Del libro "EL MISTERIO DEL CORAZÓN TRASPASADO", Ignace de La Potterie
Veamos ahora algo más profundo: la obediencia de Jesús y su filiación. Decía al principio que se hace necesario volver al origen, al fundamento; así, la ohediencia tiene su principio y su fundamento último precisamente en la filiación de Jesús.
Ya en los versículos citados hasta ahora hemos observado la mención habitual de los términos «Hijo» y «Padre», cuando se trata de la obediencia de Jesús. Ahora analizaremos más explícitamente esta relación de filiación y paternidad. Lo veremos primero en Juan y, a continuación, en algunas reflexiones de los Padres de la Iglesia.
a) El fundamento de la obediencia en san Juan
En los anteriores textos se mostraba ya que la obediencia de Jesús no era simplemente la de una criatura a su Creador, la de un hombre a Dios, su Señor; sino que era específicarnente la dd Hijo al Padre, Escribe muy acertadamente Guillet en d artículo citado de Ja revista Christus: «Obedecer no es para él un medio para encontrar a Dios, conformándose con su voluntad, sino que es la expresión de su propia persona, de su intimidad única con d Padre. El es el que es, el Hijo único y amado, solo en la obediencia. Si amagara un gesto por propia iniciativa suya, algo en él ya no provendría del Padre, por lo que él sería algo diferente ai Hijo, y el Padre no hallaría todo lo que es, todo lo que posee, en el»6. El carácter filial de Jesús se manifiesta precisamente en esto: como es el Hijo, todo lo que dice, todo lo que hace, proviene dd Padre; como persona, Jesús es solo el Hijo del Padre.
Este tema podría ser desarrollado ampliamente, pero nos limitaremos a dos textos muy importantes: Jn 14,10 y el final dd prólogo. Este es el contexto del primer pasaje: Jesús había dicho: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto» (v.6- 7). Felipe, que no lo ha entendido, responde: «Muéstranos al Padre y nos basta» (v.8). A continuación, viene la explicación de Jesús: «¿No crees que yo estoy en d Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras» (v. 10). Observamos que JesLÍs pasa aquí desde d tema de las palabras («lo que yo os digo») al tema de las obras («él mismo hace las obras»): para Jesús, la obra es «revelar»; hacer es hablar, hablar es hacer: en san Juan son dos términos casi sinónimos.
Detengámonos un poco más en este versículo: lo que Jesús dice es la palabra del Padre; la obra que Jesús hace es la obra dd Padre, precisamente porque et Padre mora en él. Y por eso ver a Jesús hablando y a Jesús actuando como Hijo, en cuanto Hijo, significa ver en él ai Padre. La palabra «hijo» indica una relación con otro, el padre; del mismo modo, el término «padre» indica una relación con el hijo. Quien ve en Jesucristo no a un individuo autónomo que habla por iniciativa propia, sino que siempre habla en nombre del Padre, descubre en él al Padre que actúa. Por eso podía decir (v.9): «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre)*; versículo este muy denso, pero no tan sencillo. En él se repite dos veces el verbo ver; «Quien me ha visto a mí»; ¿con qué ojos? ¿Los del cuerpo, los del espíritu o ambos? Sin duda, también con los ojos del cuerpo, pero no solo con ellos. En cambio, en la segunda cláusula, solo es posible ver con los ojos del espíritu; uno, viendo a Jesús actuando y hablando, con los ojos dd espíritu descubre en él al Hijo, y también, con los ojos del espíritu, descubre al Padre. Tenemos aquí un ejemplo del típico deslizamiento de Juan de una realidad exterior (que se convierte en «signo» y «símbolo») a una realidad interior, invisible. De la acción de ver se pasa a la fe.
El otro texto significativo es el final del prólogo (Jn 1,18), del que quisiera proponer una lectura tal vez un poco novedosa7. Conocemos el texto clásico de la Vulgata: «Unigenirus HJius, qui est ín sinu Patris, ipse enarravit», He aquí una versión más ceñida al texto; «El Hijo unigénito, que está vuelto hacia el seno del Padre, es quien lo reveló». La diferencia entre los dos textos radica en esto: la expresión latina in sinu Patris («en el seno del Padre») nos hace pensar de forma natural en la vida trinitaria; estamos, pues, de nuevo en el mundo celeste. Si, en cambio, decimos «vuelto hacia», se indica ya cierta distancia entre el Hijo y el Padre, lo cual es lógico si se habla aquí no del Verbo «en Dios», en la eternidad, sino del nivel histórico del hombre Jesucristo, del cual se hablaba también en el versículo anterior: «La ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo». También en el último versículo del prólogo nos situamos en la tierra. Inmediatamente después (v.19) comienza el relato de la historia de Jesús. Ahora el evangelista dice de ese «hombre jesús» que vivía siempre «vuelto hacia el seno del Padre». ¿Que quiere decir «el seno»? En las lenguas latinas (italiano, francés, español, etc,) tiene un doble significado, ¡pero en griego noí «Seno» en italiano puede ser una parce típica de ia anatomía femenina, pero también puede ser una palabra que designa de manera general la parte superior del cuerpo humano. Este significado es frecuente en la Biblia para describir la relación enere dos personas («esrrechar contra el seno»); puede decirse de la madre hacia d hijo, del esposo hacia la esposa, etc.; el «seno», pues, es el símbolo del amor, del afecto. Que el Hijo unigénito «esrá vuelto hacía eí seno dd Padre» significa, por tanto, la actitud filial del hombre Jesús hacia el Padre; accirud hecha de obediencia y de amor mutuo,
Pero esta actitud humana de Jesús es la expresión histórica, la imagen de lo que en Dios mismo es la actitud eterna dd Verbo vuelto hacia Dios, En jn 1,1-18 es muy hermosa la relación — d término técnico que emplean los exégetas es la «inclusión*— que se da entre el final y el comienzo del prólogo. Al final se dice: «El Hijo tínico, vuelto hacia el seno del Padre»; y al comienzo; «El Verbo estaba di tigicio hacia Dios», Se da, por tanto, un paralelismo entre la actitud dd Verbo en Dios y la acritud dd hombre Jesús en la tierra. Por eso, Ja actitud filial de Jesús era expresión, pero también la manifestación histórica, de su vida divina trinitaria.
En este sentido, la obediencia de Jesús al Padre era la expresión humana dd misterio divino, es decir, dd misterio de la vida del Hijo en su relación crema con el Padre.
b) El fundamento de la obediencia según los Padres de la Iglesia
En Ja patrística, era utia doctrina frecuente que la perfecta obediencia al Padre se explicara precisamente por su relación trinitaria con d Padre. Sobre este punto, los Padres no hacen más que seguir y explícita: la línea de pensamiento de san Juan. Pondremos dos ejemplos: un padre griego, san Cirilo de Alejandría, y otro latino, san Hilario.
Comentando Juan 5,19, el versículo al que hemos aludido hace poco, («Lo que hace el Padre, eso mismo hace también el Hijo»), san Cirilo interpreta lo siguiente: «Todo lo que hace d Padre también lo hace el Hijo porque —es Jesús quien habla— hago en todo sus obras, dado que yo existo por medio de él»8. Siendo Hijo, y, por tamo, eternamente engendrado por el Padre, Jesús obtiene su misma existencia del Padre («exístens ex ipso»),
1.a misma idea, pero con diferentes matices, la encontramos en san Hilario, dd mundo latino (siglo iv). Hablando de Jesús, dice muy bellamente: «Está sometido al Padre como a su autor»*: autor no en el sentido de «creador» —esto es así para todos los hombres—, sino en el sentido de la generación eterna. Es decir, la obediencia de Cristo —según san Hilario— está fundamentada en la divina generación del Hijo,
Podemos decir que en la vida intratrinitaria dar y ordenar son connaturales a la paternidad; recibir y obedecer lo son de la filiación, es decir, del Hijo. El Hijo, en este sentido, es menor que el Padre; hay un versículo muy discutido en Juan (14,28), donde se dice: «El Padre es mayor que yo». Según Jos principales comentaristas griegos y latinos10, hay que interpretar el versículo así: esto no solo se aplica al hombre Jesús (es evidente que Dios es más grande que el hombre Jesús como criatura), sino también a Dios; «como Dios, el Hijo es inferior al Padre porque el Hijo es por el Padre».
Pero, si esto es verdad, es también así para la vida terrena de Jesús: su obediencia es la expresión, se podría incluso decir que el espejo, de esta relación intradivina entre el Hijo y e! Padre. Esta idea ta recoge también Guillet en el artículo citado: «En Jesús, la obediencia exterior del hombre, con rodo lo que conlleva de oscuridad y de sumisión exterior, traduce y revela en plenitud la dependencia inmediata del Hijo que vive ante el Padre y recibe de él lo que es»
c) La obediencia de los hijos de Dios
Veamos ahora, a modo de conclusión, cómo se aplica esto a la obediencia cristiana, a la obediencia de los hijos de Dios.
1) El ejemplo de Cristo
Recordemos, ante todo, lo que hemos dicho sobre Cristo. Nos asombra el hecho de que, en los evangelios, sean tan pocos los casos en Jos que se habla de la obediencia exterior de Jesús. Esto es ya una advertencia para que no consideremos la obediencia de Cristo solo o principalmente a nivel moral: imitar exteriormente su ejemplo, hacer como él, copiar casi un modelo… Lo que tenemos que buscar en su ejemplo es, ante todo, la inspiración profunda de su actitud obediente: su vida filial con el Padre. Apliquemos esto a nuestra obediencia…
2) Nuestra obediencia
Una primera reflexión en este ámbito sería que la obediencia humana verdaderamente cristiana —no me refiero a la obediencia simplemente humana, porque todo hombre debe obedecer al Estado, por ejemplo, y todo niño a sus padres, sino a la obediencia de inspiración cristiana— brota inmediatamente de la fe, es más, es un aspecto esencial de la misma fe- El Nuevo Testamento habla varias veces de la obediencia de la fe. En la carta a los Romanos (l,5)i Pablo escribe: «Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles». Obediencia de la fe es la obediencia en la que consiste la fe: la fe es obediencia. Y en d libro de los Hechos (6,7) Lucas escribe que, después de Pentecostés, «muchos sacerdotes obedecían la fe»; también aquí la fe se ve como obediencia,
Pero sí reflexionamos sobre la conexión entre obediencia cristiana y fe, vemos que entramos verdaderamente en el misterio de Cristo: la característica de los cristianos es ser «los que son de Cristo», como dice san Pablo a Jos Calatas (5,24). Pero ¿qué caracteriza el ser sobrenatural dd hombre que vive realmente la fe? Ser cristiano significa no estar encerrado en uno mismo, sino estar fundamentalmente abierto a la vida de Cristo; implica, pues, participar en su vida filial, y, por tanto, disponibilidad y acogida. Como decía muy a menudo el P iMersch (auror de libros sobre el cuerpo místico); «Para expresar bien este modo de ser (cristiano), nuestra manera de querer debe expresarse como si viniera de fuera, es decir, de Cristo; y se manifiesta en la dependencia, es decir, es fundamentalmente obediencia». Por tanto, la fe vivida de modo existencial toma espontáneamente la forma de obediencia. Por eso, el hombre que vive profundamente de la fe y esto io vemos en toda la tradición espiritual— desea obedecer no de forma infantil, sino como un hombre maduro ante Dios. San Benito dice en su Regla. «Abbatem sibi praesse dcsiderant» (c.V): los monjes desean que el abad sea su superior, Y san Ignacio habla de la «voluntas parendi cupida», una voluntad deseosa de obedecer.
¿Pero no hay que distinguir entre obediencia a Dios y obediencia A los hombres? La obediencia a los hombres es digna solo sí la vemos como reflejo y como expresión de la obediencia a Dios, Recordemos ¡as palabras fundamentales de san Pedro en el sanedrín (Hch 5,29): «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Es un principio sobre el cual hay que reflexionar: es muy ecuánime, Pedro no dice: «No debemos obedecer a los hombres»; pero tampoco; «Hay que obedecer solo a los hombres». Las palabras de Pedro «Obedecer a Dios antes que a los hombres», nos dan un principio de libertad, de valentía, de orgullo, de parrésia {como dice el libro de los Hechos), de independencia, en caso de conflicto, cuando el hombre se extralimita en su derecho a mandar. Así, el hombre que busca la voluntad de Dios solo se muestra dependiente de los demás de forma pasiva; Jesús mismo dio muchos ejemplos de ello en la pasión. Pero en los casos normales, cuando la voluntad de Dios se expresa a través de la autoridad legítima, humana, especialmente de la autoridad religiosa, este principio nos invita a amar la obediencia, porque a través de los hombres obedecemos al mismo Dios. De este modo, la obediencia cristiana, la que es posible solo en la fe en Jesús, como dice de nuevo Guillct, «convierte la sumisión natural en adhesión filial al Padre*14.
Para concluir, observemos que, también en el caso de la obediencia, se debe practicar siempre, como decía al principio, cierto «retorno al origen», es decir, un retorno a Cristo: por medio de los hombres que Cristo nos envía, volvemos al mismo Cristo, y por él vamos al Padre que lo ha enviado: «El que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado» (Jn 13,20).