerpo temblaba. Por tres veces se arrojó de la cama y una vez se la oyó decir: «Estoy perdida», pero tenía siempre su pensamiento atento y fijo en Dios.
La primera vez que la vi después de su muerte, me dijo: «¡Ah, qué penas tan crueles sufro, y qué largos se harán cinco años en tan rigurosos tormentos!»
Yo le pregunté qué deseaba; y me pidió Misas y varias otras cosas que nuestra respetable Madre ha cumplido caritativamente. Le ofrecí por seis meses todo cuanto hiciera y padeciera, y desde entonces, os confieso que no me han faltado sufrimientos, habiéndome dado Nuestro Señor tantos como podía soportar y de todas clases, pues incluso tuve durante ese tiempo un dedo malo: era el principio de Cuaresma (que había comenzado el 7 de marzo), y me lo tuvieron que sajar hasta el hueso con la navaja y aún no está curado. Pero bendito sea el Señor, que me hace la gracia de favorecerme con su cruz, que es mi gloria.
La segunda vez, esta buena Hermana me hizo ver el lastimoso estado en que se encontraba, diciendo: ¡Oh, Hermana mía, qué tormentos tan rigurosos sufro! Y aunque padezca por varias cosas, hay tres que me hacen sufrir más que todo lo demás:
La primera es el voto de obediencia que he observado tan mal, pues no obedecía más que en aquello que me agradaba: y semejantes obediencias no sirven más que de condenación delante de Dios.
La segunda es el voto de pobreza, pues no quería que nada me faltase, proporcionando varios alivios a mi cuerpo. ¡Ah, qué caro pago ahora las caricias excesivas que le he hecho, y qué odiosas son a los ojos de Dios las religiosas que quieren tener más de lo que es verdaderamente necesario y que no son completamente pobres!
La tercera cosa es la falta de caridad y por haber sido causa de desunión, y haberla tenido con las otras; y por esto, las oraciones que aquí se hacen no se me aplican y el Sagrado Corazón de Jesucristo me ve sufrir sin compasión, porque yo no la tuve de aquellos a quienes veía sufrir.
Me dijo que me dirigiera a vos, para rogaros que le procurarais tres Misas, el Rosario durante nueve días y todas las prácticas de observancia y una Comunión, diciendo que todo eso endulzaría mucho sus trabajos y que no sería ingrata. Esto es, mi querida Madre, todo cuanto puedo deciros.
En cuanto a nuestra pobre Hermana M. F., creo que no le quedan más que seis meses de Purgatorio y después gozará del Soberano Bien.
Respecto a lo que Vuestra Caridad nos pregunta sobre la difunta y buena M. Boullier, ya no necesita nada, me parece, y la creo bien alta en la gloria y en el lugar de esos serafines destinados a rendir perpetuo homenaje al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo para reparar las acerbas amarguras que ha sufrido y sufre todavía en el Santísimo Sacramento por la ingratitud y frialdad de los nuestros. Todo lo que puedo deciros es que tiene mucho poder para ayudaros.
¡Ah, mi buena Madre!, ¡cuán obligada os quedaría si me ayudarais a aliviar a mis buenas amigas pacientes del Purgatorio!; pues así es como llamo yo a esas pobres
almas, por cuyo alivio no hay nada que no quisiera hacer y sufrir. Os aseguro que no son ingratas.
Para deciros una palabra de mí misma, os diré que el Señor me concede siempre muchas gracias, por indigna que sea; de las cuales, la que más aprecio es la conformidad a su vida paciente y humillada. Me tiene en un estado de indiferencia a su divino beneplácito, tan grande, que ya no me preocupa cualquiera que sea el estado en que me ponga. Con tal que Él esté satisfecho y que yo le ame, esto me basta. Y he aquí la ocupación que ha dado a mi espíritu:
«la Cruz es mi gloria, el amor a ella me conduce, el amor me posee, sólo el amor me basta».
Os suplico que, una vez leída esta carta, la queméis y que nadie la vea sino vos.
No sé si me engaño en todo esto que os digo aquí; ruego al Señor que os lo haga comprender. Bien sé yo que no pudieron ser sueños míos, porque ni dormía ni siquiera estaba acostada; mas con todo, desconfío de mí misma.
CARTA XXXII
A LA M. DE SOUDEILLES, MOULINS
Sentimientos afectuosos.—La anima a alegrarse de nuevo con la cruz del Superiorato.
¡Viva † Jesús!
De nuestro Monasterio de Paray,30 de junio de 1685
Yo creía, mi respetable Madre, que Vuestra Caridad me había olvidado por completo; pero vuestra bondad me hace ver lo contrario por la carta a nuestra querida H. María Ana Cordier16. Debéis estar persuadida de que Nuestro Señor me ha inspirado tan fuerte inclinación a amaros y estimaros en su Sagrado Corazón, que no os olvidaré jamás en su divina presencia, aun cuando me hubierais borrado por completo de vuestra memoria, como indigna de ocupar ningún lugar.
Me he enterado con gusto de vuestra reelección. No veo, mi muy querida Madre, que haya motivo para afligiros tanto, puesto que es la voluntad de Dios, cuyo brazo no se ha abreviado, ni su poder disminuido para sosteneros en lo futuro como lo ha hecho en lo pasado. ¿Y qué tenéis, pues, que temer puesto que no pide más que vuestra confianza en su bondad, para haceros experimentar la dulzura y fuerza de su socorro en vuestras necesidades, pero siempre a la medida de vuestra confianza?
La mía está en que Vuestra Caridad me consiga con sus santas oraciones el perdón del mal uso que he hecho hasta ahora de mi santa vocación y la gracia de corresponder con fidelidad a ella y a todo lo que pida de mí; y puedo aseguraros que si no fuera tan mala como soy, experimentaríais el efecto de mis oraciones. Pero, ¡ay de mí!, éstas son demasiado frías para llegar hasta el manantial del amor, donde deseo estéis toda abismada y consumida, para no cesar jamás de amarlo con toda la capacidad de nuestros corazones. Con todo el mío soy toda vuestra con el más sincero respeto.
Sor M. María de L. V. D. S. M
CARTA XXXIII
A LA M. LUISA ENRIQUETA DE SOUDEILLES, MOULINS
Si nos consagramos al Divino Corazón, Él se cuida de nosotros.—Los tres elementos: el sufrimiento, la humildad y la unidad.
¡Viva † Jesús!
De nuestro Monasterio de Paray,17 de agosto de 1685
No puedo explicaros, mi respetable Madre, el placer que he tenido cuando, al leer vuestra carta, he visto el deseo que Vuestra Caridad demuestra de ser toda del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, pues me parece que por ahí es por donde aseguraremos nuestra salvación, que tan comprometida está en esta vida miserable y llena de corrupción. Pero cuando nos hemos consagrado y dedicado por completo a este Corazón adorable, para honrarle y amarle con todos nuestros medios, abandonándonos del todo a Él, Él se cuida de nosotros y nos hace arribar al puerto de salvación, a pesar de las borrascas.
¡Ay!, mi querida Madre, rogad al Señor que yo pueda llegar al mío, para no verme privada de amarle eternamente. ¡Ah, que más bien me agobie aquí abajo con toda suerte de tormentos, antes que privarme de un solo momento de amarle! Sí, yo le quiero amar por mucho que pueda costarme, y deseo que le améis con tanto ardor que vuestro corazón llegue a consumirse. Y puesto que el que ama tiene todo poder, amemos, pues, y nada nos parecerá difícil.
Pero este amor no reina más que en el sufrimiento y no triunfa sino en la verdadera humildad, ni se puede gozar de él más que en la unidad. En el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo es donde la encontraremos; ayudémonos la una a la otra para llegar a Él. Vuestra Caridad puede estar segura que no la olvidaré ante Él, pues me ha dado una inclinación muy particular para amaros y estimaros en Él. Todo por su gloria y amor, en el cual soy toda vuestra de corazón y con el mayor afecto.
Sor MargaritaMaría, de la Visitación de Sta. M.
CARTA XXXIV
BILLETE ENTREGADO POR LA SANTA A LA H. MARÍA MAGDALENA DE ESCURES, RELIGIOSA DE LA COMUNIDAD DE PARAY
Revelación acerca de la H. Francisca Rosalía Verchère.—Castigo por quitarle la santa Comunión de los Primeros Viernes.—Bajísimo concepto de sí misma.
¡Viva † Jesús!
[Hacia fines de agosto de 1685]
No extrañéis que me dirija a vos como a mi querida amiga en el Sagrado Corazón de Jesucristo, el cual quiere que lo haga así para deciros la pena tan grande que tengo con motivo de mi hermana. Y es que esta mañana al levantarme me ha parecido oír claramente estas palabras: Di a tu Superiora que me ha causado gran disgusto, porque por complacer a la criatura no ha temido enojarme, quitándome la Comunión que yo te había mandado hacer todos los Primeros Viernes de mes, para satisfacer así, ofreciéndome a mi Eterno Padre a su divina justicia, por los méritos de mi Sagrado Corazón, en el caso en que se cometa alguna falta contra la caridad, porque te he escogido para que seas la víctima. Y al mismo tiempo que ella te ha prohibido cumplir mi voluntad en esto, yo he resuelto sacrificarme esta víctima que ahora sufre.
He aquí, mi querida Hermana, lo que me atormenta y persigue de continuo sin que pueda olvidarlo, porque Él me apremia a decírselo a nuestra Madre y temo hacerlo, hablándoos con franqueza, porque creo que todo esto no es más que una astucia del enemigo, que quiere hacer que me singularice con esta Comunión, y que todo ello no es más que imaginación e ilusión, porque el Señor no iba a hacer semejante gracia a una miserable hipócrita como yo. Pero os ruego, mi querida amiga, que me deis en esto vuestro parecer para sacarme de apuros, puesto que quiere que os lo pida. Hacedme esta gracia, sin adularme, pues temo resistir a Dios, y no puedo explicaros lo que sufro con esta idea. Pedidle que os haga conocer la verdad y lo que quiere que me respondáis. Después, ya procuraré no pensar más en ello.
Otra gracia que también os pido es que me guardéis secreto y que queméis este escrito; pues si conocieseis lo mala que soy, no os costaría trabajo decírmelo, si es que esto no proviene de Dios. Éste es mi modo de pensar. Pero es preciso que os ame tanto como lo hago para podéroslo comunicar; pero en el secreto del Sagrado Corazón, el cual os devolverá, como espero, la caridad que me haréis; porque no tengo bastante capacidad ni discernimiento para mí misma.
En lo que a mí se refiere, preferiría mejor seguir la voluntad ajena antes que la mía, pues no tengo ninguna dificultad en creer lo malo que dicen de mí, no lo bueno, porque soy muy mala y estoy llena de defectos.
CARTA XXXV
A LA M. DE SAUMAISE, DIJON
Alegría al aumentarse sus cruces.—Su único placer.—El poderoso sostén del Instituto de la Visitación.
¡Viva † Jesús!
1685
El estado de sufrimiento en que me veo como agobiada y anonadada, hace que yo misma me desconozca y me sienta impotente para todo lo bueno. No me queda libertad, mi querida Madre, más que para hablar del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo.
Cuando veo que aumentan mis dolores, experimento la misma alegría que sienten los más avaros y ambiciosos al ver aumentar sus tesoros. Me parece que estos sufrimientos aprovechan algunas veces a esas pobres almas del purgatorio.
¡Ah, mi buena Madre!, ¡cuán obligada os quedaría, si me ayudarais con vuestras oraciones a aliviar a mis buenas amigas pacientes del Purgatorio! Así es como las nombro. Os aseguro que no son ingratas.
No sé si en esto me engaño, pero no tengo más placer en esta miserable vida que en lo que se refiere a los intereses del Sagrado Corazón de Jesús, que me clava a menudo en la Cruz despojada de todo.
He aquí la idea que he tenido respecto a nuestro Instituto: que nuestro Padre San Francisco de Sales, temiendo que los cimientos de su edificio vinieran a derrumbarse, había pedido un sostén capaz de protegerlo. Se lo ha concedido el Sagrado Corazón, para levantarlo de sus caídas y servirle de asilo contra los ataques de sus enemigos, sirviéndole también de sostén para que no sucumba en lo porvenir. Y es la intercesión de la Santísima Virgen por quien ha logrado este poderoso Protector. En cuanto a aquellas que tengan noticia de Él y se pongan bajo su protección, derramará en abundancia sobre sus personas los tesoros de sus gracias santificantes por la unción de su caridad y la suavidad de su divino amor.
CARTA XXXVI
A LA M. DE SAUMAISE, DIJON
Espléndidas promesas a los devotos del Divino Corazón.—Un cuadro del mismo.—
¿Cómo se hace la consagración?—Sus buenas amigas del Purgatorio.—«Envuelta en un eterno olvido».—Consigue la curación de una Hermana enferma.
¡Viva † Jesús!
24 de agosto de 1685
Os confieso, mi amadísima Madre, que el estado de sufrimiento en que me veo como agobiada y anonadada, hace que yo misma me desconozca y me sienta impotente para todo lo bueno. No me queda libertad más que para hablar del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, del cual esta indigna criatura os dirá una palabrita, respecto a algunas gracias particulares que cree haber recibido de Él. Le ha hecho, pues, conocer de nuevo, el gran placer que encuentra en ser honrado de sus criaturas y le parece que entonces le prometió:
Todos los que se consagraren a este Sagrado Corazón no perecerán jamás; y como es manantial de todas las bendiciones, las derramaré en abundancia en todos los lugares donde estuviera expuesta la imagen de este amable Corazón, para ser allí amado y honrado; por este medio unirá a las familias desunidas y asistirá y protegerá a las que se vieran en alguna necesidad; derramará la suave unción de su ardiente caridad en todas las Comunidades en que se venera esta divina imagen; desviará los golpes de la justa cólera de Dios, restituyéndolas a la gracia, cuando por el pecado hubieran decaído de ella, y dará una gracia especial de santificación y salvación a la primera persona que le proporcione el placer de mandar hacer esta santa imagen.
Pero el poco caso que esta pobre y mísera pecadora debe hacer, y en efecto hace, de todo lo que pasa en ella, a causa de su gran indignidad, no le da seguridad para dar a conocer nada, si no es por obediencia. Sin embargo, sintiéndose muy apremiada con esto y no sabiendo ya cómo excusarse, como no fuera con su impotencia, se le presentó un joven recién venido de París, que es pariente de una de nuestras Hermanas novicias, el cual, enterado por ella, se ofreció con admirable entusiasmo a pintar este cuadro, tan hermoso como se quisiera; no hay más que darle el diseño. Lo encomiendo todo a vuestras santas oraciones, a fin de que todo resulte para su gloria, pues se presentan multitud de obstáculos, y basta que esta ruin pecadora se mezcle en ello, para que surjan por todas partes.
He aquí, mi querida Madre, unas palabritas que mi corazón, que tan tiernamente os ama, arroja como de paso en el secreto del vuestro. Os diré con sencillez que me parece que haríais una cosa muy agradable a Dios consagrándoos y sacrificándoos a ese Sagrado Corazón, si es que ya no lo habéis hecho. Hay que comulgar en un Primer Viernes de mes y después de la Santa Comunión hacerle el sacrificio de vos misma, consagrándole todo vuestro ser para emplearos en su servicio y procurarle toda la gloria y amor y alabanza que esté en vuestro poder. Ésta es una cosa, mi buena Madre, que pienso que el Divino Corazón pide para perfeccionar y consumar la obra de vuestra santificación.
Y en cuanto a lo que concierne a mis buenas almas pacientes del Purgatorio, la verdad es que os estoy más agradecida por el bien que les habéis procurado, que si me lo hubierais hecho a mí misma. No creáis que sean ingratas, no, os lo aseguro; y aunque la pobre Hermana N. sufre mucho todavía, no olvidará vuestros buenos oficios.
He encomendado al Sagrado Corazón la persona que me indicáis. Creo que si puede hacer ese acto de generosidad de darse completamente a Dios, consagrándose del todo a Él, cumplirá lo que de ella pide, asegurando su salvación. ¡Si supierais, mi buena Madre, qué difícil me es decir todas estas cosas, por la pena que me causa la idea de que no soy más que una hipócrita que engaño a las criaturas con una falsa apariencia de devoción! Puedo aseguraros que me veo tan lejos de la pureza que Dios pide de mí, que me parece que todas mis acciones me condenan. Esto es lo que me hace rogaros con todo mi corazón que queméis todos mis escritos, porque no quiero que quede nada de tan perversa pecadora que pueda dejar algún recuerdo de ella después de su muerte, pues quiero quedar anonadada y envuelta en un eterno olvido.
Y puesto que os hablo con el corazón en la mano, os confieso con sinceridad que este deseo que me apremia de verme olvidada y despreciada de las criaturas me hace sufrir un continuo martirio en los diferentes empleos de la religión y sobre todo para escribir e ir al locutorio, que me parece un infierno. Y lo que aumenta más mi pena en este punto es que creo no poder yo demostrar las repugnancias que siento por estas cosas, sin ofender a Nuestro Señor, a causa de la promesa que le he hecho con motivo de una de nuestras Hermanitas (la H. Antonia Rosalía de Sennecé), la cual estaba ya en las últimas y con un sueño letárgico.
No podía en tal estado recibir los últimos Sacramentos, lo que afligía mucho a nuestra querida Madre, que me hizo comulgar con esta intención. Y como yo pidiera con instancias esta gracia, me pareció que me decían claramente estas palabras: Tendrá el consuelo de recibir todos los Sacramentos que se requieren en esta última hora si tú quieres sacrificarte, no volviendo a manifestar tu repugnancia a los empleos, ni a escribir para contestar a los que yo encamine a ti ni tampoco para ir al locutorio. Y en el acto me ofrecía todo esto, con el deseo que tenía de que se nos concediera lo que pedíamos; y al mismo tiempo hice a mi Soberano la promesa de no demostrar la repugnancia que en ello sintiera. Pero ésta se ha hecho tan violenta desde esta fecha (26 de abril de 1684), que cometo faltas cada vez que la ocasión se presenta y siento además un remordimiento interior de que, habiendo alcanzado lo que pedía, no cumplo mi promesa. Juzgad, mi querida Madre, si esto no tiene que causarme mucha pena.
¡Ah, qué feliz me consideraría si fuera desconocida de todas las criaturas y me viera envuelta en un eterno olvido sin olvidaros, sin embargo, jamás delante de Nuestro Señor! Por su amor os ruego me deis a conocer vuestro parecer acerca de lo que os indico, con algunas palabras de aliento en un camino en el que no hallo apoyo ni consuelo. No es que me falte una buena Madre, tan buena y caritativa como pueda desearse. Pero Dios lo quiere así, sea eternamente bendito su Santísimo Nombre.