CARTA CXXXVII
OCTAVA DE AVIÑÓN, AL P. CROISSET
¿Carta extraviada?—Mis ingratitudes retardan la glorificación del Divino Corazón.— Mejor será que pongáis treinta meditaciones en vuestro libro.—Anonadada en el Sagrado Corazón.—He asistido a vuestra primera Misa.—Daos prisa en vuestra obra.
De nuestro Monasterio, a 15 de abril de 1690
Mi Reverendo Padre: No tengo tiempo sino para escribiros dos palabras a fin de responder a la vuestra, la cual me ha sorprendido en extremo por el cargo que me hacéis de no haber respondido a las dos cartas precedentes. He respondido muy extensamente a ambas y os he enviado las respuestas por medio de M. Paguay, que me ha remitido una de las vuestras, e hizo que se me instara mucho a responder a ella. Ya lo hice, y se le dio mi carta para remitírosla. Y ¡ahora me decís que no la habéis recibido!
Libradme, os lo suplico, de la pena en que estoy de que no caiga en otras manos que en las vuestras; sería esto una de las cosas más mortificativas para mí, que no me siento con fuerza de repetiros aquí lo que en ellas os decía.
Sin embargo, la duda en que os veo de que me olvidé de rogar por vos, me aflige más de lo que os pudiera decir, pues cesaría en el mismo punto de hacerlo por mí. Decid más bien que mis pecados os impiden sentir los efectos de la oración,
y que no soy capaz de otra cosa que de detener el curso de las gracias y misericordias del Señor a causa de mis ingratitudes e infidelidades. Ellas me han ocasionado el sensible dolor que experimento de ver que soy la causa de que se retarde esa obra que tiende tan directamente a la gloria del adorable Corazón de mi Salvador. Esto me sirve de rudo tormento, aunque yo no quiero sino su santa voluntad y no veo en ello falta propia.
He respondido a todos los puntos de vuestra carta en cuanto me ha sido posible, y acerca de lo que me proponíais de no hacer más que doce meditaciones. Os confieso que nunca he podido cambiar nuestro primer deseo de que fuesen treinta, como me lo habíais indicado. No obstante, después de haberos manifestado mi pensamiento, como lo deseabais, me someto a todo lo que juzguéis más a propósito.
Una vez más os reitero aquí mi súplica de que al dar a conocer al Sagrado Corazón de mi Soberano, me dejéis siempre anonadada, sin darme a conocer en manera alguna, pues a esto me siento muy fuertemente inclinada, no deseando más que extinguirme y quedar desconocida, despreciada y olvidada.
He tenido la dicha de pasar la noche del Jueves Santo delante del Santísimo Sacramento, con gran consuelo de mi alma, estando allí por vos y por mí. Tampoco he dejado de asistir en espíritu a vuestra primera Misa, sabiendo bien que yo tenía en ella buena parte, y he sentido los efectos por algunos socorros extraordinarios.
No he dejado de hacer las comuniones que me habíais pedido, y me he sentido cada vez más impulsada a rogaros que no retardéis vuestra obra, y que la hagáis lo más perfectamente que os sea posible, no perdonando medio por vuestra parte. Estoy cada vez más segura de que Él quiere esto de vos, si no me engaño, y esto por muchas razones que no os puedo declarar aquí.
El R. P. Froment está resuelto a continuar su obra. Os he indicado que haríais bien en escribirle; pero, en nombre de Dios, no le hagáis mención ninguna de mí, por buenas razones.
Vamos a cambiar de Superiora, y no sé si la nueva verá con agrado esta comunicación espiritual. Rogad mucho al adorable Corazón de Jesús que nos dé una Superiora de su elección. No dejéis, sin embargo, de escribir, como de ordinario, y yo os contestaré si puedo.
Maria concepta est sine peccato
CARTA CXXXVIII
NOVENA DE AVIÑÓN, AL P. CROISSET
Seguid correspondiendo fielmente a Dios.—No os dejéis abatir el ánimo.—¡Gran dicha celebrar todos los días la Santa Misa!—Con frecuencia tengo que repetir: «Dios mío,
¿por qué me habéis abandonado?»—Él os pagará largamente cuanto hagáis por mí.—
¡Sólo comulgamos, de ordinario, dos veces por semana!—¿Que con ocasión del quietismo van a prohibir todas las devociones nuevas?—Pero la contradicción será el más sólido fundamento de la del amantísimo Corazón.—No me nombréis para nada.—
¡Dichoso de vos si sufrierais algo por su causa!—Espíritu irresistible que dirige a la Santa.—Desengañadme, si estoy engañada.—La preciosísima devoción en Malta y en Quebec. Que esos jóvenes estudiantes confíen, en el Divino Corazón.—¡Qué malo es disputar al de Jesús su propio corazón!—Muy meritorio es el trabajo de oír confesiones.—«No os olvidéis de poner las Letanías del Corazón de la Santísima Virgen, nuestra buena Madre».—Me alegro pongáis las imágenes de San Francisco de Sales y San Luis Gonzaga.—¿Y las Indulgencias?—El Arzobispo de Viena (Francia) ha aprobado la devoción.—Que bajo ningún pretexto salga yo en vuestro libro.—Estoy en un verdadero purgatorio cuando se me nombra.
¡Viva † Jesús!
16 de mayo de 1690
Mi Reverendo Padre: Acabo de recibir la vuestra en presencia de mi adorable Dueño, delante del Santísimo Sacramento, donde la he leído con gran consuelo, tanto por ver cumplidos vuestros deseos, como por saber las grandes gracias y misericordias que mi Divino Salvador derrama con tanta profusión en vuestra alma. Por ello le doy gracias con todo el ardor y afecto de que soy capaz en su amable Corazón.
A este fin he oído dos Misas, bendiciéndole mil veces por haberos dado a conocer tan bien lo que son vuestras penas y sus designios acerca de vuestros padecimientos, y la manera de conduciros en ellos, que me parece que nada tengo que deciros sobre el particular, sino que correspondáis fielmente, como gracias a Dios lo hacéis.
Es verdad, según pienso, que el enemigo no tiene otro designio en todas esas turbaciones que en vos suscita, que el de abatir vuestro valor, disminuir en vos ese ardiente y puro amor de Dios, y esa gran confianza que os sirve de firme apoyo y que os atrae tantas gracias, y por este medio haceros desistir de lo que habéis emprendido para la gloria de Dios. Por su infinita bondad Él ha convertido todas esas baterías en mayor gloria suya, para vuestra santificación y confusión de vuestro enemigo. Acaso éste no desista de su empeño, y os presente todavía mayores combates. Mas yo espero que el adorable Corazón de Jesús os sacará siempre victorioso.
En fin, ya sois sacerdote y tenéis el honor de sacrificar y ofrecer todos los días mi adorable Salvador a su Eterno Padre. ¡Qué consuelo y qué gozo para mí el poder hacer lo mismo to dos los días por vuestro medio, y cuán feliz me juzgo al saber que gozáis de esa dicha incomparable! Aprovechaos de ella y haced que sea siempre con nuevas gracias. Yo me siento más deudora a su bondad infinita, que si me las hiciera a mí misma, porque espero que haréis de ellas mejor uso que yo.
No sé cómo expresaros mis sentimientos de gratitud por las grandes y muy grandes caridades que me hacéis. Nunca me hubiera atrevido a esperar tanto, pero mi Soberano, que sabe la extrema necesidad que tengo de ellas, os lo ha inspirado. Allí es también donde encuentro toda mi fuerza y sostén en los diversos estados de padecimiento que tengo que soportar continuamente. Éstos son a veces tan extremos, que mil veces sucumbiría a ellos sin el socorro de que os hablo, es decir, sin el Corazón de mi amable Jesús en el Santísimo Sacramento. Fuera de Él no hay para mí en la vida ni placer, ni gozo, ni consuelo.
Os confieso en confianza que no puedo dudar del efecto de las palabras que mi Divino Maestro me hizo escuchar al principio, cuando me enseñó a conocer su amable Corazón. Él enseñó entonces a su indigna esclava que quería fuera mi vida enteramente conforme a la del Hombre-Dios, convirtiéndola en una verdadera copia de Jesús pobre, humillado, despreciado y paciente. Y de tal modo me hallo anonadada y destituida de todo apoyo, que a menudo exclamo con Él en la cruz:
¡Dios mío! ¡Dios mío!, ¿porqué me habéis abandonado?
Y como no me es permitido manifestar mis penas, sino sólo sufrirlas en silencio, no diré otra cosa de ellas, sino que encuentro algo semejante en las disposiciones que me señaláis en vuestra carta. Me preguntáis qué es lo que quiero hacer por vos en pago de tanto bien y caridad como me hacéis. Os respondo que no puedo hacer nada; pero me parece que al leer vuestra carta, que me ha llenado de asombro al ver que quisierais ejercitar tan gran caridad para con una miserable e indigna criatura, el Soberano de mi alma me ha dado a entender, si no me engaño, que Él os recompensará por todo con abundancia y profusión. A medida que hacéis todo ese bien por mí, Él lo recibe como un presente que le hacéis a Él mismo; por el cual os enriquece a vos primeramente más que si lo hicierais por vos mismo, y después dispone de lo demás como le agrada.
Mas ¿por qué decís que me pedís demasiado respecto de las comuniones? Puedo aseguraros que de buena gana ofrecería por vos todas las que tengo la dicha de recibir, si estuviera en mí disponer de ellas o de comulgar conforme al ardiente deseo que tengo de hacerlo. Mas en las comunidades no debe haber nada extraordinario sino el amor y la cruz. No comulgamos ordinariamente más que dos veces por semana, a saber, el domingo y el jueves, y fuera de esto no se me permite hacerlo más que en los primeros viernes de mes. He aquí todo lo que puedo hacer a intención vuestra, pues fuera de esos tiempos no comulgo sino por medio del amor y de la cruz de este único amor de mi alma que me une a sí por esos medios de un modo inexplicable.
Gran júbilo me causáis cuando me habláis de los progresos de nuestra amable devoción, porque se nos ha dicho que a causa de la de Molinos74 y el quietismo, se iban a prohibir todas las devociones nuevas; que no se permitiría que se estableciera ninguna de éstas, y que la del Sagrado Corazón de Nuestro Señor sería por lo tanto suprimida, lo mismo que la de la Santa Infancia, la cual ha sido enviada a Roma para ser examinada. Mas por nada de esto me aflijo, pues como no busco en ello más que el cumplimiento del beneplácito de mi Soberano, si Él quiere destruir lo que ha comenzado, lo querré yo también con Él, aguantando en silencio mi cruel dolor. Sé perfectamente que es bastante poderoso Jesucristo para sostener, proseguir y acabar lo que Él mismo ha comenzado. Y para esto se servirá aun de las contradicciones y oposiciones de todos los que le son contrarios, y lo convertirá todo en su más sólido fundamento para establecerla. En fin, es negocio suyo, y yo me abandono a todo lo que Él hiciere.
En cuanto a eso que me indicáis, ya os he dicho que, si puede hacerse sin que yo sea por ello conocida de manera alguna, consiento en lo que me pedís, pero de ningún modo quiero que se advierta que soy parte en ello. Os aseguro en cuanto yo puedo conocerlo, que mi Dios no exige de mí ese sacrificio; que si yo conociese que Él lo quiere, no vacilaría un momento en ofrecérselo.
Mas si obraseis de otro modo, pondríais un obstáculo a la misma devoción que pensáis establecer; pues sé que mi Soberano no tiene necesidad de tan vil y miserable instrumento para la realización de un designio tan grande, que debe procurarle tanta gloria para la salvación de gran número de almas. Si pudiera expresarlo como me parece que me lo da a conocer, aún se redoblaría vuestro celo por esta amable devoción. Y aun cuando Él os juzgara digno de padecer algo por este motivo, yo os juzgaría dichoso por ello, y me regocijaría, como lo hago cuando a mí me regala con este favor.
En cuanto a examinar de qué espíritu proviene lo que os digo y os he dicho, tanto respecto de esta amable devoción, como de otros asuntos, me haríais particular servicio si me dijerais claramente lo que en esto sentís, por el gran temor que siempre tengo de ser engañada, sin que pueda desengañarme por más esfuerzos que haga. Y es que el espíritu que me guía ha tomado un imperio tan absoluto sobre todo mi ser espiritual y corporal, que me parece que vive y obra en mí más que yo misma. Por más resistencia que le haga, no puedo impedir sus operaciones; siempre tengo que acabar por hacer lo que él quiere; juzgad de ello vos mismo. Lo cierto es que no siento yo afición más que a este Soberano de mi alma, y de ningún modo a sus favores, por grandes que sean para conmigo. Él me los da, Él me los quita como le place, sin que esto me cause pena, constituyendo todo mi placer el contentarle a Él solo.
Sería demasiado larga si os expresara los efectos de sus bondades y de su conducta para conmigo; pero creo haberos dicho de ello lo suficiente, lo mismo que de las excesivas bondades de su amable Corazón, para que podáis conocer si soy víctima de alguna ilusión. Os suplico encarecidamente, por todo el amor que tenéis a mi Señor Jesucristo, que no me lo disimuléis, después que lo hayáis examinado con los que me decís, pero bajo secreto; porque quiero vivir desconocida, y por esto no me daréis a conocer a ninguno de vuestros Padres que vienen a esta ciudad.
Me dais una gran consolación cuando me decís que ese santo personaje se emplea en eso con celo, pues es una de las almas escogidas para dar gran gloria a Dios por tales medios.
Estoy muy contenta de que hayáis enviado esta devoción a Malta. Propagadla por todas partes, por cuantos medios Él os diere. En cuanto a mí, me ha proporcionado Él ocasión de enviarla a Quebec, y así espero que este Divino Corazón será conocido y amado en todas las partes del mundo.
En cuanto a lo que me decís acerca de esos jóvenes estudiantes que desean entregarse a Dios, no es propio de una miserable pecadora como yo tener la temeridad de dar a conocer la voluntad de Dios en lo concerniente a su vocación ni a ninguna otra cosa. No esperéis tal de mí, os lo suplico, ni me lo pidáis; y si mi gran orgullo me arrastrara alguna vez a hacerlo, tenedlo por engaño y decepción. Mas no dejaré de rogar a Nuestro Señor que les haga conocer su voluntad y les dé las gracias necesarias para cumplirla valerosamente, sin hacer caso de lo que les cuesta; porque no les ha de faltar el que los llama. Que bastante poderoso es para mantener su propia obra, si en Él confían.
No dejaré de ofrecer la sagrada comunión a sus intenciones, ni de encomendar a ese buen Padre, vuestro amigo, el cual, a mi juicio, se causa un gran daño a sí mismo desde que disputa su corazón a Aquél que lo ha creado para su Amor y tiene tan gran deseo de poseerlo absolutamente y hacerse dueño de él para comunicarle abundantemente sus gracias. Pero no me toca a mí el decir todo lo que nuestro Señor desea de él; yo pediré a su bondad que se lo haga conocer y le dé fortaleza para ejecutarlo. Me parece que haría bien en consagrarse al adorable Corazón de Jesucristo, y seguir fielmente sus santas inspiraciones; mas esto fuerte y constantemente, por medio de un completo olvido y desprecio de todo lo que le impide hacerse un gran santo.
Creo que no debéis hacer caso del trabajo que sentís en oír confesiones, pues eso os será de gran mérito si en ese ministerio perseveráis con valor. Dios será en ello muy glorificado, por la caridad que ejercitaréis soportando a los pobres pecadores.
Mucho me agrada el oíros que tenéis intención de hacer vuestro libro lo más perfecto que pudiereis. Es mejor gastar en él más tiempo, pues nada os urge fuera del amor de mi adorable Salvador: no olvidéis en él las letanías del Corazón de la Santísima Virgen, nuestra buena Madre. Mucho me place que el R. P. Gette tenga alguna parte en esa obra por medio del Oficio que ha compuesto. Es un religioso muy santo y un perfecto amigo del Sagrado Corazón de Jesucristo, a quien yo bendigo y doy gracias con todo mi corazón por haberos inspirado la idea de poner un San Francisco de Sales en vuestra imagen, con un Beato Luis Gonzaga. Porque es verdad que ese gran Santo tiene mucha parte en esta amable devoción y, además, esto dará contentamiento a las Hijas de la Visitación75.
Por lo demás, nada decís de las indulgencias que tenéis propósito de conseguir; ¿o es que ya no pensáis en ello?
Nos han escrito que Mgr., el Arzobispo de Viena, ha aprobado esta devoción.
Mas nos os olvidéis de lo que tantas veces os he rogado y os ruego ahora una vez más. Que en vuestro libro no se haga para nada mención de mí; ni bajo ningún pretexto que se pudiera alegar sea yo por él conocida. ¡Si os pudiera expresar la pena que padezco cuando se me nombra y creen que tengo alguna parte en esta devoción! ¡Si me parece que en seguida la va a rechazar todo el mundo por mi causa!
Cuando los predicadores predican de ella en mi presencia, no sé por qué, pero me parece que estoy durante ese tiempo sumida en un purgatorio compuesto de toda suerte de tormentos, donde padezco un martirio que no podría sufrir sin el apoyo del poder de Aquél mismo que me hace sufrir.
No; no hemos cambiado todavía de Superiora; por eso me aprovecho de la buena voluntad de la nuestra para escribiros. Si a la nueva no le agradare, no os contestaría ya a las que me escribierais, y así lo recibiréis todo en el amor del Sagrado Corazón.
Maria concepta est sine peccato
CARTA CXXXIX
DÉCIMA Y ÚLTIMA DE AVIÑÓN, AL P. CROISSET
Sólo el Corazón soberano me puede forzar a escribiros.—Bastará con mencionarme a mí en vuestro libro para que todo se estropee.—Desconfiad de vos, pero para confiar más en Él.—Es obra suya y Él la llevará adelante.—¿Queréis que os reciba el Divino Corazón?—Haced que os presente Santa Margarita.—Nuevas advertencias y consejos acerca del famoso libro, pronto ya a terminarse, del P. Croisset.—«¿Qué podéis temer celebrando como celebráis la Santa Misa?»—Dos encargos especiales.—Un deseo de la Santa, plenamente realizado en el actual Apostolado de la O ración.—«Los dolores de cabeza casi no me dejan escribir».
¡Viva † Jesús!
Del 21 de agosto de 1690
Os contesto inmediatamente después de haber recibido la vuestra, para quitaros todo motivo de queja sobre mi retraso en hacerlo, aunque ya debéis haber recibido la respuesta a la vuestra última. En ella os indicaba la causa de esto, y no la repetiré aquí. Solamente os diré que habéis sabido bien hallar los medios de hacerme escribir, como me lo habéis dicho, pues jamás lo hubiera podido creer. Os confieso francamente que sólo el interés del amabilísimo Corazón de mi Soberano es capaz de obligarme a hacer este esfuerzo. Y sabed que si Él no os hubiera escogido para darle el honor, la gloria que espera de Vos por la obra en que trabajáis, nunca me hubiera permitido, por más esfuerzos que yo me hubiera hecho, el hablaros tan confidencialmente y con tanta franqueza de corazón, aunque no ignoro, a la verdad, que todo esto no es inútil para vos.
Es preciso que os diga una cosa, de la cual siempre me olvido al escribiros. Bien conozco por las vuestras, que mi modo sencillo de explicarme os engaña y os da una idea de lo que yo debiera ser; mas en realidad me veo tan distante de eso, que no pienso en ello sino con temor y temblor. Nada me sorprende más que el que se me dé algún crédito a lo que digo, viéndome tan mala como soy.
No puedo, a pesar de esto, dejaros de decir sencillamente mis pensamientos, en cuanto me es permitido hacerlo, y nada me ha detenido más en este asunto que el haberme vos dado a entender que esto podría contribuir a darme a conocer.
¡Oh, que no suceda semejante cosa, os suplico por todo el amor que tenéis a mi Soberano Maestro! Me parece que no exige eso de mí, por la horrible pena que en ello me hace experimentar.
Es cierto que veo en ello algo de mi interés propio; mas espero que el de la gloria divina no estará en eso interesado, ni disminuirá. Por el contrario, si se descubriese algo de mí en vuestro libro, eso solo sería capaz de inutilizarlo y de quitarle toda su importancia y fruto, por no ser mi vida conforme a los grandes y excesivos favores que recibo de mi Dios. Ésa es una de las razones que me obligan a ocultarlos cuanto puedo.
Pero nada debéis temer vos respecto de vuestra obra, puesto que es de su agrado; y esto basta para que Él con su gracia le conceda el producir más efecto del que vos mismo esperáis, con tal de que os apoyéis en Él y lo esperéis todo de esa misma gracia, y nada de las criaturas. Hacéis bien en desconfiar de vos mismo, con tal de que esa gran confianza que debéis tener constantemente en la bondad de nuestro Dios reine siempre por encima de todo.
¿Os sorprendéis de esto? Pues esto no es todavía nada, porque es menester que seáis siempre probado y purificado como el oro en el crisol para la ejecución de los designios divinos. Grandes son, a la verdad, porque tendréis que sufrir mucho de parte del demonio, de las criaturas y de vos mismo; mas nada tenéis que temer, pues Él os muestra su amor de ese modo.
La conducta que observa Él con vos me confirma en este pensamiento y aun en otros no menos ventajosos para vos. Esto me obliga a deciros repetidas veces, que sois dichoso si correspondéis a la elección que Él ha hecho de vos para dar a conocer y hacer amar su Divino Corazón. Pero, repito, corresponded a ella mejor que yo, por grande que sea la pena y repugnancia que no ignoro que sentís, y a pesar de todas las oposiciones y contradicciones que Satanás pudiera suscitar a nuestra empresa.
Espero que la cosa se realizará felizmente a gloria de nuestro soberano Dueño y confusión del enemigo, el cual revienta de despecho por no haber podido impedir esta amable devoción, en la cual os conjuro que trabajéis con todo el poder y medios que os diere nuestro soberano Señor.
Estoy bien persuadida de la poca capacidad que decís tener para esta obra; pues cuando menos ella tenga de la criatura y del espíritu humano, más tendrá de Dios y del espíritu divino. El cual no quiere servirse en este particular más que de personas ineptas, porque lo quiere hacer todo por sí mismo, con tal de que nuestro amor y confianza secunden su poder.
Otra señal que Él me da de su elección y de su amor para con vos, es que todas las veces que, os presento a ese Corazón adorable, siempre encuentro en Él entrada libre en favor vuestro. Siempre está dispuesto a ensanchar y dilatar el divino tesoro de su puro amor para con vos. Ésta es la señal cierta que ese Soberano de mi alma ha dado a ésta su miserable e indigna esclava. Y si no me engaño, es también la señal que me da de que escoge y recibe a lo que le presento. Cuando no le son gratos, ese Corazón me parece cerrado e insensible; y siento que a mí misma me rechaza con indignación, cuando persevero importunándole por los que le ultrajan y desprecian con sus resistencias. Esto no se entiende de los grandes pecadores, sino de aquellos que Él había escogido para colocarlos en el número de sus amigos. Cuando le presento a estos tales, me siento, repito, no sólo rechazada, sino como ligada y reducida a la impotencia de hacerlo. Sin embargo, algunas veces combato tan largo tiempo, que al fin consigo lo que deseo.
Volviendo a la obra del adorable Corazón de mi Jesús, no dudo que Él haya trabajado en ella más que vos mismo, pues el conjunto, si no me engaño, es tan perfectamente de su agrado, que no creo sea preciso cambiar nada, ni la consagración ni el acto de reparación. Solamente os rogaría que pusierais en ella la pequeña consagración; pues como viene de Él, no le agradaría el que se omitiera. Y sabed que, por lo demás, debéis proceder con toda libertad en esta obra, siguiendo el movimiento de su inspiración para quitar o añadir según Él os inspire. En verdad que no sé de dónde me viene la pena que siento de que difiráis para el año próximo el imprimirla.
Me someto, con todo, pareciéndome bien vuestra razón, pero a condición de que hagáis que impriman de nuevo los primeros. Y me extraña que no se hayan reimpreso ya, siendo buscados con tanto afán, al menos por aquí, que, a pesar del deseo que he tenido de conservar uno de los vuestros, no lo he podido conseguir. Así creo será gloria de ese Divino Corazón volver a imprimir más para satisfacer la devoción de los que los desean; pero en esto, como en todo lo demás, obrad según Él os diere a conocer ser su mayor gloria.
En todas vuestras penas y tentaciones nada veo que no me dé más bien gozo que temor, pues nuestro enemigo sale siempre de ellas confundido. Y, por otra parte, ¿qué podéis temer celebrando ya la santa Misa? ¡Oh, Dios mío! ¡Qué feliz sois y qué acciones de gracias le debéis dar por todas aquellas de que Él colma nuestras almas por este medio! Me parece que debiéramos por ello darle gracias incesantemente, lo cual hago yo en las comuniones que por vos recibo todos los jueves. Con ellas os doy mil gracias por el exceso de caridad que tenéis conmigo al ofrecer esos Santos Sacrificios por mí. Espero que el Corazón amable de mi Soberano Dueño os lo recompensará tan abundantemente, que me atrevo a deciros que nada perderéis por eso.
Os envío para M. Durets este billetito, el cual os aseguro que no se ha escrito sino después de muchos gemidos, oraciones, etc. Vos se lo entregaréis después de haber dicho la santa Misa que me habéis prometido decir tan pronto como lo hayáis recibido; pero la diréis por todos los tres, y particularmente por él, a fin de que Dios le disponga a sacar del escrito el provecho que de él espero. Yo os confieso que me causa compasión en medio de esas grandes penas que tiene que sufrir; pero le están reservados grandes tesoros de gracias, porque es un alma escogida. Os suplico que nadie vea este escrito más que vos y él y lo queméis en seguida.
Os suplico de nuevo que no os desalentéis por todas las contradicciones, penas y obstáculos que puedan saliros al paso en la composición del libro que habéis emprendido. Pensad que, siendo omnipotente Aquél por quien trabajáis, no dejará que os falte ninguno de los socorros necesarios para realizarlo perfectamente, según su deseo.
Por mi parte, no he cesado de encomendarle a menudo este librito, y, si no me engaño, creo que es conforme a su deseo, y que Él promete suplir todo lo que en él pudiera faltar. Os confieso que, por mi parte, me siento muy consolada con su publicación, con tal, sin embargo, de que yo no sea por él conocida en modo alguno.
Desearía, si lo juzgáis a propósito, insertarais al fin alguna fórmula para dirigir todas las intenciones al Sagrado Corazón de Jesucristo, de modo que se hagan todas las obras en conformidad con las intenciones que Él tiene en el Santísimo Sacramento del Altar77. Aquí tengo yo una, pero no es apta más que para las personas religiosas y es demasiado larga.
Verdad es, como decís, que Dios ha querido haceros un gran santo, y para esto os concede grandes favores, y me alegro mucho de que Él mismo os los haga conocer, a fin de que correspondáis a ellos más fielmente. Así lo espero de su bondad y le pido que su gracia no sea vana en vos. Por lo demás, si no juzgáis a propósito entregar los escritos a ese joven, quemadlos; mas yo no dudo que su vocación a vuestra Santa Compañía sea de Dios.
Él quiere que le ayudéis con todo vuestro poder a sobrepujar las dificultades que le suscitará el demonio, y que recurra a menudo a ese Divino Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, sin entretenerse de ningún modo, con su enemigo, sino apartándose de él sencillamente con desprecio y sin escucharle.
Os confieso que mis dolores de cabeza casi me quitan la libertad de escribir; y lo hago con tantas interrupciones, que creo que no hay sentido ni razón en lo que escribo. Y no sé si os digo siempre la misma cosa, ni si lo podréis comprender, ni si lo podréis leer siquiera.
En fin, sea como sea, me haréis un gran favor en quemar todos esos malos borradores de cartas, y en redoblar vuestras oraciones por mí, cuando esté en Retiro, que será, Dios mediante, hacia el 12 de octubre. Entonces será cuando tendré mayor necesidad de los auxilios de la gracia que espero alcanzar por vuestro medio. Por lo demás, no he puesto dirección al billete; basta con que vos sepáis para quién es. Ruego al Divino Esposo de nuestras almas, ya que nos ha creado únicamente para amarle, que nos consuma totalmente en su puro amor, a fin de que no cesemos ni un momento de amarle.
Sor Margarita María
De la Visitación de Santa María
D. S. B.
CARTA CXL
CARTA A SU DIRECTOR
Mi paz es un abismo de humillaciones y sufrimientos.—Sublimes arranques de seráfico amor a vista del infierno.
¡Viva † Jesús!
Me parece, mi Reverendo Padre, que no llegaré a estar en paz hasta que me vea abismada en humillaciones y sufrimientos, desconocida para todo el mundo y sepultada en un eterno olvido; o si se acuerdan de mí, que sólo sea para despreciarme aún más y para darme una buena ocasión de sufrir algo por Dios. Esto es, mi Reverendo Padre, lo que sin cesar pido a mi Divino Salvador; y no sé si hay en esto algo de ilusión, pero os puedo asegurar que no sé pedir otra cosa fuera de su amor, o mejor dicho, que no sé pedir para mí más que una sola cosa, a saber: amar ardientemente a Jesucristo Crucificado y, por consiguiente, un amor paciente.
No sé si me engaño, pero me parece que mi mayor contento sería amar a mi amable Salvador con un amor tan ardiente como el de los serafines; y me parece que no me disgustaría hacerlo aun en el mismo infierno. A veces me aflijo en extremo pensando que habrá un lugar en el mundo en el cual, durante toda la eternidad, un número infinito de almas rescatadas con la preciosa sangre de Jesucristo, no amarán a este amable Salvador.
Desearía, Divino Salvador mío, si tal fuese vuestra voluntad, sufrir todos los tormentos del infierno, con tal de amaros en él, tanto cuanto hubieran podido amaros en el cielo todos los desventurados que sufrirán allí eternamente, y que no os amarán jamás. Porque ¿es posible que haya un lugar en el mundo en el cual Jesucristo no sea amado en toda la eternidad? Ciertamente que si se conociese el deseo que tengo de sufrir y ser despreciada, no hay duda de que la caridad inclinaría para todo el mundo a satisfacerme en este punto.
¡Viva † Jesús!
CARTA CXLI
CARTA A SU DIRECTOR
Gran misión confiada a la mínima Compañía de Jesús.—«Infinitos son los tesoros que encierra este Sagrado Corazón».—No hay en toda la vida espiritual ejercicio de devoción más excelso.—Gracias riquísimas y exuberantes para toda clase de personas, religiosas y seglares.—La consoladora promesa de la muerte dulce.—Aun los corazones más endurecidos.
¡Viva † Jesús!
Ojalá pudiera contar cuanto sé de esta amable devoción, y descubrir a toda la tierra los tesoros de gracia que Jesucristo derrama con profusión sobre todos los que la practiquen. Yo os conjuro, mi Reverendo Padre, que no omitáis nada por inspirársela a todo el mundo.
Jesucristo me ha dado a conocer, de modo que no deja lugar a duda, que por medio de los Padres de la Compañía, principalmente, quería establecer en todas partes esta sólida devoción, y formarse con ella un número infinito de siervos fieles, de amigos perfectos y de hijos verdaderamente agradecidos80.
Infinitos son los tesoros de bendiciones y de gracias que encierra este Sagrado Corazón. No sé yo que haya en la vida espiritual ningún ejercicio de devoción más propio para elevar el alma en poco tiempo a la más alta perfección, y hacerle gustar las verdaderas dulzuras que se encuentran en el servicio de Jesucristo. Sí, lo digo con seguridad; si se supiera cuán agradable le es a Jesucristo esta devoción, no habría un solo cristiano, por poco amor que tuviera a este amable Salvador, que no la practicase en seguida. Haced, sobre todo, que la abracen las personas religiosas, porque sacarán de ella tantos auxilios, que no será necesario otro medio para establecer el fervor y la más exacta regularidad en las comunidades menos observantes, y hacer llegar al colmo de la perfección a las que viven en mayor regularidad.
En cuanto a las personas seglares, encontrarán en su estado por medio de esta amable devoción, cuantos socorros necesiten; es decir, paz en sus familias, alivio en sus trabajos, bendiciones del cielo en todas sus empresas y consuelo en sus tristezas. En ese mismo Sagrado Corazón es en donde hallarán propiamente un lugar de refugio durante toda su vida, y principalmente en la hora de la muerte.
¡Ah, cuán dulce es morir después de haber tenido una tierna y constante devoción al Sagrado Corazón de Jesucristo! [¡Al Corazón de Aquél que nos ha de juzgar!]
Mi Divino Maestro me ha dado a conocer que los que trabajan en la salvación de las almas lo harán con éxito y tendrán un arte especial para conmover los corazones más endurecidos, si profesan tierna devoción a su Corazón sagrado y si trabajan para inspirarla a los demás y establecerla en todas partes.
En fin, es evidente que no habría en el mundo persona alguna que no recibiera toda clase de auxilios del cielo, si se tuviera un amor verdaderamente agradecido, cual es el que se le demuestra por la devoción a su Sagrado Corazón.
CARTA CXLII APÓCRIFA Y SIN DIRECCIÓN
¡Quién pudiera sumergirse en ese mar del amor de Dios!
¡Viva † Jesús!
Mi muy amado [Padre]: He tenido deseos de conferenciar con vos de cosas espirituales y de daros parte del deseo que tengo de embarcarme mar adentro, o más bien, sumergirme en ese sublime mar del amor de Dios; y como comprendo que el piloto es el Espíritu Santo, os ruego que me obtengáis de Él que me reciba en su nave.
Pero como no hay que embarcarse en un viaje tan importante sin armas para combatir, os quedaré muy obligada si por vuestro intermedio puedo llegar a la práctica de lo que aún no conozco, más que por especulación, que es el puro amor de Dios. Deseo hacer y sufrir cada día todo con perfección, caminar en su presencia, herir a menudo el Corazón del Esposo con jaculatorias, y tener mi corazón atento a las que Él me dirija. Por este medio enriqueceré mi corazón con un tesoro que aumentará insensiblemente como el dinero en el arca, el cual no será conocido hasta después de mi muerte, después de la cual quisiera haber hecho aún mucho más.