CARTAS DE SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE(XVIII)

A la señorita Catalina Mayneaud de Bisefranc (CXXXI – CXLVIII)

CARTA CXL

Londres, mayo-junio de 1678

Señorita:

Le confieso que me pone usted en dificultad sobre el punto del director espiritual. Pero ¿qué quiere que le diga? Necesita usted uno que esté presente. No tengo nada que responderle, sino que la necesidad no tiene ley y que es preciso servirse de lo que se tiene.

En cuanto a sus tentaciones, puede usted descubrirlas y consultar a la persona que Dios le ha enviado y seguir ciegamente sus consejos. Yo le conozco, es en el fondo muy buena persona, puedo responder de ello. En cuanto a la oración, si puede guardar secreto con todo el mundo, estaría tal vez más tranquila. Digo lo mismo de todas sus mortificaciones, de su regla y de todo lo interior. Respecto a las cosas temporales, no hay mucho que temer. No es porque desconfíe de él en lo demás; pero temo que la diversidad de pareceres la perturbe.

En cuanto al placer y la devoción que le causa la presencia de Dios y ese amor que siente, seguramente no es ilusión; no tema nada; todo lo que la incline al amor de la abyección, todo lo que la aliente a perseverar en el desprendimiento de todas las criaturas, todo eso, digo, no puede venir sino de Dios.

Dios sea alabado por las nuevas aflicciones que le envía; continúe dándole gracias y que ningún interés ni siquiera el de su hermana, la induzca a murmurar. Sería ese un falso celo: es preciso querer sin reserva todo lo que Dios quiere.

Respecto a su madre y a toda la familia, no debe usted hacer menos por ellos por amor de Dios que lo que haría cuando no pensaba sino en agradarles y esperaba toda su recompensa de su gratitud. Es preciso que le confiese que no temo otra cosa en usted sino que su proceder con sus parientes no sea ni bastante humilde, ni bastante caritativo, ni bastante dulce. Evite usted eso y le respondo de lo demás. Lo digo muy en serio, es la única cosa que me inquieta; tenga cuidado y trate de vivir como si hubiera hecho voto de pobreza y de obediencia; y respecto a sus hermanos y cuñadas como si fueran sus señores y le representaran la persona de Jesucristo, como en efecto la representan, de cualquier manera que sean.

He aquí a dónde conduce la verdadera virtud; créase muy imperfecta mientras no llegue hasta ahí. Muestre este punto del escrito a su hermana.

Sí, hija mía, me parece muy bien que su hermana entregue sus bienes a su hermano menor y que usted le deje mil francos después de su muerte, con tal de que él se obligue con ella; si su hermano acepta esta condición, y las (Ursulinas) le aceptan a él como deudor, no veo nada que pueda apartarle a usted de ese buen propósito. Seguramente será preciso que usted se quede como está; lo más que podrá hacer algún día será retirarse a un convento como pensionista, y lo podrá usted hacer tan fácilmente como si no hubiera hecho nada por su hermana.

No hable a nadie, sino a la (superiora de Santa María), de lo que se refiere al proyecto de su hermana, de otro modo lo echará todo a perder. Ya le he escrito a usted que ella no saldrá de Paray; eso debe bastarle.

No hay nada que temer en la mortificación, sino la propia voluntad. No se atormente demasiado por saber si el amor que siente es verdadero amor. Ame en las tinieblas y en la incertidumbre en que Dios la quiere. ¿Qué importa de qué fuente venga ese amor con tal de que se sigan buenos efectos?

Ya le dije lo que quería que hiciese respecto a las comuniones. ¿Por qué me escribe otra vez sobre ese punto? Obedezca con sencillez, y Dios le hará encontrar en la obediencia todo el bien que le hacía la comunión. El Padre N… ha hecho muy bien en lo que le ha permitido; pero, en nombre de Dios, acostúmbrese a no replicar nunca, no sea que me haga cambiar con sus observaciones una conducta que tal vez me había inspirado Dios.

Dígale a su hermana que le muestre lo que le escribo, respecto al ánimo alegre en que su madre quería verlas.

Me parece que le he respondido a todo. No sé por qué no ha entregado todavía esa cruz, no comprendo el apego que le tiene. No debe tomar nada de la casa, ni cosa grande ni pequeña sin permiso. Más vale que le falten. Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos; nada es pequeño cuando se trata de agradar a Dios. En la fidelidad a las cosas pequeñas, consiste la perfección.

Adiós, hija mía, no se deje enredar por nada; consulte en sus dudas a la Madre de (Saumaise). Viva en paz. El Dios de paz sea con usted.

La Colombière

CARTA CXLI

Londres, junio-julio de 1678

Señorita:

¡Que Nuestro Señor Jesucristo la llene de su santa paz! Cuando iba a responder a su primera carta recibí la segunda; contestaré a las dos al mismo tiempo:

1.-No hubiese sido mi parecer que lea usted la vida y las obras de santa Teresa: es un libro demasiado difícil, y no conviene a todos sino a algunos directores.

2.-Tenga cuidado de no buscar demasiadas comunicaciones; no es medio para conservar la paz del alma, ni para estar segura en lo que se hace por Dios.

No me parece mal que reciba usted su renta y la guarde; pero rechazo completamente el motivo, que parece demostrar alguna desconfianza de la Providencia de Dios. Además, no puedo aprobar la actitud que adopta para con su hermano y sus cuñadas, ni lo que dice de ellos a su madre, ni el disgusto que le causa su presencia; todo eso no pertenece en ninguna manera al espíritu de Dios.

3.-Lo que siente en el fondo del pecho no es nada al parecer, no haga caso de ello. No es bueno ni malo.

4.-Todos los asuntos de meditación que me indica son buenos, lo mismo que todas las maneras de presencia de Dios. No está mal cambiar el tiempo de la oración cuando es necesario; pero no se debe hacer solamente porque se siente atractivo·

5.-No se preocupe más de la vida pasada; todo lo que me dice en su carta de las ocasiones no se ha dicho para usted. ¿Me cree tan necio que no haya sabido lograr que hiciera usted una buena confesión en peligro de muerte? ¿No será usted cuerda en este punto nunca, y tendrá siempre el demonio poder para turbarla, cada vez que quiera hacerle recordar la vida pasada? Bástele haberla dejado yo en buen estado y no me hable más de ese asunto, salgo garante.

6.-Comulgue, según la regla que le dejé, que puede usted entender como dos comuniones por semana; para lo demás atienda a sus confesores, con tal de que no la lleven a excesos.

7.-Aprovéchese del consejo que le dio N……

8.-Es cierto que todos los temas de oración son buenos; sobre todo si se siente usted inclinada a detenerse en alguno.

9.-Cuente sus penas a Nuestro Señor que está siempre cerca y dentro de usted, y a quien olvida para buscar consuelo fuera.

10.-Visite a su confesor, me parece muy bien, y hable de Dios con él y con las demás personas espirituales que conoce; pero todo ello con mucha moderación.

11.-No haga más penitencia de la que le he señalado, y ofrezca a Dios las penas que sufre como expiación de sus faltas.

12.-La falda roja me parece demasiado llamativa.

13.-Cuando le falte consuelo en la oración, debe soportar con humildad la impaciencia que tiene de acabar y, para mortificarse, quédese algo más de tiempo que lo ordinario.

14.-Me pregunta usted a qué no debe apegarse; no hay que apegarse a nada ni a la fortuna, ni a los parientes, ni a los directores, ni a las dulzuras interiores; en fin no debe haber nada en el mundo de que no estemos prontos a separarnos sin inquietud, si Dios quiere privarnos de ello.

15.-Hace usted bien en hacer el examen de cada mes.

16.-Hay tiempos en que no se atreve a decir a Dios que le ama: no me admira. Es preciso amarle en todo tiempo, pero no siempre es tiempo de decírselo; siga en eso la disposición de su corazón.

17.-No tengo ni idea de si volveré a Francia, y mientras estoy aquí no puedo hacer nada por los asuntos de N…., déjelo todo a la Providencia.

Me alegro de que el Padre N…… haya estado por ahí, y de los consuelos que le ha procurado; es un hombre muy bueno; hace mucho tiempo que le conozco. Apruebo todos los consejos que le ha dado respecto a sus deberes; espero que gozará de ellos sin apego, y que su Dios será siempre su tesoro.

Ya le dije lo que pensaba respecto a sus tentaciones; no se inquiete por ellas. Pero no deje de declararlas a su confesor, si él quiere soportarlo. Le ruego que se contente con lo que le digo, si se fía de mí; cuando le he dicho una cosa, aténgase a ella y no me consulte más sobre eso.

Es bueno el consejo que dio usted a la señora N……

Por amor de Dios, suprima los cumplidos.

Soy suyo en nuestro Señor, sencillamente y sin reserva.

La Colombière

CARTA CXLII

S. Symphorien d’Ozon, mayo 1679

Ruego a Nuestro Señor que la conserve en su santa paz. No quiero perder palabras en responderle, porque estoy todavía bajo un régimen de salud, que no me permite hacerlo muy a la larga.

Me pregunta usted la causa de la frialdad que siente en los ejercicios espirituales. Es el deseo demasiado grande que tiene de hacerlos con fervor sensible. Es necesario amar a Dios solo con todo el corazón, y contentarse con su cruz como única muestra de su amor. Sé que esa disposición es difícil; pero le suplico que aspire a ella y haga esfuerzos por conseguirla.

Hará bien en moderarse en los ayunos, en vista de las indisposiciones que Nuestro Señor le manda.

En cuanto a la práctica de la presencia de Dios que me pide, no tengo cosa nueva que darle. Pero ya que Dios no la atrae a pensar en Él durante el día, basta que de tiempo en tiempo haga actos de fe en su presencia, y que al mismo tiempo se someta a no tener ningún sentimiento y a no pensar en Él sino con esa sequedad, que es menos agradable pero mucho más meritoria.

Cuando deje de seguir su regla por pura obediencia y discreción, y no por ligereza de espíritu y amor a la libertad, no hay en ello ningún mal; al contrario, hace usted muy bien; pero, si fuera por liberarse de ella o por pereza, sería un gran obstáculo para las gracias de Dios.

En cuanto a sus palabras interiores, no veo en ellas ninguna diferencia con lo que se llaman buenos pensamientos, santas inspiraciones; por lo cual, mientras no la lleven a nada extraordinario, puede seguirlas[1].

Sus oraciones son todas buenas, gracias a Dios, sobre todo aquellas en que sufre más. Póngase en la postura que le incomode menos, y tenga cuidado de orar suavemente y sin hacerse violencia.

Respecto a su hermano, siga el consejo de su confesor.

Estoy encantado de que haga usted todo el bien que pueda a su sobrina; pero tenga cuidado de que la amistad con ella no le haga mal, quitándole una parte del corazón a Jesucristo, que lo quiere todo.

Puede usted leer los Evangelios.

Combata generosamente por su alma hasta la muerte; tenga confianza en Jesucristo que la hará victoriosa de sus enemigos.

La Colombière

CARTA CXLIII

Lyon, junio-julio de 1679

Sí, le permito que cambie de confesor. Le aconsejo que se dirija al Padre N…… hasta que yo encuentre conveniente hacerla cambiar de nuevo.

Seguramente han hablado a la persona de quien me escribe usted; y siempre pensé que así sucedería. Bendito sea Dios. Espero que eso no produzca mal efecto.

Siga siempre en la oración el atractivo de su corazón, sea que Dios le inspire que considere los dolores de Jesucristo o que se sienta inclinada a pensar en el paraíso; en eso no podría engañarse. Cuando le viene el pensamiento de que no hace ningún gran mal, dé gracias a Dios, piense en lo que hada si Él la abandonara; admire su misericordia, que pudo sacarla del estado en que estaba. En fin, recuerde que, después de la gracia que hemos recibido, es un gran mal hacer tan poco bien como el que hacemos.

Le permito que vuelva a sus comuniones como le había ordenado el Padre N…… Tenga cuidado de que, al rehusar el papel que le presentan, no se pueda creer que lo hace por despecho; sería un gran mal.

Deseo que tenga una gran deferencia con su madre. Estoy seguro de que por la dulzura la obligará usted a que le parezca bien todo lo que haga usted por Dios.

Cuídese mucho de decir lo que piensa de la conducta de N. (¿su confesor anterior?). Tengo un gran dolor de verla obligada a dejarle, porque es un hombre de gran mérito y de mucha virtud.

La Colombière

CARTA CXLIV

S. Symphorien d’Ozon, julio-agosto 1679

Señorita:

Respondo brevemente a su carta, porque todavía no puedo escribir largo.

Mientras esté enferma, no piense en hacer penitencia ni en orar de otro modo que uniendo sus males a los de Jesucristo, y tratando de alegrarse del honor que le hace dándole parte de su cruz. Confórmese en todas sus penas interiores y exteriores a su voluntad, y todo será para su provecho.

Se comporta usted como debe en sus tentaciones; eso le debe bastar.

No encuentro nada que decirle en lo que ha hecho respecto a su confesor o al voto que hizo a ese santo por su salud.

No me parece conveniente que hable a su madre de entrar en religión. Cuando esté ya bien, vuelva a la oración y a la hora de silencio, si puede.

Comprendo que sería necesario retirarse; hágalo si no hay inconveniente.

Si omito contestar a alguna cosa, es señal de que no tengo nada que decirle. Todavía no es tiempo de pensar en el viaje de que me habla (¿a visitar al Beáto?).

Es preciso que la señora N…… tome un confesor estable. No puedo escribir a su madre todavía; pídale perdón en mi nombre y dígale que la encomiendo mucho a Nuestro Señor.

Le ruego que la colme a usted de su paz y de su santo amor.

La Colombière

CARTA CXLV

Lyon, 1679-80

Señorita:

Recibí con gusto las buenas noticias que me dio usted de su persona; es para mí un gran consuelo ver renacer en su corazón los santos deseos que le vi concebir, y pido a Dios con toda mi alma que los alimente y los aumente cada día más. Confío en que la pequeña falta que cometió le haya sido muy útil, y que habrá salido de ella bastante fuerte para vencer todas las dificultades que se oponen a sus generosas resoluciones. ¡Dios mío, cuando recuerdo el fervor en que la vi, habría jurado que estaba llena de valor! Nada se ha perdido, puesto que Nuestro Señor le ha hecho la gracia de volver a seguir ese hermoso camino. Es preciso resolverse de una vez a desagradar a todo el universo antes que desagradar a Dios. Las personas con quienes condesciende no la defenderán delante de Dios, y será para usted una gran confusión haberlas considerado más que a Aquél que debe ser su juez. Confieso que para entrar por el camino de la piedad se necesita un poco de fuerza; pero una vez que uno se ha manifestado, todo está hecho y se goza de una gran paz.

Acuérdese de mí en sus oraciones, y créame en el Corazón de Jesús

Todo suyo.

La Colombière

CARTA CXLVI

Lyon, 1680

Señorita:

Con mucho gozo me entero de lo que me escribe de sí misma. Espero que, con la gracia de Dios, lo acabaremos del todo. Si es usted constante en vencerse, la paz de que goza durará infaliblemente; Dios la da siempre a las almas humildes y valientes.

Importa poco que no se acerque a los sacramentos con fervor sensible, con tal de que reemplace esa disposición por una profunda y sincera humildad, sin la cual no hay nada tan despreciable a los ojos de Dios como nosotros, y con la cual podemos acercarnos a Él sin vacilar, segurísimos de que se dignará bajar hasta nosotros los ojos de su infinita misericordia.

A Él ruego con todo mi corazón que le haga sentir sus efectos y la llene de su amor.

La Colombière

CARTA CXLVII

Lyon, abril-mayo de 1680

Señorita:

Me equivoqué, sin duda, en la fecha de mi última carta. He recibido desde entonces dos suyas. En la primera me hablaba de la señorita de (Lyonne). Me alegro de saber que ha entrado en la casa de Dios, y ese consuelo no ha disminuido por las penas que me dice usted que sufre. Su sacrificio es así más valioso y más agradable al Esposo a quien se entrega. Cuanto más pronto pueda comenzar la prueba tanto mejor; ya ha diferido demasiado el ser toda de Dios, y toda dilación debe cesar para el amor, el cual está naturalmente impaciente, sobre todo de parte de Dios, que sabe amar y ama como quien es.

En seguida me habla usted de que vaya a Paray. No veo posibilidad alguna para esta primavera, ni para el verano próximo. No sé si en otoño será posible. Pudiera suceder alguna cosa que viniera a facilitarme ese viaje; pero por ahora nada puedo asegurar. Es preciso que ella y usted se sometan a la voluntad de Dios, y que nos acostumbremos a prescindir de todo, excepto de Dios. Es mucho que, habiendo estado tan cerca de la muerte, me deje todavía libertad para comunicar con usted por carta, a fin de alentarnos mutuamente a amarle hasta la muerte. No deseo que vengan a verme ni usted ni nadie[2].

Si la señora N…… desea servir a Dios como debe, es claro que debería deshacerse de aquello que se lo impide. En cuanto a la manera de hacerlo, es necesario que consulte a hombres de negocios prudentes y desinteresados y siga su consejo.

No sé de qué le serviría a usted verme para calmar sus penas causadas por un asunto del que le he rogado no hable más. Me parece que mi ruego debía bastar para sacarla de su inquietud; si Dios no lo permite, hay que echarse en el seno de su Providencia y sufrir con paciencia.

En cuanto al desprendimiento de lo temporal, usted misma se ha respondido lo que yo podría decirle. ¿Qué teme usted? ¿Le parece tan gran mal la pobreza? Después que Jesucristo la escogió por amor a usted, ¿creerá hacer demasiado haciendo por Él lo que Él hizo por usted?, ¿se estimará desgraciada porque se asemeja a Él?

Quédese tranquila respecto a la oración.

La falta que cometió, dando a conocer su pesar, es una gran infidelidad, pero no sin remedio; humíllese; hacerse más humilde es aprovecharse de sus faltas.

Ruegue mucho y siempre a Nuestro Señor por mí, para que me perdone mis pecados y no permita que le ofenda más.

La Colombière

CARTA CXLVIII

Lyon, mayo-junio de 1681

No tiene usted mucha razón, señorita, para quejarse por la brevedad de mis cartas, en un tiempo en que puedo apenas leer las suyas. Si las anteriores fueron cortas era porque la esperaba cada día, y me reservaba para decirle de viva voz lo que hubiera podido escribirle. Como no estoy todavía repuesto de mi última recaída, no debe esperar de mí sino poca cosa. Basta que le reproche la pequeñez de su corazón y su poca confianza en Dios; se diría que aun no conoce usted a su buen Maestro. Muchas veces le he aconsejado que permanezca tranquila, y no piense sino en servir a Dios cada día como si fuese el último de su vida. Parece que estuviera usted segura de vivir cien años. Si quiere ser perfectamente agradable a Aquél que la ama, debe usted complacerse en su miseria suma, amar la nada en que Él la deja con el propósito de hacer brillar más su misericordia, por la paciencia con que la soporta y por las gracias que no dejará de hacerle. ¡Hija de poca fe!, ¿por qué ha dudado? No pensemos ya en nada, si le place, sino en abandonarnos a la Providencia de nuestro buen Padre y en vivir día por día. Sea obediente a su madre y no haga nada que sea ni siquiera contra su inclinación. Recuerde que la verdadera virtud consiste en sufrirlo todo pacientemente, sobre todo nuestras propias debilidades espirituales, y en tener una conformidad completa con la voluntad de Dios en todo lo que suceda. En nombre de Dios, ejercítese seriamente en la práctica de esos dos puntos y haga todos los días examen sobre ello.

No haga penitencias por ahora, trate de restablecer y conservar la salud.

No rehúse el legado de su hermana; pero no pleitee por obtenerlo. Vale más perderlo todo que perder la caridad.

Ruegue a Dios por mí.

La Colombière