Del libro de San Manuel González, Obispo. Que hace y que dice el Corazón de Jesús en el Sagrario.
Y el Hijo del hombre será entregado (Mt 20,18)
Nos ama
¡Qué trabajo y tiempo costó a los amigos de Jesús enterarse de que había de padecer y morir! Padeció y murió, dice el Evangelio y reza nuestro símbolo. Y esas palabras tan claras, ¡qué efectos tan distintos producen hace veinte siglos!
Padeció y murió
Los hombres todos parece que hacen un alto en sus ocupaciones y preocupaciones de todos los días al llegar el Jueves y Viernes Santo, y cada uno a su manera deja entrar dentro de su alma el eco de esas palabras de nuestro símbolo: padeció y murió.
Hace veinte siglos que ocurrió lo que significan esas palabras, y para esa Pasión y Muerte aun hay lágrimas de compadecidos, gemidos de penitentes, heroísmo de imitadores, y también imprecaciones de populacho seducido, hipócritas protestas de perseguidores arteros, torpes subterfugios de cómplices cobardes y saña diabólica de verdugos de inocentes…
Padeció y murió, oyen decir los unos y rezan y lloran y piden perdón, y protestan amor y se aprestan a padecer y a morir por el que padeció y murió por ellos…
Padeció y murió, oyen los otros y, rechinando los dientes o lavándose hipócritamente las manos o gozándose en la sangre inocente, repiten el «crucifícalo», o el «no queremos que éste reine sobre nosotros», o el «preferimos a Barrabás», o el «queremos raer sobre la haz de la tierra su nombre».
Diríase que cada Viernes Santo que pasa, más que un aniversario y un recuerdo de aquel primer Viernes santo es una repetición del mismo.
Se repiten la piedad valiente y delicada de las Marías, la fidelidad de Juan, las lágrimas de la Virgen, la confesión del ladrón, la misericordiosa solicitud de los santos varones… y se repiten los odios y las seducciones y las ingratitudes, y los salivazos y las bofetadas y la cruz, y no se repite la muerte porque… no pueden.
Y pregunto:
¿Qué hombre es ése que padeció y murió y qué clase de padecimientos y de muerte son ésos que, a los veinte siglos de ocurridos, de ese modo conmueven todos los corazones como si ocurriesen en el día?
¿Conocéis algún muerto cuyos parientes y herederos lo lloren tantos siglos?
¿Conocéis algún muerto cuyos verdugos se lleven veinte siglos gozándose en su muerte? ¿Habéis visto más lágrimas sobre una víctima o más implacabilidad sobre un reo? ¿Y no les dicen nada a esos pobres verdugos esos veinte siglos de Pasión llorada por unos y repetida por otros?
¿No ven que ni ese amor ni ese odio son de esta tierra?
Si ese odio les dejara ver, ¡no ven!, se convencerían de que son amor y odio sobrehumanos; amor de cielo, odio de infierno.
Solamente con amor de cielo se puede amar tanto y por tanto tiempo y sólo con odio de infierno se puede odiar tanto y por tantos siglos. Los hombres solos no saben ni pueden odiar así.
¡Pobrecillos!
Tan ufanos los unos con sus casacas de ministros, los otros con sus borlas de doctor, éstos con sus aureolas de escritor, aquéllos con sus arcas de Creso, los de aquí con sus diplomacias y los de allí con sus sensualidades, tan pagados de sus merecimientos y tan confiados en su poderío, se pasan la vida engañados con la ilusión de que van a acabar con Jesucristo y, cuando consiguen ponerlo en cruz y se aprestan a batir palmas de triunfo, se encuentran con que el Jesucristo por ellos crucificado goza de muy buena salud y que a sus palmas de triunfo se anticipa el resurrexit que vuela por los aires…
¡Pobrecillos los perseguidores!, perpetuamente condenados a servir a Barrabás, capitán de ladrones y viciosos, por no querer a Jesucristo Hijo de Dios vivo; condenados a bajar siempre del Calvario como los fariseos y los verdugos rechinando los dientes y confundidos por la ira de Dios, por no querer bajar como el Centurión, confesando que verdaderamente aquel hombre era Hijo de Dios.
¡Pobrecillos y eternamente pobrecillos los perseguidores!
Ellos se irán con sus decretos persecutorios, con sus impiedades escritas, habladas o hechas, con sus intriguillas y con sus triunfos de poco tiempo; se irán, sí, como se fueron los que les precedieron en el oficio; pero el Jesucristo por ellos perseguido, la Iglesia Católica con su sacerdocio, su Misa y su Sagrario por ellos envidiada y escarnecida, ésos no se van.
Podrán esconderse; pero ¿irse?, ¡que os enteréis bien, perseguidores! ¡Que no se van!
Madre querida del eterno condenado a destierro y a muerte por el tribunal de las pasiones humanas, haz de mi corazón fortaleza y refugio para defensa y descanso de tu Jesús escondido…