Fin de la relación de su espíritu, empezando desde la humildad
(Humildad)
“En orden a la humildad, si he de decir lo que siento, me parece que ninguna virtud tengo menos que esta. Por la gracia de Dios bien conozco no tengo soberbia, alzándome con los dones de Dios: conozco mi miseria, a los resplandores de la divina luz, tan vivamente que me veo prácticamente identificado con la nada, con la ingratitud, con la miseria misma; gustara y me alegraría me conociesen todos por tal, cual yo me veo; conozco también que cuanto bien hay en mí y todo lo que aquí va escrito es sobrepuesto, es de Dios, y explica mi sentimiento el ejemplito que de San Sales, mi Director, me solía poner el Padre Eguiluz: de las acémilas[1], que en las recámaras de los príncipes llevan grandes preciosidades y, con todo eso, en quitándoles la carga, se quedan unas bestias de poco valor.
Todo esto conozco y deseo lo conozcan todos; pero yo no llamo a esto humildad; la humildad es virtud, y en esto, que es la realidad, que lo veo por vista de ojos más claro que el sol de mediodía, ¿qué virtud puede haber? No me parece humildad, sino un medio entre soberbia y humildad, un no ser soberbio, un no gloriarme de lo que no es mío, un no tener lo que he recibido, quasi non accipere, como si no lo hubiera recibido; pero esto, si es así, si aquí no hay que vencer, ¿cómo ha de ser virtud de Dios?
El que uno no cometa pecados mortales no es ser perfecto, el no ser ingrato positivamente no es ser agradecido y, al contrario, no ser agradecido positivamente es una ingratitud tan grande como la que hallo en mí”.
(Conocimiento de mí mismo. Efectos de este conocimiento. Vanagloria)
Pero sea (ello) humildad o no lo sea, estos deseos y conocimientos dones son de Dios y así quiero insinuarlos más. Sin andar buscando discursos o razones, cuando Dios me pone delante su grandeza, veo del otro extremo mi nada; cuando su bondad, mi maldad; y cuando su misericordia, mi ingratitud; y aquí no hay que andar, que el alma así lo conoce y se lo persuade.
Siempre suele el Señor templar las luces[2], haciéndome descubran los dos extremos, aunque a veces in recto, en el camino correcto, se terminan a Dios y a mí mismo en oblicuo, como per reflexionem, por la reflexión. Y entonces me conozco a mí mismo; pero conozco a Dios y a sus dones, y aquí recibe mi espíritu una magnanimidad grande, no escondiéndosele los dones que tiene de Dios, y dice: «todo lo puedo», pero no para ahí; «en Aquel que me conforta». Y entonces me ofrezco: «aquí estoy, envíame» para su mayor gloria[3].
Pero si varía la luz y se termina in recto a mi nada, aquí es ello. Me aniquilo, me confundo; quisiera huir de mi Dios, de pura vergüenza, no me hallo a mí mismo. Por tres lados me veo: por los pecados de la vida pasada; por lo infinito que dista mi correspondencia en mis faltas, de la obligación en que Dios me pone; por lo que debo de hacer, por el realce que no doy a las obras. Son tres líneas que forman el centro de mi confusión.
Y de aquí nace el pedir al Señor se aparte de mí, «porque soy un pecador»; el renunciar los divinos favores, el temer de mí mismo y, a veces, estremecerme de horror y espanto de mí mismo, temiendo no me levante el Señor tan alto para dar mayor golpe y hacer un castigo ejemplar en tal monstruo de ingratitud, y de esto se origina el desear me tengan todos por lo que soy y traten como tal, si bien no se me cumple este deseo, y sólo se suelen ofrecer algunas niñerías que me sirven de consuelo, y encomiendo particularísimamente al Señor a quien me da algún gusto en esto.
La confusión está junta con la magnanimidad, forjada al temple de la divina luz que, como la del sol por un vidrio, por la refracción forma los objetos de varios colores, así forma esta intelectual luz la variedad de colores con cuyos visos son varios los afectos nacidos a su compás de aquellas luces.
Vanagloria en estas cosas no hallo sobre qué fundarla. En lo escolástico tal cual ofrecimiento no más, me inclino a lo contrario, y en las ocasiones de lucimiento pido (y me alegraría) salga deslucido por lo que a mí toca o, a lo menos, que no sea más de lo que el Señor ve conduce para los destinos de su Providencia; no quiero más ciencia, por aquí poco tiro hace el demonio y el amor propio”[4].
(Aliento para las virtudes)
“Todo lo dicho de las virtudes más son deseos que obras, pues no se ofrecen ocasiones, y sólo en las cosas menudas se practican; pero si el amor propio no me engaña, creo que en las mayores también lo dará el Señor, que hace ahora la costa.
La intención y ánimo es grande. Por eso las vidas de los Santos me encienden en amor deseando imitar sus grandes proezas en obsequio del amor (temo las mías no sean imaginarias) y no sólo lo grandioso de las acciones, sino también y aún más, lo heroico de la perfección con que hacen las mismas obras.
Por esto he leído en estos ejercicios la vida de mi abogado San Luis Gonzaga, a quien, con especiales impulsos del cielo, he tomado por tal y me le he propuesto por ejemplo, aspirando a ser fiel copia de tan alta perfección. Entre todas las virtudes, la que me lleva el afecto es la indiferencia en la divina voluntad[5], dibujada por nuestro San Sales”.
(Gracias gratis datas) (Gracias recibidas sin merecimiento alguno)
“Ya vuestra Reverencia sabe las gracias gratis datas, gracias que recibo, sin merecimiento alguno, del Señor, y así no hay que detenerme en esto, pues por mis papeles están esparcidas; en los grados de unión y contemplación, visiones, locuciones, etc., ya está vuestra Reverencia enterado. El Espíritu Santo (a quien tengo particular devoción) me ha comunicado también muchos de sus dones. El que más sobresale y reconozco por don especialísimo es el de la discreción y prudencia para mi trato interior y exterior”.
(Prudencia en el trato exterior)
“Me da el Espíritu Santo luz para gobernar de suerte mis acciones en lo exterior que evite los extremos de disolución y extravagancia, y la conversación y trato con los hombres más apacible que otra cosa, pero con advertencia, para no dejar el medio; si bien tan naturalmente que no parezca estudio.
En lo exterior procuro mostrarme a todos de un semblante; ya algunos cariñosamente me han dicho que yo soy amigo de todos y de ninguno. Mucho me agrada el Proverbio: medio tutissimus ibis, irás muy seguro por el medio en un todo, y en esto del trato y de las cosas agibles[6] con especialidad”.
(Discreción en los movimientos interiores. Rectitud en las obras)
“Se me franquea también esta luz para discernir entre los movimientos interiores propios y separar lo precioso de lo vil, distinguiendo entre el espíritu de Dios, del demonio y de la naturaleza, y éste es muy sutil, que me hace andar siempre sobre aviso. Esta luz discretiva[7] me hace dar a cada cosa lo que es suyo, y de aquí nace en mí el desear no hacer nada, por mínima acción que sea, sin animarla con toda el alma de la intención y seriedad que se pide.
Me dan por esto en rostro ciertas imperfecciones, que consisten en liviandad y en ligereza de espíritu, declinando a puerilidades, y en mí mismo hallo a veces estas faltas, como ya dije, y me disuenan no poco; se me ofrece: las cosas santas han de tratarse santamente.
Del mismo modo llego a discernir otro engaño que es introducido del enemigo y del amor propio; y es el decir: me atengo a las virtudes interiores, descuidándome con esta máxima de las exteriores; aquéllas son el alma, éstas el cuerpo, que constituyen el hombre espiritual: «conviene hacer estas cosas, sin omitir aquellas»[8].
Con esta celestial luz finalmente conozco mis operaciones internas y, guiado de ella, he podido decir a vuestra Reverencia lo hasta aquí escrito, lo cual todo es de Dios; lo que se sigue es mío, en cuanto tiene de imperfección y malo”.
(Raíz primera de las faltas)
“Mi genio es naturalmente alegre con mezcla de serio; pero la alegría predomina y es demasiada muchas veces, y de aquí tienen el origen en mí muchas imperfecciones; pues si no estoy sobre aviso, declino tal vez en acciones, o menos serias, con visos de ligereza, o menos arregladas a la prudencia, y así necesito violentar en las ocasiones el natural, tirando el freno a la jovialidad; aunque algo que tengo de serio me lo facilita, y me agrada más la seriedad moderada.
De aquí tienen raíz las imperfecciones y, tal vez, falta de regla por poco reparo en las condescendencias nimias, y como soy naturalmente agradecido y amigo de no dar disgusto, y por otra parte el amor propio entra aquí paliado con sombra de virtud, me sirve de tropiezo. Varias veces pongo cuidado en moderar esta alegría, pero como es natural, no lo he conseguido todavía, y aunque no creo es esta la pasión dominante, es no obstante raíz de las más faltas positivas”.
(Raíz 2ª)
“La dominante creo es la ira, no en mucho grado, pero en lo suficiente para ocasionarme en los pasos[9], o en las quietes[10], algunos ímpetus de enojo; rara vez se insinúan en lo exterior por palabras picantes o acciones iracundas; lo regular es causar desazón interior cuando me dicen o hacen alguna cosa, o cuando veo algo que parece mal; cuando esto sucede suelo estar no muy recogido; que si lo estoy, no me mueve cosa.
Y cuando me mueve, aunque no sea más que en lo interior, presto es sosegado el movimiento con harto dolor; si salió a lo exterior, no dejo sin especial penitencia, y me cuesta mis lágrimas. Esto por la misericordia de Dios rara vez sucede; lo interior es más frecuente.
Me atraviesa el corazón cualquiera falta de caridad; si veo algunos Hermanos algo resentidos, sin ser en mi mano, se me saltan las lágrimas de sentimiento”.
(Raíz 3ª)
“Otra raíz 3ª de mis faltas o la única es el amor propio, que inclina a las comodidades y se busca a sí mismo. Es tan astuto que, aunque le ando persiguiendo, en el mismo perseguirle se me mete; en lo empezado por Dios quiere entremeterse, en lo que es puramente santo busca entrada; no me resiste cara a cara, sino haciendo surtidas[11], porque sabe que si se descubre, va perdido; la luz del Espíritu Santo me asiste para descubrirle muchas veces”.
(Faltas regulares positivas)
“De estas tres raíces[12] tienen su origen las faltas positivas, que en mí encuentro (no son tantas como las negativas) y suelen ser algunas faltas de silencio, a la regla de hablar latín[13]; alguna otra palabrilla, que huele a murmuración, algunas conversaciones expuestas a disputas, algunos enfadillos, algún movimiento de cólera, algún afecto a las comodidades, alguna falta de caridad pequeña, etc.”.
(Faltas negativas)
“Las faltas negativas, son muchas más; estas se reducen a no dar a las obras aquel lustre, aquel vigor, aquella alma, aquellos quilates que me muestra la divina luz. De suerte que, aun habiendo entre día procurado obrar con recta intención, en llegando el examen particular (que es de esto) no hallo cosa hecha con aquel primor de perfección que quisiera, y aun a mis ojos no hallo cosa que presentar a los divinos como perfecta.
Esto a veces me desconsuela y pone temor, viendo cuán de otra manera obraban los Santos y algunos sin estar tan prevenidos de la gracia, y cómo obrarían infinitos otros si Dios les asistiese como a mí; pero lo regular es causarme confusión y deseos de llenar el vacío y hueco que hallo en mis obras, teniendo muy impresas en mi corazón las palabras que me dijo mi dulcísimo Director San Sales: «No he encontrado tus obras llenas a los ojos de Dios»[14]. También hallo en mí que dejo de hacer algunas cosas de perfección”.
(Distribución ordinaria)
“Esta es, amado Padre mío, mi cosecha; esto es lo que tengo de mi parte en cuanto hay de imperfecto, y de parte de Dios en cuanto, aun en las faltas hallo avisos, y en cuanto no son mayores. Y con esto he acabado de poner delante a vuestra Reverencia mi corazón; pero aún deseo dar a vuestra Reverencia más individual noticia de mi vida, y así brevemente pongo esta distribución cotidiana”.
(Desde levantar hasta el estudio)
“Luego que despierto, (me) encuentro con mi Dios, y siento la presencia de mi Ángel (el cual me despierta, como sabe vuestra Reverencia, cuando se lo pido, aunque si estoy necesitado de sueño o si he cometido alguna alta, no lo hace).
Me visto, entretenido el corazón con las oraciones y afectos. Visito al Señor Sacramentado, y vuelvo in spiritu a tomar mi corazón, que por la noche dejo encomendado a su custodia, y ofrezco las obras por medio de nuestra dulcísima Madre, como ya sabe vuestra Reverencia, y desde aquí empieza el espíritu a despertar a impulsos de las divinas delicias.
Me preparo de mi parte para la oración; en la cual, cuando el Señor quiere, no necesito materia preparada, y esto es lo regular. Los modos, grados y pasos que hay aquí ya lo sabe vuestra Reverencia; al fin pido por los pecadores, con las oraciones que al intento tengo. Oigo Misa, recibiendo allí mi espíritu una inundación de consuelos”.
(Estudio, comida y quiete)
“En mi estudio, quieto estoy con mi Dios sin que uno se estorbe lo otro, y a veces recibo especiales luces acerca de lo que estudio; lo mismo es en las lecciones y escuelas, y a veces son más las luces y suavidades en estos tiempos que en la oración; como viene de Dios, lo da como y cuando quiere.
Después de mi examen[15], en que ya he dicho lo que hay, voy a comer, sin haberme acordado de tal distribución hasta el ir, y esto es muchas veces. En la comida procuro algún acto de mortificación, aunque sin pensarse entra el amor propio; hago una penitencia todos los días. La lectura a veces me arrebata a mi Dios con deseos de imitar a los Santos.
En la quiete hablo moderadamente por que no suelen ser cosas que me agradan; algunas faltas suelo cometer aquí. En las gracias, al visitar el Señor[16], visito siempre la imagen del Salvador y experimento mil afectos”.
(Desde la quiete hasta la noche)
“Como hasta aquí no bajaba a la cátedra de Escritura, tenía antes de Vísperas los ejercicios espirituales; ahora veré cuándo los he de tener. Tengo al Padre Paz[17] para lección espiritual; he leído lo que trata de mis cosas con consuelo. Ahora pediré a nuestro San Sales que, en adelante, todos los días de mi vida, si puedo, leeré cada día en él, oyéndole como a Padre espiritual.
Leo también un capítulo de las epístolas de San Pablo por consejo de mi Hermano el Padre[18], si es que no di principio al estudio con esta lección. Por la tarde esto mismo que por la mañana; si hay recreación larga tengo oración y me retiro a la Librería; gusto del Padre Vieira, pues sus sermones morales juntan con lo ingenioso para la diversión lo sólido de un predicador, y se aprende mucho en él; si hay campo me recojo con el Padre Godínez o algún otro libro sin que se repare, aunque como hasta ahora estaba en primer año no podía tanto por haber que hacer.
A las márgenes del río[19] por verano me voy, y el corazón es llevado dulcemente a su Dios. Cuando no hay recreación por las tardes, se sigue el paso y conferencias en que suelo cometer algunas faltas; me prevengo para evitarlas”.
(Preparación para morir)
“Después de(l) examen por la noche doy cuenta de todo el día a mi Director San Sales y me impongo en su nombre alguna penitencia por las faltas; confieso y comulgo espiritualmente por Viático, y recibo la santa Unción, ungiendo con agua bendita las partes que se ungen con las palabras de la Iglesia, por haberlo leído así practicado por un santo Emperador y alabado el acto por un moralista nuestro que le puso en disputa si era bien o mal hecho.
El divino Espíritu, unido íntimamente con mi alma, sirve de espiritual unción. Me dispongo en todo para morir, diciéndome algunas palabras de la recomendación del alma y, finalmente, con los afectos propios de la muerte dejo mi espíritu en manos de nuestra dulcísima Madre, que le pone en las del divino amor Jesús.
Y aunque suelen encenderse unas llamas de amor, deseando realmente la muerte, y mirando aquel trance como el más delicioso y de mayor consuelo, y tal vez arrebatada el alma ha pasado mucho tiempo en una unión divina, y vea aquí vuestra Reverencia he acabado la cuenta de conciencia prometida”.
Hasta aquí la difusa cuenta de conciencia del Padre Bernardo con que pongo fin a este libro segundo de su portentosa Vida. Jamás he oído ni leído descripción más individual y exacta de una alma que desea declararse del todo a su Director.
Nos descubre brevemente la propensión de su espíritu a la perfección heroica de su estado y de la elevación perfectísima a que le conducía la divina luz. Declara los sólidos fundamentos de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, y en ésta distingue los grados de perfección que le comunicaba el Señor. Desciende a la caridad con el prójimo, virtud inseparable de la verdadera caridad y amor de Dios.
Este amor a Dios, que es la virtud dominante en esta grande alma, le hace concebir un dolor vivísimo de sus culpas, de las cuales acaso ninguna llegó a mortal en toda su vida; le asusta con el temor de perder el amor de Dios y explica estos temores.
Describe el desasimiento que siente en su corazón y la suma paz que en él goza; expresa el amor a sus Directores. Descubre su sólida devoción a los Santos, Ángeles, María Santísima y Cristo Señor nuestro en el santísimo Sacramento.
Pondera su alta estimación y amor tierno a su vocación, y habla de la perfecta observancia de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, y de todas las reglas de nuestro sagrado Instituto. Habla de su mortificación y de las ansias de padecer muchos trabajos por amor de Dios.
Exagera, en fin, sus faltas y descubre sus raíces declarando el conocimiento que el Señor le daba de sus imperfecciones. Pone fin a esta sutilísima cuenta de conciencia con la distribución que observaba exactísimamente.
[1] Mula o macho de carga.
[2] Sabe el Señor templar nuestras miserias con la certidumbre de su amor y de su misericordia. Si nos descubriese únicamente el pecado y la maldad que hay en nosotros, nos quedaríamos llenos de tristeza y abatimiento.
[3] El ofrecimiento que hace de sí a Dios el profeta Isaías.
[4] Se refiere Bernardo al momento vivido en Medina del Campo, cuando tuvo que defender públicamente una tesis de filosofía, muestra aquí tener el amor propio debajo de sus zapatos.
[5] Todo se le va centrando en un solo pensamiento: el hacer la voluntad del Señor, y para eso no existe mejor camino que la santa indiferencia.
[6] Factibles.
[7] Discernidora.
[8] Decía Jesús a los fariseos, demasiado pendientes de las obras externas, visibles y aun nimias, sin dar importancia a lo que era verdaderamente sustancial.
[9] “Paso”: ejercicio de repaso o repetición que hacían en común los estudiantes.
[10] La “quiete”: el tiempo de esparcimiento y descanso que tenían los estudiantes de la Compañía diariamente, después de comer y de cenar.
[11] Surtida: “salida nocturna que hacen los sitiados contra los sitiadores”.
[12] Causas. Las reduce a tres: alegría excesiva, ira y amor propio.
[13] Los estudiantes debían hablar en latín fuera de los tiempos de recreación.
[14] Apocalipsis 3, 2.
[15] El examen de conciencia de mediodía, que duraba un cuarto de hora y se tenía antes de comer.
[16] Era costumbre visitar al Señor después de comer o de cenar, una breve visita antes de la recreación.
[17] Libro titulado De inquisitione pacis…
[18] P. Agustín de Cardaveraz, que se lo había recomendado a partir del desposorio espiritual que tuvo Bernardo en el colegio de Medina del Campo.
[19] El río Pisuerga.