Del libro “La devoción al Sagrado Corazón de Jesús” del R.P. Juan Croiset, escrito en 1734.
Obstáculos que impiden sacar fruto de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús
- Cuarto obstáculo. O alguna pasión mal mortificada
El cuarto obstáculo o el cuarto manantial de dónde nace en las faltas que impiden o que apagan el amor de Jesucristo, y por consiguiente la devoción a su Sagrado Corazón, son ciertas pasiones no mortifica las que se han reservado, y que tarde o temprano suelen ser la causa funesta de una infelicidad grande. La mayor parte de las personas que quieren darse del todo a Dios y por consiguiente declaran una guerra mortal a todos los vicios, se portan en esta guerra, con poca diferencia, del mismo modo que se portó os aun en la que emprendió por mandato de Dios contra Amalec. Dios había mandado a Saúl que extermina sea todo los Amalec citas, y que arruina ser todo lo que les pertenecía sin exceptuar cosa alguna. Saúl exterminó a este pueblo, pero mordido por la compasión hizo gracia al rey y no sacrifico todo lo que encontró de prestigioso en el campo. Pero esta desobediencia le costó o el reino a Saúl, y fue la causa de su reprobación y perdida: te desechó el Señor para que no reines. Muchos siguen el ejemplo de Saúl en la guerra que emprenden contra los vicios: quiera Dios que no tengan la misma suerte. Es bien sabido que Dios quiere que le hagamos un sacrificio de todas nuestras pasiones, y que no puede sufrir que resolvemos vicio alguno. Convéniese en esto en la apariencia, declárese en la guerra contra todos los enemigos, parece que a todos se les quiere pasar a cuchillo; mas con todo esto o hay alguna pasión predominante que se reserva: siempre suele haber un no sé qué más querido y más precioso a que no se toca, y a fin de engañarnos sin escrúpulo, siempre sucede, por algún buen pretexto, que dejemos en el corazón un escondrijo alguno de nuestros enemigos: procúrarse desterrar de si el espíritu del mundo; pero no se tiene disgusto de ver que viva en los hijos. Vistese modestamente; pero se querrá que una hija se adorne con suntuosidad; dejase el ego, pero no las conversaciones; moderarse de los ímpetus, la cólera; pero se da lugar a la secreta ambición y a un género de envidia secreta aquí no se sabe resolver a exterminarla; mortifícase este continuo derrapa miento o a lo exterior y estos abusos del mundo de que se sienten tan mal las personas que hacen profesión de amar a Jesucristo; pero retienese la libertad de pasar horas enteras en visitas y entretenimientos inútiles, y con el pretexto de que es menester hacerse amable a todo el mundo por ganarlo para Jesucristo, y que es menester hacer a la virtud dulce, admirable y fácil, se hace insensiblemente todo lo que los demás, y no se retiene sino el nombre, una para idea y apariencia de virtud.
Algunos que son un poco más generosos, rompen las más recias ataduras que les tenían ligados al mundo, deja sus parientes y sus bienes, renuncian en alguna manera incluso a su libertad, sometiéndose al yugo de la obediencia religiosa; mas no se les da mucho por no romper las más pequeñas ataduras, es a saber, el deshacerse de mil pequeñas aficiones que no dejan de detenerlos y de retardar su progreso en el camino de la perfección. ¿y qué importa que las ataduras con que estamos asidos a las criaturas sean pequeñas, si ellas se han multiplicado? No es menester sino una sola atadura, por pequeña que sea, para impedir que no se adelante ni un paso, si no se quiere romper esta atadura.
En fin, se hallan algunos que son bastante generosos en resolverse a vencerlo todo, hacen incluso algún esfuerzo, pero no tocan nada a su natural o alguna falta que se acomoda más a su inclinación; y éste sólo enemigo reservado, está sola pasión no mortificada, está sola falta que no se ha corregido, está atadura sola que no se ha roto, les hace andar arrastrados toda la vida y les impide el poder llegar a la alta perfección a que son llamados. Por esto te desechó el Señor. No es menester sino una pequeña hendidura para perderse un navío y para arruinarse con el trascurso del tiempo el más bello edificio: no es menester sino una chispa para causar incendio grande; la muerte suele ser muchas veces efecto de una ligera enfermedad despreciada; y, en fin, siempre es verdad que no es menester sino una pincelada mal tirada para deslucir una pintura que por otra parte salió muy primorosa.
Admirando no os alguna vez al ver que personas que han envejecido en los ejercicios de virtud, gente al parecer de un espíritu consumado, extremadamente mortifica das, no obstante tienen grandes imperfecciones que ellas mismas condenan en los otros, y de las que con todo ello no se corregirán jamás: mas es todo es porque se familiarizan con sus propias faltas se les perdono desde la juventud,, sed y su mula o con ellas y se dieron más riendas de lo que era justo al propio natural y al propio genio. Alábanse continuamente, y siempre con algún buen motivo y bajo algún precioso pretexto; en fin, se descuidaron de llegar a ser perfectos cuando éramos os, y hállanse muy imperfecto cuando ya son viejos.
Estos son los grandes obstáculos para el amor de Jesucristo, y por consiguiente para la devoción a su Sagrado Corazón. Estos son los manantiales de tantas imperfecciones que se descubren las personas que parecen las más espirituales, imperfecciones por fin, que hacen un imponderable daño a la verdadera virtud, por la falsa idea quedan de la devoción. La virtud sólida condena en todos estas faltas. El verdadero amor de Jesucristo no sufre estas imperfecciones de soberbia secreta, o de amor propio. No se hayan los efectos de estos tres funestos manantiales en aquellos que tienen este verdadero amor de Jesucristo, y sin este verdadero y puro amor, no puede haber ninguna devoción perfectamente sólida, ni virtud perfecta.
¡Dios mío, exclamaba un gran siervo de Dios, que revolución es esta! Tan presto o se está alegre, tan presto triste; hoy se acaricia todo el mundo, y mañana será como un erizo al que no se le arrimada ninguno sin que se ha picado; ésta es una evidente señal de poca virtud, esto es que la naturaleza aun reina en nosotros, y que nuestras pasiones no están de ningún modo mortifica das; un hombre verdaderamente virtuoso siempre es el mismo, y mientras no es así, no hay que dudar de que sea hacemos algún bien, será la más veces por humor o genio, y no por virtud.