LA OBEDIENCIA DE CRISTO Y LA OBEDIENCIA CRISTIANA

Del libro "EL MISTERIO DEL CORAZÓN TRASPASADO", Ignace de La Potterie

En distintos sectores de la cultura contemporánea se ma-nifiesta una creciente necesidad de «volver al centro», al fun-damento de las cosas, para superar la fragmentación del pen-samiento y de Ja vida en el mundo contemporáneo.
En el ámbito de la filosofía, se puede observar que en 1972 se celebró en Asís el IV Congreso Nacional de Profesores de Filosofía sobre el tema: «El problema del fundamento». Del mismo modo, también en el ámbito de la teología, como recordaba von Balthasar, existe hoy una corriente de pensamiento y de vida cristiana que habla de la búsqueda de la unidad; »Nosotros proponemos el repliegue… para regresar al origen»1.
Para el creyente, el origen, el centro, solo puede ser Cristo: «el Verbo que existía en el principio». Existe una tendencia similar en el ámbito de la espiritualidad: en un pasado reciente existía aún la costumbre de multiplicar las prácticas de piedad; se insistía en el ejercicio de las virtudes, quizá en un sentido un poco moralista (ser humilde, casto, caritativo, obediente, etc.). Es importante revitalizar y unificar esta diversidad, volviéndola a conectar con Cristo. La vida ascética y espiritual debe expresarse, ciertamente, de distintas maneras; pero todo debe inspirarse en algo más profundo, más íntimo y personal: la fe en Cristo, el amor a la persona de Cristo, la comunión con Cristo, el Hijo del Padre.

Todo esto es válido también para la obediencia: es importante no verla solo como sumisión a otras personas que tienen autoridad; más en profundidad, debe ser expresión de nuestra fe: según el Nuevo Testamento, la misma fe es obediencia.
Practicada así, la obediencia pasa a ser participación en la obediencia del mismo Cristo. Es más, tenemos que ver en Cristo no solo el modelo que hay que imitar, sino el fundamento de nuestra obediencia: este fundamento es la vida filial de Jesús, de la cual participamos. De nuevo aquí hay que «volver al centro», «regresar al origen».
Sin embargo, a primera vista, hay una dificultad. Para no-sotros, los hombres, la obediencia adquiere la forma de sumisión a otras personas (en la familia, en el Estado, en la Iglesia, en la vida religiosa). En los evangelios se habla muy poco de la sumisión de Cristo a otros; por el contrario, se habla constantemente de su obediencia a la voluntad del Padre.
Pero quizás precisamente esta es una valiosa indicación. En cierto sentido, el hombre debe obedecer solo a Dios, En la práctica, como es obvio, siempre serán necesarios los intermediarios humanos; pero la autoridad humana debe «transparentar cada vez más el querer divino, de manera que la misma obediencia de los creyentes pueda expresarse y orientarse como sumisión inmediata a Dios Padre en Cristo»2, Pero, incluso cuando la autoridad no transparenta la voluntad de Dios, conserva su valor solo porque participa de la autoridad de Dios.
El ejemplo de Cristo es muy valioso para nosotros, porque nos muestra que la obediencia debe ser vivida como expresión de nuestra obediencia inmediata a Dios. En efecto, Jesús perfecciona el espíritu profundo de ia alianza, mostrando «que la obediencia debe tender a realizarse como vida íntima de amor con el Padre, mis allá de todo intermediario; como convivencia con Dios y en Dios»

1. Doble aspecto de la obediencia de Jesús

  • a) Aspecto externo: obediencia a los hombres

 

No podemos dejar de sorprendemos por el hecho de que los evangelios den muy pocas indicaciones sobre esto. Concretemos los textos, según el orden del evangelio.
La infancia. Todos conocemos el texto clásico que se cita a menudo: «Ed erar subditus illis» {Le 2,51); tras el episodio del templo, Jesús regresó con María y José a Nazaree, y «estaba sujeto a ellos». Este el comentario más característico recogido por el evangelista durante la infancia de Jesús.
Por otra parte, además de esta sumisión, Jesús manifestó cierta independencia en Jerusalén al decir «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» (2,49). Aquí se manifiesta por primera ve/, el misterio filial de Jesús que será la inspiración profunda de toda su obediencia, como veremos más adelante.
La vida pública. Hoy se presenta a veces a Jesús como un profeta, un contestatario de las estructuras y las autoridades de su tiempo. Esta imagen no se corresponde con lo que dicen los evangelios. Ciertamente, Jesús trajo un fermento nuevo, un espíritu que debía cambiar radicalmente el legalismo judío. Sin embargo, «jesús nunca predicó ni practicó la rebelión, ni siquiera frente a las autoridades más indignas»4. La única vez que habla de ello, deja un principio claro: «Dad al césar lo que es del cesar, y a Dios lo que es de Dios» (Me 12,17). Pero también aquí Jesús da absoluta prioridad a la autoridad de Dios.
La obediencia de Jesús es tan evidente que, según Bult- mann, la ética de Jesús, como la ética judía, era una ética de obediencia. Pero Bultmann añade: «La única diferencia, absolutamente fundamental, está en el hecho de que Jesús radicalizó la idea de obediencia»; en otras palabras, frente a la obediencia a los hombres o frente a Ja sumisión a las prescripciones de la I-ey, Jesús daba una prioridad absoluta a la obediencia a Dios mismo, Explicaremos este principio más adelante; pero ante todo tendremos que buscar el fundamento último y el secreto de la obediencia de Jesús.
La pasión. Es aquí donde la obediencia, la pasividad de Jesús, adquiere su forma más extrema, más dramática, más sobrecoge- dora. Los primeros cristianos quedaron impresionados por ella. Pablo, que no había sido uno de los doce, escribe: «Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,8). Se aplicó a Jesús (Hch 8,32-33) la profecía del Siervo sufriente: «Humillado, no abría la boca; […] como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca# (Is 53,7).
En los textos evangélicos de la pasión, aparece repetidamente el verboparadothénai, «ser entregado»; normalmente se utiliza para un objeto que pasa de una mano a otra, un objeto totalmente pasivo, inanimado, que se deja hacer o manipular. Así fue tratado Jesús, y esto impresionaba enormemente a los primeros cristianos. El verbo aparece aún más veces en las profecías de la pasión: «.Será entregado en manos de los hombres» (Me 9,31); * Será entregado en manos de los sumos sacerdotes y escribas» (10,33). Más tarde, en el relato de la pasión; «Judas fue a ios sumos sacerdotes para entregárselo» (14,10); en Get- semaní, Jesús dice que «el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores» (14,41). «Los judíos llevaron atado a Jesús y lo entregaron a Piiato (15,1); «Pilato lo entregó a los judíos para que lo crucificaran» (15,15). A través de toda la narración tenemos la sensación de que se dispone de Jesús como si de un ser irracional se tratara,
Jesús quiso vivir la experiencia de esta forma extrema de sumisión, de pasividad, casi de esclavitud, porque es una forma de sumisión totalmente pasiva que el hombre a veces experimenta en su vida. Sin embargo, hay que observar que no es la única forma de obediencia; es más, esta forma extrema es verdaderamente salvífica solo en virtud de la unión del Hijo con su Padre: «Oblatus est, quia ipse voluit» (Is 53,7), porque él mismo quiso. O, como dice la carta a los Hebreos: «Aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que le obedecen, en autor de salvación eterna»

  • b) Aspecto interior: su obediencia a Dios


Jesús vivió perfectamente sujeto a la voluntad de Dios; quiso cumplir hasta el mínimo detalle el designio del Padre. F.n los evangelios esto se manifiesta principalmente de dos formas: por una parte, por el uso de la palabra dei («es necesario que»), y por otra por su insistencia en la voluntad de Dios.
Hay que señalar el uso repetido que hace Jesús de la palabra dei: «es necesario»; esto apunta a una necesidad indicada en las Escrituras de dar a conocer el designio salvífico de Dios. Para Jesús, este plan salvífico es la ley soberana a la que él se somete. Por ejemplo, en las profecías de la pasión: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho… ser ejecutado y resucitar a los tres días» (3,14; cf. 12,32.34), Este «tiene que», «es necesario que», señala una necesidad inminente sobre el Hijo del hombre, que él, Jesús, lee precisamente en las Escrituras. Lo mismo se muestra en el «camino hacia la pasión» (Le 12,33): unos judíos invitan a Jesús a dejar la región, que comienza a ser peligrosa porque Herodes quiere matarle; pero él responde: «Es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén»,
También en el momento del prendimiento en Getsemaní, cuando uno de los discípulos quiere liberar a Jesús con la espada, él rechaza la intervención: «¿Cómo se cumplirían entonces las Escrituras que dicen que esto tiene que pasar?» (Mt 26,54).
Después, en el día de la resurrección, a los dos discípulos de Emaús, Jesús les explica lo que los profetas habían predicho: «¿No era necesario que el Cristo padeciera todo esto y entrara así en la gloria?» (Le 14,26); también aquí, como un estribillo, vemos el mismo verbo: «tiene que ser así; es necesario».
A este «es necesario», que determina el desarrollo de la pa-sión, se corresponde, por otra parte, el «Consummatum est» del final, cuando Jesús ha cumplido su misión. En la oración sacerdotal (Jn 17,14), Jesús ya había dicho: «He llevado a cabo la obra que me encomendaste»; sobre la cruz, expresa una vez más la misma idea: «Todo está cumplido» (Jn 19,30). Y el P Mollat, en la Biblia de Jerusalén, escribe en nota: «Todo está cumplido: la Escritura, la voluntad del Padre, el sacrificio de Cristo y la salvación del mundo».
El otro aspecto de esta obediencia interior de Jesús es la insistencia con la que dice que es necesario «hacer la voluntad de Dios», En la carta a los Hebreos, toda la vida de Jesús, desde la encarnación, se observa bajo el prisma de la voluntad de Dios: «Al entrar él en el mundo dice: “He aquí que vengo —pues así está escrito en mi libro— para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad”» (10,5-7); «Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre» (10,10).
Este tema de la voluntad de Dios, que abarca casi toda la vida de Jesús, es muy recurrente sobre todo en el evangelio de Juan. Tras el diálogo con la samaritana, Jesús, bajo la perspectiva de la misión universal que se abre ante él, dice a sus discípulos: «Mi alimento es hacer ia voluntad del que me envió y llevar a término su obra» (4,34; cf. también 15,10).
Todo lo que Jesús dice y todo lo que Jesús hace es cumpli-miento de la voluntad del Padre, Sus obras son las obras del Padre, porque «lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo» (Jn 5,19). Este es un texto sobre el que los Padres de la Iglesia meditaron muchísimo, como veremos más adelante.
También la doctrina de Jesús, sus palabras, su verdad, pro-vienen .del Padre: «Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado» (7,16). San Agustín hace un bello comentario sobre este versículo: «¿Pero cómo puedes decir: mi doctrina no es mía? ¿Es tuya o no es tuya?». Y él encuentra la solución en el hecho de que quien dice la palabra es él mismo, que es Palabra del Padre, el Verbo del Padre, F.s un maravilloso rexto de san Agustín, que merece ser leído por entero
Veamos un último versículo que pertenece a la vida pública, antes de la última cena: «Lo que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre» (12,50). Es evidente la concordancia perfecta entre Jesús y el Padre, tanto a la hora de actuar como a la hora de hablar. Por eso, Jesús es el que revela perfectamente al Padre; por eso, es la Palabra misma del Padre; por eso, es la Verdad del Padre.
He aquí, pues, la primera parte de los aspectos que el evangelio nos propone sobre la obediencia más interior de Jesús: su sumisión a la voluntad del Padre, manifestada en las Escrituras.