Motivos para vivir la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

Jean Croiset, S. J. Director espiritual de Santa Margarita María de Alacoque

En qué consiste la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

El objetivo particular de esta devoción es llegar a participar del amor inmenso del Hijo de Dios que le llevó a entregarse por nosotros hasta la muerte y a darse a sí mismo en el Santísimo Sacramento del Altar. Y a pesar de la ingratitud y el desprecio, que sabía que iba a recibir en este estado de víctima inmolada hasta el fin de los siglos, nada de eso fue obstáculo para obrar este prodigio de amor. Prefirió quedarse expuesto todos los días a los insultos y oprobios de los hombres antes que dejar de manifestar hasta qué extremo nos ama.
El fin que proponemos consiste, en primer lugar, en honrar a Cristo presente en la Sagrada Eucaristía todo lo que nos sea posible acudiendo a adorarle con frecuencia, ofreciéndole nuestro amor, nuestro agradecimiento y todo lo que se nos ocurra. En segundo lugar, consiste en reparar en lo posible el trato indigno y los ultrajes que sufrió por amor durante su vida mortal, y los que sufre ahora todos los días por amor en el Santísimo Sacramento del Altar.
Así que, propiamente hablando, esta devoción consiste en amar ardientemente a Jesucristo, a quien tenemos siempre con nosotros en la adorable Eucaristía, y en manifestarle nuestro amor con nuestro pesar por verle tan poco amado y tan poco honrado por los hombres, intentando reparar esos menosprecios y esas faltas de amor.
Pero como, incluso en el caso de las devociones más espirituales, siempre necesitamos objetos materiales y sensibles que apelen a nuestra naturaleza humana, que nos aviven la imaginación y la memoria y que nos faciliten su práctica, así, en el caso de esta devoción, se ha escogido el Sagrado Corazón de Jesús como el objeto más digno de nuestro respeto y a la vez el más apropiado para el fin de esta devoción.
Dice santo Tomás que el corazón del hombre es, de alguna manera, el manantial y el asiento del amor; los movimientos naturales del corazón imitan continuamente los afectos del alma y sirven en no poca medida por su fuerza o flaqueza a hacer crecer y disminuir sus pasiones. Esta es la razón por la que normalmente se atribuyen al corazón los sentimientos más afectuosos del alma y por la que se hace tan venerable y tan precioso el corazón de los santos.
De todo lo dicho hasta ahora, es fácil ver qué se entiende por la devoción al Sagrado Corazón de Jesús: el amor ardiente por Jesucristo que se forma en nosotros al hacer memoria de todas las maravillas que ha obrado para mostrarnos su ternura, especialmente en el Sacramento de la Eucaristía, que es el milagro del amor. También se entiende como el pesar que sentimos a la vista de los ultrajes que los hombres hacemos a Jesucristo en este adorable Misterio. Asimismo, como el deseo ardiente de hacer todo lo que se encuentre en nuestra mano para reparar estos ultrajes. Esto es, pues, lo que se entiende por la devoción al Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo.


No se reduce solamente —como algunos quizá podrían imaginar al ver el título— a amar y honrar con un culto especial este Corazón de carne, semejante al nuestro, que constituye una parte del Cuerpo adorable de Jesucristo. Y no es porque su Sagrado Corazón no merezca nuestra adoración… Sería suficiente con decir que se trata del Corazón de Jesucristo. Porque si su Cuerpo y su Sangre preciosa merecen todo nuestro respeto, ¿quién no ve que su Sagrado Corazón pide, aún más particularmente, que le respetemos y veneremos? Y si nos sentimos tan fuertemente atraídos por sus llagas sagradas, ¿cuánto más nos debemos sentir penetrados de devoción hacia su Sagrado Corazón? Lo que queremos dejar claro es que la palabra corazón se usa solo en un sentido figurado, y que este Divino Corazón, considerado como una parte del Cuerpo adorable de Jesucristo, no es, propiamente, otra cosa que el objeto sensible de esta ¡devoción y que el inmenso amor que Cristo nos tiene es su principal motivo. Como el amor, al ser algo espiritual, no puede hacerse perceptible a los sentidos, ha sido conveniente buscar el símbolo. ¿Y qué otro símbolo puede ser más propio y natural del amor que el corazón?


Por esta misma causa, la Iglesia nos ha dado un objeto sensible de los sufrimientos del Hijo de Dios, que no son menos espirituales que su amor. La Iglesia nos presenta las sagradas llagas de Jesucristo como devoción particular de su Pasión. Asimismo, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús es más afectuosa y ardiente con Cristo en el Santísimo Sacramento al considerar el amor tan grande que nos muestra en la Eucaristía, y nos inflama a reparar los desprecios que los hombres hacen a Jesús.
Y, ciertamente, el Sagrado Corazón de Jesús es el amor hacia el cual se quiere inspirar, mediante esta devoción, sentimientos de gratitud, igual que sus sagradas llagas inspiran otros sentimientos como objetos sensibles de los sufrimientos de Jesús.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús no es una novedad pues muchos santos la han vivido. Asimismo, la Santa Sede autorizó bajo el título de Sagrado Corazón de Jesús esta devoción. Clemente X, en una bula del 4 de octubre de 1674, concede indulgencias a una congregación del Sagrado Corazón de Jesús. También, el papa Inocencio XII concedió, por un breve expreso, indulgencia plenaria a quienes practicaran la devoción al Sagrado Corazón.
Pero no es necesario exponer cien razones que demuestren la solidez de esta devoción; basta con decir que el motivo principal es el amor que Jesucristo nos tiene, cuya prueba la encontramos en la adorable Eucaristía. Otro motivo es reparar el desprecio que se le hace al Señor; y, también, que el Sagrado Corazón de Jesús, abrasado de amor, es el objeto sensible. Por último, hay que mencionar que el fruto de la devoción al Sagrado Corazón debe ser un amor ardiente y tierno a nuestro Señor

Medios usados por Dios para inspirar esta devoción

Uno de los primeros de los que se sirvió Dios para inspirar esta devoción fue san Claudio de la Colombière, de la Compañía de Jesús, ilustre por su defensa de la fe en Inglaterra y por ser el capellán de la Duquesa de York, que llegó a ser reina de Gran Bretaña. Sus obras, en las que junta la solidez de la doctrina con la cultura del estilo, le otorgaron un gran reconocimiento en su época, aunque fue más conocido por su sublime virtud. La Providencia lo envió hasta santa Margarita María para asistirla en su misión de establecer la devoción pública al Sagrado Corazón.

Después de examinar cuidadosamente las revelaciones privadas recibidas por santa Margarita María, llegó a la conclusión de que eran genuinas y, guiado por la ayuda divina, se consagró al Sagrado Corazón. Esta devoción fue para él el camino por el que llegó a una gran perfección. Recibió tan grandes favores de Dios por medio de la práctica de esta devoción, que se vio obligado a dar al público el tesoro que también les pertenecía y que muchos lo tenían por desconocido. En el Diario de mis ejercicios espirituales se ve lo que escribió sobre lo que había hecho en Londres para fomentar la devoción al Sagrado Corazón.

Habiendo acabado este día de ejercicios, lleno de confianza y de la misericordia de Dios, me impuse una ley: procurar, por todos los medios posibles, la ejecución de lo que me fue prescrito de parte de mi adorable Maestro en lo tocante a su precioso Corazón en el Santísimo Sacramento del Altar, donde yo lo creo real y verdaderamente presente, colmado de dulzuras, las cuales puedo gustar y recibir de la misericordia de mi Dios; mas no las puedo explicar.

He reconocido que Dios quería que yo le sirviese en procurar el cumplimiento de sus deseos en relación con la devoción que ha inspirado a una persona, con quien su Majestad se comunica muy confiadamente, y para ello ha querido servirse de mi flaqueza. Yo he aconsejado a muchas personas en Inglaterra y he escrito a Francia y he rogado a uno de mis amigos para que establezca en el lugar donde se halla la devoción al Sagrado Corazón, porque será muy útil. Con el gran número de almas escogidas que hay en esa comunidad, creo que su práctica en esa santa casa será muy agradable a Dios. ¡Que no pueda yo, Dios mío, andar por todo el mundo para publicar lo que pretendes de tus siervos y amigos!

Habiéndose, pues, manifestado Dios a esta persona, quien me informó de las grandes gracias que había recibido, y que con razón creo de acuerdo con su Corazón, yo le obligué a que pusiera por escrito lo que me había dicho. Lo escribí con gusto en el Diario de mis ejercicios espirituales, porque Dios quiere en la ejecución de este designio servirse de mi ineptitud.

«Estando», dice esta alma santa, «delante del Santísimo Sacramento un día de su octava, recibí de mi Dios grandes gracias de su amor. Movida el alma de deseo de responder al amor que me dio Dios, me dijo:

No puedes devolverme nada más grande que haciendo lo que te he pedido tantas veces; y descubriéndome su Sagrado Corazón, he aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha ahorrado nada hasta agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, solo recibe, de la mayor parte de los hombres, ingratitudes y desprecios. Pero lo que más me duele es que se porten así los que se me han consagrado. Por eso te pido que el primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta especial para honrar a mi Corazón, reparando, de algún modo, tantos ultrajes; que se comulgue dicho día para reparar el trato indigno que ha recibido mientras se encuentra expuesto en el altar. Y yo te prometo que mi Corazón se dilatará para esparcir con abundancia su Divino amor a los que le honren así».

«Mas, Señor mío, ¿de quién te vales», le dice esta persona, «de una criatura vil y de una pobre

pecadora, que quizá mi propia indignidad será capaz de impedir el cumplimiento de tu Voluntad, teniendo tantas almas generosas para ejecutar tus designios? ¿No sabes, respondió el Señor, que yo me sirvo de los instrumentos más débiles para confundir a los fuertes? Esto es lo que ordinariamente ejecuto yo con los pequeñuelos y pobres de espíritu, en quienes manifiesto mi poder más claramente, con el fin de que nada se atribuyan a sí mismos».

«Dame, pues», le dice, «el medio de hacer lo que ordenas. Entonces respondió: Encamínate a mi siervo

Claudio y dile de mi parte que haga todo lo posible para establecer esta devoción y dar este gusto a mi

Sagrado Corazón. Que no se desanime por las dificultades que encuentre en ello, que no le faltarán; pues

debe saber que Aquel es del Todopoderoso y que, desconfiando de sí enteramente, ponga toda su confianza

en Mí».

El padre De la Colombière no era hombre que se creyera cualquier cosa a la ligera, pero, con pruebas tan manifiestas, no pudo albergar ningún recelo. Por eso, se aplicó, sin perder tiempo, al ministerio que Dios le confiaba; y para asegurarse sólida y perfectamente quiso comenzar por sí mismo, consagrándose por entero al Sagrado Corazón de Jesús, ofreciéndole todo lo que pensaba que le agradaría.

Las gracias extraordinarias que recibió por ello le confirmaron en la idea que se había formado de la importancia de esta devoción. Apenas comenzó a considerar cuáles eran los sentimientos, llenos de ternura, que Jesucristo tenía a los hombres en el Santísimo Sacramento, donde su Sagrado Corazón está siempre ardiendo de amor por ellos, siempre abierto para franquearles todo tipo de gracias y bendiciones, no pudo dejar de llorar los ultrajes horribles que Jesucristo sufría desde hace tiempo por la malicia de unos y el desprecio de otros, incluso sacerdotes. El olvido, el desprecio y los ultrajes los sintió vivamente y le obligaron a consagrarse de nuevo a este Sagrado Corazón con una admirable oración que llamó Ofrenda al Sagrado Corazón de Jesús y que se encuentra al final de este capítulo.

El viaje que hizo este santo por Inglaterra, su prisión y el poco tiempo que vivió tras ir a Francia no le permitieron extender más esta devoción. Pero no dejó Dios imperfecta su obra. Él mismo había inspirado esta devoción a santa Gertrudis para extenderla y así erradicar la tibieza y la flojedad de los fieles. Y también ha hecho que, mediante un librito, compuesto como por casualidad, sin estudio y sin arte, se llegase a inflamar la devoción a quienes jamás les había gustado y que, en otra época, sin saber en qué consistía, la habían desacreditado.

Dios se sirvió de estos santos para inspirar y extender por casi todas partes la

devoción a su Sagrado Corazón. Y, en menos de un año, llegó a establecerse felizmente en muchos lugares. Muchos sabios, doctores y prelados la han elogiado, y muchos predicadores la han difundido con acierto. Se han erigido capillas en honor del Sagrado Corazón de Jesucristo; se ha grabado y se ha pintado su imagen y se ha puesto en los altares. Las religiosas de la Visitación, animadas por el espíritu de su Santo Fundador, han sido las que han actuado con mayor celo o, al menos, las primeras que han tenido el consuelo de oír cantar solemnemente en Dijon, en la capilla que ellas mismas habían erigido al Sagrado Corazón de Jesús, una Misa compuesta en su honor, y este ejemplo ha servido a muchos otros religiosos.

La devoción se ha extendido y se ha establecido con mucho éxito por casi toda Francia. Ha llegado a otros países, ha pasado hasta Polonia y aun más allá de los mares.

Se ha establecido en Quebec y Malta y hay fundamentos para creer que, por medio de los misioneros, ha llegado ya hasta Siria, América y China. En fin, la aprobación universal que ha encontrado esta devoción, y la gran estima en que la tienen personas tan importantes y doctas hacen esperar que Jesucristo será en adelante menos olvidado, mejor servido y mucho más amado.

Ofrecimiento al Sagrado Corazón de Jesús
Compuesto por san Claudio de la Colombière
Oración

En reparación de tantos ultrajes y de tan crueles ingratitudes, oh adorable y amable
Corazón de Jesús, y para evitar en cuanto de mí dependa el caer en semejante desgracia,
yo te ofrezco mi corazón con todos los sentimientos de que es capaz; yo me entrego
enteramente a ti. Y desde este momento protesto sinceramente que deseo olvidarme de
mí mismo, y de todo lo que pueda tener relación conmigo, para remover el obstáculo que
pudiera impedirme la entrada en ese divino Corazón, que tienes la bondad de abrirme y
donde deseo entrar para vivir y morir en él con tus más fieles servidores, penetrado
enteramente y abrasado de tu amor. Ofrezco a este Corazón todo el mérito y toda la
satisfacción de todas las Misas, de todas las oraciones, de todos los actos de
mortificación, de todas las prácticas religiosas, de todos los actos de celo, de humildad,
de obediencia y de todas las demás virtudes que practique hasta el último instante de mi
vida. No solo entrego todo esto para honrar al Corazón de Jesús y sus admirables
virtudes, sino que también le pido humildemente que acepte la completa donación que le
hago, y que disponga de ella de la manera que más le agrade y a favor de quien le plazca.
Y como ya tengo cedido a las santas almas que están en el purgatorio todo lo que haya
en mis acciones capaz de satisfacer a la divina Justicia, deseo que se les distribuya según
el beneplácito del Corazón de Jesús.
Esto no impedirá que yo cumpla con las obligaciones que tengo de celebrar Misa y
orar por ciertas intenciones prescritas por la obediencia; ni que ofrezca por caridad Misas
a personas pobres o a mis hermanos y amigos que puedan pedírmelas. Pero como
entonces me he de servir de un bien que ya no me pertenecerá, quiero, como es justo,
que la obediencia, la caridad y las demás virtudes que en estas ocasiones practique sean
todas del Corazón de Jesús, del cual habré tomado con qué ejercitar estar virtudes, las
cuales, por consiguiente, le pertenecerán a Él sin reserva.
¡Sagrado Corazón de Jesús! Enséñame el perfecto olvido de mí mismo, puesto que
este es el único camino por el cual se puede entrar en ti. Ya que todo lo que yo haga en
lo sucesivo será tuyo, haz de manera que no haga yo nada que no sea digno de ti.
Enséñame lo que debo hacer para llegar a la pureza de tu amor, cuyo deseo me has
inspirado. Siento en mí una gran voluntad de agradarte y una impotencia aún mayor de
lograrlo, sin una luz y un socorro muy particulares que no puedo esperar sino de ti. Haz
en mí tu voluntad, Señor. Me opongo a ella, lo siento, pero de veras querría no
oponerme. A ti te toca hacerlo todo, divino Corazón de Jesucristo; tú solo tendrás toda la
gloria de mi santificación, si me hago santo. Esto me parece más claro que el día, pero
será para ti una gran gloria, y solamente por esto quiero desear la perfección. Así sea