Vida del Beato P. Bernardo Francisco de Hoyos(XIX)

Visita a Bernardo San Francisco de Sales,
se le ofrece por director de su espíritu,
y se refieren otros singulares favores

Desde su Noviciado tenía Bernardo muy particular devoción al dulcísimo Director de las almas San Francisco de Sales. Miraba a este Santo como a un serafín en quien ardían los incendios del amor divino que consumían su corazón: en sus escritos[1] hallaba estampada la perfección a que le destinaba el Señor y el camino seguro por donde le guiaba. Sobre todas las virtudes de este maravilloso Santo, robaba su corazón aquel divino enlace, con que viviendo abrasado de amor entre los serafines, se humanaba tanto con los hombres para llevarlos a Dios[2].

Arrebatado de la excelencia de estas virtudes, que miraba en el Santo, le hizo una fervorosa novena en que le pedía se dignase concederle parte de las virtudes heroicas que le descubría la divina luz en su alma. Le concedió el afabilísimo Santo mucho más de lo que pedía su devoto haciéndole un singular favor el día de su festividad[3], que fue en Dominica este año[4].

Había comulgado nuestro devoto joven con los extáticos ardores que acostumbraba. Sintió, al tiempo de dar gracias, algunos de aquellos amorosos ímpetus en que le tenía el Señor. Quedó su alma absorta, extática y abrasada en llamas de amor divino, gozando y padeciendo juntamente lo que este paso seráfico de los ímpetus le comunicaba. En estas penas gozosas se hallaba Bernardo

“cuando vi muy glorioso y vestido de Pontifical[5] a este mi serafín San Francisco de Sales, y me significó cuán versado era en el cielo y había sido en la tierra en las materias del amor; y cómo penetraba muy bien el paso en que me hallaba, de que debía dar al divino Dueño Jesús humildes gracias; y que el camino por donde el Señor me llevaba en orden a las virtudes, era muy conforme al que había enseñado y trasladado en sus escritos.

Finalmente me dijo que desde este día[6] me tomaba por su hijo espiritual, y que desde el cielo me dirigiría por medio de mis Padres espirituales; pues su dirección había de arreglarse a la de sus instrumentos; y que en las cosas arduas por sí me dirigiría y yo pondría en práctica su doctrina con aprobación de mis Padres Directores; pues Dios quiere que todo vaya ordenado como por su Providencia ordinaria, aunque por otra parte sea para conmigo tan extraordinaria. Me echó su bendición y me dejó confortado, consolado y anegado en un golfo de amor y de confusión, viendo la bondad del Señor, que se digna de que sus mayores Amigos traten así a esta indigna criatura”.

El día de la Purificación de Nuestra Señora[7] quiso señalarle la dulce Madre con este singular favor. Vio a esta celestial Reina, después de haber comulgado, muy gloriosa: traía el Corazón herido con la saeta con que el amor de Bernardo le había traspasado los días antecedentes. De la herida o llaga de amor del Corazón de María Santísima salían hermosos resplandores que se terminaban en el corazón del joven; influían en él gracias inefables y, formando un pabellón celeste, significaban la especial protección que el Corazón de María tenía del corazón de Bernardo.

Le dijo la soberana Reina que prosiguiese en saludarla con una salutación que acostumbraba, porque era muy de su agrado. La salutación era esta: “Dios te salve, blanca Azucena de la Santísima y siempre tranquila Trinidad; Dios te salve, Rosa de amenidad celeste, de la cual se dignó nacer y con cuya sagrada leche se alimentó Cristo, apaciéntame con los divinos influjos de tu amor[8].”

Pocos días después empezó San Francisco de Sales a ejercitar el empleo de Padre espiritual con su espiritual hijo. Dudaba éste si mudaría la materia del examen particular; lo consultó con su celeste Director y el Santo le dijo que (se) lo pidiese al Director de la tierra, y que a su paternal providencia quedaba inspirarle el que, según el estado presente de su espíritu, fuese más conveniente. Obedeció el joven y, pidiendo nuevo examen particular a su Director, le señaló éste el que más le convenía, y entendió ser el mismo que San Francisco de Sales le había señalado.

Desde este tiempo trataba ya Bernardo con el Santo, como si le viese con los ojos del cuerpo. Todas las noches, después del examen, se ponía de rodillas delante de una imagen del Santo y le daba muy puntual y particular cuenta de conciencia. Devoción que aprobó San Francisco de Sales, apareciéndosele glorioso en aquel acto algunas veces, reprendiéndole sus faltas, dirigiéndole en sus dudas, ilustrando su entendimiento, y abrasándole su voluntad en sagradas llamas de amor divino.

Veremos en el discurso de esta historia muchas doctrinas del dulcísimo Maestro, que pueden servir a sus devotos; por ahora basta copiar las palabras con que Bernardo expresa su devoción y práctica.

“Todos estos favores y demás cosas comunicó a mi Director dulcísimo San Francisco de Sales, dándole todas las noches cuenta de cómo he pasado el día, pidiéndole me dirija en todo al fin que deseo, que es amar y amar”.

Muchos y singulares fueron los favores de que necesitó dar cuenta a su Director celestial en estos días. Pues desde el peligroso tiempo de Carnestolendas[9] hasta la Resurrección gloriosa del Señor se continuaron sin cesar. Le comunicó Jesús Sacramentado, considerando los muchos pecados que se cometían en tiempo de carnestolendas, un celo abrasado de la salvación de las almas; clamaba con sollozos y lágrimas al Eterno Padre, ofreciéndole la Sangre preciosísima de su divino Hijo por la conversión de los pecadores. Todo el día continuaba su espíritu en estas peticiones de su celo. Se avivaban mucho delante del Santísimo Sacramento, que en estos días se expone público en nuestros altares[10].

El lunes de carnestolendas, estando en oración delante del Santísimo Sacramento, vio por visión intelectual muy subida cómo estaba el Señor desde el trono de la Sagrada Eucaristía gobernando todas las criaturas. Entendió que su sabiduría infinita de tal suerte gobierna a cada criatura en particular, como si ella sola estuviese en el mundo.

Esta inteligencia le daba a conocer experimentalmente el grande amor que le tenía el Señor y le abrasaba en una correspondencia amorosa. Se le mostraba el Señor amoroso y benigno a la manera –dice–, de un cariñoso padre, que se entretiene con un hijo pequeñito, que quiere cogerle de la mano una manzana. Con este símil conoció que Jesús oía sus ruegos, lágrimas y suspiros, y que se apiadaba de los pecadores. Quedó sumamente consolado el celoso joven.

Al día siguiente, acompañando el Santísimo Sacramento en la procesión[11] con que se reserva a Su Majestad después de las cuarenta horas en que ha estado expuesto a la veneración de los fieles, se aumentaron los favores y consuelos de Bernardo. Sentía especiales júbilos al ver cómo iba su amante Dueño cortejado y venerado en la procesión. Se deshacía su tierno corazón en dulces lágrimas y, al tiempo que ocultaban a Su Majestad, le hablaba con la elocuencia de las mismas lágrimas, como quien se despedía de su amor Jesús.

Pero este Señor se le mostró por visión imaginaria asistido de innumerables ángeles. Traía herido su Corazón con la saeta de que hablamos antes. Hizo un ademán amante mostrando la saeta, y le dijo que estando su Divino Corazón herido con la saeta de amor que le había flechado, no podía apartarse de su corazón. Así como el mismo Bernardo no podía apartar su corazón del Señor por estar herido con las sagradas flechas de los ímpetus amorosos. Que se consolase, que si bien era cierto que en los días de carnestolendas le ofenden mucho los pecadores, tenía muchas escogidas almas que le desagraviaban con sus fervores amantes en estos mismos días. Que instase mucho por los pecadores para que se convirtiesen en la Cuaresma; y que a este fin hiciese particular oración todos los días por los predicadores.

En la Sagrada Comunión del miércoles de Ceniza se le mostraron San Miguel y su Santo Ángel, previniéndole que había de padecer mucho en tiempo de la Cuaresma[12]. Le confortaron con un licor o ambrosía del cielo que se difundió por todo su espíritu, sintiendo el cuerpo una peregrina dulzura.

“Todos estos favores me han dejado confuso y abrumado con la casi inmensa mole de mi miseria que me confunde hasta mi nada, viendo que es necesario para que yo dé un paso en la perfección, use el Señor de estos medios. Y, como ya tengo dicho en otras partes, cuando miro la bondad del Señor me animo y esfuerzo; pero cuando contemplo mi miseria e ingratitud, temo no ejecute conmigo un horroroso y ejemplar castigo”.

Por este tiempo se hallaba nuestra Compañía de Jesús muy afligida y amenazada de una de las mayores tribulaciones que podían suscitar sus émulos contra todo el cuerpo de la Religión[13]. No se le ocultaba a Bernardo; antes a las noticias que tenía por los medios humanos, se añadían las que le llegaban por los conductos del cielo.

Con estas noticias, que afligían sobremanera su espíritu, oraba continuamente al Señor por su amada Madre: le pedía la amparase y protegiese en esta grande persecución que se forjaba. Acordaba, amante, a Jesús aquella su promesa: “Yo os seré propicio en Roma”, cuando el día de San Gregorio Magno[14], célebre en nuestra Compañía de Jesús, le consoló el Señor con esta visión maravillosa. Visión que no pudiera estamparse si la sustancia de ella no estuviese pública en otros libros domésticos y extraños.

“Dando gracias, después de haber recibido al Señor Sacramentado, se me infundió una luz que me declaró cuánto amaba el Señor a la Compañía de Jesús su santísimo Hijo, y porque no se puede explicar, pondré algunas expresiones de ese amor para que en ellas se contemple lo que no se puede decir.

Entendí ha señalado el Señor a su Compañía tres Príncipes de los mayores de las jerarquías angélicas; pues son tres de los siete que hacen particular corte ante el trono de la Santísima Trinidad, como lo insinuó San Rafael cuando dijo a Tobías: “Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la Gloria del Señor” (Tobías 12, 15).; pues el “siete” no significa aquí multitud, como en otras partes, sino tal número determinado.

El uno de estos tres ángeles diputados a la Compañía de Jesús es San Miguel, patrón especial de todas las Religiones que hay en la Iglesia. El segundo es San Gabriel, que mira por la Compañía, encargado de María Santísima como ministro señalado a su obsequio. El tercero es aquel que fue y sirvió de Ángel de la guarda a mi P. San Ignacio, cuya espantosa santidad se infiere de tener por Ángel Custodio a uno de los siete Príncipes del cielo que están ante el trono del Señor, privilegio especial así al Santo como a la Compañía de Jesús que fundó.

Después de esta inteligencia, vi allá en el Empíreo a todos los de la Compañía que han muerto lo que ha que se fundó, y todo este hermoso ejército tenía como por quicios y fundamentos a San Ignacio y a San Javier, en que estribaba toda esta hermosa máquina; y vi que la Santísima Trinidad descansaba en ellos como en su trono. Y la Santísima Humanidad de Cristo Jesús estaba entre los dos Santos, como si ellos y sus hijos fueran su solio; se me ofreció aquí si sería esta expresión indicar lo que Ezequiel en la carroza que vio.

Se complacía en gran manera el divino Amor Jesús en su Compañía triunfante, y era ésta un espectáculo y objeto deliciosísimo a sus divinos ojos, tanto que parecía no haber en el cielo otra Religión en que se agradase más (esto no es poner a la Compañía en comparación con las demás Religiones, que también si se mira cada una de por sí, parece es la única); pero es sí mostrar que, así como no se puede negar ser una especial prerrogativa intitularse Compañía de Jesús, así la corresponde un no sé qué de especialidad en el grado en ella de su capitán, porque admirado yo de esto mismo, viendo la complacencia de Jesús en su Compañía, que parecía decir: «Elegida entre millares, azucena entre las flores, única, hermosa», entendí era esto por la razón dicha.

Pues, así como un capitán, aunque estime mucho todas las compañías del ejército, no obstante tiene especial atención a la Compañía suya, o que se nombra por él, o de su nombre, aunque sea General que las tenga todas por suyas, así acá. Dios tiene también esta especialidad, porque era especial esta Religión en imitarle en padecer tribulaciones, conflictos y persecuciones, como todos saben; y por eso se agradaba tanto en la Compañía triunfante del cielo, y en su proporción en la militante que está en la tierra; porque, aunque no todos son santos, pero por muchos buenos mira bien a los no tanto, como por diez justos se ofrecía a perdonar a toda Sodoma.

Entendí cuánto se complace cuando la ve atribulada; y la restan muchas tribulaciones, y algunas tan grandes que son insuperables a las fuerzas humanas[15] pero que Él la asistirá. Jamás, jamás faltará ya por un lado, ya por otro, aflicción a la Compañía, y si le faltare, tema mucho: que nunca faltó persecución a su Capitán Jesús y a la justicia”.

Hasta aquí la admirable revelación de Bernardo que tanto debe consolarnos, pero que al mismo tiempo nos descubre que la mayor gloria de la Compañía de Jesús militante es padecer persecuciones por la gloria de Dios, salvación de las almas y por la Justicia.



[1] Bernardo de Hoyos leyó la Vida que sobre San Francisco de Sales escribió el P. Juan de Loyola.

[2] Supo estar tan cerca de Dios como de los hombres, el gran Amigo de Dios y el gran amigo de los hombres.

[3] Su fiesta se celebra el 24 de enero.

[4] Aquel año de 1730 se ve que la fiesta cayó en domingo.

[5] Se le representa con casulla y mitra. También con la pluma; es patrón de los escritores.

[6] Esa fecha de 1730 fue muy importante para Bernardo; a partir de entonces San Francisco de Sales estará muy presente en su vida espiritual.

[7] El 2 de febrero de 1730.

[8] Estas hermosas advocaciones a la Virgen forman parte de un ejercicio piadoso, muy extendido por la iglesia y quizás hoy menos conocido y practicado por los fieles. Se llama ese ejercicio la “Felicitación sabatina”, en que se da el parabién a la Virgen María por su concepción inmaculada.

[9] La Cuaresma. Carnes tollendas, es decir, cuando se suprime la carne de la alimentación. Entonces la abstinencia comprendía los lunes, miércoles y viernes de Cuaresma.

[10] Ya en tiempos de Bernardo y antes, solía exponerse el Santísimo Sacramento como una práctica de expiar los pecados y desenfrenos de esos días.

[11] Procesión que tenía lugar, por el interior del Colegio de Medina del Campo, y donde Bernardo siente un especial amor a Jesucristo, gozándose de verle honrado y venerado por los fieles.

[12] Va a comenzar la dolorosa purificación, que se conoce en términos ascéticos con el nombre de la “noche del espíritu”. Pasar por estos sufrimientos interiores, en que el alma queda limpia de la escoria que le impide la perfecta unión con Dios nuestro Señor.

[13] Se refiere el P. Loyola al movimiento, desencadenado por los enemigos de la Compañía de Jesús, para obtener la beatificación de uno de sus principales detractores: el obispo Palafox, y lograr con ello el desprestigio de la Orden.

[14] (540-604). Su fiesta se celebra hoy el 3 de septiembre. Dejó muchos escritos de Moral y de Teología.

[15] De algún modo parece Bernardo de Hoyos entrever aquí las grandes tribulaciones por las que treinta años más tarde pasaría la Compañía (expulsión de Portugal, de Francia, de España, supresión de la Compañía por el Papa…).