Vida del Beato P. Bernardo Francisco de Hoyos(XXXVII)

Da al fin, Bernardo a la estampa su librito del Corazón de Jesús, y la impresión que hizo
en todos los Ilmos. Obispos de España

Vencidas las dificultades que hemos insinuado, y las que omitimos para imprimir el librito del Corazón de Jesús, procuró Bernardo que saliese a la pública luz. Todavía faltaban las dilaciones que ocurren en estampar los libros, y más con las circunstancias que el joven deseaba. Para que su devoción del Corazón S.S. estampada en el pequeño libro se viese más autorizada, solicitó que algunos Ilmos. Prelados concediesen indulgencias[1] a los que le leyesen. Pidió esta gracia por medio del R. P. Rector de San Ignacio al Ilmo. Señor Arzobispo de Burgos, y la consiguió fácilmente, porque este Ilmo. Prelado, favorecedor ilustre y bienhechor tan insigne de nuestra Compañía y de todas las obras de piedad, se inclinó benignamente a nuestros ruegos[2].

Con la propuesta sola de la devoción del S. Corazón de Jesús, se inflamó tanto el corazón piadoso de su Ilma., que pudo escribir un confidente suyo: “Veo a su Ilma, con fuerte resolución de aumentar esta devoción al Corazón de Jesús, y clama que esto toca a la Compañía, porque por su medio la quiere Dios promover”. Bien mostró este piadoso y celosísimo Prelado la resolución amante de contribuir a las glorias del S. Corazón, pues declarándose su Ilma., agente y protector de esta causa, puso eficacísimos medios para promoverla. No ha cesado ni cesará el ardiente celo de ese dignísimo Arzobispo en procurar las glorias y cultos del Corazón Divino hasta conseguir lo que con tantas ansias desea. Desde luego dio indicios de su digno empeño. Costeó liberalmente la primera impresión del libro, admitió benignamente saliese a público protegido con su esclarecido nombre y consagrado a su Ilma., con la breve dedicatoria que se estampó a su frente.

Al ver Bernardo que el Ilmo. Sr. Arzobispo de Burgos había concedido benignamente 80 días de indulgencia a los que leyesen el librito, recurrió su actividad devota a la benignidad de otro Prelado. Deseó que el Eminentísimo Sr. Aquaviva concediese los 100 días de indulgencia que acostumbran conceder los Eminentísimos Cardenales de la Santa Iglesia. Seguía su Eminentísima por este tiempo la Corte de España, y ésta hacía su asiento en el Real Sitio de San Ildefonso[3]. Como Bernardo me tenía en Segovia y me hacía practicar todas sus ideas para gloria del Corazón S.S., instó a que solicitase las indulgencias del Eminentísimo. Aunque no tenía yo conocimiento alguno con su Eminentísima me valí de persona que me solicitó esta piadosa gracia. Se alegró sumamente Bernardo cuando le remití las indulgencias en un papel firmado y sellado en forma por su Eminentísima.

Esta favorable diligencia que debía contentar la devoción del activo joven, le inflamó más en lugar de contenerle. Volvió a escribir e instar con repetidas cartas que le consiguiese indulgencias de otros prelados que seguían también en la Corte. Fue preciso condescender a sus ruegos y solicitarle las mismas gracias de los Ilmos. Señores Arzobispo y Patriarca de las Indias, y Arzobispo y Obispo de Segovia. Todas estas indulgencias y muchas otras, que Bernardo había solicitado y conseguido por otros medios, se estamparon a la frente del libro.

Hizo Bernardo por sí mismo todas las diligencias que se necesitaban para la impresión. Escribió muchas veces a Madrid en este asunto. Avivó en Valladolid las perezas de la impresión. Había retirado el primer pliego y le corregían con imponderable gozo. Cuando llegó orden del P. Provincial, en que le mandaba pasar en compañía de un Hermano enfermo[4] a los aires puros de una aldea. En esta ocasión mostró bien el motivo que le daba impulso y ministraba fuego en todas estas santas ideas del S. Corazón de Jesús; porque sintió su espíritu en este caso, a pesar de la natural repugnancia, toda la resignación que debía tener.

Valen más que muchas revelaciones los piadosos sentimientos de su corazón en este lance, y así es justo referirlos con sus mismas palabras.

“Vea V. R. cómo el Corazón amabilísimo me ha querido mortificar en lo más vivo. Yo aseguro a V. R. que he sentido mi repugnancia, no solamente por esta connatural en mí al género de trato con los seglares que en estas ocasiones es menester; pero, principalmente, porque me privo del mayor recogimiento y comodidad para estar con Dios, y más con Jesús Sacramentado que me hiere vivamente. También se me frustraron los designios de empezar en estos ejercicios a prepararme para mi sacerdocio, pues no los podré tener hasta Semana Santa. Mas lo que me ha dado alguna materia de sacrificar a Dios mi voluntad y juicio propio, ha sido el levantar la mano de la causa del Corazón que en este tiempo se podía mover, particularmente en el librito, para cuya impresión parecía más necesaria ahora mi asistencia. Todo esto ha causado en la porción inferior una no pequeña repugnancia.

Digo en la porción inferior, porque aunque ciertamente he tenido alguna mortificación, la superior desde la primera noticia se sobrepuso, y estuvo y está fuerte, resuelta y aun contenta de tener ocasión de obedecer no sólo en lo que quiero yo. El Corazón S.S. está coronado de espinas, y quiere que los suyos no anden siempre entre rosas. Quiere que el amor de mi corazón sea puro y sin mezcla, y como aun estos deseos, por buenos y santos que sean, se pueden mezclar con algo de amor propio y menos recio, como buen Padre Espiritual quiere el buen Jesús llegar hasta lo más íntimo del alma: es cierto que Jesús ha logrado el intento de mortificarme, pero me ha dado tal gracia que, en medio de la repugnancia, estaba el alma dulce, tranquila, pacífica, y con una serenidad inalterable, y como quejándose amorosa con su Dios, le protestaba que no sólo levantaría la mano por unos días, pero que siempre, si era voluntad suya; que por ésta he tomado con tanto ardor la causa de su Corazón, por ésta la he proseguido; ésta quiere la deje ahora, bendito sea su Corazón: con tanta paz estoy, que me admiro a vista de lo ardiente de mi deseo. En orden a moverme esto, estoy como si jamás hubiera puesto mano en la cosa, del todo la dejo en cuanto a lo exterior, pero mi espíritu ahora más que nunca la tratará con Dios, pues esto no me lo quita.

Me causa notable consuelo mirar cómo el Corazón S.S. me ha empeñado en su causa, y con destreza de Padre Espiritual me manda levantar la mano. Él ha hecho toda la cosa, y por la menor facilidad de visitarle en su tabernáculo, me ha dado a sentir que su Corazón me servirá de sacramento, y que habite en este templo mientras no me es tan fácil asistir cuanto quisiera en el material”.

Hasta aquí la pluma de este solidísimo joven, que muestra cuán desnudo estaba su corazón de otra cosa alguna, que de la voluntad y orden del Corazón S.S. de Jesús.

Volvió de su breve jornada nuestro joven, y fue imponderable su consuelo al ponerse en presencia de Jesús S.S., a quien no podía adorar con tanta frecuencia en una aldea.

“Se dilató mi corazón grandemente delante del Corazón S.S. del buen Jesús. Me dijo el Señor que ya se había cumplido el fin de su Providencia amorosa en esta ausencia”.

Empezó con nuevos ardores a promover la devoción del Corazón S.S. de Jesús por su librito. Ideó esparcirle por toda España, y por su Dominación por ambos Mundos[5]; tan vastas eran las ideadas empresas de su celo, pero muy justas y prudentes.

Parece increíble que un joven de 22 años de edad, educado en una pequeña aldea, escondido después en el Noviciado de nuestra Compañía de Jesús y en los colegios de estudios, pudiese concebir las elevadas ideas que formaba eran dignas de hombres muy prácticos, empresas arduas de la gloria de Dios, y enseñados con máximas de política santa y cortesana. Nada me admira más en el espíritu de este feliz joven, cuando leo lo que pasó con el S.S. Corazón de Jesús en orden a su librito.

Antes de empezar a esparcirle por toda España le llevó en el pecho un día de comunión para presentarle a Jesús Sacramentado y a su Corazón Divino. Pedía le echase su bendición celestial para que produjese en las almas frutos copiosos de devoción a su Corazón S.S. En estas súplicas fervorosas estaba el joven cuando le favoreció su Majestad con un favor singularísimo. Refiéranle las palabras de Bernardo para que no pierda su viveza en mi pluma.

“El día 21 de octubre, al tiempo de recibir el Corazón adorable de Jesús Sacramentado, llevaba en mi pecho un librito impreso para ofrecerle y pedir le echase su bendición, y habiendo pasado el tiempo de la Misa en aquellos afectos que, mejor que yo, sabe el buen Jesús, llegué a hacer mi oferta. Se empezó a recoger el alma hacia lo profundo de sí misma y sin palabras ni voces, sino con aquel lenguaje que Dios solo y ella entienden, presentó al S.S. Corazón el librito, con todos nuestros corazones, afectos, deseos, ideas, y con todos los trabajitos que se han padecido hasta haberlo puesto en estos términos.

Se sintió luego toda inundada de un gozo imponderable, y cuando se halló toda abrasada en las llamas ardientes del amor divino, quiso el Señor repitiese la oferta con mayor solemnidad. Porque al punto se me manifestó por una maravillosa visión con su Corazón Sacrosanto abierto y convertido todo en un soberano incendio. Le acompañaba su Santísima Madre y los tres Santos validos y amantes discípulos del Corazón Santísimo, y no faltó N. P. San Ignacio con el V. P. Colombière, y por otro lado estaban la V. M. Margarita y Santa Gertrudis, tan interesadas en el sagrado culto, con Santa Teresa y Santa María Magdalena de Pazzi (a las cuales había hecho una novena encomendándolas el asunto del Corazón Sagrado). Aquí, delante de tantos cortesanos del cielo y amigos míos, hizo segunda vez el alma la oferta del librito, al cual miró el dulcísimo Jesús con mucho agrado y me pareció miraba dentro del Corazón dulcísimo un como traslado del mismo, en que entendí guardaba Jesús su Corazón el obsequio que en este librito se le rendía.

Con indecible amor me dijo entonces, qué pedía a su Corazón en recompensa. Yo, todo anegado en confusión, y abrasado en amor del mismo Corazón Divino, respondí que no pedía más que la extensión de su celestial culto y sus progresos en España y en toda la Iglesia y, sintiendo que deseaba el Señor le pidiese alguna especial gracia para el librito, le supliqué se sirviese confirmar las gracias de indulgencias que sus Chros (Cristos, es decir, los obispos) habían concedido a los que con devoción le leyesen. Respondió que su Corazón las confirmaba, y que los que leyesen este librito con buena intención, serían aprobados de su Corazón, el cual a todos concedía, entre otros, un don especial: a los pecadores, inspiraciones por medio de su lección para salir de su mal estado; a los justos, mayores gracias y deseos de caminar a la perfección; a los perfectos, un amor purísimo y ardentísimo a su Corazón, en el cual sentirían sus deliciosísimas dulzuras”.

Hasta aquí la pluma de este joven dichoso. Con favor tan grande y aprobación tan divina, no es maravilla se prometiese felicísimos sucesos en la repartición de su libro[6]

La 1ª Provincia que se propuso Bernardo para esparcir en ella su libro y encender el fuego de amor divino al Corazón S.S. de Jesús, fue el Real Palacio de nuestra augustísima Corte. Antes de practicar este elevado empeño, empleó su prudencia en saber de persona inmediata a las personas Reales si este librito podría esperar de su Majestad y Altezas ser recibido benignamente. Le respondieron que la piedad y devoción tenían su domicilio en el corazón de los Reyes nuestros señores, de los señores Príncipes y señores Infantes. Que la devoción al S. Corazón de Jesús no era del todo desconocida en Palacio, pues el Rey nuestro señor había escrito al Santísimo Benedicto XIII pidiendo a su Santidad el Oficio y Misa del S. Corazón. Los señores Príncipes estaban noticiosos y deseosos de que esta devoción se propagase en España. Muchas señoras grandes de Palacio tenían noticias y alguna práctica de esta amabilísima devoción habiéndose educado en Monasterios de la Visitación de Santa María. No podía estar mejor dispuesta la Corte para recibir un libro que publicase en idioma español la devoción del Corazón de Jesús, tan conocida y venerada en todas las Provincias de Francia.

Causaron estas noticias singular consuelo al ardiente celo de Bernardo yle abrían puerta a sus designios. Dispuso que le encuadernasen una porción de sus libritos muy curiosamente para presentárselos a los señores Príncipes. Sabía que, llegando a manos de sus Altezas, pasarían luego a todas las personas Reales, como efectivamente sucedió. Porque recibidos benignamente de la devoción sólida y tierna de los Serenísimos Príncipes, se partieron (se repartieron) por el Palacio. Poco después se dirigieron otros muchos a algunas personas piadosas y señoras grandes de la Corte.

Con esta santa industria se vio muy luego la devoción al Corazón de Jesús, no sólo extendida en Palacio, sino también entronizada en los corazones reales. No se pueden decir aquí los notables progresos que hizo esta nueva devoción en los cortesanos. Apenas había persona que, a ejemplo de las personas reales, no se declarase por la devoción al Corazón Divino con obsequios de sólida piedad: confesiones y comuniones frecuentes, novenas al mismo S. Corazón, limosnas y otros ejercicios sólidos fueron el primer fruto que produjo el libro extendido en la Corte. Insinuaremos después otros con ocasión de una breve novena que se imprimió, y muchas estampas que se repartieron en el Real Palacio.

Esta primera idea tan gloriosa al Corazón Divino, lograda con efectos que sólo podían producir los amorosos influjos del mismo S. Corazón, dio notable aliento a Bernardo; vencida la dificultad que se le proponía más ardua, volvió los ojos su celo al Ilmo. Señor Arzobispo de Burgos, protector ilustre de esta devoción. Rogó a su Ilma., se dignase recibir los libros que le había destinado. Al mismo tiempo suplicó humildemente al Señor Arzobispo se sirviese tomar a cargo de su ardiente celo enviar su librito a todos los Señores Arzobispos y Obispos de España.

Esta idea de nuestro devoto joven tenía más altos designios de los que descubrió al principio. Parecía que solo intentaba dar noticia de su amabilísima devoción a los Prelados de España, y por consiguiente a todos los gremios de piedad que hubiese en la Diócesis. Pero su ardiente celo se explicó muy largo, digo muy luego, y se entendió con el del Ilmo. Señor Arzobispo. Suplicó a su Ilma. que, al mismo tiempo que remitiese el libro, significase a todos los Prelados se dignasen cooperar con su santo celo a esta solidísima devoción. Que rogase muy en particular a todos los Señores Obispos de España hiciesen una sagrada confederación para extender los cultos del Corazón de Jesús y que, para conseguir más eficazmente su designio, inspirado sin duda del mismo Divino Corazón, solicitasen de su Santidad la fiesta, oficio y Misa, que la benignidad del SSmo. oiría gustoso los ruegos de todas las Iglesias de España en asunto que no podía ser más glorioso para el Sumo Pastor de todos: Cristo Jesús. Como el corazón del Ilmo. Señor Arzobispo de Burgos estaba bien dispuesto y enardecido por las glorias del Corazón de Jesús, recibía todas estas ideas, aunque inspiradas por un joven de pocos años.

Se declara el Ilmo. Sr. Arzobispo de Burgos protector y agente de las ideas de Bernardo, y el feliz suceso que tienen con tan ilustre patrocinio

Remitió este dignísimo Prelado a casi todos los Prelados de España el librito del Corazón de Jesús, rogándoles con íntimo afecto escribiesen todos una carta a su Santidad[7] en que pidiesen para sus Diócesis fiesta, oficio y Misa del Corazón S.S. de Jesús, y como el Corazón Divino inspiraba a nuestro joven estas ideas, las acaloraba en el piadoso corazón del Sr. Arzobispo. Tuvo la insinuación de su Iltma. el efecto que se podía desear. Todos los señores Arzobispos y Obispos de España enviaron sus cartas al Iltmo. agente para que juntas se remitiesen a Roma. Así lo significa con singular gozo su Iltma. a un jesuita, a quien por este tiempo escribió esta cariñosa carta:

«Muy Señor mío y mi amigo: En este correo me avisa el Sr. Cardenal Belluga haber recibido las cartas que remití de los Señores Prelados de España, y con los que después se han seguido, creo que todos los que hoy son vivos han dado su carta para el sagrado asunto del Corazón de Jesús; pero me dice que N. Rey no ha escrito a su Santidad para este fin, y que la carta que se copia en el librito, o no ha llegado o no se ha presentado en Roma, y que esta diligencia es indispensable, y así es necesario rogar al P. Confesor nos saque esta carta del Rey y quedo para servir a V. Ra. con fiel y sincero corazón, con que deseo gde. N. S. a V. R. ms. as.. Burgos y abril 22 de 1735.

B.L.M. de V. R. su más afecto servidor y amigo.
Manuel, Arzobispo de Burgos.»

Por esta excelente carta nos descubre este Iltmo. que todos los Señores Obispos de España habían escrito a su Santidad pidiendo el oficio, solemnidad y Misa del Dulcísimo Corazón de Jesús. Su Iltma. había enviado estas cartas a Roma y empeñado el santo celo del Eminentísimo Cardenal Belluga a favor de esta carta. No pudo ser más acertada la conducta del Señor Arzobispo de Burgos en valerse de la fogosa y santa actividad del Eminentísimo. Porque años ha era su Eminencia, y continúa ser el más vivo, eficaz y ardiente Protector de la causa del S. Corazón de Jesús. Como tal dio luz al Iltmo. de Burgos de lo que faltaba por hacer, que era sacar una carta del Rey N. Señor que acompañase y prosiguiese las de los Iltmos. Prelados de España.

Luego que Bernardo tuvo noticia del buen efecto que habían producido las santas ideas del Sr. Arzobispo, se llenó de gozo inexplicable y dio al Corazón S.S. humildes y rendidas gracias. Pero, sabiendo que el Sr. Eminentísimo pedía una carta del Rey como medio eficaz e indispensable en el asunto, hizo para conseguirla los esfuerzos que pudiera el hombre más autorizado. Escribió varias cartas a un jesuita confidente suyo, para que solicitase esta carta por medio del M. R. P. Confesor de su Majestad. Parecía ardua la empresa. No obstante, se intentó, y el Corazón Divino lo facilitó de suerte que se consiguió como podía desearse. Una santa y discretísima carta respuesta del Eminentísimo Cardenal Belluga al M. R. P. Confesor nos da el consuelo de saber lo que sucedió en el asunto; está en mi poder copia de esta carta, con que es justo ennoblecer este paso de Misericordia. Dice así:

«Viva Jesús
Rvmo. Señor.

Señor mío: recibo con mi mayor aprecio la de V. S. con la carta para su Santidad para el oficio y Misa del Corazón de Jesús, cuya gracia espero se consiga, no obstante que tres veces ha salido denegada en la Sagrada Congregación de Ritos. La primera pidiéndola el Rey de Polonia. La segunda pidiéndola su Majestad, y la tercera pidiéndola la Reina de Francia, mas siempre por uno o dos votos. Yo siempre he estado fortísimo por esa gracia y, habiendo ya muerto dos Eminentísimos que gallardamente la contradecían, espero que con la nueva carta de su Majestad se puedan vencer las dificultades que se proponían, las que no eran todas despreciables, mirando todas a la dificultad de cuál sea el objeto de esta fiesta, y por dividir las dependencias del Ministerio, he dado la carta al Eminentísimo Aquaviva para que la presente a su Santidad, con las que yo tengo acá de los Señores Obispos, y a mi cuidado queda la solicitud. Y quedo al servicio de V. S. con el más verdadero afecto, y ruego a N. S. guarde a V. S. ms. as. en su Santa gracia. Roma y julio 3 de 1735.

Rmo. Señor.
De V. R. más afecto.
L. Cardenal Belluga.»

Hasta aquí la pluma del Señor Eminentísimo inflamada en amor a Jesús y a su Sagrado Corazón. Todo parecía ya fácil al espiritoso corazón de Bernardo, vencidas con tal feliz suceso las cumbres más altas de la Corte y de la Iglesia. Porque, recibida con tanta piedad y amor la devoción del S. Corazón de Jesús de todos los corazones reales de los Reyes Ntros. Señores, Príncipes, Infantes y en los de los lltmos. Prelados de España, no podía dejar de ser amada de todos. Envió libros a todas las Provincias de España. No hubo en ella quien se pudiese esconder de la luz y calor del fuego ardiente de su devoción.

Madrid, Toledo, Sevilla, Granada, Murcia, Valencia, Barcelona, Zaragoza, Tarragona, Burgos, León, Oviedo, Santiago, Salamanca, en fin, todas las capitales de las Provincias de España fueron el objeto de los ardores del corazón de Bernardo; a todos los encendió por medio de su librito, y consiguió los maravillosos efectos que empezó a gozar y nosotros experimentamos.

Remitió muchos ejemplares al R. P. Misionero Pedro de Calatayud, que corría por este tiempo en sus fructuosas Misiones parte de los reinos de Murcia y Valencia. Poco impulso necesitaba el P. Calatayud para proseguir en España la devoción al Corazón de Jesús. Porque desde el primer instante que Bernardo le había escrito este asunto, sintió su corazón inflamado con los “Sagrados incendios”, que publicó en el librito con este título. Después, la experiencia de los frutos sólidos que producía esta devoción en cuantos corazones bien dispuestos los abrazaban, era el más ardiente incentivo. Le sirvió, no obstante, el librito de Bernardo de nuevo impulso para los esfuerzos de su santo celo en esta devoción. Para referir los maravillosos efectos que se siguieron a la predicación de ese Misionero, la reformación de costumbres en los pueblos, los ardores sagrados en muchos Monasterios de Religiosas, y las innumerables Congregaciones que se fundaron[8], era necesaria una historia más copiosa que la de este libro. Será preciso insinuar algo en el progreso de esta narración.

Por las noticias que comunicaba a Bernardo el P. Calatayud en punto de la nueva devoción del Corazón de Jesús, conoció que ésta era empresa muy propia de misioneros. Procuró que llegase el librito a otros Misioneros de nuestra Compañía, a los de otras sagradas Religiones, y a algunos señores eclesiásticos seculares empleados en este apostólico ministerio. En todos los hombres verdaderamente apostólicos hizo tal impresión esta devoción del Corazón de Jesús, que la emprendieron y prosiguieron con indecibles ardores.

Por este medio se propagó, primero en nuestra Provincia de la Compañía de Jesús de Castilla y, después, por España toda y por las Indias españolas[9]. Viendo ya pública y recibida con devoto aplauso su devoción del Corazón de Jesús, se aplicó a encenderla en los corazones de todos. Por sí mismo, siendo Hermano estudiante, pocos progresos podía conseguir; pero sus fervorosas oraciones lo conseguían todo, y sus ruegos con los jesuitas que trataba eran muy poderosos. Rogó insistentemente y consiguió de todos sus confidentes que, en el púlpito, en el confesionario, en las conversaciones particulares y en todas ocasiones, exhortasen a la devoción del Corazón de Jesús.

Este medio, al parecer oculto y de poca extensión, fue inspirado del Corazón Divino por los grandes frutos que produjo. Apenas las personas piadosas, especialmente Religiosas, oyeron hablar de esta amabilísima devoción, cuando se encendieron en amor al Corazón de Jesús. De repente se vieron arder en llamas de Amor Divino muchos conventos de Religiosas en la nobilísima ciudad de Valladolid, donde residía Bernardo y había nacido para España esta devoción. Porque este joven había enviado delante como precursor su librito; y los sabios, sólidos y santos Directores, acababan después lo que el librito había empezado.

A este sagrado incendio contribuía también el santo celo de los Iltmos. Prelados ordinarios de las Comunidades Religiosas, también dispuestos para promover esta devoción, como ya vimos; porque estaban persuadidos de que esta devoción era inspirada de Dios en estos tiempos para encender el Mundo en fuego de amor divino, como fue revelado a la gloriosa Santa Gertrudis.

Parece que con tan felices principios y progresos de la devoción del Corazón de Jesús, se había de contentar el corazón fogoso de Bernardo. Sucedió todo lo contrario, porque los sucesos gloriosos encendían más sus insaciables llamas. Conoció que su librito, aunque muy pequeño, no podía llegar a manos de todos, ni dar noticia del SSmo. culto que inspiraba. Discurrió otro medio soberano y eficacísimo que tuvo el suceso que no se debía esperar en lo humano. Hizo traer de Roma gran cantidad de estampas del Sagrado Corazón de Jesús y una hermosa lámina para reimprimirlas en España[10]. Sirvió para esta idea a Bernardo haberse impreso en su alma la revelación que el Sagrado Corazón de Jesús hizo a la V. Margarita María de Alacoque, a quien dijo Jesús, su celestial esposo, que también quería que la imagen de su Corazón, perfectamente delineada, se expusiese a vista de los fieles para que con tan amable objeto se ablandase la dureza de sus corazones.

“Me ofreció Jesús que todos cuantos reverenciasen con especial culto la imagen del Sagrado Corazón serían colmados de celestiales dones que dimanarían de la plenitud de su Divino Corazón”.

Avivó estos deseos de nuestro joven otra inteligencia semejante con que el Señor le favoreció:

“Este día se me dio a entender deseaba el S. Corazón se expusiese su imagen en España como la que trae en su libro el P. Gallifet, que así se mostró el Corazón Sagrado, y casi siempre se ha descubierto a mí con las mismas insignias. Entendí había de enternecer muchos corazones ese amabilísimo objeto. Y admiro hoy la providencia cuando veo que, antes de llegar una carta en que yo indicaba esto, me avisa V. Rª. la hace dibujar para abrir lámina”[11].

Hasta aquí la pluma de Bernardo inspirada con espíritu que tiene visos de profético.

Se cumplió prontamente en el corazón de innumerables personas la oferta del Señor, estimando y venerando las estampas con indecibles consuelos, frutos y milagros portentosos. Para indicio de la devoción con que fueron recibidas en todas partes las estampas del Corazón de Jesús, sirva por testimonio de la aceptación suprema lo que expresa el Excmo. Sr. D. Juan de Idiáquez, Duque de Granada y de Ega. Por mano de su Excª. envió un jesuita devoto del Corazón de Jesús algunas docenas de estampas a los Príncipes Ntros. Sres.; fueron recibidas con tan benigno agrado que sus Altezas mandaron al Excmo. lo significase al jesuita que no pudo imaginar tan grande honra.

La carta original que he leído dice así:

«Rmo. P. he recibido y puesto en mano de los Príncipes Ntros. Sres. las estampas del S.S. Corazón de Jesús que V. Rma. se ha servido dirigirme para este efecto, y habiéndolas admitido sus Altezas con la mayor veneración y aprecio, me mandan manifestar a V. Rma. su especial estimación y gratitud por tan singular regalo. V. Rma. me tiene a su obediencia con la mejor y más pronta voluntad, y ruego a Dios que (otorgue) a V. Rma. los dilatados as. que puede. San Ildefonso 16 de septiembre de 1735.

Rmo. Padre
B.L.M. de V. R?. su amigo y afecto
D. Juan de Idiáquez.»

Esta idea de las estampas al parecer pequeña, fue de particularísimo fruto, porque con la lámina que llegó de Roma se estamparon tantos millares que, a poco tiempo, se inutilizó de todo; pero la devoción estaba ya tan ardiente que, para contentarla, fue preciso abrir muchas láminas y traer otras semejantes de Roma; como era fácil distribuir las estampas por el correo, se podía decir seguramente que apenas hubo lugar ni pequeña aldea en toda España donde no se adorase por este medio el Corazón de Jesús. En la Corte se abrieron diversas láminas, se estamparon innumerables, y se remitieron a la Serenísima Princesa Ntra. Sra., a Lisboa, muchas estampadas en tafetán lustroso. El fin principal a que se destinaron las estampas del Corazón de Jesús descubrirá el capítulo siguiente.

Se da noticia de algunas Congregaciones del Corazón de Jesús y de las muchas novenas
con que se empezó a venerar

Una de las primeras ideas que formó el P. Bernardo para establecer el culto del S. Corazón de Jesús fue que se fundasen congregaciones de este Sacrosanto Corazón; así lo vimos en su lugar cuando escribió al P. Calatayud que publicase esta devoción y pensase el modo de fundar algunas congregaciones. La facilidad y brevedad con que se estableció la de la Iltma. Ciudad de Lorca, a quien no se puede disputar la gloria de haber sido la primera en España, dio aliento para fundar otras innumerables. Porque el celoso Misionero experimentó ser estas piadosas congregaciones un medio inspirado del mismo Corazón Divino para el fervor que se veía en los pueblos[12]. Lo mismo era proponerles congregación del Corazón de Jesús que abrazarle, cuantos estaban sólidamente convertidos.

Este era el propio lugar de dar alguna noticia del fin, esencia y método de estas santas congregaciones; de los Breves e indulgencias con que los Sumos Pontífices las han honrado y enriquecido. Mas por ser ya tan conocidas y frecuentadas estas congregaciones, se omite lo que puede leerse en las Reglas mismas impresas. También sería justo insinuar el número de estas congregaciones en España; basta decir que son tantas que sólo los Misioneros de nuestra Compañía de Jesús de esta Provincia de Castilla han fundado muchos centenares. Muchas más han establecido los Reverendos P.P. Misioneros de otras sagradas Órdenes y algunos Apostólicos eclesiásticos seculares.

Aunque omitamos la noticia de otras Congregaciones del Corazón de Jesús, es justo referir la que se fundó en nuestro Colegio Imperial de Madrid este año pasado de 1735. Deseando algunos celosos jesuitas, promotores de la amabilísima devoción al Corazón Divino, que se fundase en la Corte una congregación del Corazón de Jesús, la propusieron a algunas personas sólidamente devotas de la primera grandeza. Ya, como hemos visto, se hallaba nuestra Corte no sólo noticiosa, mas sagradamente encendida en el amor ferviente al Corazón S.S. Con esta favorable disposición que fomentaban no pocos cortesanos, fue muy bien recibida la especie de congregación del Corazón de Jesús. Se propuso a nuestros piadosísimos Reyes, a los señores Príncipes (hoy Reyes Augustísimos) e Infantes, los cuales todos se alistaron en la congregación con una piedad digna de sus corazones reales. A imitación de piedad tan ínclita y augusta, todas las personas de la Casa y familia Real se inscribieron en la misma congregación, y después innumerables personas grandes e ilustres de la Corte. Para índice de los principios fervorosos de la devoción al S. Corazón de Jesús que inflamó la congregación del Colegio Imperial, basta poner aquí los nombres de algunos señores congregantes de ambos sexos.

Señores

El Sr. D. Felipe V N. católico Monarca. El Sr. D. Fernando VI Monarca católico de España. El Serenísimo Sr. Infante de España, D. Felipe de Borbón. El Serenísimo Sr. Infante Cardenal Arzobispo de Toledo y Sevilla, D. Luis de Borbón. El Excmo. Sr. Conde de Velalcázar. El Excmo. Sr. Conde de Paredes. El Excmo. Sr. Conde de Luna. El Excmo. Sr. Duque de Béjar. El Excmo. Sr. Marqués de Villarías. El Excmo. Sr. Conde de Benavente.

Señoras

La Reina N. S. Dª María Bárbara. La Sra. Reina Viuda Dª Isabel Farnesio. La Serenísima Sra. Dª María Teresa, Infanta de España. La Serenísima Sra. Dª María Antonia Fernanda, Infanta de España. La Serenísima Sra. Infanta de Francia, Dª Luisa Isabel. La Excma. Sra. Marquesa de Almodóvar. La Excma. Sra. Duquesa de Breda, viuda. La Excma. Sra. Dª Clara de Solís y Gante. La Excma. Sra. Condesa de Lemos. La Excma. Sra. Duquesa de Atri, viuda. La Excma. Sra. Duquesa de Beraguas.

Aunque el fruto de las congregaciones del Corazón de Jesús era más sólido, público y constante, no fue pequeño el obsequio de una brevísima  Novena[13] que se estampó al mismo Divino Corazón. Con este papelito encendió Bernardo innumerables corazones en amor sagrado al de Jesús. Abrasó el suyo en primer lugar, porque luego que llegó a sus manos, hacía este obsequio al S.S. Corazón de Jesús siempre que deseaba conseguir algo para su mayor gloria, y todos los meses indefectiblemente inspiraba a todos esta devoción y, para llevarla por todas las Provincias, ideó esta invención piadosa. Ponía una estampa del Corazón de Jesús y una Novena bajo una cubierta, y el sobre escrito en esta forma: A N. de N. gde. Ds. ms. as (que Dios guarde muchos años) en la ciudad o villa de N.

Cuando se remitía esta especie de carta a la Superiora de algún convento de Religiosas se incluía un papelito que decía: El que remite a V. esta estampa y Novena le ruega se digne introducir en su santa comunidad la devoción al Corazón de Jesús, y suplica a todas las Religiosas que comulguen todos los primeros viernes de cada mes. Esta sencilla y piadosa devoción tuvo en mil partes los maravillosos efectos de devoción que sabemos, y muchos otros más que ignoramos.

Por índice de los que llegaron a mi noticia, pondré uno solo con las mismas palabras de una señora Religiosa, muy ilustre por su nobleza y más ilustre por haber dejado el Mundo y abrazádose amante con la cruz de Cristo desde su tierna edad. Esta señora vive en una comunidad muy observante, pero de un Instituto que no obliga a sus Religiosas a especial austeridad o rigor, y acaso a ninguna penitencia externa. La escribió un devoto del S. Corazón de Jesús exhortándola a esta amabilísima devoción que ahora se había descubierto en España. La respuesta dio singular consuelo a la persona que recomendaba esta devoción a esta Religiosa; en sustancia fue lo siguiente:

“Agradezco a V. mucho el favor que me hace con recomendarme la devoción al S. Corazón de Jesús, pero tengo el especialísimo consuelo de poder dar a V. una noticia en el asunto que no podrá dejar de consolarle.

Hará como dos años que, sin saber de dónde, ni de quién, nos llegó una carta que contenía sólo una bellísima estampa del S. Corazón de Jesús y una Novena. Apenas yo vi la estampa, cuando dije a todas mis compañeras que, sin duda, el Corazón de Jesús quería que fuésemos sus devotas. Empezamos a enardecernos todas y propusimos hacer al instante la novena al S. Corazón de Jesús exponiendo en nuestro coro la estampa; para que fuese más agradable al Corazón de N. Divino esposo Jesús, determinamos hacer algún obsequio los días de la novena, en particular todas hicimos lo que nos inspiró nuestra devoción, y determinamos hacer en comunidad los obsequios siguientes:

1º Rezar la Novena en la forma que enseña el librito.

2º Tener antes o después media hora de oración.

3º Ayunar todos los días de la Novena.

4º Tomar todos los días disciplinas.

5º Comulgar tres días por lo menos.

6º Hacer las visitas, que prescribe la Novena, al SSmo. Sacramento por los fines allí señalados.

7º Finalmente, hacer como por estatuto, todos los meses la novena al Corazón de Jesús, empezando el jueves último del mes, y acabar comulgando siempre el primer viernes del mes siguiente.

Pida V. al mismo S. Corazón que nos conserve y aumente los fervores con que esta santa Comunidad ha empezado a adorarle y amarle. N. Señor me guarde a V. Rma.”

Hasta aquí la carta de esa ilustre y ferviente Religiosa. Semejantes efectos produjo la idea de esparcir por toda España las novenas y estampas del Corazón de Jesús en otras comunidades. Pedía una difusa historia lo que se ha publicado en este particular a gloria del Corazón de Jesús.

En muchas ciudades se ha hecho y hace públicamente la novena del Corazón de Jesús con pláticas y sermones todos los días. La primera que se hizo en solemnidad pública y aprobada del Ordinario, fue la que el P. Bernardo procuró en el Colegio de San Ambrosio de Valladolid, donde estudiaba. Siempre admiré como particular o milagrosa providencia del Corazón de Jesús, que tuviese efecto esta idea de nuestro joven, porque era indispensable que concurriese a la ejecución el P. Rector del Colegio, y el dictamen de sabios y celosos Mtros. (maestros), y siendo esta devoción nueva y habiéndose de dar al público, era digno este asunto de mucha y prudente consideración.

Por otra parte, el que había inspirado la especie y la promovía con tanta actividad como industria era un Hermano estudiante. A éste, por su estado, convenía aplicarse al estudio teológico más que ser agente de devociones nuevas y ruidosas. Pero como el S. Corazón le había escogido por agente de su devoción, lo que sería reprensible en la prudencia humana y justamente reprendido de sus superiores, fue sumamente alabado. Todas las circunstancias que concurrieron en esta pública novena que se hizo en nuestro Colegio de San Ambrosio de Valladolid, son dignas de saberse y copiarse aquí. Nadie las descubrirá mejor que el mismo P. Bernardo.

Este joven, luego que se concluyó la solemnísima novena, lleno de celestial gozo dio la noticia a uno de sus confidentes en este papel:

“La Novena al Corazón adorable de Jesús se ha hecho públicamente con aprobación de este Ilmo. Prelado[14], que concedió gustoso cuarenta días de indulgencia a todos los que asistieren a ella, por cada uno de los días, y lo mismo ha concedido a los que rezaren un credo delante de la imagen del S. Corazón: ésta se colocó en la Capilla de la Congregación[15] donde ha estado el SSmo. Patente todos los nueve días. Varios estorbos que a cada paso se encontraban, los ha vencido insensiblemente el Señor, que ha mostrado en ésta, como en las demás ideas de la promoción de su culto, que quiere entiendan los hombres cuán a cargo de la providencia corre este asunto: el primer día, que hubo un concurso mayor del que se esperaba, se dio noticia de la devoción del Corazón Sagrado, la cual se fue extendiendo en las pláticas de los días siguientes, en los cuales fueron mayores los concursos, lo que sólo se debe atribuir al benigno influjo del mismo Corazón, concurriendo algunas circunstancias que parece los habían de estorbar, como son el ser una cosa de que pocos tenían noticia, el ser grandes los calores y entrarse a las cinco de la tarde, el juntarse la novena con los ejercicios de la Congregación y, sobre todo, el abrasarse la Capilla por la estación del tiempo y concursos de la gente. Y aunque por esto, si bien la Capilla es capaz, se pensó pasar la función a la Iglesia, no se efectuó por parecer a algunos señores se podía compensar el calor con la mayor devoción del sitio. Pero, en realidad, para algún otro día hubiera sido acertado, porque mucha gente se quedaba en la Iglesia, y otra se volvía por no caber ni en la Capilla ni en su entrada.

Los ánimos se han movido y han recibido tan dulce devoción, particularmente de las personas de distinción, cuya asistencia ha sido frecuente y mayor. Los más días había algunas comuniones delante de la santa Imagen, y todos estuvo la capilla abierta por las mañanas, en que concurrieron sacerdotes a celebrar en el Altar del S. Corazón, aunque a veces, por ser muchos, se ocupaban los tres Altares[16]. La Imagen estuvo siempre con luces, y el último día el SSmo. Patente, por tarde y mañana. Este día hubo muchas comuniones[17], habiendo sido bastantes las del antecedente por la concurrencia de N. Señora. Las Misas fueron más que otros días. Vinieron a cantar la Misa (que fue del Sacramento) el Sr. Chantre con otros dos canónigos, con las insignias de Cabildo, lo que hizo la función más solemne. Los músicos, en quienes ha prendido la devoción, mostraron su afecto en la pompa y majestad con que entonaron la música y, sobre todo, el villancico al Sagrado Corazón en que se le atribuía la corona por Rey de los corazones, y las espinas por rosa encarnada de los afectos.

El sermón fue espiritual y gustoso, empezando por la profecía de Santa Gertrudis y gratulando a nuestros tiempos, por cumplirse en ellos; tomó el predicador por asunto que el Sacramento, que hasta aquí había estado oculto en las especies, y por eso olvidado, se ponía patente por la providencia en el Corazón del Salvador, o el Corazón Real del Salvador, patente en su Corazón pintado. Le llenó bien, apropiando aquel casi profético texto del Eclesiástico cap.38 v.28 Cor suum dabit in similitudinem picturae.

Fue muy lucido el concurso de este día a la Misa; por la tarde dieron siesta de instrumentos. Se leyó el cap. 3º del Tesoro escondido[18], y hecha la novena, y advirtiendo al auditorio, se les pondría la imagen del Corazón en la Iglesia, y lo de las comuniones los primeros viernes del mes, como también el convite (la invitación) de la Novena para otro año. Se reservó al Señor con la asistencia del Sr. Chantre, y con toda la solemnidad de la música, y aseguran ha muchos días no ha echado tanto el resto.

Todos claman entre los nobles por estampas del Corazón Sagrado, cuya devoción se ha publicado y difundido en todos los corazones, de modo que todos los de casa[19], y algunos de los de fuera admiran el suceso por milagroso, y que manifiesto anda aquí el dedo de Dios. Las limosnas para la Novena, música, cera, etc. han sido mayores de lo que se necesitaba y esperaba. Los que más de cerca han palpado la cosa, admiran en mil menudencias que se notan bien y se declaran mal, una singular providencia que, oculta pero eficazmente, da eficacia a la extensión del culto. En fin, el Corazón Sagrado del Salvador se ha dejado conocer y, a lo menos, ha abierto la puerta para que se pueda hablar francamente de su causa en los púlpitos”.

Hasta aquí la sucinta relación que hace Bernardo de la solemnísima primera Novena que se hizo pública en honor del S.S. Corazón de Jesús. En otra parte describe los fines divinos que el mismo S. Corazón tuvo para que se hiciese esta novena en el Colegio de San Ambrosio. De estos fines se podrá gloriar siempre ese dichosísimo Colegio, los cuales refiere Bernardo de esta forma:

“El haberse hecho esta Novena al Sagrado Corazón públicamente la primera vez en el Colegio de San Ambrosio, y el haberse dado principio en él al culto público del Corazón de nuestro Salvador en estos países, no careció de su correspondencia. Fue ésta, según el buen Jesús me lo declaró, haber sido en este Colegio donde había descubierto la primera vez en estos tiempos a España ese tesoro escondido, así a mí como a N.[20], y haber salido de aquí, como V. R. sabe, las primeras líneas inspiradas por él, para dar principio a la extensión del culto de su admirable Corazón, por lo cual, y para darme a mí el consuelo que muchos días ha deseaba, de ver por mis ojos rendidas adoraciones de los fieles a este amable Corazón, había dispuesto su providencia cumplirme mis deseos al despedirme de este dichoso Colegio, al cual ha tenido siempre, y tendrá en adelante más especial amor el Salvador, mirándole como aparte, donde él empezó a descubrir su Corazón, cuya imagen había dispuesto se colocase públicamente en su Iglesia por señal de su especial amor, el que mostrará cumpliendo, como me ratificó, la promesa hecha a la V. Margarita en favor de las imágenes de su amante Corazón, lo cual con el tiempo irá llamando por medio de esta imagen la devoción al mismo Corazón Divino, y en realidad la idea de la imagen, como también la de la Novena, fue obra del mismo Corazón, como con admiración lo reconocen los que manejaron la cosa, que entre mil oposicioncillas, unas de monta y otras rateras (que no embarazan menos) salió tan a gloria del mismo Corazón que el P. Rector[21], que tácitamente lo notaba todo, me dijo había sido un milagro manifiesto, en comprobación de los deseos que el Señor tiene de que su amable Corazón sea conocido”.

Hasta aquí Bernardo, y después prosigue un singular favor, el terror de los espíritus infernales que poseían a un pobre hombre, y una solidísima doctrina a una de las devociones públicas ruidosas. Concluye en fin con una devotísima despedida del Colegio de San Ambrosio, santificado con tantos varones ilustres y favores del cielo que en él se han recibido.

Todo lo expresa Bernardo en una larga carta en que dice así:

“Todos los días de la Novena me tocaba de derecho ser continuo asistente en la presencia del Corazón Sagrado, cuanto me permitiesen las ocupaciones; así procuré cumplir, como también mi hermano el P.N.[22] como quien está consagrado al honor del Salvador, y se dio a conocer bien claramente su presencia celestial en lo interior de nuestros corazones vertiendo inefables avenidas de dulzura que no explico en particular, sólo sí digo que el primer día al entonar la música las alabanzas al Corazón del Señor, o la correspondencia de los espíritus soberanos más abrasados en el amor Divino cuya esfera es el Sagrado Corazón de Jesús, en el cual conocí nuevamente la especial complacencia con que la Santísima Trinidad se miraba en sus perfecciones, renovando la oferta de derramar liberalmente por su medio a los fieles las riquezas que en él se encierran. También el último día, en que celebré delante de la imagen, fueron especiales las luces y afectos que combatieron este mi pobrecillo corazón, viendo cumplidos en dos años los deseos que no pensaba ver satisfechos en el concurso regular por muchos años; sea la gloria del Corazón Santísimo.

También tuve el consuelo de ver los extremos (alboroto) que los malignos espíritus hicieron (cuando se les permitió) delante del Corazón, en confesión de lo que su devoción les atormentaba; digo, cuando se les permitió, porque aunque no dispuso el conjurarlos en su presencia, por más que lo pretendió el exorcista, y aunque estuvieron quietos en la Novena, sin más que una u otra alteración, comprimiéndoles en virtud del Corazón a que no turbase el auditorio, lo que les costó mucho; no obstante, un día se les mandó dar adoración a la imagen; yo me hallé presente y vi los extremos de dolor con que lo ejecutaron. Ya dije cómo pidieron socorro, y entró otra legión furiosa que se amansó en virtud del Corazón, la cual juró salir el día de San Miguel, y lo mismo se pretende de las otras que la acompañan.

Yo había pensado saliesen en tiempo de la Novena (los endemoniados), hasta que tratándolo familiarmente con el Señor, se me dijo: que sus pensamientos distaban de los de los hombres más que el cielo de la tierra; y otro día se me explicó el sentido de estas palabras dándoseme al mismo tiempo altos conocimientos de esta devoción de la cual, entre otras cosas, se me dijo: que era devoción muy seria, al paso que era tierna para mover los corazones. Esto se me aclaró más, enseñándome que si el Señor hiciese este milagro u otro, como era fácil, por medio de su Corazón en esta Novena, sería mucha la conmoción y mayores los concursos; sí, pero según es la flaqueza humana, se quedaría en una devoción interesal y exterior como otras muchas a que sirven de atractivo los milagros, pero que el mayor milagro de su Corazón era irse enseñoreando tan eficazmente de los corazones, y que quería establecer esta devoción a fuerza de fe, adoración y amor para logro de sus altos designios en este punto, aunque a su tiempo y según las disposiciones de su amorosa providencia, no faltaría en España, como no ha faltado en Francia, esta recomendación para los fieles que necesitan de estos palpables atractivos.

Sin embargo, espero que estos malignos espíritus, que con su rebeldía nos han declarado varias cosas, contra su voluntad, de esta devoción, han de salir por virtud del Corazón Sagrado, como lo tienen jurado, y la última legión que entró con tanta furia tiene ya hecho juramento de salir el día de San Miguel en el cual se apremiará lo mismo a los demás. Esto me pareció añadir a las noticias que envié a V. R. de la Novena, y para concluir ésta, añadiré cómo antes de pasar a este Colegio de N. P. San Ignacio me despedí del de San Ambrosio.

Esta despedida se redujo a dar algunos días antes gracias al Señor y al Corazón Santísimo en los lugares donde me acordaba haber recibido más frecuentes favores de su bondad, y pidiéndole derramase sobre todos los que viven y vivieren en este Colegio, en que quedaba la imagen de su Corazón, delante de la cual dije Misa los últimos días en acción de gracias, por tanta multitud de mercedes como en esos cuatro años he recibido en este Colegio. Y como la imagen está en el Altar del Salvador con el cual yo tengo especial devoción, celebré con doblado consuelo, ofreciendo en acción de gracias al mismo S. Corazón, al que vi como Altar Divino, en que vi se ofrecían sus méritos y sagrados afectos por mí, y en especial por recompensa de lo que a mí me ha faltado; consuelo único que me queda a vista de mercedes tan especiales y tan repetidas”. Hasta aquí nuestro joven al pasar del Colegio de San Ambrosio al de N. P. San Ignacio a tener su tercera probación.


[1] Había costumbre de conseguir indulgencias para los futuros lectores del libro.

[2] Don Manuel de Samaniego y Jaca. Fue un gran protector y valedor de la causa del Sagrado Corazón.

[3] Palacio mandado construir por Felipe V. Era capellán real el jesuita Padre Clarke. La reina Isabel de Farnesio, italiana, mandó construir la capilla real.

[4] El Hno. Mucientes, a quien recomendaron los médicos de entonces ir a “tomar los aires natales”. Era de Villerías, un pequeño pueblo, situado entre Medina de Rioseco y la capital palentina.

[5] En tiempos del P. Hoyos España poseía territorios americanos, las islas Filipinas, etc.

[6] La primera edición del “Tesoro escondido” se hizo en la imprenta de Alonso del Riego, impresor de la Real Universidad.

[7] El Papa Clemente XII.

[8] Dirá el P. Calatayud que “sólo en Asturias superan el centenar”.

[9] Méjico fue una de las naciones hispanoamericanas donde prendió más pronto la devoción.

[10] Serefiere a la lámina diseñada por el grabador catalán Miguel de Sorelló, que representa al Corazón de Jesús con las insignias (cruz y espinas) con que apareció ya en el libro del P. Gallifet.

[11] En la primera edición del Tesoro escondido, en el Párrafo III, que dice: “Fin santísimo a que se ordena este sagrado culto”, aparece abriendo lámina, en lo alto de ella, la imagen del Corazón con las insignias de que habla aquí Bernardo en su carta al P. Loyola: las espinas, la cruz y las llamas.

[12] Fueron centenares y millares en toda España las Congregaciones del Corazón de Jesús: se caracterizan por el amor a la Eucaristía, incluyen la ayuda a pobres y necesitados y todas coinciden en venerar con solemnes cultos al Corazón de Jesús en el día de su fiesta.

[13] La costumbre cristiana de hacer novenas, por eso el P. Hoyos añadió una novena. El texto lo redactará el P. Juan de Loyola, aunque Hoyos como el P. Calatayud harán algunas enmiendas. Se editó por vez primera en la imprenta de Antonio de Villagordo, en el año 1735. El P. Hoyos solía hacerla una ver al mes y en circunstancias especiales repetía la novena.

[14] Don Julián Domínguez de Toledo era entonces el obispo de Valladolid.

[15] Se encuentra a la izquierda de la fachada del Santuario. Era la capilla que usaban los congregantes del colegio de San Ambrosio.

[16] Además del altar mayor que preside la Virgen Inmaculada, hay otros dos altares laterales, dedicados o San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen.

[17] Notemos la diferencia: “los más días había algunas comuniones” –dice Hoyos en su relación–; pero “este día hubo muchas comuniones”, y eso que entonces el día del Corazón de Jesús era un día corriente.

[18] El capítulo III del Tesoro escondido: “Fin santísimo al que se ordena este sagrado culto”, y habla de cómo se trata de responder al amor del Señor a nosotros, amándole y reparándole por tantos como no le aman.

[19] Se refiere a los jesuitas del colegio y comunidad de San Ambrosio.

[20] Se refiere al P. Cardaveraz.

[21] Era el P. Francisco Rávago.

[22] Se trata probablemente del P. Ignacio Osorio.