Del libro “Misterio del dolor”, de Luis María Mendizábal.
A partir de este momento viene la institución de la Eucaristía. No voy a detenerme ahora en ese misterio eucarístico, que merecería la dedicación a él solo de todo un triduo. Voy a fijarme en unas posturas que me parecen importantes en nuestra vida en relación con este misterio de amor. Al comienzo de la institución de la Eucaristía hay una frase en el Evangelio y en los relatos del mismo San Pablo; ésta: insisten los evangelistas e insiste San Pablo en que Jesús instituye la Eucaristía «en la noche en que era traicionado». Todo esto es de mucha profundidad. El misterio de la Eucaristía es un misterio de amor que salta como un rayo luminoso en la oscuridad, en la noche de la ingratitud humana, y parece que lo ha querido recalcar así: «In qua nocte tradebatur». Y esto lo decimos también en la celebración eucarística: «en la noche en que era entregado». ¿De qué noche se trata cuando habla de la noche? Pues se trata (también aquí en un sentido muy profundo) de la noche de la traición de Judas, de la noche en que era traicionado por Judas. Pero no es sólo eso, sino que es también la noche de la traición de cada hombre.
El misterio de la Eucaristía, lo mismo que la Redención, es el misterio de un amor misericordioso con el cual Dios viene al encuentro del que le aborrece; por eso es un misterio de luz en la noche: «La noche de la traición de Judas».
Vamos a fijarnos en esos detalles que recoge el Evangelio, de la traición de Judas y de la reacción de los diversos apóstoles a esa traición de Judas.
Judas había decidido entregar al Señor. Es un misterio. No pensemos que Judas, desde un principio, era hostil a Cristo. Judas había sido, como los demás, entusiasta de Cristo; pero poco a poco se alejaron. Es lo que nosotros hemos de vigilar. Nadie pasa a la traición del Señor de golpe; hay un proceso lento. ¿Cuál fue ese proceso en Judas? Pues se nos indica suficientemente que fue la tentación del enemigo, que le había pedido permiso a Dios para sacudir a los apóstoles, y esa tentación, probablemente, fue en el campo de la avaricia. Él estaba encargado de las limosnas como puesto de confianza. Y San Juan dice claramente que «como tenía las limosnas, robaba». Y poco a poco le fueron entrando deseos de mayor riqueza, de mayores medios. Por ahí parece que fue la tentación.
El hecho es que si uno analiza la situación de Judas resulta impresionante, porque, por una parte, estaba al lado de Jesús, tenía el ejemplo maravilloso de la vida de Cristo, tenía las palabras de Jesucristo; pero, por otra, tenía la tentación del enemigo, tenía la inclinación hacia la posesión de bienes terrenos. Recibía ese doble influjo, y poco a poco fue cediendo al del mal, y su amor hacia Cristo, como sucede en estos casos, fue derivando hacia una antipatía, cosa que puede ser normal en este caso. Antes era amor y luego, poco a poco, va surgiendo una antipatía con excusas y justificaciones que sin duda se le ocurrirían a él: que el Mesías no era como él imaginaba, como le parecía que debería hacer; lo que fuera; pero él encontraría siempre sus razones. Notemos que yo no he encontrado nunca uno que haya apostatado de la fe sin decir que tiene razón. No se da eso de reconocer: «Yo apostato de la fe, yo me alejo de la Iglesia sabiendo que hago mal y para hacer mal». El engaño está en eso, en que acaba uno por creer a esas justificaciones, que no son auténticas y que crean un misterio en la conciencia del hombre; pero que ya realmente, cuando llega hasta ese nivel, es dificilísimo de arreglar, de corregir, porque tiene ya la postura de una cierta soberbia, un enjuiciamiento de la misma autoridad, del mismo Cristo, del Papa, de la Iglesia, que se siente superior a ellos; y eso es muy difícil de enderezar. Es el proceso lento en la vida espiritual de lo que se llama el engaño espiritual; que se realiza poco a poco. Al salir de una estación todas las vías van paralelas, pero luego se van separando no de una vez, sino poco a poco, y unas van al norte y otras al sur. Por errores pequeños se van distanciando, hasta que luego ya terminan en dirección contraria a aquella en la que habían salido. Esto es lo que sucede en el caso de Judas.
El hecho es que Judas había llegado a una auténtica antipatía. Pero como sucede también en esos casos, esa crisis interior la encubría con una corrección absoluta, cosa que sucede también con frecuencia y los demás no lo advierten. Es correcto su comportamiento. Debía de ser de una presencia de espíritu admirable. Baste este detalle: Cuando Jesús estaba diciendo «uno de vosotros me está haciendo traición», nadie piensa en Judas, porque era correcto; tenía una cierta serenidad, frialdad. Sin embargo, eso no se le escondía a Jesús, que debió de sufrir enorme-mente teniendo siempre a su lado a quien no aceptaba sus enseñanzas, a quien se las rechazaba y a quien estaba buscando ocasión para entregarle a la muerte. Y, no obstante, siempre lo tenía junto a Él. Es molestísimo cuando uno nota que alguien no acoge sus palabras y que está siempre tramando algo contra él.
Y llegado el momento del lavatorio de los pies, el corazón de Judas no se conmueve, y Jesús pronuncia esa palabra: «Uno de vosotros me hace traición, me está traicionando». Palabra tremenda. Y me parece que, porque esto sucede en un ambiente eucarístico, lo que aquí aprendemos es lo que llamamos la reparación. Juan dice expresa-mente que en esa Ultima Cena él «estaba reclinado en el seno de Cristo»; que en la disposición en que estaban puestos en torno a la mesa, a Juan le tocaba estar cerca del Señor, con la cabeza en el seno de Cristo. Pero esta postura de Juan en el seno de Cristo, evidentemente no se escribe en los Evangelios sólo por dar detalles, sino que a la luz del Espíritu Santo lo que ellos recogen es lo que tiene contenido de enseñanza para nosotros. Por tanto, es claro que esto no es un detalle sin importancia, sino que Juan quiere recalcar que el momento cumbre cristiano es cuando llega a reclinar su cabeza en el seno de Cristo. El ideal del cristiano es que viva como descansando en el Corazón de Cristo y que participe en la Eucaristía reclinando su cabeza en el Corazón de Cristo; pero con un sentido de descanso, de paz, en medio de la ocupación y en medio del trabajo no sólo en un momento, sino en vivir teniendo su morada en el Corazón de Cristo. Así está el discípulo: en el Corazón de Cristo.
Ahora bien: al estar así en el Corazón de Cristo, en el seno de Cristo, él participa como al unísono de las disposiciones y actitudes de Cristo. Y aquí es donde se nos comunica una lección de vida. Juan, reclinado en el Corazón de Cristo, escucha las palabras de Cristo, pero vi-brando al unisonó con sus disposiciones interiores. En cambio, tenemos a una cierta distancia a Simón Pedro. Simón Pedro no está reclinado en el Corazón de Cristo. Las reacciones de Simón Pedro van a ser reacciones que arrancan de su personalidad, no tanto de estar al unísono con el Corazón de Cristo.
Jesús, en ese momento, con su Corazón lleno ya de angustia, dice esa palabra: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me hace traición, uno de vosotros me está traicionando». Es palabra impresionante. Uno de vos-otros: de los que yo he escogido, de los más íntimos míos, de los que han recibido de mí el poder de hacer milagros, de predicar, enseñar, me está traicionando. No es que se me escape a mí, que sea una sorpresa; lo sé, uno de vosotros me está traicionando.
Entonces ellos dicen: «¿Soy yo? ¿Soy yo?». Es que nunca tiene uno seguridad en sí mismo. Simón Pedro reacciona ante estas palabras no como Juan, que vibra al unísono del Señor, estando en la cercanía del Señor, sino, estando a una cierta distancia, reacciona desde su personalidad, separada de Cristo, independiente de Cristo en esto; desde su reacción humana, piensa: «¿Quién es ese traidor a Cristo? ¡Como yo me entere, no le traiciona, porque acabo con él!». Fijémonos bien; esa reacción parece de amor, y no lo es; es reacción humana, de egoísmo, no precisamente de conformación con Cristo y con Dios; pero aparentemente
es expresión de amor. Y desde ahí, desde ese lugar y esa postura, le hace un gesto a Juan, que estaba cerca del Señor, y le dice: «Pregúntale quién es»; sin duda, con ese afán, con esa intención de acabar con él, de impedir un hecho tan vergonzoso, una traición así.
Y Juan –dice el texto del Evangelio preciosamente–, «dejó caer su cabeza sobre el pecho de Jesús», y con esa intimidad sencilla le dice: «Maestro, ¿quién es?”. Pero no lo hace con la disposición de Simón Pedro, lo hace al unísono con el Corazón del Señor, como queriendo participar de su mismo dolor, de su mismo sufrimiento, de su mismo amor. “maestro, ¿quién es?». Y Jesús le dice entonces: «Mira, al que yo voy a ofrecer ahora un trozo de pan untado en salsa, ése es».
Todo esto merece ponderación, merece consideración. Este hecho, el decirle: «Al que yo voy a ofrecer un trozo de pan untado en salsa, ése es», no quiere significar simplemente un signo de reconocimiento. Ellos se conocían todos. Hubiese sido mucho más rápido el haberle dicho: “Es Judas, el hijo de Simón»; eso era más breve que haberle dicho: «Aquel a quien voy a entregar ahora un trozo de pan untado en salsa». Por tanto, no pensemos que ese gesto tiene como finalidad simplemente decirle quién es, sino que la expresión de Jesús quiere decir esto en la intimidad con Juan: «Aquel a quien yo más muestras de amor estoy dando, ése es». A quien yo estoy amando más, esforzándome más por mostrarle mi amor, ése es precisa-mente. O sea, que no se lo da como una señal, no es una señal. Quiere recordar simplemente que es el objeto de su amor, porque ese bocado untado en salsa se lo da de veras. Y entonces unta el pan con un gesto que significa familiaridad, significa predilección, y se lo da. De nuevo aquí, en este gesto del pan untado en salsa y ofrecido, tenemos una imagen de la Eucaristía: «Aquel a quien yo me ofrezco eucarísticamente». Entonces se lo ofrece con amor y él toma ese trozo de pan y lo come. Y Juan, que le está contemplando, observa un cierto gesto de Judas en ese momento, y dice: “Tras el bocado entró en él Satanás”. Quizá estuvo a punto de entregarse al amor de Cristo, quizá se sintió sacudido por esa delicadeza de amor, pero resistió y así toma la decisión definitiva. «Tras el bocado entró en él Satanás».
Hay una cosa que llama la atención: que Juan, en esos relatos de la Ultima Cena, no tiene ninguna palabra dura y áspera contra Judas, sino que se nota en él como una especie de respeto ante el misterio de la misma iniquidad. Y es ejemplar esto. Es que quien vive la vida desde el Corazón de Cristo nunca tiene aspereza, participa de esas disposiciones del Corazón de Cristo, del mismo amor con que Él se entrega; y nunca tiene amargura, agresividad, nunca recalca palabras duras contra Judas. Pero anota sencillamente: «Tras el bocado entró en él Satanás». Entonces Jesús le dice: «Lo que has de hacer, hazlo pronto». Y Judas se levanta. Juan le sigue desde el Corazón de Cristo con la mirada; le va viendo marcharse con una pena inmensa, participada de la pena del mismo Cristo que le ama. Nadie sospecha nada, ni siquiera entonces. Creían que, como tenía el dinero, tendría que hacer limosnas esa noche a los pobres. Judas abre la puerta, y nota Juan que al abrir la puerta «era de noche». Estaba toda la sala iluminada, la puerta daba a una azotea o terraza pequeña; al abrir la puerta, encuadra el marco de la puerta la oscuridad; y lo nota Juan y lo dice: «Era de noche». Y ve cómo Judas es tragado por la noche, desaparece en las tinieblas. Ha dejado la luz de Cristo por las tinieblas. Ha sido una opción firme. Él ha dejado de ser ministro de la Luz para hacerse ministro de las Tinieblas.
Yo decía antes que el gesto de Jesús al dar el bocado no era una simple señal; lo podía haber hecho de otra manera. Sino que era expresión de verdadero amor. Hay un gesto que Judas hará muy pronto desde las tinieblas, que tiene unos términos aparentemente parecidos a los de Jesús, pero con significación contraria. Cuando Jesús, un poco más tarde, está en el Huerto de Getsemaní, y Judas se
acerca con los soldados y con los ministros del templo para prenderle, les hace esta pregunta: «Lo conocéis?» y ellos le dicen: «No». «Pues mirad, aquel a quien yo daré un beso, ése es; prendedlo y llevadlo con cuidado». Hay un parecido: «Aquel a quien yo dé un trozo de pan mojado en salsa» = «aquél a quien yo daré un beso». Pero el contenido es totalmente distinto. En el caso de Judas se trata de una señal traidora; no es que le va a dar un beso de amor. Da un beso solamente para que sepan quién es y lo detengan; pero el mismo beso de Judas es sacrílego, porque es una-expresión exterior de afecto, cuando en realidad lo entrega y le traiciona, y es lo que Jesús le dirá: «¡Amigo, con un beso entregas al Hijo del hombre! ¿Adónde has venido a parar? ¿Hasta dónde has llegado?».
Pues bien: creo que esto puede iluminarnos. Hay que entrar en el Corazón del Señor. Las páginas evangélicas se reflejan en nuestra vida personal. En cada página del Evangelio encontramos nuestra propia historia, el lugar al que el Señor nos invita. A cada uno de nosotros nos invita a reclinarnos en el seno de Cristo; a través de purificaciones, a través de la escucha de su palabra. El ideal del cristiano es que en la Eucaristía descanse en el seno de Cristo, en el Corazón de Cristo, para considerar todo desde el Corazón de Cristo. Precisamente ése es el fruto de la Redención y el fruto de la misma Eucaristía. Esto es una cosa que la Virgen ha de enseñarnos a nosotros. Puede parecer un poco místico lo que estoy diciendo. No, no es eso; no quiero decir que son unas experiencias especiales, no; hablo en el sentido de quien descansa en fe en el Corazón de Cristo.
Podemos decir que el ideal del cristiano es éste; por una parte, descansar en el Corazón de Cristo y llegar a esta paz, a esa serenidad que no es inactiva, pero una paz que no se rompe nunca. «Os doy mi paz.» Una paz que se mantiene en medio de la actividad más febril del campo profesional, dondequiera que esté; pero nunca deja de estar reclinado en el Corazón del Señor. El Corazón del Señor lo envuelve
también con su paz y serenidad. Esto hay que cuidarlo; no es fruto simplemente de un acto de voluntad; es término de un trabajo, de una educación; pero hay que buscarlo.
Pero en el Evangelio nos encontramos con dos aspectos. Uno, que nosotros hemos de descansar en el Corazón de Cristo, fruto de la Redención, y otro que Cristo quiere descansar en nuestro corazón. También es verdad. El Señor quiere encontrar en nosotros como el lugar de descanso. Nos puede sorprender, pero es verdad. Él lo dice: «Si alguno me ama, mi Padre le amará y yo le amaré, y vendremos a él y baremos nuestra morada en él». Y éste es el descanso del corazón; es una imagen, al fin y al cabo, del amor, que siempre es mutuo. En un matrimonio de verdad, el marido descansa en el corazón de su mujer, y la mujer descansa en el corazón de su marido. Es un descansar, es una seguridad en paz y es una unión. Es así la vida cristiana. Y para esto tenemos un ejemplo admirable en la Virgen: para la unión eucarística y para entrar en el miste-rio de la Pasión del Señor.
Dicen los teólogos que San Juan pudo entrar tan dentro en el misterio del Corazón de Cristo que revela en su Evangelio porque reclinó su cabeza en el Corazón de Cristo. Ahora bien: si esto es así, con cuánta mayor razón debió de entrar la Virgen en el Corazón del Señor. Porque en el caso de la Virgen, cuántas veces María había descansado su cabeza en el Corazón de Cristo. Pero es que muchas veces también Cristo descansó su cabeza en el corazón de la Virgen. Esto es lo que le da esa intimidad, esa paz, esa serenidad.
Cuando hablamos de consagrarnos al Corazón del Señor, cuando hablamos de entregarnos al Corazón del Señor, tenemos que pedir a la Virgen que nos enseñe, más allá del mismo San Juan, que Ella nos introduzca y nos enseñe lo que es el encontrar la paz y el descanso en el Corazón del Señor. Entonces es cuando vivimos la Eucaristía. La Eucaristía, celebración de la Redención personalmente ofrecida a cada uno de nosotros. Cada Eucaristía tiene que llevarnos a entrar en el descanso del Corazón del Señor, y así, viviendo en esa actitud interna, tener respecto a la visión de todo el mundo, las actitudes interiores del Corazón del Señor, las reacciones, la entrega, la bondad, la comprensión. Es todo un mundo distinto, es una creación nueva, es la creación que arranca del Misterio de la Redención.
