En oracion con Juan Pablo II (2ª) La oración, como búsqueda y encuentro

P. Luis Mª Mendizábal S.J

2ª MEDITACION

«La oración, como búsqueda y encuentro»

Ayer considerábamos lo que el Papa nos presentaba como hontanar de la vida de oración. Estamos en la presencia de Dios y hemos sido consagrados para vivir en la presencia de Dios. y la oración foral es un momento fuerte de una vida cristiana vivida en la presencia de Dios, con los cielos abiertos, el Espíritu que desciende sobre nosotros, la voz del Padre que llama a cada uno: tú eres mi hijo amado en quien tengo mis complacencias, y nuestra respuesta: Abba: ¡Padre! Esto empapa toda nuestra vida. Es el fruto de nuestra entrega al Señor por efecto de su gracia.

Dentro de esta vida de unión con Dios, tiene su lugar lo que llamamos formalmente la oración, y el Papa, hablando de Santa Teresa, pero enseñándonos los caminos de oración, y el Papa, hablando de Santa Teresa, pero enseñándonos los caminos de oración, porque dice que ella es palabra viva de Dios, dice que Santa Teresa –y es maestra en esto-, «por medio de la oración ha buscado y encontrado a Jesucristo».

Dentro de esta vida de unión con Dios, tiene su lugar lo que llamamos formalmente la oración, y el Papa, hablando de Santa Teresa, pero enseñándonos los caminos de oración, porque dice que ella es palabra de Dios, dice que Santa Teresa –y es maestra en esto-, «por medio de la oración ha buscado y encontrado a Jesucristo».

La enseñanza del Papa sobre la oración es que debe ser cristiana. Que lo que Santa Teresa ha enseñado, por lo que es Doctora de la Iglesia, es sobre todo por su lección de oración; su Doctorado no es otra cosa sino su propia vida expuesta por la Iglesia, señalada con el dedo como camino válido, como camino útil para nosotros de realización de la vida cristiana.

Por la oración, por medio de ella, ha buscado y encontrado a Jesucristo. Buscar y encontrar a Jesucristo, podemos decir que es el objetivo de toda oración. Buscar a Jesucristo, encontrar a Jesucristo. Jesucristo buscado por nosotros porque El primero nos busca a nosotros. Siempre en la vida espiritual estos términos los confundimos. Parece que el principal esfuerzo está de nuestra parte en buscar a Cristo, cuando en verdad es Él el que nos busca a nosotros.

Recordemos la parábola del Buen Pastor que busca la oveja perdida. El nos busca. Recordemos la palabra de Jesús en el dialogo con la samaritana –tan central en la vida de Santa Teresa y en lo que el Papa nos dice de ella, donde afirma: «tales adoradores busca el Padre, que le adoren en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23). El Padre está buscando, Cristo está buscando. Y El enviará a todos sus apóstoles para que busquen esas almas. Pero cuando entramos en ese término de buscar y encontrar, estamos en términos de orden espiritual, que no debemos confundir con el aspecto puramente humano, natural. No es como buscar una cosa. «¿Qué buscáis?» (Jn 1, 38),  les dirá Jesús a Juan y a Andrés cuando por primera vez se acercan a él. «¿Qué buscáis?». Es la gran palabra de Jesús a cada uno de nosotros. Y ahora son ellos lo que le buscan, pero porque El primero les ha buscado a ellos y ha puesto en su corazón un deseo de encontrar a Cristo. El buscar es el esfuerzo continuado, delicado, incesante por llegar al encuentro. Buscar. Estamos buscando.

San Ignacio, también maestro de oración, dice que al entrar en la oración se irán probando posturas diversas, «andando siempre a buscar lo que quiero» (Ejercicios nº76), es decir, el encuentro con Cristo, buscando el encuentro con Cristo. Podemos decir, en verdad, que toda nuestra vida es una búsqueda de Cristo. Estamos buscándole a Él porque Él nos ha encontrado primero a nosotros.

Pero el fenómeno de la vida espiritual es éste: El que el toca nuestro corazón; pero habiéndonos tocado corre El por delante. Y nos dirá San Pablo: «Corro a ver si llego a alcanzar al que primero me alcanzó a mi» (Fil. 3, 21). Y esta es nuestra vida: El toca nuestro corazón y corre delante de nosotros, y nosotros lo buscamos para ver si llegamos a alcanzar al que primero nos alcanzó a nosotros. Y esto no es como un ejercicio momentáneo, como quien interrumpe un poco su vida ordinaria para jugar un partido de tenis, sino que esto es el sentido de nuestra vida, de la vida nuestra de cada momento, de la vida de nuestra profesión, de la vida de nuestro trabajo concreto que en la vida nos toca realizar. Ahí estamos buscando a Cristo. Y es San Ignacio el que decía a sus hijos: «en todas las cosas busquen a Dios nuestro Señor» (Constit. P. ·, c.1, nº 26); busquen.  Es como el objetivo siempre, «buscar en todo», cuando se llaga a este estado interior que es un gran don de Dios, el don de buscarle y de buscarle como el tesoro único, ese tesoro por el cual uno vende todo lo que tiene para comprar el campo y quedarse con el tesoro (Mt 13, 44), como el mismo Señor les dice a los que le buscaban: «Vete, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, tendrás un tesoro en el cielo, y luego, ven, sígueme» (Mt 19, 21). Es la manera de buscarle, dejándolo todo, si hace falta, para llegar a ese encuentro con Cristo. Ven, sígueme. En todas las cosas busquen a Dios nuestro Señor. Buscar.

Y Santa Teresa buscaba en la oración. Y nos enseña a nosotros a que busquemos, en la oración y en todo el encuentro con Cristo; en todo, en toda nuestra vida, en nuestra conversación, en nuestro descanso, en nuestro recreo, hay dentro como una atracción continua: ven al Padre, busca a Cristo, busca el encuentro de Cristo, Cristo te espera. Realmente no nos hacemos una idea de cómo desea el Señor tiene de que le encontremos (Jn 4, 7).

Por lo tanto, no es por falta de Él, es por desatención nuestra. Es porque todo nos distrae. Y nos sucede como a los niños que están jugando a buscarse los unos a los otros, pero cualquier cosa interesante les quita la atención y se olvidan de que estaban buscando, y ya no buscan más. Pues bien, busquemos a Jesucristo.

Buscar a Cristo quiere decir, de nuestra parte, una orientación de nuestra vida hacia Cristo, buscarle a él. Es verdad; todo cristiano tiene que hacer oración, entra dentro del ser cristiano; tiene que participar en la Misa del domingo, tiene que hacer sus oraciones de la mañana y de la noche. Pero lo que nosotros llamamos vida de oración, de la que es modelo y de la que es maestra Santa Teresa, la que el Papa nos está inculcando en esa homilía de Ávila es una vida de oración, es decir, es una vida que busca el encuentro con Cristo; es una vida que toda ella es una búsqueda del Señor, cueste lo que cueste, a través de toda las dificultades. Buscar a Cristo.

Santa Teresa, dice el Papa, ha buscado y encontrado a Cristo. La búsqueda es para encontrarle. Y la búsqueda es ya un cierto encuentro, es verdad. Toda vida de oración supone un cierto encuentro. Como decíamos, Él se ha adelantado a nosotros supone un cierto encuentro todavía imperfecto, que precisamente porque es imperfecto tiende a la plenitud del encuentro. Pero hay algo de encuentro.

El Papa, con penetración, en dos ocasiones sobre todo, que ayer nos recordaban al hablarnos del mensaje mariano del Papa, habla de una actitud interior de María, en la cual Ella es modelo para nosotros: en el discurso de Montserrat, y en el de Guadalupe; y el Papa hablaba también del Magníficat. Es decir, el Papa en esos discursos explicaba el sentido de la «peregrinación », como búsqueda de la meta, que es un descanso; es un caminar mirando hacia esa meta, pero que ya antes está consolándonos una cierta presencia anticipada de esa meta. Y en el Magníficat decía el Papa también de la misma manera, que el caminar de la Virgen hacia las montañas de Judea no era sólo un caminar físico, sino que había un impulso del Espíritu que la fue elevando hasta las cumbres de la iluminación profética del Magníficat. Hay un ascenso también, es un caminar, es un buscar, participando de la meta. Pues bien, la oración es ese peregrinar. Peregrinar en el cual la meta está ya presente; con Cristo nos encontramos ya. Pero, lo que nos da de si, todavía es como un pregusto de lo que quiere darnos y de lo que nos invita a procurar. El en las Bodas de Caná daba la pauta de lo que es la ley del Nuevo Testamento: «tú has guardado el vino mejor para el fin» (Jn 2, 10). El Antiguo Testamento desemboca en el Nuevo, y el comienzo del don de la gracia desemboca en la plenitud de la gracia. Es admirable ver en una Santa Teresa un continuo subir de claridad en claridad, hasta el encuentro deseado del momento de Viático: «Esposo, hora es ya que nos veamos cara a cara». Era una anciana con un brazo roto, que apenas se podía tener en pie; y sin embargo, tiene todo el impulso de una ascensión que continua en la búsqueda de Cristo, una búsqueda incesante. Ese es el timbre de gloria de quien se ha entregado al Señor en la vida cristiana: que nunca cesa de buscar a Cristo; que siempre desea conocer mejor a Cristo; que siempre desea entrar más dentro del Corazón de Cristo, participar profundamente de las virtudes  y de los dones del corazón de Cristo.

Y esto es para lo  que estamos en este mundo, para subir hacia la meta, en una peregrinación donde tenemos ya al Señor. Él es compañero nuestro, como dice Santa Teresa: «como compañero nuestro en el Santísimo Sacramento», y ahí está junto a nosotros, alentándonos, pero al mismo tiempo revelándonos progresivamente, según la medida de la apertura de nuestro corazón, los tesoros del suyo. Buscar y encontrar a Jesucristo.

¿Y cómo lo busca Santa Teresa en la oración, en ese buscarlo en todas las cosas, pero muy particularmente en el momento de ese «trato de amistad con quien sabemos nos ama»? El Papa nos orienta cómo debe ser nuestra oración; y nos dice que busca en las palabras del evangelio. Busca a Cristo donde Cristo se nos ha revelado a nosotros: en las palabras del Evangelio, es decir, en lo que el Evangelio nos cuenta de Él, en los hechos del Evangelio, en los signos del Evangelio, en las doctrinas del Evangelio y en los grandes misterios del Evangelio. Ella se aficiona a las palabras del Evangelio. Y lo busca en esas palabras, trayéndolo presente dentro de sí. Es toda una lección de espíritu que nos da el Papa por la palabra viva de Teresa: trayéndolo presente dentro de sí, es decir, rumiándolo en su corazón a la manera de la Virgen que conservaba todas estas cosas confrontándolas como un rompecabezas, tratando de unirlas, de ver la conexión que tenían, de buscarles su explicación en la luz de la fe, conservándolas en su corazón, rumiándolas para asimilarlas y hacerlas vida en ella, trayéndolas presente.

Este es el ejercicio de Teresa, ejercicio sencillo. Santa Teresa es admirable por esto. Pocos podrán pretender una elevación espiritual como Santa Teresa. Y, sin embargo, se la ve tan sencilla en su manera de vivir la vida cristiana: «trayéndolas en su corazón». Como ella dice: «representándose la flagelación, la oración del Huerto, la cruz, y estar allí con El». Y como ella misma dice: pensando que lo sufre por nosotros, que sufre por mi todo esto, lo que El sufre, pero sin romperse la cabeza con esto, sino estarse allí con El. Eso es rumiar: estarse allí con El.

Sólo esta descripción, sólo estas palabras tan sencillas indican todo un espíritu: estarse allí con El. Trayéndolo presente dentro de sí. Ese dentro no es sólo imaginando, no; dentro de sí, en el corazón, como las vírgenes cristianas que llevaban el Evangelio con el pecho; pero no por fuera, sino por dentro, en el corazón, dentro de sí, trayéndolo, amándolo, gustándolo, volviendo sobre El, mirándolo con amor en las imágenes, dice el Papa. Parece el espíritu contrario a estos momentos en los cuales hemos querido infundir horror a las imágenes. En las imágenes que representan esas escenas evangélicas, en las imágenes que representan a Cristo crucificado, en las imágenes que Teresa misma llevaba consigo. Porque, como dice el Papa, «es la Biblia de los pobres»; es la escena evangélica representada. ¡Es tan preciosa! Pero es para eso: para llevarla dentro y para estar allí con El contemplando. Sabemos la limitación de las imágenes, sabemos que ninguna de esas imágenes representa lo que buscamos. «¡Si formases la imagen deseada que llevo en mis entrañas dibujada!» (San Juan de la Cruz, Cántico 12). Eso es verdad. Buscamos a Cristo. Pero es que las imágenes nos dicen algo, nos acercan algo. Es la Biblia de los pobres, representa, expresa con imágenes, en vez de con palabras, lo que es el mensaje evangélico. Y el alma humilde y sencilla ama las imágenes, está a gusto contemplándolas, y muchas veces contemplando se siente elevarse. Y la misma conversión de Santa Teresa se debe a aquel encuentro con esa imagen de Cristo ensangrentado que le hizo entender, le habló como habla a través de la palabra de la Escritura, le hizo comprender lo que significa la verdad de su amor, de ese amor del que habla el texto de la Escritura, pero que ahora le entraba como por los ojos, aun cuando había visto esa misma imagen muchas veces.

La palabra de Dios no es simplemente el sonido, ni es simplemente la imagen, sino que es esa luz que el Señor da en un cierto momento, cuando está contemplando algo así que ha visto siempre y en lo que, sin embargo, no había caído en la cuenta. Y de repente se le ilumina, y cae en la cuenta.

Ella misma nos lo refiere en el caso de aquella Catalina Godinez, aquella jovencita que estaba pensando en vanidades, que le parecía poco todo lo que le ofrecía su padre (Fundaciones, c. 22). Estaba tumbada en la cama, soñado con sus vanidades, y entonces se fijó en el Cristo que tenía delante, y en lo que estaba escrito: «Jesús Nazareno Rey de los judíos». Y le vino una luz con la que entendió lo que eso significaba, y qué camino tan distinto era el suyo del camino que había seguido Cristo: El, en aquella humillación  en aquellos dolores y en aquella muerte, y ella, soñando vanidades. Y desde ese momento se decidió a entregarse al Señor. Es la luz de la imagen. Como la luz de la palabra, de la palabra pronunciada y de la palabra del Evangelio, que no basta leerla. Ahí está escrita, a veces en una lengua que uno no entiende, y es la palabra de Dios, pero para nosotros es como si no estuviera, porque no se trata de la materialidad de la palabra, si no estuviera, porque no se trata de la materialidad de la palabra, sino del sentido de la palabra, y del sentido iluminado por la gracia de Dios;  sólo entonces nos llega hasta el corazón; y esto se llama el encuentro con Cristo llega el momento de esa fusión con Cristo y de ese gustar la cercanía de Cristo. Cristo se acerca a nosotros.

Es verdad que en nuestra vida de oración hay una cercanía del Señor a nosotros, no sólo sacramental como en la Eucaristía, sino en el corazón. Y al fin y al cabo, nuestro progreso de vida de oración es como una especie de sutilización de la vida de fe, que se hace más iluminada; parece que las realidades de la fe las consideramos y las vemos como algo cercano, como algo casi palpable, casi tangible, no con el tacto corporal, pero como una vida verdadera; como dice Santa Teresa, que se encontraba tantas veces, que estaba más en la patria y más en la realidad con os santos del cielo que con la gente que la rodeaba en la tierra; porque es realidad viva. Cuando el Señor ilumina en la luz de la fe y nos da una fe viva, entonces el orden de la gracia se hace como tangible, cercano. Es el momento del fervor, es cuando, en palabra de San Ignacio. Dios abraza al alma (Ejercicios nº 15). Y ese abraza es verdadero. La Beata Ángela de Foligno, describiendo su encuentro con Cristo en la comunión, solía decir que en este encuentro «Dios abraza al alma. Y no hay madre que abrace a su hijo con tanta ternura como Dios abraza al alma. No se le ve y no se le toca, pero abraza al alma en el fondo del corazón». Esta es la realidad de la vida divina en nosotros.

Esta es la vida de fe. Esa vida de fe, solemos decir que es oscura, y es verdad. Pero es oscura en cierta manera. La vida de fe es luminosa. ¡Qué cosa más bella y más luminosa! Pero es oscura cuando la queremos iluminar y deducir con la luz de nuestra razón. Es nuestra manera humana de pensar, que en la oración tiene que transformarse en manera divina. Pero ahí surge nuestro problema. ¡Qué cosa más hermosa que el amor que Dios nos tiene! Pero he aquí que nos sucede una desgracia y decimos: ¿Cómo es posible que Dios me ame cuando ha permitido esta desgracia? Y es que queremos deducir en nuestra manera humana, del comportamiento tangible, la verdad de la fe. Y se nos oscurece ese amor de Dios totalmente.

Tenemos que habituarnos a vivir de la fe, a buscar en la oración a Cristo, en las palabras evangélicas, trayéndolas dentro, mirándolo con amor en las imágenes y tratando de vivir su profunda presencia dentro de nosotros. Y así, Jesús se hace modelo nuestro. Y tenemos en El su humanidad y su divinidad, su majestad y su cercanía, su condescendencia maravillosa, que vemos expresada por el Papa en la encíclica «Dives in misericorida», cuando dice que en si dignación de condescendencia se ha hecho El mismo necesitado de misericordia. Y quizá a Santa Teresa, lo que le conmovía en aquella escena de la samaritana, para ella tan fundamental, era ver que Jesús pedía de beber: «Mujer, dame de beber» (Jn 4, 7). Y luego ofrece un agua viva, porque tiene sed de la fe de aquella mujer, tiene sed del amor de aquella mujer, y ella necesita, para amar a Cristo, de esa agua. Y entonces ella le dice: «Dame de esa agua» (Jn 4,15). El Papa dice una palabra maravillosa de Tersa: «Ninguna persona, ninguna criatura ha dicho con tanta fuerza ese ´dame de esa agua´, como Teresa». Y lo mismo que la samaritana, se ha convertido en evangelista del agua viva. Y ella nos ha enseñado e introducido en la oración.

Este ha de ser nuestro camino. El Papa nos pone en guardia contra esos métodos psicológicos de vacío espiritual. Santa Teresa cayó un tiempo en ese error que luego lloraba: el haber descuidado la humanidad de Cristo porque le habían dicho que la humanidad era estorbo para llegar a ese vacío de la mente de donde Dios se comunica, confundiendo cosas fundamentalísimas. Y el Papa recuerda que es un error que todavía hoy existe, y que en muchas ocasiones se pretende desviar la oración, de la humanidad de Cristo proponiendo métodos de un encuentro vago, con un vacío mental, con unos métodos, como él dice, de técnicas psicológicas, en busca de escondidas virtualidades del alma.

Recordemos la última palabra del Papa con la cual terminamos. Dice el Papa que la oración verdadera cristina no es búsqueda de escondidas virtualidades por medio de técnicas depuradas; es abrirse en humildad a Cristo y a su cuerpo místico que es la Iglesia.

Pidamos una oración así a la Virgen. Ella que es maestra de la búsqueda de Cristo en los tres días del templo, Ella que es maestra del encuentro con Cristo en la resurrección de Él y en su propia asunción al cielo, que Ella sea también la que nos enseñe el camino de oración donde busquemos y encontremos a Jesucristo