Motivos para vivir la devoción al Sagrado Corazón de Jesús(IV)

Sagrado Corazón de Jesús

La devoción de los santos al Sagrado Corazón de Jesús

El ejemplo de los santos es un poderoso motivo para movernos a vivir esta devoción y, asimismo, nos sirve de instrucción para aprender a practicarla bien. Es conveniente apuntar aquí los sentimientos de muchos de ellos, que mostraron una gran delicadeza hacia el Sagrado Corazón de nuestro Señor.

Santa Clara, abrasada de amor a Jesucristo y queriendo devolverle ese amor, encontró la práctica perfecta para manifestar su reconocimiento: saludar y adorar muchas veces al día, y todos los días de su vida, al Sagrado Corazón de Jesús presente en el Santísimo Sacramento; y, por medio de esta devoción, como se lee en su vida, se llenaba su alma de dulces delicias y de favores sobresalientes.

Esta oración de santa Gertrudis al Sagrado Corazón de Jesús es una prueba de cuánto estimaba esta devoción.

Oración de santa Gertrudis

Yo te saludo, ¡oh Sagrado Corazón de Jesús!, manantial vivo y vivificante de vida eterna, tesoro infinito de la Divinidad, ardiente fragua del Amor Divino. Tú eres el lugar de mi descanso y mi refugio. ¡Oh mi amado Salvador! Abrasa mi corazón con el amor ardiente que abrasa siempre el tuyo; y haz que mi corazón esté tan fuertemente unido al tuyo, que tu voluntad sea siempre la mía, y que se conforme a la tuya por toda la eternidad. Pues desde ahora deseo que tu santa voluntad sea la regla de todos mis deseos y de todas mis acciones. Amén.

El historiador de su vida, describiendo la serenidad con la que murió, dice: «Esta alma dichosa alzó su vuelo hacia el Cielo y se retiró al santuario de la Divinidad, quiero decir, al Corazón adorable de Jesús, que este Divino esposo le había abierto en un exceso de amor».

Santa Matilde tenía llena su alma de esta devoción y, a todas horas, hablaba del adorable Corazón de Jesús y de los favores que recibía todos los días. Nuestro Señor le dio su Corazón en prenda de su amor, y para que le sirviera de dulce reposo durante su vida, y le llenara de paz y de una consolación inefable a la hora de su muerte.

Santa Catalina de Siena tomó como suya esta misma devoción, de suerte que hizo una eterna donación de su corazón a su Divino Esposo, y ella, en trueque, consiguió el Corazón de Jesús. Afirmaba que, en adelante, no quería vivir ni obrar sino conforme a los impulsos y a las inclinaciones de su Corazón.

«Si no me encuentras», dice san Elceario escribiendo a santa Delfina, su esposa, «y deseas saber de mí, ve a cortejar a Jesús en la Sagrada Eucaristía; entra, entra en su Sagrado Corazón y tendrás noticias mías; allí me encontrarás todos los días, porque esta es mi morada ordinaria».

Otro ejemplo es el de san Bernardo, cuyas palabras reflejan su admirable devoción al Corazón de Jesús, así como que no es una devoción solo de nuestros tiempos. En Vitis Mystica escribe:

¡Oh, dulce Jesús, cuántas riquezas encierras en tu Corazón! ¿Por qué los hombres sentimos indiferencia ante la pérdida, que causa el olvido y la indiferencia, con este amable Corazón? Por mí, nada quiero omitir, por ganarlo y poseerlo. Yo le consagraré todos mis pensamientos. Sus sentimientos y sus deseos serán los míos. En fin, daré cuanto tengo por comprar este precioso tesoro. Pero ¿qué necesidad hay de comprarlo cuando verdaderamente es mío? Digo con toda seguridad que es mío, pues lo es de mi cabeza, y lo que es de la cabeza ¿no pertenecerá a los demás miembros?

El Sagrado Corazón de nuestro Señor será, pues, en adelante el Templo donde yo no cesaré de adorarle; la Víctima que continuamente ofreceré; el Altar donde haré mis sacrificios, sobre el cual las mismas llamas del Divino Amor, con que arde el suyo, consumirán también el mío. En este Sagrado Corazón hallaré un modelo para arreglar las pasiones de mi corazón, y un caudal exorbitante para pagar todo lo que debo a Dios, así como un lugar seguro, en el que estaré a cubierto de tempestades y naufragios, y, en ese lugar, diré como David: Yo he hallado mi corazón, para rogar a mi Dios. Es así, yo lo he hallado en la adorable Eucaristía, y he encontrado ahí el de mi Soberano, de mi buen Amigo y de mi Hermano, que es el de mi amable Redentor.

Y con todo, ¿cómo no voy a pedirle con confianza, sabiendo que conseguiré todo lo que pida a su adorable Corazón? Vamos, hermanos míos, entremos en este amable Corazón para nunca salir de él. Mi Dios: si se siente tanta consolación con solo el recuerdo de este Sagrado Corazón, ¿qué se sentirá si se le ama con ternura? ¿Qué provocará en los que moramos allí todos los días? Méteme por completo, Jesús mío, dentro de ese Divino Corazón que tantos atractivos tiene para mí. Pero ¿qué digo yo? Ese costado abierto… ¿no me invita a entrar? Igual que la llaga de ese Sagrado Corazón… ¿no me está convidando a que entre en Él?

El célebre Lanspergio, tan conocido por sus obras, llenas de una dulce y sólida piedad, nos dejó un escrito sobre esta misma materia; se trata de un ejercicio  particular de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús que él llama medio eficaz para ser abrasado en breve tiempo de un ardentísimo amor de Dios. Así nos lo refiere en sus Epistolae Paroeneticae:

 

Tened un gran cuidado de ejercitaros continuamente con actos frecuentes de constante devoción en honrar al adorable Corazón de Jesús, todo lleno de amor y misericordia para con nosotros. Por él habéis de pedir lo que queréis conseguir; por él y con él debéis ofrecer todo cuanto hiciereis al Padre Eterno, porque este Sagrado Corazón es el tesoro de todos los dones sobrenaturales y de todas las gracias; es, digámoslo así, el camino por donde más estrechamente nos unimos con Dios y por donde el mismo Dios se comunica más directamente con nosotros.Por ello, pues, os aconsejo que pongáis en los lugares por donde pasáis con más frecuencia alguna imagen devota que represente el Sagrado Corazón de Jesús, cuya vista os haga acordaros continuamente de estas santas prácticas y, en definitiva, del Sagrado Corazón. Asimismo, esa devota imagen os moverá siempre a amarle más. Cuando os sintáis impulsados por una devoción más tierna, podréis besar esa imagen con los mismos sentimientos que si besarais verdaderamente el Sagrado Corazón de Cristo nuestro Señor.

Al Corazón de Jesús tenemos que unirle el nuestro, sin querer tener otros deseos ni sentimientos que los de Jesucristo, persuadiéndonos de que su Espíritu y Sagrado Corazón se pasan, digámoslo así, al nuestro y que de los dos corazones se hace un solo Corazón.

Bebed, bebed despacio en este amable Corazón todos los bienes inimaginables, que jamás lo agotaréis. En adelante conviene, y aún es necesario, honrar con una singular devoción el Sagrado Corazón de nuestro Señor, que debe ser asilo en el cual os debéis refugiar en vuestras necesidades, con el fin de sacar el consuelo y todos los socorros que necesitáis; porque, incluso cuando todos los hombres os abandonen y olviden, Jesús es el Amigo fiel, Él os conservará siempre en su Corazón, fiaos de Él, poned en Él vuestras esperanzas. Los demás os pueden engañar y, efectivamente, os engañan. Solo el Sagrado Corazón de Jesús os ama sinceramente y jamás os engañará.

El autor del libro titulado El cristiano interior nos hace ver, en estas líneas cuál era su práctica y la idea sólida que tenía de la importancia de esta devoción.

El Sagrado Corazón de Jesús es el centro de los hombres. Cuando nuestra alma esté distraída o disipada, será menester llevarla dulcemente al Sagrado Corazón de Jesucristo para ofrecer al Padre Eterno las santas disposiciones de este Sagrado Corazón, para unir lo poco que nosotros hacemos con lo infinito que Jesucristo hizo. De esta suerte, sin hacer nada hacemos mucho, por medio de Jesucristo. Este Divino Corazón será, pues, en adelante, nuestro oratorio: en él y por él debemos ofrecer a Dios Padre todas nuestras oraciones, si queremos que le sean agradables.

Esa será nuestra escuela, donde iremos a aprender la sublime ciencia de Dios, contraria a las opiniones y a las infelices máximas del mundo. Ese será nuestro tesoro, donde iremos a tomar, para enriquecernos de pureza, de amor puro y de fidelidad. Pero lo que es aún más precioso y más abundante en este tesoro son las humillaciones, los sufrimientos y un encendido amor a la mayor pobreza. Y hemos de saber que la estimación y el amor de todas estas cosas es un don tan valioso, que no se halla sino en el Corazón de un Dios hecho Hombre, como en su fuente; los demás corazones, por santos y nobles que sean, tienen sus más y sus menos, según quieran beber de este tesoro, quiero decir, del Corazón de Jesucristo.

En fin, también hay que reconocer que no solamente los santos que recibieron grandes gracias tuvieron un delicado amor a Jesucristo, sino que casi todos los que tuvieron una gran delicadeza a su Majestad han tenido, también, una singular devoción a su Sagrado Corazón.

Los que han leído la vida de san Francisco de Asís, los opúsculos de santo Tomás, las obras de santa Teresa, las vidas de san Buenaventura, de san Ignacio, de san Francisco Javier, de san Felipe Neri, de san Francisco de Sales, de san Luis Gonzaga, etcétera, habrán podido observar su devoción al Sagrado Corazón de nuestro Señor. Y para que se vea que esta devoción es habitual en todas las almas escogidas, solo tenemos que leer la vida de aquella sierva de Dios, Armilla Nicolasa, que falleció con fama de santidad en 1671. Se puede leer su biografía, titulada El triunfo del Amor Divino:

Si se despertaba en mí alguna afición hacia las criaturas, recurría a mi amable Salvador, quien inmediatamente me llenaba de dulces consuelos; tanto cuidaba de consolarme en todas mis penas, que diríais que parece que temía que yo tuviese algún disgusto. Muchas veces me mostraba su Corazón abierto, a fin de que yo me escondiese en él, y me hallaba, en ese mismo instante, encerrada en su Sagrado Corazón con una gran seguridad, pues todos los esfuerzos del infierno me parecían nimiedades; y muchísimo tiempo pasó en que no me podía hallar en otra parte que en este Sagrado Corazón, de manera que les decía a mis amigas: «Si queréis hallarme, no me busquéis en otra parte sino en el Corazón de mi Divino Salvador; porque yo no he de salir de él ni de día ni de noche, él es mi asilo y mi lugar de refugio contra todos mis enemigos».