SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE. Escritos espirituales (XVI)

ORACIONES COMPUESTAS
 POR SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE

1.- Ofrecimiento al Corazón Sagrado de Jesucristo 


a) Razones para el ofrecimiento

Este ofrecimiento se hace para honrar a este divino Corazón, asiento de todas las virtudes, fuente de todas las bendiciones y retiro de todas las almas santas.

Las principales virtudes que pretendemos honrar en Él son las siguientes:

1º. Un ardiente amor a Dios, su Padre, junto con un profundo respeto y la mayor humildad que existió jamás.

2º. Una paciencia infinita en los males, una contrición y un dolor extremo por los pecados que se había cargado; la confianza de un hijo tiernísimo junto con la confusión de un grandísimo pecador.

3º. Una compasión muy sensible por nuestras miserias, un amor inmenso, a pesar de estas mismas miserias; y no obstante todos estos movimientos, cada uno de los cuales llegó al más alto grado posible, una igualdad inalterable causada por la conformidad tan perfecta con la voluntad de Dios, que no se podía turbar por ningún suceso, por contrario que pareciese a su celo, a su humildad, a su mismo amor y a todas las otras disposiciones en que se hallaba.

Este Corazón se encuentra aún, en cuanto puede ser, en los mismos sentimientos y, sobre todo, siempre abrasado de amor para con los hombres; siempre abierto para derramar toda clase de gracias y bendiciones; siempre sensible a nuestros males; siempre apremiado del deseo de hacernos partícipes de sus tesoros y de dársenos a sí mismo; siempre dispuesto a recibirnos y a servirnos de asilo ya en esta vida.

A cambio de todo esto no encuentra en el corazón de los hombres más que dureza, olvido, desprecio, ingratitud. Ama y no es amado y ni siquiera es conocido su amor; porque no se dignan los hombres recibir los dones por los que quisiera atestiguarlo, ni escuchar las tiernas y secretas declaraciones que de Él quisiera hacer a nuestro corazón.

b) Fórmula de la entrega

En reparación de tantos ultrajes y de tan crueles ingratitudes, oh adorabilísimo y amabilísimo Corazón de mi amable Jesús, y para evitar en cuanto de mí dependa el caer en semejante desgracia, yo os ofrezco mi corazón con todos los sentimientos de que es capaz; yo me entrego enteramente a Vos. Y desde este momento protesto sinceramente que deseo olvidarme de mí mismo y de todo lo que pueda tener relación conmigo para remover el obstáculo que pudiera impedirme la entrada en ese divino Corazón que tenéis la bondad de abrirme y donde deseo entrar para vivir y morir en él con vuestros más fieles siervos, penetrado enteramente y abrasado de vuestro amor.

Ofrezco a este Corazón todo el mérito, toda la satisfacción de todas las misas, de todas las oraciones, de todos los actos de mortificación, de todas las prácticas religiosas, de todos los actos de celo, de humildad, de obediencia y de todas las demás virtudes que practicare hasta el último instante de mi vida.

No sólo será todo esto para honrar al Corazón de Jesús y sus admirables afectos, mas también le pido humildemente se digne aceptar la entera donación que le hago y disponer de ella de la manera que más le agrade y en favor de quien le plazca. Y como ya tengo cedido a las santas almas que están en el Purgatorio todo lo que hubiere en mis acciones, propio para satisfacer a la divina justicia, deseo que esto les sea distribuido según el beneplácito del Corazón de Jesús.

Esto no impedirá que yo cumpla con las obligaciones que tengo de celebrar misas y orar por ciertas intenciones prescritas por la obediencia; que ofrezca por caridad misas a personas pobres o a mis hermanos y amigos que podrían pedírmelas. Pero como entonces me he de servir de un bien que ya no me pertenece, quiero, como es justo, que la obediencia, la caridad y las demás virtudes que en estas ocasiones practicare sean todas del Corazón de Jesús, del cual habré tomado con qué ejercitar estas virtudes, las cuales, por consiguiente, le pertenecerán a Él sin reserva.

c) Consagración

¡Sagrado Corazón de Jesús! Enseñadme el perfecto olvido de mí mismo, puesto que este es el único camino por el cual se puede entrar en Vos. Puesto que todo lo que yo haga en lo sucesivo será vuestro, haced de manera que no haga yo nada que no sea digno de Vos. Enseñadme qué debo hacer para llegar a la pureza de vuestro amor, cuyo deseo me habéis inspirado. Siento en mí una grande voluntad de agradaros y una grande impotencia de llegar a lograrlo, sin una luz y socorro muy particulares que no puedo esperar sino de Vos.

Haced, Señor, en mí vuestra voluntad; me opongo a ella, bien lo siento, pero de veras querría no oponerme. A Vos os toca hacerlo todo, divino Corazón de Jesucristo; Vos solo tendréis toda la gloria de mi santificación, si me hago santo. Esto me parece más claro que el día; pero será para Vos una grande gloria, y solamente por esto quiero desear la perfección. Amén.

2.- Acto de confianza de San Claudio de la Colombière

Estoy tan convencido, Dios mío, de que velas sobre todos los que esperan en Ti, y de que no puede faltar cosa alguna a quien aguarda de Ti todas las cosas, que he determinado vivir de ahora en adelante sin ningún cuidado, descargándome en Ti de todas mis solicitudes. «En paz me duermo y al punto descanso, porque tú, Señor, me has afirmado singularmente en la esperanza» (Sal4, 10). Despójenme en buena hora los hombres de los bienes y de la honra, prívenme de las fuerzas e instrumentos de serviros las enfermedades; pierda yo por mí mismo vuestra gracia pecando, que no por eso perderé la esperanza; antes la conservaré hasta el postrer suspiro de mi vida y vanos serán los esfuerzos de todos los demonios del infierno por arrancármela: in pace in idipsum dormiam et requiescam. Que otros esperen la dicha de sus riquezas o de sus talentos: que descansen otros en la inocencia de su vida, o en la aspereza de su penitencia, o en la multitud de sus buenas obras, o en el fervor de sus oraciones; en cuanto a mí toda mi confianza se funda en mi misma confianza: «Tú, Señor, me has afirmado singularmente en la esperanza» (Sal 4, 10). Confianza semejante jamás salió fallida a nadie. «Nadie esperó en el Señor y quedó confundido» (Sir 2, 11 ). Así que, seguro estoy de ser eternamente bienaventurado, porque espero firmemente serlo, y porque eres Tú, Dios mío, de quien lo espero; «En Ti, Señor, he esperado; no quede avergonzado jamás» (Sal 30, 2; 70, 1).

Conocer, demasiado conozco que por mí soy frágil y mudable; sé cuánto pueden las tentaciones contra las virtudes más robustas; he visto caer las estrellas del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de eso logra acobardarme. Mientras yo espere, estoy a salvo de toda desgracia; y de que esperaré siempre estoy cierto, porque espero también esta esperanza invariable. En fin, para mí es seguro que nunca será demasiado lo que espere de Ti, y que nunca tendré menos de lo que hubiere esperado. Por tanto, espero que me sostendrás firme en los riesgos más inminentes y me defenderás en medio de los ataques más furiosos, y harás que mi flaqueza triunfe de los más espantosos enemigos. Espero que Tú me amarás a mí siempre y que te amaré a Ti sin intermisión, y para llegar de un solo vuelo con la esperanza hasta donde puede llegarse, espero a Ti mismo, de Ti mismo, oh Criador mío, para el tiempo y para la eternidad. Amén.

3.- Oración de San Claudio de la Colombière para implorar la divina misericordia

Señor, he aquí mi alma que está en el mundo para ejercitar vuestra admirable misericordia y hacerla brillar en el cielo y en la tierra. Otros os glorifican haciendo ver cuál es la fuerza de vuestra gracia por su fidelidad y su constancia, cuán dulce sois y liberal con aquellos que os son fieles. En cuanto a mí, os glorificaré haciendo conocer cuán bueno sois para con los pecadores, y que vuestra misericordia está por encima de toda malicia, y que nada hay capaz de agotarla; que ninguna recaída, por vergonzosa y criminal que sea, debe inducir al pecador a desesperar del perdón.

Gravemente os he ofendido, ¡oh mi amable Redentor!, pero mucho peor sería todavía os hiciese el horrible ultraje de pensar que no sois bastante bueno para perdonarme. En vano es que vuestro enemigo y mío me tienda todos los días nuevos lazos. Todo me lo hará perder, menos la esperanza que tengo en vuestra misericordia; aun cuando hubiera caído cien veces y mis crímenes fueran cien veces más horribles que lo que son, todavía esperaría en Vos. Amén.

Cuarenta días de indulgencia.

Moulins, 20 de julio de 1891 (PEDRO, obispo de Moulins)

4.- Oración de Santa Margarita María al P. La Colombière

Después de la muerte del P. La Colombière, la bienaventurada Margarita María le profesó la mayor devoción, como dan fe de ello una multitud de pasajes de sus escritos. Todos los años celebraba el aniversario de su muerte -15 de febrero- con fervorosas prácticas. Compuso en su honor unas letanías en que le da los títulos más gloriosos. Aun llegó a escribir estas palabras admirables: «Nuestro buen Padre de la Colombière hace en el cielo por su intercesión lo que se obra aquí abajo en la tierra para gloria del Sagrado Corazón».

Todos estos testimonios fueron confirmados en agosto de 1894 por un descubrimiento que produjo gran sensación en el mundo piadoso. Se encontró el original de un documento aún inédito. Es la imagen misma del San Claudio que la Santa conservaba y veneraba, con una oración que ella misma había compuesto en su honor y escrito de su propia mano en el reverso de la imagen.

He aquí esta hermosa oración:

Oh bienaventurado P. Claudio de la Colombière: yo os tomo por mi intercesor ante el Sagrado Corazón de Jesucristo. Obtenedme de su bondad la gracia de no resistir a los designios que tiene sobre mi alma y que yo llegue a ser una perfecta imitadora de las virtudes de su divino Corazón. ¡Mi buen protector!, espero este caritativo socorro de vuestra santa intercesión y que vos me asistiréis, no solamente durante esta vida mortal, sino particularmente a la hora de mi muerte contra los ataques de los demonios. Obtenedme, gran Santo, os lo suplico, que muera yo con la muerte mística para que la natural venga más acelerada. Amén. Dios sea bendito.

Reconocemos como auténtico este escrito de la Santa.

Paray-le-Monial, 3 de agosto de 1894

ADOLFO LUIS, obispo de Autun.