Cartas al Monasterio de la Visitación de Charolles (LXXXIXCIX)
a) A la R. M. Lucrecia Francisca de Thélis, Superiora de Charolles. (LXXXI-LXXXII)
CARTA LXXXI
Paray, 4 de noviembre de 1675
Mi Reverenda Madre:
Me veo obligado a escribirle un poco aprisa, para no perder la comodidad de enviar la carta hoy.
Queda a su voluntad el hacer una confesión general anual distinta o el mezclar los pecados de este año con los precedentes, según le parezca mejor. Podría decir aparte las cosas. principales, y en cuanto a las menores decirlas con las restantes. No vuelva a revisar las nueve o diez confesiones anuales que ha hecho ya.
El voto de no faltar a la oración me parece inspirado por Dios. Pero me parece que lo limita usted a un tiempo demasiado pequeño. ¿Qué teme? ¿Que le falte la gracia de Dios Nuestro Señor? Créame, tenga un poco más de confianza en Dios, y a pesar de todas las dificultades que siente elévese sobre sí misma, y haga lo que haría si estuviese en el estado de máximo fervor. Prométalo a Dios para toda la vida: quizás durará menos de dos años. Pero haga el voto de hacer la oración cuando se halle con salud, y no se halle impedida por razones que dispensarían a otra religiosa de hacerla. Además, haga el voto bajo la condición de que un prudente director pueda absolverla del mismo, si lo juzga conveniente. Finalmente, no se obligue a hacer bien la oración, sino solamente a hacerla de manera que, para faltar a la promesa, sería necesario que no tomase tiempo para meditar, o que, hallándose en el coro con las demás, estuviese pensando en otra cosa todo el tiempo, y esto con deliberada voluntad.
Admiro el modo como Dios la trata en las comuniones. Pero no es a usted misma a quien ha atendido en esas ocasiones, sino a su comunidad, a quien ha querido librar del escándalo que le hubiera usted podido dar.
Hago que en todas partes recen por usted. Acuérdese de la fidelidad que le he recomendado durante los ejercicios. No debe fallar a nada, ni siquiera a los pequeños consejos que dan los libros que se utilizan para ello. Quédese en su celda durante todo el tiempo como una persona condenada y separada de las demás, como una excomulgada; no aparezca en el coro ni en los demás sitios públicos sino con una gran confusión interior, como una criatura a quien Dios ha herido con su maldición y que debería ser pisada por todo el mundo. No se encontraría en el peligro tan grave de condenación en que está si su estado le diese miedo. No se siente el mal cuando uno ha caído en la insensibilidad.
Es patente que Dios está sumamente irritado contra usted y esto, hablándole con sinceridad, no me extraña nada. Pero me parece entender claramente que desea verle volver a Él; y los pasos que quiere que usted dé para ello, si no me equivoco, son que viva en el miserable estado en que está con una tan gran fidelidad, con un cuidado tan exacto de mortificarse y de mantenerse en su presencia, como si estuviese inflamada de devoción, y por el tiempo que le plazca dejarle en la sequedad en que se encuentra. Quizás le conmueva su constancia. Si no, estoy al menos seguro de que tendrá misericordia de usted en la otra vida, después de haberle hecho sufrir por mucho tiempo en ésta.
Procure ponerse en el estado en que debe hallarse al morir; porque pudiera suceder que fuese la última gracia que Dios ha determinado darle y que la muerte siga de cerca a este retiro. Su salud no es fuerte, y nuestro Señor podría muy bien castigar con su muerte temporal el abuso cometido con sus gracias, hace ya tiempo. Prepárese para ella, como debe hacerse.
La Colombière
CARTA LXXXI bis
S. Symphorien d’Ozon, abril 1679
Mi Reverenda Madre:
El Espíritu Santo llene su corazón del más puro amor de Dios.
Como no he podido saber todavía a quien debo entregar los doscientos escudos que han enviado para nuestra hermana inglesa, hoy no le escribo sino para rogarle que haga hacer a su comunidad una comunión extraordinaria el día siguiente a la octava del Corpus, no por intención mía, sino para reparar en cuanto esté en su poder todas las irreverencias que se hayan cometido para con Jesucristo durante toda la octava en que ha estado expuesto en nuestros altares en el mundo cristiano. Le aseguro que ese testimonio de amor que le den les atraerá a todas grandes bendiciones; es una práctica que le aconsejo guarde toda su vida. No puedo ahora decirle más. Ruegue a Dios por mí.
Espero que habrá recibido usted dos de mis cartas. Ruego a Dios con mucha instancia por todas sus hijas.
Ya había cerrado esta carta, pensando enviarla aprovechando una ocasión, que me ha fallado, cuando me trajeron tres de las suyas, a la vez. Como estoy en el campo, no he podido recibirlas antes ni dar el dinero a las personas que usted me indica. Por eso escribo a Lyon, que entreguen la suma a la Madre N., para que ella la haga llegar de nuevo a usted.
Alabo a Dios con todo mi corazón por la misericordia que ha tenido con la hermana María, inspirándoles a todas el caritativo deseo de admitirla entre ustedes en un rango tan honorable. No le digo que quisiera manifestarle mi agradecimiento, porque estoy seguro de que el Señor, por quien ha hecho usted esta generosa acción, no la dejará sin recompensa, y que derramará tantas bendiciones espirituales y temporales sobre su comunidad, que verá en efecto que ninguna de sus hijas le ha traído tan rica dote como ésta, que no le ha dado nada. Si mi salud, que está mejor sin embargo, me permitiera escribir más, me tomaría la libertad de dar a su casa muy humildes acciones de gracias; usted lo hará por favor y les asegurará que todo lo que tengo en el mundo, que son las misas y oraciones, está a su disposición, y que si alguna vez se presenta una ocasión de procurarles algún otro provecho, serán siempre las primeras en mi espíritu. Actualmente no puedo hacer nada; todas las señoras inglesas se han dispersado y están en peligro de perder los bienes que tienen en Francia. No conozco a nadie que esté en estado de desembolsar dinero. Pero créame, querida madre, Jesucristo es capaz de pagarle la deuda toda entera. Reciba de sus manos a esa pobre extranjera, tal como se la ha presentado sin otra esperanza que la de agradarle a Él; verá usted, una vez más, que no pierde nada en ello. Yo le serviré con gusto de fiador, si es que puede usted reclamarlo tratándose de Aquél por quien se han sacrificado todas, y por quien lo han abandonado todo, fiándose de su palabra.
Escribiré una palabra a esa hermana para la declaración que usted desea y si necesita un certificado mío, o de sus parientes o de cualquiera persona de Inglaterra, lo tendrá usted infaliblemente.
La Colombière
CARTA LXXXII
Lyon, abril 1680
Mi Reverenda Madre:
Recibí al mismo tiempo sus dos cartas. Le devuelvo la de Paray en la que no encuentro nada que no sea muy edificante y de mucho provecho y consuelo para usted.
No se admire de las tentaciones de nuestra hermana. Todo se convertirá en su provecho y la profesión hará que termine ese combate, según espero.
Agradezco mucho a usted y a toda su comunidad la gracia que han hecho a la hermana María, admitiéndola a la profesión. Ruego a Nuestro Señor que la disponga de la manera que le sea más agradable para una acción tan santa como esa.
Es necesario que yo sacrifique a Dios el deseo que tendría de ir a ver a usted en el tiempo que me indica; ni mi salud ni la pequeña ocupación que tengo aquí me lo permiten. Sin embargo, estoy un poco mejor por la gracia de Nuestro Señor, y parece que saco provecho de los remedios que sigo usando.
Estaría encantado de servir a esa señorita en el buen deseo que Nuestro Señor le ha inspirado, y si estuviera en otro estado ciertamente no vacilaría en hacer un viaje expresamente para eso. Si mis cartas pudieran suplir a mi presencia, escribiré de buena gana a su señor padre o a algún otro que usted juzgue a propósito, y en tal caso será necesario que usted me sugiera las razones particulares que ella pueda tener para doblegar los espíritus, y las que ellos tendrán para oponerse a su resolución. Usted la ha puesto en buenas manos, y es de esperar que Dios cuidará de esa alma y que la recibirá en el número de sus esposas. A Él hay que dirigirse; Él es el dueño de los corazones y le gusta que le importunen en semejantes asuntos.
No tengo nada que decirle respecto a la negativa que dieron a su hermana, sino que debe usted someterse a la voluntad de Dios y a su santa y amable Providencia, y no hablar nunca de ese negocio ni considerar por qué camino ni cómo ha sucedido. Si a Dios le agrada ocultar sus designios, es justo que sea dueño de las circunstancias lo mismo que de la sustancia de las cosas, y que nosotros lo aceptemos todo, sin más examinarlo.
En cuanto a lo que a usted le concierne, ha tomado el mejor partido, que es abandonarse enteramente y esperar con entera indiferencia la casa que su Padre le ha destinado, desde toda la eternidad, sin mezclarse en ello de ninguna manera. Si procede usted de otro modo, estoy seguro de que no le aprovechará.
Adiós, reverenda madre. Ruego a Nuestro Señor que la conduzca en todas las cosas, y que la una tan enteramente a sí que ya no tenga sino desprecio e indiferencia por todo lo demás. No olvidaré delante de Dios el tiempo de su elección; tengo en ello grande interés. No me olvide tampoco por favor.
La Colombière
b) A la nueva superiora de la Visitación de Charolles (LXXXIII- LXXXIV)
CARTA LXXXIII
Lyon, abril 1680
Mi Reverenda Madre:
No puedo escribirle sino una palabra. Diré a N. y a las dos hijas de usted todo lo que usted desea de mí. Su (¿enviada?) llevará las cartas que le escriba con más descanso que ésta. No tema usted un mal resultado de las tentaciones de esas dos buenas hermanas, mientras se las descubran; llegará el tiempo en que todo se tranquilice; pero esa calma bien merece que se compre con el trabajo que sufren en combatir.
Bendigo a Dios porque ha puesto a N…… (la hermana María, inglesa) en sus manos. Hasta ahora el Señor la ha guiado muy bien, y tanto respecto a ella, como en cuanto a las demás, no se equivocará usted, mientras espere mucho en Él que lo sabe todo, y que de nuestras mismas faltas sabe sacar provecho para las almas que nos ha confiado, como lo he experimentado a menudo. Si en la dirección de los demás no nos conduce por amor a nosotros, lo hará por amor a sus predestinados, que ha puesto a nuestro cuidado. Una persona que procede con humildad no da malos pasos que tengan consecuencias enojosas.
No he olvidado a los señores N…… rogué por ellos esta mañana, antes de leer su carta.
Continúe usted preparando muy bien para Jesucristo esas almas que Él ha escogido como esposas suyas.
Soy en Él todo suyo.
Recuerde la devoción que le encomendé el año pasado a N…… (la M. de Thélis) para el viernes después de la octava del Santísimo Sacramento.
La Colombière
CARTA LXXXIV
Lyon, 1680
Reverenda madre:
Le agradezco mucho, mi reverenda madre, la bondad que ha tenido al darme noticias suyas y de nuestras queridas (inglesas). También le doy las gracias por los avisos que me da sobre el estado de (hermana María, inglesa); lo que me dice no me aflige. Mis propias miserias me han acostumbrado de tal manera a las de los otros, que no me asombran. No se llega a la perfección en un momento, tenemos toda la vida para eso, y con tal de que no se pierda el deseo de adelantar, no desespero de nada. Le escribo mis sentimientos sobre sus defectos y lo hago por esta vez con suavidad, a fin de que no desconfíe de nada y no crea que lo hago para satisfacer a sus superioras. Le hablo poco más o menos como le habla usted misma. Sin embargo, si la hermana directora no encuentra bien que me sirva de ese idioma extranjero usted tiene obligación de decírmelo; no lo llevaré a mal y me corregiré. Le deseo a usted más salud de la que tiene, si es la voluntad de Dios, a fin de que pueda continuar sirviéndole y haciéndole amar por todas las almas que tienen confianza en usted. Desearía mucho ir a verla, si Dios lo quisiera, ahora tengo bastante salud para ello, y si se presenta alguna ocasión me serviré de ella con gusto. Ruegue a Dios por esto y por mi curación. Tenga la bondad de ofrecer mis respetos a N…… le deseo mil bendiciones lo mismo que a usted y a toda la comunidad.
La Colombière