CARTA LXXXVIII
A LA M. DE SAUMAISE, DIJON
Sus ardientes deseos de ser olvidada de todos.—El pequeño Oficio del P. Gette, S.I.—
«Amo más a mi soberano Dueño que a sus dones». Gracias recabadas por medio del de La Colombière.—«Amemos a este Sagrado Corazón con todas nuestras fuerzas».—«Reinará a pesar de todos sus enemigos».—Le envía un Oficio
¡Viva † Jesús!
6 de junio 1688
He recibido la vuestra, mi respetable Madre, y la he leído bendiciendo al Señor por haberos dado conocimiento de mi miseria e ingratitud para con Él y desearía con todo mi corazón que fuese conocida de todo el mundo, a fin de que no volvieran a acordarse de esta miserable, sino para darle lo que se le debe, que son desprecios y humillaciones. En ellas deseo vivir y morir sepultada, pidiendo a Dios con todo mi corazón que jamás forme nadie de mí un juicio favorable.
Me pregunta Vuestra Caridad el nombre de ese buen religioso, al cual su bondad ha inspirado que tenga tanta caridad conmigo; dispensadme que no os lo diga por ahora. Sólo os diré que será un segundo P. de La Colombière. (En otra carta dice la Santa su nombre: es el P. Gette, S.I.) Nos ha enviado un pequeño Oficio del Sagrado Corazón, que ha compuesto, pues le parecía que este Divino Corazón deseaba de él este obsequio. Os lo enviamos para que veáis si os gusta, para mandarlo imprimir; y como este que os enviamos, así para complaceros como para que lo examinéis, es el original, nos lo devolvéis, si os parece, pues creo que procede de un santo al que estoy muy obligada por los grandes auxilios espirituales que de él he recibido por medio de sus santos sacrificios y oraciones.
¡Ah, mi querida Madre!, cuán bueno y misericordioso es Dios para conmigo. Pero esto es casi lo único que puedo decir, porque en lo demás no puedo daros gusto en lo que deseáis que os diga; mas os confieso sinceramente que amo más a mi soberano Dueño que a sus dones, más me ocupo de Él que de ellos, porque no los estimo más que en Él, y porque de Él proceden. Y a no ser que la obediencia me mande hacerlo, nunca reflexiono sobre ellos ni siquiera hablo, y no podría hacerlo sin extremada violencia, porque mi vida es tan criminal que me hace gemir en presencia de Dios, ante el cual no dejo de presentar a las personas por quienes deseáis que ruegue. Pero me parece, si no me engaño, que algunas de ellas se hacen sordas a los llamamientos de la gracia, pues no os podéis figurar con cuánta frialdad rechaza el Corazón de Jesús las oraciones que por tales personas se le dirigen. Lo que conviene es esperar y orar constantemente.
En cuanto a las gracias conseguidas por medio del santo P. de La Colombière, una de nuestras Hermanas me ha prometido escribirlas para enviároslas. Yo, por mi parte, puedo dar fe de la curación de un dedo, en el cual tenía el mismo mal que en el que me abrieron el año pasado por varios sitios con una navaja.
Pero de nuestro amable y siempre adorable Corazón de Jesús, ¿qué diremos, mi querida Madre? Es preciso que amemos a este Sagrado Corazón con todas nuestras fuerzas y con toda nuestra capacidad. Sí, es preciso amarle y Él establecerá su imperio; y reinará a pesar de todos sus enemigos y de la oposición que se le haga. No os puedo explicar la gratitud que siento en mi corazón por los trabajos y cuidados que os tomáis para conseguirlo, así como vuestra respetable Madre y vuestro confesor, y algunas de vuestras Hermanas en particular. Me parece que el Divino Corazón se complace tanto en ello, que os tiene destinados tesoros de infinitas delicias.
Mirad si os parece que sería conveniente imprimir ese pequeño Oficio a continuación de las Letanías que deseabais dar a la imprenta. Si no os parece bien, no os preocupéis por ello; yo de todos modos quedo contenta, aunque tenga sumo gusto en tener noticias de Roma, en espera de las cuales soy toda vuestra en el Divino Corazón.
CARTA LXXXIX
A LA H. DE LA BARGUE, MOULINS
Cómo ha de ser nuestro redamor al Corazón de Jesús Sacramentado.—Camino para llegar a la amable sencillez del niño que pide el Divino Corazón.—¿Cuál es el
«verdadero secreto de los amantes del Amado»?
¡Viva † Jesús!
[11 junio 1688]
Queréis, amadísima Hermana, que os responda a cosas muy importantes precipitadamente y en poco tiempo, y esto es muy difícil, porque os diré hablándoos con franqueza, como a mi querida amiga en el amable Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, que me lo pedís en la santa octava de la fiesta de este Divino Amor que reposa en nuestros altares, predicándonos únicamente amor, que sólo quiere llenarnos de amor, a fin de que por Él mismo podamos darle todo el amor que espera de nosotros. Amor fuerte, que no se deja abatir; amor puro, que ama sin mezcla y sin interés; amor crucificado, que no goza más que en el sufrimiento para asemejarse a su Amado; amor de preferencia, de olvido y abandono de sí mismo, para dejar obrar al Amado, para dejarle cortar, quemar y anonadar en nosotras todo lo que le desagrade, siguiéndole a ciegas, sin entretenernos en mirar ni en reflexionar sobre nosotros mismos, para ver lo que hacemos.
He recibido la vuestra estando en presencia del Santísimo Sacramento; y al presentársela a mi soberano Maestro, he aquí lo primero que se me vino al pensamiento para vos: Amor, olvido y abatimiento de vuestro corazón, y sencillez en vuestro espíritu, si no me engaño, para entrar en esa amable sencillez de niño que pide de nosotros. Espero que os dará inteligencia de esto, conforme os apliquéis a ello. Pero, en verdad, querida amiga, ¿creéis que si no fuera a vos, mandaría yo a nadie más una carta como esta que escribo con tanta violencia? Mi soberano Dueño no me deja hacerlo como vos lo deseáis, y yo para daros gusto, os escribo este borrador que os ruego queméis.
Caminad a ciegas, olvidaos de vos misma, y dejadle hacer, porque os ama; y por querer hacer demasiado, le impedís que adelante la obra de vuestra perfección.
Adiós, querida amiga; no puedo proseguir sino en presencia del Divino Corazón, donde acabaré lo que falta en vuestro favor, porque no os olvido ante Él. Hacer, sufrir por amor, y callarse, es el verdadero secreto de los amantes del Amado, en cuyo Corazón Sagrado soy toda vuestra,
Sor Margarita María
De la Visitación de Santa María
Mil respetuosos afectos y recuerdos a vuestra muy venerada Madre y a vuestra Depuesta. Os ruego pidáis a la señorita de Chamberland que me dispense, pues no me es posible escribirle, pero aseguradle que procuraré hacer lo que nos pide. Os escribo después de Maitines del día de San Bernabé.
CARTA XC
A LA M. DE SAUMAISE, DIJON
Canto a las misericordias infinitas y a los tesoros escondidos del amantísimo Corazón.—Admirable visión en la fiesta de la Visitación.—Las Hijas de San Francisco de Sales y los Hijos de San Ignacio llamados a ser los principales (aunque no únicos) apóstoles del Divino Corazón.—Preciosa recompensa de los apóstoles más celosos.— La nueva devoción, excelente refrigerio para las almas del Purgatorio.—«Me asombra no se abra la tierra para abismarme».
¡Viva † Jesús!
[Julio] 1688
Por obedecer a mi soberano Dueño, procuraré, mi querida Madre, cuando Él me lo permita, satisfacer, con toda sencillez a la pregunta que me hacéis sobre la continuación de sus misericordias y liberalidades. ¡Oh, cuán grandes son! Muy pocas veces puedo explicarlas de otro modo que diciendo: Misericordias Domini in aeternum cantabo! Porque, ¡ay de mí!, ¿qué otra cosa podría decir, hallándome de tal modo llena de ellas, que no me es posible expresarlas? Veo que me rodean por todas partes y me siento abismada en ellas sin poder salir de ese abismo. Me parece ser como una gotita de agua en ese océano del Sagrado Corazón, que es un abismo de toda clase de bienes, un manantial inagotable de toda suerte de delicias, y cuantas más se sacan de Él, mayor es su abundancia.
Es un tesoro escondido e infinito que sólo desea manifestarse a nosotros, derramarse y distribuirse, para enriquecer nuestra pobreza. Yo lo estimo y le amo a Él más que a todos sus dones, gracias y beneficios; le dejo hacer en mí, de mí y por mí, conforme a su beneplácito, sin mirar más que a Él solo, que vale un millón de veces más que cuanto hay fuera de Él mismo. Si no me obligaseis a deciros algo de esto, lo dejaría todo en Él, el cual me incapacita para explicarme, si no es con los que a Él le place, de cuyo número sois vos.
Os diré que habiendo tenido la dicha de pasar todo el día de la Visitación ante el Santísimo Sacramento, mi Soberano se dignó favorecer a su miserable esclava con varias gracias particulares procedentes de su amoroso Corazón, el cual, metiéndome dentro de sí, me hizo sentir lo que no me es dado explicar. Se me representó un lugar eminente, espacioso y admirable por su belleza, en cuyo centro había un trono de llamas, y en él estaba el amable Corazón de Jesús con su llaga, que despedía rayos tan encendidos y luminosos, que todo aquel espacio quedaba iluminado y caldeado con ello. La Santísima Virgen estaba de un lado y San Francisco de Sales del otro, con el Santo P. de La Colombière; y se veía en aquel lugar a las Hijas de la Visitación acompañadas de sus ángeles custodios, cada uno de los cuales tenía un Corazón en la mano; la Santísima Virgen nos llamó con estas palabras:
Venid, amadísimas Hijas mías; acercaos, porque os quiero hacer como las depositarias de este precioso tesoro que el divino Sol de justicia ha formado en la tierra virgen de mi corazón, donde ha estado nueve meses escondido; después de lo cual se manifestó a los hombres, que no reconociendo lo que vale, le han despreciado, porque le han visto mezclado y cubierto con su misma tierra, en la cual el Padre Eterno había echado toda la inmundicia y corrupción de nuestros pecados, que le hizo purificar durante treinta y tres años en los incendios del fuego de su caridad. Pero viendo que los hombres, lejos de enriquecerse y aprovecharse de tan precioso tesoro, según el fin para el cual se les había dado, procuraban, al contrario, anonadarlo y exterminarlo, si les fuera posible, de sobre la haz de la tierra, el Padre Eterno, por un exceso de su misericordia, ha hecho que Sirviera su malicia para hacer más útil todavía este oro precioso del cual, por medio de los golpes que le dieron en la Pasión, hicieron una moneda inapreciable, marcada con el sello de la divinidad, a fin de que puedan pagar sus deudas y negociar el gran negocio de su salvación eterna.
Y prosiguiendo esta Reina de bondad, dijo mostrándoles aquel Corazón divino: He ahí ese precioso tesoro que se manifiesta a vosotras particularmente, por el tierno amor que tiene mi Hijo hacia vuestro Instituto, al cual mira y ama como a su querido Benjamín, y por esto le quiere favorecer con esta herencia, aventajándolo sobre todos los demás. Y no solamente deben enriquecerse ellas con este tesoro, sino que han de distribuir también con abundancia y cuanto puedan tan preciosa moneda, procurando enriquecer con ella a todo el mundo, sin temor de que se acabe, porque cuanto más saquen, más encontrarán.
Después, volviéndose hacia el buen Padre de La Colombière, le dijo esta Madre de bondad: En cuanto a vos, fiel siervo de mi Divino Hijo, tenéis gran parte en este precioso tesoro; porque, si fue dado a las Hijas de la Visitación conocerlo y distribuirlo a los demás, está reservado a los Padres de vuestra Compañía demostrar y dar a conocer su utilidad y valor, a fin de que se aprovechen de él con el respeto y agradecimiento debidos a tan gran beneficio… Y a medida que le proporcionen este contento, el Divino Corazón, manantial de bendiciones y de gracias, las derramará tan abundantemente sobre las funciones de su ministerio, que producirán frutos que sobrepujen a sus trabajos y esperanzas, aun para la salvación y perfección de cada uno de ellos en particular.
Nuestro Santo Fundador, hablando a sus Hijas, les dijo: ¡Oh Hijas de buen olor!, venid a sacar del manantial de bendición las aguas de salud, de las cuales ya se ha hecho un pequeño derramamiento en vuestras almas, por el arroyuelo de vuestras constituciones que salió de allí. En este Divino Corazón encontraréis un medio fácil para cumplir perfectamente ese primer artículo de vuestro Directorio, que contiene en sustancia toda la perfección de vuestro Instituto: «Que toda su vida y ejercicios sean para unirse con Dios». Para esto es preciso que el Sagrado Corazón sea la vida que nos anime, y su amor nuestro continuo ejercicio; el único que nos puede unir a Dios, para ayudar a la Santa Iglesia y a la salvación del prójimo con oraciones y buenos ejemplos. Y por esto rogaremos en el Corazón y por el Corazón de Jesús, que de nuevo quiere ser mediador entre Dios y los hombres. Daremos buenos ejemplos viviendo conforme a las santas máximas y virtudes de este Divino Corazón y ayudaremos a la salvación del prójimo repartiendo con él esta santa devoción. Procuraremos derramar el buen olor del Sagrado Corazón de Jesucristo en el de los fieles, a fin de que seamos el gozo y la corona de este amable Corazón.
Después de esto, los ángeles custodios se acercaron para presentarle los corazones que ellos tenían, los cuales, al contacto de aquella llaga sagrada, se tornaban hermosos y resplandecientes como estrellas. Había otros que no tenían tanto brillo, pero muchos cuyos nombres quedaron escritos con letras de oro en el Sagrado Corazón, en el cual algunos de éstos de que ahora hablaba, se metieron y abismaron con avidez y placer de una y otra parte, a los cuales fue dicho: En este abismo de amor está vuestra mansión y reposo para siempre.Y eran los corazones de los que más han trabajado por darle a conocer y hacerle amar. Me parece, querida Madre, que el vuestro era de este número. En cuanto a los demás, no explicaré lo que se me dio a conocer sobre ellos, porque me estoy extendiendo ya demasiado en esta carta, y además me parece que los comprendéis suficientemente.
Sólo os diré que este Divino Corazón os recompensará no solamente en vuestra persona, sino también en las de vuestros allegados, a quienes mira con ojos de misericordia, para socorrerlos en todas sus necesidades, con tal de que se dirijan a Él con confianza. Se acordará eternamente de todo lo que hagan por su gloria. Espero que no me rehusaréis la gracia de encargar quince misas en honor del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, por el difunto señor de La Michaudière (sobrino de la M. de Saumaise). Cuando se hubieren dicho, creo que será poderoso abogado en el cielo, cerca de ese Divino Corazón para vos y para toda vuestra familia. [¡Si supierais con qué ardor piden esas pobres almas este nuevo remedio tan excelente para sus sufrimientos! De este modo califican a la devoción del Divino Corazón y particularmente la Santa Misa. Pedid al Sagrado Corazón, mi querida Madre, que viva yo y muera en su amor.] [Ya veis que os hablo con el corazón en la mano, y de muchas cosas de que no hablaría a otra persona. Os confieso ingenuamente que quedo después en tales disposiciones, que yo misma no me conozco, y me sería imposible poder reflexionar sobre ello, a no ser cuando me lo ordenan. Lo hago, pues, por obedeceros. Creo que seréis tan buena que me diréis vuestro parecer sobre todas estas cosas. El mucho trabajo que me cuesta hablar de ellas no me dejaría si vos no me alentaseis; me parece que cometo un crimen muy grande hablando de mí misma, viéndome tan mala, miserable y despreciable, que me asombra muchas veces que no se abra la tierra bajo mis pies para abismarme, a causa de mis grandes pecados.] [Os ruego encarecidamente que pidáis al Sagrado Corazón que me conceda la gracia de amarle conforme al ardiente deseo que de ello me da, y la de vivir y morir con Él en la cruz, pobre, desconocida, despreciada y olvidada de todas las criaturas, agobiada bajo toda clase de sufrimientos según su elección y deseo, y no según el mío. Dad gracias por mí a su bondad y quemad esta carta cuando la hayáis leído.]