Luis María Mendizábal S.J
Estamos dedicando esta semana al tema del pecado, del perdón. Precisamente en el mes de junio pasado el Papa confiaba a los fieles, como intención y preocupación suya pastoral, el que a la luz del Corazón Misericordioso de Cristo se redescubra el sentido del pecado y el valor de la confesión frecuente. Coincide la preocupación del Centro de Estudios de Teología Espiritual con la preocupación del Papa, y nos orienta para nuestras reflexiones en esta mañana, con esta luz del Corazón Misericordioso de Cristo.
Hablamos de una pérdida del sentido del pecado, pero la pérdida del sentido del pecado supone la pérdida del sentido de Dios. Del sentido de Dios verdadero, del sentido de Dios revelado en Cristo, del sentido del Dios cercano a nosotros, del sentido de Dios que nos ama con amor perseverante y misericordioso.
Nos congregamos ante la Eucaristía y al exponer así el Santísimo parece que estamos escuchando la palabra que la Iglesia pronuncia al levantar la Hostia: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Y eso es la Eucaristía: «Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo» y lo quita llevándolo Él, llevándolo en su expiación de la Cruz.
Esa expedición persevera sacramentalmente en la Eucaristía, por eso podemos escuchar, mientras la contemplamos, la palabra de la Institución de la Eucaristía: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo entregado por vosotros; ésta es mi sangre derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados».
La Eucaristía es toda ella en orden al perdón de los pecados. Por tanto, así como la Iglesia no tendría sentido sino como instrumento universal de Salvación, como nos recordaba el Señor Cardenal, tampoco la Eucaristía dentro de la Iglesia tiene sentido hoy tal como es, si no es en orden a ese perdón y purificación de los pecados.
La pérdida en nosotros del sentido de pecado en el mundo está unida a la pérdida del sentido de Dios de una manera más amplia, más general. Desde el momento en que Dios existe, el pecado no tiene valor; desde el momento en que Dios es un Dios lejano que no tiene relación con el hombre, el pecado del hombre también pierde su carácter de relación con Dios, de ofensa de Dios. y vamos a tratar de orientar nuestras reflexión hacia ese aspecto de la ofensa de Dios, que es el pecado.
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En el mundo, la figura de Dios puede desaparecer al menos en una línea práctica. Pero quiere decir para notros, lo que nos reunimos aquí con este espíritu de deseo de Santidad, que también en nosotros se puede ir perdiendo el sentido de Dios. Es un proceso que puede irse desarrollando en nuestro corazón: como que Dios se va alejando, como que nuestra vida va teniendo ya su forma y su desarrollo casi prescindiendo de Dios. Nosotros nos organizamos todo, nosotros ordenamos las cosas y Dios parece que está ahí un poco como fondo, no negado, pero que no ejerce influjo sobre nuestra vida, al menos como elemento primeramente determinante.
Y a medida que se va perdiendo ese sentido de Dios y de la cercanía de Dios en nuestra vida, también el pecado en nosotros se va como reduciendo a una cierta secularización. Hay muchas secularización del pecado –desde las fórmulas de honradez, de justicia simplemente, de coherencia de bienestar social, de honestidad –que se elimina todo lo que es el sentido de una relación con Dios. Sólo es algo como nuestro, una dignidad nuestra, hasta un egocentrismo en nuestro pecado, en el que prácticamente también nosotros entramos un poco en esa misma línea, al menos de una manera práctica. La experiencia da que hay mucha gente que parece que lleva un cadáver en el corazón del que no consiguen librarse por muchos esfuerzos que hacen. Lo llevan ahí dentro, pasan los años y parece que eso no se resana. Le parece que eso no tiene solución, un cierto cadáver en el corazón. Esto suele venir de una visión demasiado egocéntrica del pecado como daño personal o como deshonra personal.
Hay muchos jóvenes que parecen, al menos aparentemente, como despreocupado, pasotas, que pasan de todo. En el fondo llevan un cadáver en el corazón. Quizá no lo reconozcan como tal, pero lo tienen. Y si quisiéramos poner el dedo en la llaga quizá podríamos expresarlo de esta manera (el sentimiento que viene a tener muchos y muchas es éste): «Si yo hubiera conservado hasta ahora mi inocencia, mi pureza, mi virginidad, hoy me esforzaría con toda el alma por conservarlas; pero una vez que las he perdido, ¿para qué?; total, ya no tiene remedio».
Esa idea «ya no tiene remedio» tiene un influjo muy grande en muchos comportamientos. Es la impresión de que ya hay que afrontar lo que venga detrás, porque no tiene remedio. La mayor parte de los que se pierden, se pierden por desesperanza, porque han perdido la esperanza de poder ser fieles, sin que quede definitivamente tarada por lo que ha sucedido.
¡Es un error tan grave éste!, pero de todas maneras es lo que ahora nos interesa: en esa visión del pecado hay una visión muy egocéntrica. El pecado es un deshonor mío irremediable, es un daño mío y por eso se busca el resanar estas cosas en lo que puede ser daño personal; a ver sui poco a poco se puede introducir ya la aceptación más o menos generalizada de que eso no es daño, de que no pasa nada por eso, de que eso está admitido en la sociedad actual. Y de esa manera, ¿qué se remedia? No se remedia por ahí, sino que se encona más todavía. Y lo mismo podríamos hablar del sentido del sentimiento de culpabilidad difuso, indeterminado, que muchas veces brota porque falta aceptación de la propia culpa, la verdadera culpa. Entonces serpentea esa forma vaga, indeterminada, de una culpabilidad que se reduce luego, o se quiere reducir, a un fenómeno psicológico.
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Es importante redescubrir el Corazón Misericordioso de Dios, el Corazón Misericordioso de Cristo. Si nos fijamos en la historia de la salvación, diremos que la amistad con Dios es anterior al pecado, y el pecado aparece como ruptura de esa amistad con Dios.
Si vamos al Génesis, nos muestra a nuestros primeros padres en la amistad con Dios. Dios bajaba en la brisa de la tarde a conversar familiarmente con ellos. En la amistad de Dios: estar bien con Dios. El pecado viene a desfigurar a Dios. Fijémonos que generalmente suele ser ese el camino para nosotros también: desfigurar a Dios y presentarlo como cruel, como mentiroso, como enemigo de la felicidad del hombre. Entonces el hombre cree que tiene su felicidad simplemente en la libertad, lo cual es absurdo. ¿Por qué? Porque la libertad del hombre es muy limitada.
Tendríamos horror a un gobernante que se guiara simplemente por su liberad, porque él es libre de mandar lo que le dé la gana y de imponer lo que quiera. El hombre está sometido a la misma naturaleza, a las leyes de la naturaleza; el hombre no puede considerar su libertad en incendiar los bosques porque le dé la gana, porque es libre. Eso no lo puede hacer el hombre. Eso no lo puede hacer el hombre. y Dios no ha ordenado las cosas para fastidiar al hombre, sino como ordenaciones llenas de sabiduría y de amor. El mismo Dios no es arbitrario nunca. Dios no hace lo que le da la gana, porque el hacer lo que le da la gana es propio de la imperfección humana y de la falta de libertad del hombre; Dios hace lo que es sabio y amoroso. Y no hace más. Porque Dios es amor y Dios es sabiduría infinita y el hombre confunde el valor supremo de la libertad con el atropello de la sabiduría y del amor.
Es importante por eso redescubrir a Dios y redescubrir la amistad de Dios, el Corazón Misericordioso de Cristo. Podemos ver esto mismo, este mismo fenómeno y proceso, en esa parábola preciosa de Jesús, el hijo prodigo. El hijo prodigo se marchó de la casa del padre, pero no tenemos que imaginar que se marchó de repente, porque le dio una ventolera. Llevaba tiempo a disgusto en la casa del padre. Llevaba meses, años probablemente, en que se iba acentuando su disgusto, porque va perdiendo el amor a su padre. Y al ir perdiendo el amor a su padre, su padre le estorbaba para lo que él deseaba hacer. Esta situación es la que nosotros tenemos que mirar en nuestra vida. ¿Estamos a gusto con Dios?, ¿estamos a gusto con Cristo?, ¿vivimos en la comunión con Cristo y con el Padre? En una comunión dichosa, en una comunión gustosa, feliz, porque esto es fundamental.
El que deja de amar a Dios fácilmente encuentra en Dios un estorbo, porque ya no le ama, y entonces pretende desentenderse de Dios. y como no lo puede hacer de una manera real, lo hace en la orientación de su vida; pero antes de haberse marchado, ya su corazón se había alejado de su padre. Y esto no fue sin duda un acto especial.
A veces, cuando hablamos del pecado en nuestra vida podemos ponderar que tiene que ser una cosa muy clara, que tiene que ser una cosa muy deliberada, y es verdad que el acto del pecado tiene que ser plenamente deliberado y plenamente consciente. Porque hay un proceso espiritual en el que va introduciéndose en el corazón aceptado por el hombre, un cierto desprecio de Dios. y ello es grave. Eso es una situación que nos hace mucho daño, que realmente significa una ofensa a Dios. Esta despreciando a su padre. No falta más que un momento en el cual ya se formalice el alejamiento de la casa del padre para realizar sus designios y su vida, independiente del amor de su padre.
Pues bien, creo que son unas preguntas que es bueno que nos hagamos delante del Señor: ¿Qué significa Jesucristo en mi vida?, ¿qué significa Dios en mi vida?, ¿yo estoy a gusto en la casa Dios?, ¿estoy a gusto en la docilidad intima a Dios que es la exigencia del amor? Porque si he perdido esta actitud gozosa estoy en el plano inclinado del alejamiento de la casa del Padre, y entonces cualquier razón me parecerá que demuestra una arbitrariedad de Dios. y a Dios, para mí, lo puedo considerar como el estorbo que parece que disfruta en prohibir a los hombres las cosas que le agradan. Y no es así. Nunca Dios ha prohibido nada al hombre, sino por amor a él. Como el que construye un electrodoméstico, no pone prohibiciones de uso, ni botones que no hay que apretar en un determinado momento por fastidiar al cliente, sino porque es así el manejo de este electrodoméstico.
Pues bien, es importante para entender lo que es la ofensa de Dios e comprender nuestra comunión con Dios. Esto es fundamental: vivir esta comunión con Dios. las faltas y pecados en los cuales nosotros tenemos que detenernos más particularmente para considerar lo que es la ofensa de Cristo y la ofensa del Padre, son las faltas cometidas por los discípulos de Jesús después de haberle conocido y entrado en comunión con Él.
Es la negación de Pedro en la noche de la Pasión, que tiene un matiz muy especial. Es un matiz en el cual aparece su cercanía de Cristo y la continuidad del amor misericordioso de Cristo sobre él, que le quiere volver, que le mira con amor, para que vuelva de nuevo. Y es interesante ver que, como nos sucede también a nosotros. Pedro, en la noche de la Pasión, no niega que Cristo sea el Hijo de Dios, lo que niega es que él sea discípulo: «Tú eres discípulo de este hombre». «No lo soy». Pero no negó la filiación divina de Cristo, no negó al Maestro como Maestro, sino que él fuera discípulo. ¡Y esto nos sucede a nosotros tantas veces!.
También nosotros nos encontramos con atracciones con solicitaciones a la manera de la criada, de la portera. Nosotros no queremos negar a Cristo, pero negamos que somos discípulos de Cristo. Entonces cedemos en un comportamiento, y el Señor es perseverante en su misericordia. ¡Que conmovedora es aquella expresión del poeta!: «Oh paciencia infinita en esperarme, oh duro corazón en no quereros, que esté yo cansado de ofenderos y no lo estéis vos de perdonarme». Y es así, ese es el Amor Misericordioso del Señor, que quiere volvernos a la comunión. Por tanto, para todo lo que vamos a reflexionar y meditar sobre la ofensa de Dios, la ofensa de Cristo, es fundamental partir de la comunión nueva que se ha establecido por Cristo.
Así San Juan, en su primera carta, antes de hablarnos de que «el que dice que no tiene pecado miente, y si reconocemos nuestros pecados, bueno y justo es el Señor para perdonar nuestros pecados». Ha hablado inmediatamente antes de nuestra comunión con el Padre y con el Hijo en el Espíritu Santo. Este es el punto de partida. Estamos en la Casa de Dios, estamos en la familia de Dios. Ahí es donde nosotros tenemos que renovarnos, tenemos que actuar la cercanía de Dios; Dios no es un Dios lejano. Eso es absurdo en una visión cristiana. Dios es un Dios de cerca. ¡Cuántas veces confundimos al Dios infinito con el Dios lejano, como si infinito fuera sinónimo de lejano! Y no es así, Dios es infinitamente cercano a nosotros, más íntimo a nosotros que lo más íntimo de mí mismo. Eso es Dios, y Dios está muy cerca, y por Cristo y por la Redención de Cristo ha establecido su morada en nosotros, y nosotros ahora tenemos comunión con el Padre y, con el Hijo en el Espíritu Santo y tratamos de amistad con Él. Como decía Santa Teresa: «La oración es tratar de amistad con quien sabemos que nos ama». No es simplemente tratar con un amigo, sino tratar de amistad. El contenido de nuestra conversación es la amistad que tenemos y tratamos de amistad. El Señor nos dice que ya no somos siervos, que somos amigos, como lo era Simón Pedro, como lo era Santo Tomas, a pesar de su resistencia, a pesar de su incredulidad. Y el Señor le sigue envolviendo porque está tras él, porque lo quiere para Él, porque quiere llevarle a la confesión del «Señor mío y Dios mío». Pues bien, ya no nos llama siervos, nos llama amigos, y amigo quiere decir amor mutuamente conocido y mutuamente comunicado. Es amor de enamoramiento de verdad. Por tanto, Él es el primero que ama. Como dice San Juan: «Me ama personalmente, me conoce y me introduce en la intimidad de su Amor y me introduce en su Corazón. Y cuando mi vida está dentro de su Corazón, entonces mi comportamiento le llega al alma porque está en esa comunión, porque estamos en la comunión con el Padre y con el Hijo».
Partiendo de esa comunión podemos entonces pensar: ¿Qué significa mi vida para Cristo? Mi infidelidad le llega al alma a Cristo porque me ama. Este es el gran misterio en el cual tenemos que reflexionar. El pecado está ahí, en ese lugar, en ese Corazón del Señor. Le llega al Corazón. Le llega al Corazón no por afligirlo en el sentido de llevarlo a una especie de tristeza deprimente. ¡No! Pero le llega al lama, no porque yo quiero herirle, sino porque Él me ama. Y cuando amamos a una persona su falta de correspondencia nos llega al alma.
Reflexionaremos sobre esto contemplando la Eucaristía. Son unos momentos de adoración, de reflexión, de contemplación del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, de ese trato de Tú a tú con el Señor, de Corazón a corazón, en que le abramos todo nuestro ser para ser iluminados por su Amor Misericordioso y para que a esa luz no tengamos miedo de reconocer nuestro pecado, conscientes de que quedará hundido, anegado en la misericordia infinita del Señor.