La devoción al Corazón de Jesús como fue practicada en la Iglesia universal en los últimos tres siglos, estaba relacionada íntimamente con la gran discípula del Sagrado Corazón, Santa Margarita María Alacoque. Los teólogos han sabido siempre que la devoción no era basada en las visiones a ella concedidas, porque las fundaciones verdaderas están contenidas en la revelación cristiana. Sin embargo, Santa Margarita María ha dado un gran impulso a esta devoción, y la celebración litúrgica de la fiesta del Sagrado Corazón, aprobada para la Iglesia universal, resultó de la súplica de la Santa.
Mucho se ha escrito sobre la historia de esta devoción:
En primer lugar sobre Santa Margarita María y San Juan Eudes; después, sobre el período precedente: la devoción como practicada en la edad media. Más tarde se descubrió que los Padres de la Iglesia también ya hablan del costado herido de Jesús, y de su Corazón. Recientemente también se ha investigado el tema más amplio del corazón humano en la literatura cristiana y en la liturgia.
La espiritualidad del corazón en la tradición cristiana.
Art. 1. La edad patrística
LA TRADICIÓN PATRÍSTICA SOBRE JN. 7,37-39
LA TRADICIÓN PATRÍSTICA SOBRE EL PRIVILEGIO DE SAN JUAN APÓSTOL
LA TRADICIÓN PATRÍSTICA SOBRE LA GÉNESIS
EL CORAZÓN HUMANO EN LOS ESCRITOS DE LOS PADRES
Art. 2. El Medioevo: devoción privada al Sagrado Corazón
EL PERÍODO DE TRANSICIÓN, 1100-1250
EL PERÍODO DE LOS GRANDES MÍSTICOS, 1250-1350
Los Franciscanos
Las religiosas de Helfta
Los Dominicos
EXPANSIÓN ENTRE LOS LAICOS, 1350-1700
Art. 3. El período de Santa Margarita María
LA ESCUELA FRANCESA
SAN JUAN EUDES, 1601-1680
SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE
LA TEOLOGÍA DEL SAGRADO CORAZÓN EN ESTE PERÍODO
DOCUMENTOS MAGISTERIALES DE ESTE PERÍODO
John Henry Newman, 1801-1890
El concepto ‘Sagrado Corazón’
Significación de Reparación
HAURIETIS AQUAS, 1956
EL CONCILIO VATICANO II: LA NECESIDAD DEL CORAZÓN NUEVO, UN CORAZÓN CATÓLICO
HACIA UNA ESPIRITUALIDAD DEL CORAZÓN
.
Art. 1. La edad patrística
Richstätter, el gran especialista de la devoción del Sagrado Corazón en el medioevo, escribió: «En los primeros mil años del cristianismo, la idea del Sagrado Corazón de Jesús fue desconocida.» Desde entonces se ha demostrado que esta afirmación no es correcta. No pocos autores empezaron a citar textos de numerosos Padres, pero fue Hugo Rahner quien sistematizó este estudio, entresacando de la teología patrística tres temas:
En primer lugar, hay un grupo de textos que se refieren a Juan 7,37-39; textos que hablan del agua viva que corre del seno de Jesús.
Después, hay una tradición patrística sobre San Juan, el discípulo amado, que reclinó su cabeza sobre el pecho del Señor, Jn. 13,23-25.
Finalmente, hay muchísimos textos patrísticos sobre la génesis de la Iglesia del costado de Jesús, traspasado en la Cruz, Jn. 19,34.
.
La tradición patrística sobre Jn. 7,37-39
Jn. 7,37-39 presenta un problema célebre de puntuación. La Vulgata nos hizo familiares con la lectura según la cual el corazón del creyente se vuelve fuente de agua viva:
Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.
El que crea en mí, como dice la Escritura,
de su seno (Koilia) correrán ríos de agua viva.
Hugo Rahner mostró que esa lectura tiene su origen en Orígenes, y se transmitió gracias a muchos Padres griegos y latinos, especialmente a San Ambrosio y San Agustín, cuya influencia actuó sobre toda la tradición occidental. Por investigación precisa, Hugo consiguió mostrar que los padres griegos más antiguos se sirvieron de otra lectura, en la cual el Corazón se indica directamente cómo la fuente de agua viva, como la fuente del Espíritu:
Si alguno tiene sed, venga a mí,
y beba el que crea en mí.
Como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva.
Esa lectura más antigua la llama él la lectura ‘efesina’, en oposición a la lectura ‘alejandrina’ de Orígenes. Aunque los representantes de la lectura efesina son menos, su autoridad es tan grande que Hugo cree haber hallado la lectura auténtica de ese pasaje que, desde luego, es importante para el estudió bíblico y para la teología del Sagrado Corazón.
Un primer testigo claro para la lectura efesina de ese texto es Hipólito de Roma, en su comentario de Daniel I 17. Hipólito recibió esta interpretación de San Ireneo, que se había tomado su sede a los pies de Policarpo de Smirna, y Policarpo había visto al Apóstol Juan, y había oído las palabras de sus labios. San Ireneo:
Pero el Espíritu Santo está en todos nosotros, y Él es aquella agua viva, que el Señor dispensa a todos los que le creen como El manda. (Adversus Haereses V, 18,2). Y en otra parte:
La Iglesia es la fuente de agua viva que mana para nosotros del Corazón de Cristo. Donde está la Iglesia, allá está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allá está la Iglesia y toda gracia. Pero el Espíritu es verdad. El que no participa en este Espíritu, no recibirá ningún alimento ni vida en el seno de nuestra Madre Iglesia, ni puede beber en la fuente cristalina que brota del Cuerpo de Cristo. (Ibíd. III 24,1)
San Justino también halló la fe cristiana en Efeso, y tiene unos textos sobre Jesús como fuente de agua viva que encierran una pequeña teología del Sagrado Corazón: una combinación de Jn. 7,37-39 con Jn. 19,34 y con la imagen de Cristo como la roca de la que brota agua <1 Cor. 10,34):
Nosotros, Cristianos, somos el verdadero Israel que se origina de Cristo, porque hemos salido del Corazón (Koilia) de Cristo como de una roca. (Dialogo 135,5)
Esta teología, bien conocida en Asia Menor, se halla también en la antigua Iglesia africana. San Cipriano, por ejemplo, la tiene, como también algunas obras antiguas de España:
Cuando el pueblo sufría sed en el desierto, Moisés batió la roca con su vara, esto es con madera, y brotaron ríos de agua. Así fue prefigurado el misterio del bautismo. Porque la roca es el símbolo de Cristo, como lo dice el Apóstol: Bebían de la roca espiritual que les seguía. Pero la roca era Cristo. Por eso, no cabe duda, esa roca fue el símbolo de la carne del Señor, que fue batido con la madera de la Cruz, y ahora dispensa agua viva a todos los que tienen sed. Así está escrito: De su seno correrán ríos de agua viva. ²
También San Ambrosio, que en otra parte explica Jn. 7, 37-38 de la manera alejandrina, dice en una hermosa oración:
Bebe de Cristo, porque Él es la roca donde brota el agua.
Bebe de Cristo, porque Él es la fuente de vida.
Bebe de Cristo, porque Él es el río cuya corriente trae alegría a la ciudad de Dios.
Bebe de Cristo, porque Él es paz.
Bebe de Cristo, porque de su seno corren ríos de agua viva.
(Explanatio Psalmorum 1,33)
Aquí hallamos la expresión tan cara a los hermanos Rahner: Fuente de vida. Cristo es ‘Fons Vitae’, porque el Señor resucitado dispensa al Espíritu. Su Corazón es el hogar del
Espíritu, y nos da un corazón nuevo porque nos da su Espíritu.
.
La tradición patrística sobre el Privilegio de San Juan Apóstol
El primero en mostrar una veneración especial para con San Juan, porque reclinó su cabeza sobre el pecho del Señor (Jn. 13,23-25) y se le permitió beber de la fuente de agua viva, fue una vez más el gran Orígenes. De esta tradición citaré un solo texto, tomado de San Agustín:
Entre sus compañeros y colaboradores, otros evangelistas, San Juan recibió del Señor (sobre cuyo pecho reclinó durante la última Cena, para significar que bebió los misterios más altos del más íntimo Corazón) el don especial y excepcional de decir tales cosas acerca del Hijo de Dios. Lo cual estimularía, sin satisfacer del todo, los espíritus de los pequeños, que son todavía incapaces de comprensión; pero para los más formados, que han alcanzado el estado adulto, estas mismas palabras sirven para ejercitar y nutrir sus almas. (Tractatus in Joannem 18,1)
.
La tradición patrística sobre la génesis de la Iglesia del Costado de Jesús traspasado en la Cruz, Jn. 19,34
El regalo del Sagrado Corazón es el Espíritu Santo. Pero, muchos Padres interpretaron el agua y la sangre que corrieron del costado de Jesús, como La Iglesia. Como Eva nació del costado de Adán, así la Iglesia, la esposa de Cristo, nació de la herida del costado del nuevo Adán, cuando durmió en la cruz. Ya a fines del segundo siglo, Tertuliano dice:
Si Adán fue un tipo de Cristo, el sueño de Adán fue un tipo del Sueño de Cristo, que durmió en la muerte, para que, por semejante abertura del costado se formará la verdadera madre de los vivos, a saber la Iglesia. (De Anima 43)
Esta es la segunda forma de la ‘devoción’ patrística del Sagrado Corazón. En el primer milenio un gran coro de voces se levanta para alabar el costado herido de Cristo donde nació la virgen madre, la Iglesia. Eso fue también la enseñanza de San Cirilo de Jerusalén en sus discursos a los neófitos, y de San Juan Crisóstomo cuando predicaba en Antioquía:
La lanza del soldado abrió el costado de Cristo, y he aquí que, de su costado, Cristo construyó la Iglesia, como antaño la primera madre, Eva, fue formada de Adán. Por eso, Pablo dice:
Somos de su carne y de su hueso. Con esto entiende el costado herido de Jesús. Como Dios tomó la costilla del costado de Adán, y de eso formó a la mujer, así Cristo nos da agua y sangre de su costado herido, y de eso forma la Iglesia… Allá el sueño de Adán, allí el sueño de la muerte de Jesús. (citado en J. Stierli, Cor Salvatoris p. 54)
Los sermones de San Agustín de Hippona concuerdan con esta doctrina universal, y sus palabras harán eco en los místicos medievales:
Adán duerme para que Eva nazca; Cristo muere para que la Iglesia nazca. Mientras duerme Adán, Eva se forma de su costado. Cuando Cristo ha muerto, su costado se abre por una lanza, a fin de que corran de allí los sacramentos para formar la Iglesia. (Tractatus in Joannem IX, 10)
Para terminar esta sección, una cita de la conclusión de Hugo Rahner:
Toda la historia de la enseñanza patrística de la herida en el Costado de Cristo puede recapitularse en una sola fórmula: Fons Vitae. A partir de San Juan, que bebió del pecho del Señor, y de Justino e Ireneo, que nos muestran la fuente que brota del Corazón traspasado de Cristo, una tradición de pensamiento y de escritura se extiende sin tregua por los siglos. Y hacia este fundamento, puesto por esta antigua noción cristiana, está regresando la devoción actual, como la expresa la liturgia.
A partir de este principio, el desarrollo de la devoción ha cerrado el círculo, remontando al punto donde empezó: Los ríos del Corazón de Cristo, de los cuales hablaron los profetas, o que prometió Jesús como agua viva, y que de su costado traspasado corrieron hacia su Iglesia, están hoy día, como la oración de la una, santa Iglesia, corriendo por todo el mundo. (J. Stierli, o.c. p. 57)
Esta contribución de Hugo Rahner se recibió en la Iglesia con agradecimiento. Podemos ver su influencia, hasta en la encíclica Haurietis Aquas art. 39 y 41 (donde la tradición patrística se integra>, y en art. 2, donde se acepta la lectura efesina de Jn. 7,37-39.)
.
El corazón humano en los escritos de los padres
Por lo general los padres usaron la palabra ‘corazón’ en el sentido bíblico: es el centro más profundo de la persona. A veces se nota la influencia de la filosofía griega, como cuando Orígenes dice que el corazón es la mente. Aquí se halla la ‘nous’, la Mente’ de los filósofos griegos. Este tema lo han investigado muy bien Giulio Giacometti y Piero Sessa; de su colección riquísima citaré unos textos importantes4.
Hacia la mitad del segundo siglo, Hermas ya habla de la purificación del corazón:
Purifica tu corazón de todas las vanidades de este mundo… de toda duda; vístete con la fe, porque es fuerte. (Pastor, Mandatum 9,4 + 7; vea también Mandatum 12, VI 4 + 5)
Clemente de Alejandría (150-215) habla del papel de la fe en la transformación del corazón; en sus escritos, como en los de Orígenes, la fe se presenta como desarrollándose en ‘gnosis’, un conocimiento profundo:
Resplandezca esta luz en la parte más profunda del hombre, en su corazón, y salgan los rayos del conocimiento, para revelar e iluminar al hombre interior, al amigo de la luz, al amigo de Cristo (Cohortatio ad Gentes, PG 8,235>
San Juan Crisóstomo (+407) tiene un pasaje elocuente sobre el corazón de San Pablo:
Yo quisiera ver las cenizas no sólo de esta boca, sino también de este corazón, y no se engañará quien lo llamara corazón del mundo entero… Tan grande fue su corazón que abrazó ciudades enteras, pueblos, naciones, porque dice: ‘Mi Corazón se ha dilatado.» (2 Cor. 6,11)… Yo quisiera verlo liquefacto, mientras arde para todos los que van en perdición, mientras sufre de nuevo dolores de parto para los hijos de adopción (Gál. 4,19>, mientras contempla a Dios – porque los de puro corazón, como se ha dicho, verán a Dios -. Este corazón que fue víctima de expiación… este corazón más elevado que el cielo, más brillante que el rayo solar, más ardiente que el fuego, más fuerte que el diamante, un corazón que hace refluir corrientes…; donde está la fuente que inunda e irriga, no la faz de la tierra, sino las almas de los hombres; de donde nacen no sólo ríos, sino también fuentes de lágrimas día y noche; este corazón… que vivía una vida nueva, ya no la nuestra, porque él mismo dijo. No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí.’ (Gal. 2,20)
Así el corazón de Cristo era el corazón de Pablo; una tablilla del Espíritu Santo; un libro sobre la gracia… ; un corazón que amó a Cristo como ningún otro lo amó. (Homilía sobre la epístola a los Romanos,32,3; PG 60,679-680)
El gran doctor del corazón fue San Agustín. Como para los autores bíblicos, el corazón, para San Agustín, no es una facultad distinta, sino que es el centro más profundo de la persona, la fuente y el término del conocimiento sensorial, en la cual las facultades espirituales todavía están unidas. Le gusta hablar de penetración mutua de la memoria, del conocimiento y del amor, que hacen del corazón la imagen de la Santísima Trinidad; una imagen deformada por el pecado y reformada por Cristo en el bautismo. Por experiencia personal, San Agustín sabe hablar profundamente de la conversión del corazón, de la purificación del corazón, de la custodia del corazón, de la ansiedad del corazón, de la iluminación del corazón. Aquí citaré sólo un texto sobre la vuelta al corazón:
‘Volved, rebeldes, al corazón.’ (Is. 46,8)
Volved al corazón! ¿Por qué escapas de ti mismo y te pierdes fuera de ti mismo? ¿Por qué entras en caminos desiertos? iVas vagando, vuelve! ¿Dónde? Al Señor. Esto es demasiado rápido; primero vuelve a tu corazón. Desterrado de ti mismo vas vagando fuera de ti; no te conoces a ti mismo, iy quieres conocer a quien te ha hecho! Vuelve, vuelve al corazón; apártate del cuerpo. El cuerpo es tu residencia; el corazón percibe también por medio de tu cuerpo, pero el cuerpo no percibe lo que el corazón percibe. Apártate también del cuerpo, vuelve al corazón. En el cuerpo hallaste en una parte los ojos, en otra, las orejas; ¿Los hallas también en el corazón? ¿O no tienes orejas en el corazón? Pero, en este caso, ¿por qué el Señor dice: ‘El que tiene orejas, oiga?’ ¿O no tienes ojos en el corazón? ¿No dice el apóstol:
‘Ilumine los ojos de vuestro corazón’? (Ef. 1,18). Vuelve al corazón; ve allí lo que puedes aprender sobre Dios, porque la imagen de Dios está allá. En el hombre interior reside Cristo; en el hombre interior te renuevas según la imagen de Dios; en su imagen conoce su Hacedor. Ve como todos los sentidos del cuerpo avisan al corazón interiormente lo que han percibido exteriormente; ve cuántos siervos tiene este emperador interior, y qué puede hacer también sin sus siervos. Los ojos avisan al corazón de lo blanco y de lo negro; las orejas avisan al corazón de sonidos melódicos y disonantes… el mismo corazón avisa a sí mismo de lo justo y de lo injusto. El corazón tanto ve como siente, y juzga los otros objetos sensibles; y lo que los otros sentidos del cuerpo no pueden hacer, él discierne lo justo y lo injusto, el bien y el mal. (Tract. in Ioh. XVII; Corpus Chrístianorum 36, p. 186; traducción personal).
Cuando volvemos al corazón, podemos aprender a escuchar y a ver con el corazón. San Agustín nos recomienda a veces purificar los ojos del corazón por la fe, de manera que podríamos ver lo que creemos. La vuelta al corazón es el primer paso en la vuelta a Dios para quien nuestro corazón se hizo:
«Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. ,, (Conf. I , 1,1)
Los monjes también, como Casiano y San Benedicto, a menudo hablan del corazón, especialmente de la purificación del corazón y de la ‘compunctio’ del corazón, para que nos apartemos del egoísmo y del pecado, y para que nuestro corazón se llene con el amor y la contemplación. Importante es un texto de San Gregorio Magno, un monje que fue Papa. Acentúa no sólo el amor de Dios, sino también el amor de nuestros vecinos, y supo por experiencia cuán exigente puede ser la vida activa. Muestra un camino para permanecer en contacto con el Señor en una vida activa:
Las almas santas que se ven obligadas, a causa de su oficio, a ocuparse de cosas exteriores, siempre buscan un refugio en lo secreto de sus corazones; allá alcanzan la cima de su reflexión interior, y perciben la ley como en la cima de un monte. Apartando el tumulto de la actividad temporal por un momento, meditan la voluntad de Dios, en esta cima de contemplación.
(Mor. 23,38; PL 76, 273-274)
La teología de los Padres sobre el Corazón de Cristo a veces se cualifica como ‘objetiva’. Cuando presentan el Corazón de Jesús como la fuente de agua viva, de los sacramentos, de la Iglesia, hay una buena razón para usar esta terminología. Pero, no se puede decir que jamás hablan del corazón de Cristo de una manera ‘subjetiva’; hablan de la sabiduría y de las actitudes del Corazón de Cristo. En su estudio patrístico «Devotion to the Sacred Heart in the Fathers of the Church»6, Philip Mulhern O. P. presente una sección sobre los sentimientos del corazón de Cristo, en la cual cita unos textos patrísticos sobre las actitudes y sentimientos de Jesús, explícitamente relacionados a su corazón: su mansedumbre y humildad, su dolor y su alegría. Dos ejemplos:
Jamás Cristo puso tristes a los débiles; jamás mostró dureza, aún a los presumidos y los orgullosos… Su corazón se mostró siempre lleno de suavidad y de humildad hacia todos, sin excepción. <Eusebio de Cesarea, Comment. in Isaiah XLII, PG 25, 385 D)
San Agustín pone estas palabras en los labios de Jesús en su Pasión:
‘Listo está mi corazón, Señor, listo está mi corazón.’
¿Qué han hecho para mí? Han cavado un foso para mí. Aún cuando prepararon agujeros para mis pies, ¿habría podido hacer sino preparar mi corazón para la aceptación?… ¿Habría podido mi corazón hacer otra cosa que prepararse para sufrir? (Comment. in Psalmis, LXI 8, PL 36,671)
Cuando los Padres hablan del corazón humano en general, claramente presentan una teología ‘subjetiva’, porque a menudo describen el corazón como la fuente de la vida moral y espiritual. Cabe preguntar si relacionan su teología del corazón de Cristo con su teología de nuestro corazón7. Ciertamente esta conexión no se hizo tan frecuentemente como en el medioevo, pero hay ejemplos. Nosotros solemos orar: «Haz nuestros corazones semejantes al tuyo.» Pero, cuando San Juan Crisóstomo dice que «El corazón de Cristo fue el corazón de Pablo», ciertamente ya hace una conexión. Y San Agustín:
Contempla las heridas de Cristo en la Cruz, y la sangre que derramó en su muerte, el precio que pagó para tu rescate. Bajó la cabeza para besarte, su corazón abierto para darte un refugio, sus brazos extendidos para abrazarte, todo su cuerpo expuesto para tu rescate. Piensa en la grandeza de estos misterios. Ponlos en la balanza de tu propio corazón y deja entrar allí’ al que fue crucificado para ti. (De Virginítate, PL 40, 397)
.
Art. 2. El Medioevo: devoción privada al Sagrado Corazón
.
El período de transición, 1100-1250
No hubo un descubrimiento repentino del Sagrado Corazón en el medioevo, sino una transición gradual e inconsciente de la teología principalmente objetiva de los Padres hacia una devoción calurosa y subjetiva al Corazón herido de Jesús y a sus disposiciones personales. Lo que resultó fue una fecunda síntesis de los aspectos objetivos y subjetivos: los tesoros de salvación del traspasado Corazón del Crucificado se vieron como los regalos del amor personal del Redentor.
El primer nombre que es digno de ser mencionado es San Anselmo de Canterbury (+1109), no como el padre del escolasticismo, sino como el místico, que sintetizó las dos significaciones bíblicas del Sagrado Corazón:
La abertura del costado de Cristo nos reveló las riquezas de su bondad, es decir, la caridad de su Corazón hacia nosotros. (Medit. PL 68,761)
A su lado se halla San Bernardo de Claravalle (1090-1153:
El acero ha entrado en su alma. Llegó a su Corazón, así que de aquí en adelante puede llevar nuestra debilidad. Por la herida del cuerpo se descubre el secreto del Corazón, por ella aparece ese gran sacramento de su bondad, las entrañas de misericordia de nuestro Dios… ¿Quién puede ver otra cosa en estas heridas? ¿Cómo, oh Señor, podríamos ver más claramente que por tus heridas, estás lleno de bondad y suavidad, abundante de misericordia? (Sermo in Canticum Canticorum LXI, 34; PL 182, 1071-72)
La influencia de esos dos teólogos se extendió a otros muchos, especialmente a los Victorinos, como Hugo y Ricardo de San Víctor. A este período pertenece también el himno
verdaderamente clásico al Sagrado Corazón, «Summi Regis Cor, aveto,» escrito por San Herman Joseph, Premonstratense de Steinfeld en el Eifel. Este himno no sólo junta la imagen del Corazón herido de Jesús y su Corazón en el sentido bíblico profundo, herido por sufrimientos de amor, sino pasa también a menudo del Corazón de Jesús a nuestros corazones.
Corresponde a ese himno clásico la primera visión registrada del Sagrado Corazón en el medioevo, la que fue recibida por Santa Lutgarda de Brabante en Bélgica (1182-1246). Aunque inculta recibió el regalo de la comprensión de los Salmos latinos. Pero cuando se preguntó cuál fue la utilidad de ese regalo, nuestro Señor le preguntó:
-¿Después, qué quieres? Ella contestó:
-Lo que quiero es vuestro Corazón. Dijo Jesús:
-Y yo quiero aún más poseer el tuyo. Y se hizo el cambio de corazones.
Cuando los autores de este período hablan del corazón humano, en general usan el término en el mismo sentido que los Padres, es decir, en el sentido bíblico profundo. La vida espiritual en general se hizo más afectiva, y la devoción a la sagrada humanidad de Cristo se desarrolló. Este es el período en el cual San Francisco de Asís introdujo el Belén. San Anselmo y San Bernardo hablan de la custodia del corazón; los Victorinos de la purificación del corazón. Un ejemplo de Hugo de San Víctor (1100-1141>):
Nuestro corazón carnal… es como madera verde, todavía no secada de la humanidad de la concupiscencia carnal; cuando recibe una chispa del temor de Dios o del amor divino, inmediatamente asciende el humo de los deseos malos y de las pasiones rebeldes. Después, el alma se hace más fuerte, la llama del amor se hace más ardiente y más clara, y pronto el humo de las pasiones desaparece, y el espíritu asciende a la contemplación de la verdad con una mente pura. Cuando, finalmente, por esa contemplación asidua, el corazón se ha llenado de verdad y, con todo ardor, ha ganado la misma fuente de verdad suprema, se ha inflamado por eso y se ha transformado en un fuego de amor divino, ya no siente ni disturbio ni agitación. Ha hallado tranquilidad y paz. (In Ecclesiasten Hom. 1, PL 175, 117-118>)
.
El período de los grandes místicos, 1250-1350
En el siglo 12, los teólogos transmitieron la tradición de la teología del Corazón de Cristo; en los siglos 13 y 14, esta planta se volvió un árbol. Ese desarrollo fue preparado por una grande devoción a la Pasión de Jesús, por un amor especial de San Juan Apóstol, y por el gran número de comentarios del Cantar de los Cantares. La fuerza motriz de este desarrollo fueron los Franciscanos, las religiosas de Helfta, y los Dominicos.
.
Los Franciscanos
En el medioevo temprano, los Benedictinos y los Cistercienses desempeñaron el papel más importante en el desarrollo de la devoción; ahora los frailes se hacen importantes. En la historia de San Francisco de Asís se relata que recibió del Crucifijo de San Damiano la comisión de restaurar la casa de Dios; después el texto continúa: «Desde aquella hora su corazón fue herido y se fundió en la memoria de la pasión del Señor.» La herida del Corazón físico, se dice a menudo en el medioevo, revela la herida de su amor. La pasión del Corazón de Jesús en el sentido profundo conmovió el corazón de Francisco, que recibió las estigmas en 1224. Conforme a la espiritualidad de su fundador, los primeros Franciscanos tuvieron una gran devoción a las cinco heridas de Cristo, especialmente a la herida de su Costado.
Eso es muy claro en San Buenaventura (1217-1274>, que, en su devoción profunda de la Pasión, se hizo, aún para nuestros días, un heraldo del misterio del Sagrado Corazón. Su Itinerarium Mentis in Deum,verdaderamente una ‘Guía del corazón del Peregrino en su itinerario hacia Dios’, muestra cómo la única vía al Padre es un amor ardiente del crucificado, y este amor se perfecciona en una comunión sincera de corazones. Muchos textos de sus obras, especialmente su librito Lignum Vitae, predican el misterio del Sagrado Corazón. En su Vitis Mystica se lee:
El Corazón de nuestro Señor fue traspasado por una lanza para que por la herida visible veamos la invisible herida de amor. La herida exterior del Corazón muestra la herida de amor de su alma.
El Corazón físico de Jesús y su Corazón en el sentido bíblico profundo se unen. El corazón herido se hace el símbolo del amor herido de Jesús. Se vuelve a sentir este espíritu franciscano en la piedad de Santa Ángela de Foligno (1248-1309> y en el afán de Santa Margarita de Cortona (1247-1297> de vivir profundamente en el Corazón de Cristo.
.
Las religiosas de Helfta
Bajo la dirección de la abadesa Gertrudis de Hackeborn, hermana de Santa Matilde de Hackeborn, el monasterio de las Cistercienses de Helfta en Sajonia logró el nivel más alto de cultura femenina conocida en el medioevo. Se hizo también un centro de noble aspiración a la santidad y a la oración. Entre las muchas mujeres notables de este convento, tres merecen mención especial.
Matilde de Magdeburgo (+1285> entró en el monasterio de Helfta tarde en su vida, después de haber vivido como Beguina en Magdeburgo. Por mandato de su confesor, escribió sus revelaciones en un libro La Luz fluida de la Divinidad en el alma, que relata su intimidad con el Señor en el ministerio de su Corazón. Una citación:
El Hijo de Dios apareció delante de mí, y en sus manos tuve su Corazón. Era más brillante que el sol, y difundió rayos luminosos de luz por todos lados. Entonces, mi Maestro amado me hizo comprender que todas las gracias que Dios de continuo derrama sobre la humanidad, fluyen de este mismo Corazón. (citado en Aumann, Devotion p. 61)
En el Sagrado Corazón, Matilde ve sobre todo la vida interior del Señor, ardiente de amor, al cual los hombres responden con insultos. Entrando en Helfta en 1270, halló dos monjas jóvenes que llegaron a ser muy importantes en la historia de la devoción: Santa Matilde de Hackeborn y Santa Gertrudis la Grande.
Santa Matilde de Hackeborn (1241-1298>, noble de nacimiento y artística de temperamento, había recibido una educación esmerada y la encargaron de las niñas que se educaban en el convento. Nuestro Señor la colmó de sus gracias, pero por muchos años las tuvo secretas. Sus únicas confidentes eran Santa Gertrudis y otra hermana. Por mandato de su nueva abadesa, estas dos escribieron una relación de las experiencias espirituales de Matilde, sin saberlo ella hasta el final, y así resultó el Liber Specialis Gratiae.
Para Matilde, Cristo no es tanto el Hombre de Dolores, sino el Señor glorificado, subido al trono en la gloria del cielo. Aunque sufrió mucho, halló un refugio y paz en el Corazón del Señor glorificado. Una citación del primer capítulo del Libro de la Gracia Especial:
El Señor abrió la herida de su dulce Corazón y dijo: ‘He aquí la grandeza de mi amor’… Unió su dulce Corazón con el corazón del alma, y le dio todas las prácticas de contemplación, devoción y amor, y la hizo rica en todo bien… Después de la Santa Comunión anhelaba sólo la alabanza de Dios. Entonces el Señor le dio su Corazón divino en la forma de un ornamento de oro ricamente decorado, y le dijo: ‘Por mi Corazón divino siempre me alabarás.’
En el período patrístico, pocos textos sobre el corazón humano se relacionan explícitamente al Corazón de Cristo; pero en el medioevo las dos tradiciones se unen íntimamente. Los místicos abren su corazón para el Señor como el Señor abre el suyo para ellos. No he hallado textos de este período que refieren esta experiencia a la promesa de Jeremías y de Ezequiel acerca del corazón nuevo.
Santa Matilde legó también una colección de oraciones. En toda su vida, esas fueron las favoritas de San Pedro Canisio, que copió algunas en un librito que siempre llevó consigo, hasta en su lecho de muerte.
Santa Gertrudis la Grande (1256-1302>, que entró en Helfta a los cinco años y allí creció, primero como estudiante y después como monja, resultó la más grande de esas mujeres grandes del convento. Su vida interior fue caracterizada por una abundancia de las gracias más sublimes de oración. Los tratados que escribió en alemán se han perdido, pero todavía tenemos sus dos obras latinas, El Heraldo de la Divina Piedad, y Los Ejercicios de Piedad. Más tarde, esas obras fueron muy divulgadas, y ejercieron una influencia profunda. Su devoción al Sagrado Corazón está caracterizada por amor, confianza, y santa alegría, todo ello penetrado del espíritu de la liturgia. El Corazón de Jesús siempre fue para ella una escuela de virtud y una fuente de gracia. El espíritu de su devoción difiere mucho del de Santa Margarita María. Una de sus oraciones nos recuerda San Francisco de Asís:
Oh amantísimo Jesús, por su Corazón traspasado de oro, hiere mi corazón con esa flecha de amor, así que nada de esta tierra quede en eso, sino que se llene sólo con tu amor ardiente por siempre. (citado en Richstätter, o.c. p. 105)
.
Los Dominicos
Los Dominicos hicieron muchísimo para propagar el culto del Sagrado Corazón en el medioevo, especialmente en Alemania, donde tuvieron 40 monasterios de hombres y más de 70 conventos de Dominicas. Del misticismo de la Pasión, combinado con una devoción profunda de la Eucaristía, los Dominicos formaron toda una doctrina ascética centrada en el misterio del Sagrado Corazón.
Empezaremos con San Alberto Magno (1193-1280). En sus escritos encontramos a San Juan Apóstol que había bebido los tesoros de sabiduría divina del Corazón de nuestro Señor. Alberto vuelve muchas veces sobre la idea patrística del nacimiento de la Iglesia del Corazón abierto.
Importantes también fueron los místicos renanos, especialmente Maestro Eckhart, Juan Tauler y Enrique Suso. Maestro Eckhart <+1372) es el primer autor que habla del Sagrado Corazón presente en la Eucaristía. En sus instrucciones sobre la Santa Comunión dice:
Tenemos que transformarnos en Jesús y completamente unirnos con El, así que todo lo suyo sea nuestro, y todo lo nuestro sea suyo, nuestro corazón y el suyo, un solo corazón.
Eckhart usó el símbolo del fuego para describir el amor de Jesús para con los hombres, lo que nos recuerda las visiones de Santa Margarita María:
En la cruz, su Corazón fue como fuego y un horno de donde surgen llamas por todos lados. Fue completamente consumido por el fuego de su amor para todo el mundo. Por eso atrajo a sí mismo todo el mundo por el calor de su amor. (Rchstátter o.c. p. 123)
Juan Tauler <+1361) fue un discípulo de Eckhart y fue uno de los más grandes místicos del mundo. Sobrepasa a su maestro en referencias al Sagrado Corazón, y tuvo gran influencia. Una sola citación:
¿Qué más pudo hacer para nosotros que no ha hecho? Abrió su mismo Corazón para nosotros, como el cuarto más secreto donde conduce nuestra alma, su novia elegida. Porque es su gozo estar con nosotros en silencio y paz, para reposarse allí con nosotros… Nos dio su Corazón herido para que residiéramos allí, completamente purificados y sin mancha, hasta que seamos semejantes a su Corazón, hechos capaces y dignos para ser conducidos con El en el Corazón divino de su Padre… Nos da su Corazón completamente, para que sea nuestra habitación. Por eso desea nuestro corazón en cambio, para que sea su habitación. (Richstäter, o.c. p. 131-132>
El beato Enrique Suso (+1366) también fue un discípulo de Eckhart. Su espiritualidad se concentra en la Pasión de Cristo en la cual participó por austeridades nada comunes. Pero, su amor del Señor, inflamado por su Sagrado Corazón, fue tierno:
Ah, Sabiduría eterna, mi corazón te recuerda cómo, después de la última cena, fuiste al monte y fuiste cubierto de sudor sangriento a causa de la ansiedad de tu amantísimo Corazón… Oh Señor, tu Corazón soportó todo con amor tierno. Oh Señor, tu Corazón, ardiente de amor, debe inflamar el mío con amor. (citado en Aumann, Devotion p. 82>
Después, deberíamos hablar de Santa Catalina de Siena <+1380), doctor de la Iglesia, eminente por su devoción al Sagrado Corazón. Fue terciaria dominica. Cuando meditaba sobre las palabras: «Crea en mí, oh Dios, un puro corazón, un espíritu firme dentro de mí renueva» (Sal. 51,12), el Señor respondió apareciendo a ella y, abriendo su lado izquierdo, le tomó su corazón. Unos días más tarde, le dio un nuevo corazón diciendo:
Ves, querida hija, hace unos días tomé tu corazón; ahora, de la misma manera, te doy mi propio corazón. En el futuro, es por éste que debes vivir.11
Esto, ciertamente, fue una manera privilegiada de experimentar el cumplimiento de la promesa del nuevo corazón. Lo que los místicos han experimentado de una manera mística, Dios lo quiere hacer gradualmente con nosotros todos. Nuestros corazones tienen que renovarse por el Corazón de Cristo. En este periodo se hallan pocas referencias al Espíritu Santo; el Sagrado Corazón se ve como la fuente ‘de gracia’. Cuando comprendemos que el regalo del Corazón de Cristo es el Espíritu Santo, resulta más claro que el Sagrado Corazón es la fuente de la renovación de toda la humanidad y del mundo.
.
Expansión entre los laicos, 1350-1700
El período de oro del misticismo medieval fue seguido por un tiempo de decadencia, el siglo 14. Pero, gradualmente, el movimiento recibió nueva vida, estimulado esta vez por los cartujos. Ludolfo de Sajonia (1300-1378), dominico hasta 1330, año en que entró en la cartuja de Estrasburgo, escribió la famosísima Vita Christi, que resume toda la espiritualidad de la Edad Media, y que fue uno de los dos libros que contribuyeron a la conversión de San Ignacio en su lecho de enfermo. Dionisio Rijckel (‘el Cartujo’, 1402-1472), fue inferior sólo a San Alberto Magno entre los teólogos alemanes. Como maestro de novicios les mostró continuamente el camino hacia el Corazón de Jesús. Una citación característica de este período:
Con humildad y fervor pido, ábreme la puerta de tu misericordia, y déjame penetrar en la abertura larga de tu costado adorable y sacro, aún hasta el interior de tu Corazón infinitamente amante, de modo que mi corazón se una con tu Corazón por un vínculo indisoluble de amor. (de un libro por un Cartujo ignoto, impreso en Nüremberg en 1480>.
En el siglo 16, Colonia se hizo el centro de la vida devocional en Alemania. Fue allí donde Justo Landsberger <‘Lansperjio’, 1489-1539> escribió el libro Pharetra Divini Amoris, en el cual trata ampliamente de la devoción del Sagrado Corazón. Gracias a él, que las editó, las revelaciones de Santa Gertrudis fueron conocidas y se extendieron por toda Europa. Por los Cartujos de Colonia fue como San Pedro Canisio, doctor de la Iglesia, se inició en la devoción.
Sigue el tiempo de San Francisco de Sales y de Santa Juana Francisca de Chantal <1572-1641>, fundadores de la Visitación; y otros muchos. Ha de notarse que, aún antes del tiempo de Santa Margarita María, la reciente Sociedad de Jesús contribuyó mucho a la extensión de esta devoción. El más importante entre ellos fue San Pedro Canisio, pero hay otros muchos, por ejemplo Diego Álvarez de Paz S. J., que llegó a Lima en 1585. Después de cuatro años fue a Quito en el Ecuador, donde quedó doce años y escribió su obra monumental La Vida Espiritual y su Perfección. Se publicó en tres tomos en París el año 1608. Se trata del primer gran tratado teológico escrito en las Américas, donde ya constan preciosas reflexiones sobre el Corazón de Jesús. En Quito, Padre Diego empezó un movimiento de espiritualidad caracterizado por una vigorosa devoción del Sagrado Corazón, y ese movimiento se volvió una verdadera escuela, con muchos ilustres representantes. Padre Juan Díaz Camacho de Sierra, que llegó a Quito el año 1623; el padre José María Maugeri, el primer gran apóstol de esa devoción en América latina, y Santa Mariana de Jesús Paredes y Flores, nacida en Quito en 1618, y canonizada en 1950, son unos ejemplos12.
El misticismo medieval del Sagrado Corazón se expresó en oraciones, poesía, himnos y autos sacramentales. Con esa creciente publicidad están relacionados también los orígenes de un culto litúrgico: la fiesta de la Sagrada Lanza, instituida por el Papa Inocencio VI en 1353; la fiesta de las cinco Llagas, celebrada en los monasterios de los dominicos en Alemania, ya en el medioevo. La escena estaba preparada para la santa de Paray-le-Monial, que tuvo que promover el movimiento para la celebración litúrgica de este misterio en la Iglesia universal.
.
Art. 3. El período de Santa Margarita María, 1672-1941
La devoción al Sagrado Corazón como nosotros la hemos practicado durante la primera mitad del siglo 20, y como fue practicada en la Iglesia universal por tres siglos, estaba relacionada con la gran discípula del Sagrado Corazón, Santa Margarita María Alacoque. Su súplica para una fiesta del Sagrado Corazón indujo a un estudio más profundo de la naturaleza de esta devoción, a documentos oficiales del magisterio y, finalmente, a una fiesta y una Misa prescrita para la Iglesia universal.
El título ‘período de Santa Margarita Maria’ es una generalización; pero pienso que es justificado a causa de la influencia extraordinaria de la santa en este largo período. La devoción al Sagrado Corazón en este período estaba centrada, no en Margarita María, sino en Jesús como visto por la santa. Había excepciones; Richstätter, por ejemplo, centró su atención en la Edad Media. Pero, las palabras de Cristo dirigidas a la santa de Paray: «He aquí este Corazón…» resonaron en la Iglesia universal, y recibieron una respuesta imponente. Conmovieron el corazón de tantos cristianos, y hasta los documentos del magisterio, aún no basados en sus visiones, respondieron a lo que el Señor pide de ella y por ella 13
Visto que la bibliografía de este período es enorme14, me limitaré a un resumen de las contribuciones más importantes. Como introducción quiero tratar brevemente la Escuela Francesa de espiritualidad, aunque, en tiempo, parcialmente coincide con el período precedente.
.
La Escuela Francesa
El nombre ‘la Escuela Francesa’ se encuentra con frecuencia para indicar un movimiento de espiritualidad que tuvo su origen en la espiritualidad del Cardenal de Bérulle (1575-1629>. Una característica de su doctrina es su visión de los ‘estados interiores’ <‘les états’) de Jesús, que constituyen el fondo de su alma. Aunque no usó el término ‘corazón’ con frecuencia, estaba de hecho interesado en lo que en la lengua bíblica se llama ‘el corazón’, y que algunos de sus discípulos después llamaron ‘el interior de Jesús’ (Olier), o ‘su corazón espiritual’ (Eudes).
Para comprender lo que de Bérulle entiende con ‘los esta-dos’, es útil considerar cómo se relacionan con los misterios de la vida de Jesús. Los misterios de la vida de Jesús, dice Bérulle, son pasados en algunos aspectos, pero permanecen y son presentes en otros. Son pasados como eventos históricos; la encarnación, el bautismo de Jesús, la crucifixión, ocurrieron en el pasado. Pero esos misterios son eternos en su valor. El espíritu en el cual se operaron, las disposiciones de Jesús, la eficacia de esos misterios, permanecen actuales y presentes. A nuestro corazón se le llama a que ‘adhiera’ a esos estados interiores de Jesús, es decir, tenemos que entrar en ellos.
Otra característica del Berulianismo es el énfasis en la virtud de religión: la adoración de la divina Majestad. En la eucaristía podemos ‘adherir’ a la actitud sacerdotal de Jesús. Con Jesús tenemos que aprender a ofrecer y a decir: «Heme aquí que vengo… a hacer, oh Dios, tu voluntad.»
De Bérulle fundó el Oratorio, y fue principalmente por los miembros de esta fundación que tuvo una influencia profunda y amplia: Charles de Condren (1588-1641>; Francois Bourgoing <1585-1662), y dos miembros que después fundaron otros institutos: Jean-Jacques Olier (1608-1657) y San Juan Eudes (1601-1680).
Jean-Jacques Olier fundó los Sulpicianos, que han formado tantos sacerdotes en sus seminarios. Desarrolló la espiritualidad sacerdotal de Bérulle, pero quedó fiel a la doctrina de la adherencia a la interioridad de Jesús.
El estudio de la Escuela Francesa es importante para comprender la naturaleza de la devoción al Sagrado Corazón. Al fondo de San Juan Eudes, de Santa Margarita María y de tan-tos fundadores de nuevas congregaciones, está la Escuela Francesa, con su interés en la interioridad de Jesús, en sus actividades. Eso se olvidó a menudo, cuando el corazón físico de Jesús empezó a acentuarse.
.
San Juan Eudes, 1601-1680
Juan Eudes entró en el Oratorio del Cardenal de Bérulle en 1623. Conoció a de Bérulle y a Condren personalmente y los admiró mucho. Fue ordenado sacerdote en 1625, y Comenzó su apostolado como predicador de misiones rurales. Su primer libro, La Vie et le Royaume de Jésus <1623), fue escrito en el espíritu de Bérulle. En 1643 dejó el Oratorio y fundó la Congregación de Jesús y María, una Congregación de sacerdotes dedicados al Sagrado Corazón de Jesús y al Corazón de María. Pocos años antes, en 1741, ya había fundado una Congregación de Hermanas, Las Religiosas de Nuestra Señora de Caridad.
Por lo menos desde 1646 introdujo en sus congregaciones la fiesta del Corazón de María. El texto de la Misa y del Oficio habla también del Corazón de Jesús. Acentuó que los Corazones de Jesús y de María son uno. Durante los ocho últimos años de su vida, comenzó a pensar más explícitamente en el Sagrado Corazón de Jesús. En 1672 obtuvo la aprobación de unos diez obispos para una fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, y él mismo compuso el texto de la Misa. Esto era realmente una cosa novedosa. Pío X le llamó: «Padre, Doctor y Apóstol» del culto litúrgico del Sagrado Corazón.
En 1680 acabó su libro Du Coeur Admirable de la Très Sacrée Mére de D¡eu, su testamento espiritual, porque murió en ese mismo año. El libro apareció en 1681; su ‘libro’ 12 era dedicado al estudio del Corazón divino de Jesús. San Juan Eudes distingue tres Corazones en Jesús: su Corazón divino, su Corazón espiritual, y su Corazón corpóreo:
En nuestro Salvador hemos de adorar tres Corazones que, sin embargo, son solamente un solo Corazón por causa de la unión hipostática. El primero es su Corazón divino, existiendo desde toda la eternidad en el seno de su Padre adorable, que es solamente un Corazón y un amor con el amor y el Corazón de su Padre y que, con el amor y el Corazón de su Padre es la fuente del Espíritu Santo. Por eso, cuando nos dio su Corazón a nosotros, nos dio también el Corazón de su Padre y de su Espíritu adorable… El segundo Corazón de Jesús es su Corazón espiritual, que es la voluntad de su alma santa, una facultad puramente espiritual, cuya función es amar lo que es amable y odiar lo que es odioso…
El tercer Corazón de Jesús es el Sagrado Corazón de su cuerpo deificado un foco de amor divino y de amor incomparable para con nosotros. Su amor es tan intenso que compele al Hijo de Dios a llevarnos siempre en su Corazón; a fijar sus ojos hasta en nosotros; a interesarse por los asuntos más pequeños que nos atañen, tan vivamente y tan de veras que cuenta hasta todos los cabellos de nuestra cabeza.»15
La doctrina de San Juan Eudes es un poco complicada por causa de su distinción de los tres Corazones. De Bérulle acentuó las disposiciones interiores de Jesús; eso se vuelve ‘el Corazón espiritual’ en Eudes. Añadió el Corazón corpóreo, pero no le presenta como símbolo; dice que los tres Corazones de Jesús son uno. Este libro tuvo que esperar hasta 1834 para su segunda edición.
.
Santa Margarita María Alacoque, 1647-1690
Aunque Margarita María perteneció a una familia modera-mente rica, después de la muerte de su padre, cuando era todavía una niña, ella y su madre sufrían mucho por el temperamento autoritario de su tío en la casa. En su autobiografía, escribió de este período de su juventud:
Después de todos estos hechos pasaba las noches, como había pasado los días, – llorando delante de mi crucifijo. Allá, aunque yo no lo entendí en aquel tiempo, nuestro Señor me explicó que su intención era el dominio indisputable de mi corazón, y que mi vida terrestre ser <a una vida de sufrimientos como la suya. El sería mi Maestro precisamente por eso: para hacerme consciente de su presencia, de modo que yo me comportase como él, durante sus atroces sufrimientos que – como me mostró – él había soportado por amor de mí. (El efecto en mi alma fue tan profundo, que no deseaba que cesaran mis sufrimientos, ni siquiera por un instante). Después, no me abandonó jamás, y siempre lo vi crucificado o llevando la cruz. En la compasión y el amor que llenaban mi corazón, todos mis sufrimientos me parecieron ligeros. Además, quise imitar a Jesús en sus sufrimientos.16
En 1671, cuando tuvo casi 20 años, entró en la orden de la Visitación en Paray-le-Monial. Su noviciado fue un tiempo rico en gracia. Hizo su estancia en el Sagrado Corazón, y Jesús le hacía entender perfectamente que fue un Corazón herido en el que vivió. Cuatro días antes de su primera profesión, nuestro Señor le dijo: «Recuerda que aquel con quien tú te casarás es un Dios crucificado. Por eso debes conformarte a El, y decir adiós a todos los divertimientos de la vida, porque no tendrás ninguno que no esté marcado con la cruz.» <Vie et Oeuvres t. l p. 67). Tenía una sed extraordinaria de sufrir por nuestro Señor, y el Señor le mand6 muchos sufrimientos de todas clases, tanto corpóreos como espirituales.
Poco después de su primera profesión empezaron las grandes visiones, en las cuales Nuestro Señor le reveló los servicios que ella hubiera de rendir al culto del Sagrado Corazón. La primera gran visión ocurrió en la fiesta de San Juan Apóstol, el 27 de diciembre de 1673:
Me dijo: «Mi divino Corazón tiene tal pasión de amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo contener en él las llamas de su ardiente caridad, es preciso que las difunda por tu medio, y que se manifieste a ellos para enriquecerlos con sus preciosos tesoros que yo te descubro y que contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para apartarlos del abismo de perdición, y yo te he escogido como un abismo de indignidad y de ignorancia para el cumplimiento de este gran plan, a fin de que todo sea hecho por mí.» Después El me pidió mi corazón, y yo le supliqué que lo tomase, lo que El hizo, y le metió en el suyo adorable, en el cual El me lo hizo ver como pequeño átomo que se consumía en este ardiente horno. Retirándole de allí como una llama ardiente en forma de corazón, lo volvió a poner en el sitio de donde lo había tomado, diciéndome: «He aquí, muy amada, una preciosa prenda de mi amor, el cual encierra en tu costado una pequeña chispa de sus llamas más vivas para servirte de corazón y consumirte hasta el último momento… Y en señal que la gracia que te acabo de hacer no es una imaginación, y que es el fundamento de todas las que todavía he de hacerte, aunque he cerrado la llaga de tu costado, el dolor te quedará siempre, y si hasta ahora no has tomado más que el nombre de mi esclava, Yo te doy el de discípula muy amada de mi Corazón.» (citado en J. Stierli, Heart of The Saviour pp. 115-116)
La segunda visión importante fue probablemente uno de los primeros viernes de mes de 1674:
Este divino corazón me fue presentado en un trono de llamas, más brillante que el sol y transparente como cristal, con la llaga adorable, y rodeado con una corona de espinas que significaba las punzadas que le hacían nuestros pecados, y una cruz encima significaba que desde los primeros instantes de su En-carnación, es decir, desde que este Sagrado Corazón fue formado, la cruz fue plantada en El, y fue colmado, desde los primeros instantes, de todas las amarguras que le debían causar las humillaciones, pobreza, dolor y desprecio que la sagrada humanidad debía sufrir durante todo el curso de su vida y en su sagrada pasión. Me hizo ver que el ardiente deseo que tenía de ser amado por los hombres y de apartarlos del camino de perdición por donde Satanás los precipitaba en tropel, le había hecho concebir el plan de manifestar su Corazón a los hombres con todos los tesoros de amor, de misericordia, de gracias, de santificación y de salud que tenía, y todos aquellos que quisiesen rendirle y procurarle todo el amor, el honor y la gloria que pudiesen, los enriquecería con la abundancia y profusión de los divinos tesoros del Corazón de Dios, el cual es su fuente, y a quien es preciso honrar bajo la figura del corazón de carne, cuya imagen quería que yo expusiera y llevase sobre mi corazón para imprimir en él su amor y colmarlo de todos los dones de que El está lleno, y para destruir todos sus movimientos desordenados, y que en todas partes donde esta santa imagen fuese expuesta para ser venerada, derramaría sus gracias y sus bendiciones, y que esta devoción era como un último esfuerzo de su amor que quería favorecer a los hombres en estos últimos tiempos, con esta redención amorosa para apartarlos del imperio de Satanás, que pretende destruir para someternos a la dulce libertad del imperio de su amor, el cual quiere establecer en el corazón de todos los que quieran abrazar esta devoción. (Stierli, o.c.pp. 116-117)
La Santa continúa con la relación de la tercera visión, que ocurrió también en 1674, estando ella ante el Santísimo expuesto. El Señor le descubre su Corazón, las maravillas inexplicables de su amor y hasta qué excesos le había llevado su amor para con los hombres, de quienes no recibía sino ingratitudes:
Lo cual siento más que todo lo que sufrí en la Pasión; tanto que si correspondiesen a mi amor, estimaría en poco todo lo que he hecho por ellos y querría, si fuese posible, hacer aún más, pero ellos sólo corresponden con frialdad y menosprecio a todos mis esfuerzos para favorecerlos. Pero tú, al menos, dame el placer de suplir a su ingratitud cuanto puedas ser capaz… En primer lugar, me recibirás en el Santísimo Sacramento siempre que la obediencia te lo permita; las mortificaciones y humillaciones que esto traiga consigo las debes recibir como prendas de mi amor. Comulgarás además todos los primeros viernes de mes, y todas las noches del jueves al viernes te haré participar de la mortal tristeza que quise sentir en el Huerto de los Olivos; esta tristeza te reducirá, sin que puedas comprenderlo a una especie de agonía más penosa de soportar que la muerte. (Stierli, o. c. pp. 117-118>
La nueva superiora de Paray-le-Monial, la madre Saumaise, a la que Margarita abrió su alma lo mejor posible, creyó en el carácter sobrenatural de estas visiones. Sin embargo, pensó oportuno hacerlas examinar por teólogos doctos. Margarita se sometió con suma obediencia a ese examen, y nuestro Señor le mandó al Padre Claude de la Colombière, a quien le contó todo. El padre Jesuita la confortó en su camino, asegurándola de la autenticidad de sus visiones. Así preparada, recibió la última y más grande revelación, en la cual Jesús le pidió una celebración litúrgica del misterio de su Corazón.
Ocurrió en la octava del Corpus Christi 1675:
He aquí este Corazón que ha amado tanto a los hombres, que no ha perdonado nada hasta agotarse y consumirse para testimoniarles su amor, y en agradecimiento no recibe de la mayor parte más que ingratitudes, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y el desprecio que tienen por mí en este sacramento de amor. Pero me duele aún más que se porten así corazones que me están consagrados. Por eso te pido que el viernes siguiente a la octava del Corpus sea dedicado a una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando y reparando su honor con un acto de desagravio para reparar las injusticias que ha recibido estando expuesto en los altares. (Stierli, o.c. p. 119)
Durante diez años estas visiones quedaron en secreto, hasta en la comunidad de la santa. En 1685 pasó a ser maestra de novicios y entonces, poco a poco y con muchos sufrimientos, logró hacer participar su comunidad y sus directores espirituales en la propagación de este culto, aunque la aprobación de la fiesta del Sagrado Corazón para la Iglesia universal tardó en venir 181 años.
La devoción al Sagrado Corazón significó todo para Santa Margarita María. Fue su vida o, como nosotros diríamos, su espiritualidad. Para ella significaba una vida en unión con el Sagrado Corazón amoroso y herido de Jesús; significaba sentir lo que El sintió; querer lo que El quiso, amar lo que El Amó. Una vida de amor, de unión, y de amorosa reparación. Ver su amor, y responder a su amor, ésa es la significación fundamental de la devoción para ella.
Sin embargo, en su dedicación podemos señalar dimensiones distintas que han influido en la práctica posterior de la Iglesia. Tomo el siguiente resumen de Bainvel, o.c. PP. 49-69:
En primer lugar, la santa acentuó la imagen del Sagrado Corazón, o solamente el Corazón, con las llamas, la corona de espinas, y la cruz; o la imagen de Jesús mostrando su Corazón. Para ella la imagen era un medio importante de propagar la devoción, y para expresar la idea del amor de Jesús.
En segundo lugar, acentuó la consagración al Sagrado Corazón: una donación completa de sí mismo al Sagrado Corazón. Compuso algunos actos de consagración, e incitó a otros a que así lo hicieran.
En tercer lugar, acentuó la reparación. El Corazón de Jesús está herido; su amor es respondido con frialdad. Ella quiso amarlo tantísimo más, y expresar su amor por sufrimientos, penitencia, y comuniones de reparación.
Además, debemos señalar la dimensión eucarística de su devoción, su énfasis en la Hora Santa; su devoción a Nuestra Señora: como hija de la Visitación quiso participar en las actitudes del Corazón de María, y tuvo gran confianza en su intercesión. Y, finalmente, su deseo de ayudar las almas del Purgatorio.
Para entender mejor el modo como Nuestro Señor quería que ella practicase esta devoción, especialmente en el aspecto de reparación, debemos tomar en cuenta que perteneció a una orden contemplativa de religiosas. Fue su misión de amar, de orar, de sufrir, de ser un signo inspirante de amor del Sagrado Corazón. El mismo espíritu puede conducir a otras expresiones en una congregación activa. Se debe distinguir también entre la devoción como practicada por la misma santa, y la devoción como la recomendó a otros. Ella misma vivió claramente su vocación de ‘víctima’, pero no dice que nosotros todos debemos ofrecernos como víctima en este sentido. Pero, es verdad que nosotros todos debemos ofrecernos a Dios en el sentido de Rom. 12,1.
Por lo que se refiere al término ‘corazón’, a menudo habla del ‘divino Corazón de Jesús’ en un sentido diferente de San Juan Eudes. Habla también frecuentemente de su propio corazón, el corazón que se metió ‘en su Corazón adorable’. En su estudio de la espiritualidad de la santa, Ladame <vea nota 16> pide lo que significa ‘el Corazón de Jesús’ para ella. Cuenta 26 visiones; en 19 de ellas, Jesús presenta su Corazón como un sol, como un horno ardiente de amor. Siete veces el Corazón que se muestra parece, a primera vista, el Corazón físico, pero se muestra de una manera simbólica, rodeado de una corona de espinas, y una cruz encima, Ladame concluye que el Corazón, para ella, no es solamente el Corazón físico de Jesús, aunque muchos autores posteriores lo pensaron. El Corazón que encantó a la santa fue el Corazón de Jesús en el sentido bíblico profundo, y aprendió que ardió de amor. Sin embargo vio eso en una visión; el misterio se hizo visible. Ahora, el símbolo natural del corazón en el sentido profundo es el símbolo del corazón físico. Así la santa comprende el Corazón en el sentido que este término siempre tuvo en la lengua popular y en la lengua espiritual, especialmente en la Escuela Francesa; pero añadió el símbolo exterior. Después de todo, el corazón humano en su sentido profundo no es ‘un corazón espiritual’, sino un corazón encarnado.
.
La teología del Sagrado Corazón en este período
El misticismo del Sagrado Corazón es una cosa muy hermosa. Después de la edad media, innumerables santos y místicos entraron en el Corazón del Señor, y vivieron allí, descubriendo las maravillas de su amor. El corazón de Santa Margarita María fue sumergido en este fuego, y Jesús lo restituyó, ardiente de amor, en su lugar. Pero en su cuarta grande visión, la santa le ordenó que trabajara para lograr la institución de una fiesta del Sagrado Corazón. Intervienen los teólogos y la congregación de Ritos. Tienen que poner preguntas: ¿Qué es lo que exactamente honramos aquí? ¿Qué es exactamente ‘el Sagrado Corazón’ de Jesús? Y cuál es la relación del Sagrado Corazón de Jesús y de su amor? La teología del Sagrado Corazón, aunque debía ser una reflexión de este misticismo de amor, se torna en un campo de batalla.
Los Sulpicianos en el principio del siglo 17 celebraron una fiesta de las disposiciones íntimas de Jesús, y Olier llamaba esta vida interior de Jesús su ‘Corazón’. Santa Margarita Maria acentuó también el símbolo exterior, y el corazón de carne. Los teólogos que siguen a Santa Margarita María acentuaron el Corazón físico de Jesús como objeto de la devoción, aunque acentuaron también su amor. ¿Cómo se relacionan estos ‘dos objetos’? En eso, nada de claro. Froment, en 1699, habla del Corazón físico de Jesús como ‘la sede’ de su amor. Jean de Gallifet S. J. que, como asistente general en Roma, vio una oportunidad para hacer a la Congregación de Ritos una súplica oficial para que permitiera una Misa del Sagrado Corazón, presentó el Corazón físico de Jesús como ‘el órgano’ de su amor. Pero, Prosper Lambertini (después Papa Benedicto XIV) vio la fragilidad de esta tesis, y se opuso a la aprobación. Lambertini argumentó que la Iglesia debiera abstenerse de debates filosófico-científicos acerca de la cuestión de saber si el corazón físico es el órgano de nuestras emociones y que no sería prudente dar la impresión de aprobar esa tesis. Y así la aprobación fue dilatada. Entretanto, la devoción continuó su marcha triunfal en muchos países, y fueron erigidas numerosas cofradías del Sagrado Corazón, con aprobación papal. La devoción quedaba salva, pero su teología estaba en dificultades.
Fue solamente en 1765, 75 años después de la muerte de Santa Margarita María, cuando se halló una interpretación teológica que fue aceptable a la Congregación de Ritos: el Corazón corpóreo de Jesús es el ‘símbolo’ de su amor. El Corazón humano de Jesús participa en la adorabilidad de su persona, a causa del misterio de la unión hipostática; especialmente de su amor. Esto se volvió la teología clásica del Sagrado Corazón.
Conforme a los documentos del magisterio, la terminología aceptada fue: el Corazón físico de Jesús es el objeto material de la devoción; el amor de Jesús es su objeto formal, porque se honra el Corazón físico de Jesús como símbolo de su amor. La cuestión más disputada fue: ¿Qué amor de Jesús se simboliza por su Corazón humano? Porque en el amor de Jesús se pueden distinguir, en primer lugar, su amor divino y humano, y, después, su amor humano hacia el Padre y su amor hacia nosotros. Contra Vermeersch S.J., Bainvel mantiene que el Corazón de Jesús simboliza también su amor divino. Vermeersch perdió gradualmente sus secuaces, aunque Galtier S. J. y Verheylezoon S. J. todavía lo siguieron. Haurietis Aquas art. 27 resuelve este problema enseñando claramente que el Corazón de Jesús simboliza su amor en su totalidad: su amor divino, su amor humano espiritual, y sus sentimientos emocionales. El libro de Bainvel, que continuó a crecer en sus varias ediciones, resultó el más equilibrado en este período.
.
Documentos magisteriales de este período
1765 La Sagrada Congregación de los Ritos, en un decreto aprobado por el Papa Clemente XIII, permite a los obispos de la Polonia y a la Archicofradía del Sagrado Corazón de Roma, a celebrar esta fiesta litúrgicamente (Misa Miserebitur).
1794 Pío VI publica Auctorem Fidei. Tres proposiciones se refieren a la devoción del Sagrado Corazón: reprueba la proposición que la humanidad de Cristo, o parte de ella, no puede ser adorada (Prop. LXI); reprueba la doctrina que la devoción al Sagrado Corazón, como aprobada por la Santa Sede, es nueva, falsa o peligrosa (Prop. LXII); reprueba la objeción que los devotos al Sagrado Corazón adoran la humanidad de Jesús, o parte de la misma, como separada de la divinidad de Jesús. Mantiene que los fieles adoran el Sagrado Corazón como el Corazón de Jesús, es decir, como el Corazón de una Persona divina, a quien pertenece inseparablemente. Este documento se dirigió especialmente contra los Jansenistas.
1856 La Sagrada Congregación de los Ritos, con aprobación del Papa Pío IX, extiende la fiesta del Sagrado Corazón a la Iglesia universal, a celebrarse el viernes después de la octava de Corpus Christi <Misa Miserebitur).
1864 Beatificación de Margarita María Alacoque; la canonización ocurrió en 1920. La beatificación de Juan Eudes: en 1909; su canonización en 1925.
1899 El Papa León XIII publica Annum Sacrum. Alza la fiesta del Sagrado Corazón a doble de primera clase, y consagra todo el mundo al Sagrado Corazón. La encíclica acentúa el reino de Cristo sobre todas las criaturas, y explica el aspecto de consagración. Recomienda la letanía del Sagrado Corazón, que acababa de ser aprobada en este mismo año. Un acto de consagración, publicado con la encíclica, fue escrito por el papa León persona lmente.
1925 El papa Pío Xl publica Quas Primas, en la cual establece la fiesta de Cristo Rey como una fiesta para la Iglesia universal. En esta fiesta, la consagración de la humanidad al Sagrado Corazón tiene que renovarse cada año. La encíclica explica el reino de Cristo: como Rey de nuestros corazones, Cristo debe reinar en los corazones individuales antes que su reino social pueda establecerse.
1928 El Papa Pío XI publica la encíclica Miserentissimus Redemptor. Art. 11-36 tratan de la reparación; en primer lugar, la reparación en general, la reparación debida a a Dios en expiación de nuestros pecados. Cristo ha dado satisfacción por nosotros todos, pero, tenemos que participar en su satisfacción ofreciéndonos en unión con El <art. 11-20). Después, la encíclica trata de la reparación en la devoción al Sagrado Corazón, una reparación ofrecida a Cristo, para consolarlo en sus sufrimientos personales durante su vida terrestre, y, en segundo lugar, para aliviar los sufrimientos que Cristo continúa a soportar en su Cuerpo Místico <art. 21-33). El Papa Pío XI ha abierto el concepto de reparación tal como la practicó Santa Margarita María, de dos maneras. Primero, añadiendo la doctrina de la reparación en general, la reparación debida a Dios, lo que es un tema bíblico. Segundo, acentuando la dimensión del sufrimiento continuado de Cristo en su Cuerpo Místico, conforme a Col. 1,24: «Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia.» El hecho que la encíclica explica la reparación en este contexto bíblico más amplio, es importante, y ha preparado desarrollos ulteriores. En esta ocasión, la fiesta del Sagrado Corazón recibió una octava privilegiada, y un nuevo texto para la Misa (Cogitationes).
1956 El Papa Pío XII publica Haurietis Aquas, para celebrar el jubileo centenar de la extensión de la fiesta del Sagrado Corazón a la Iglesia universal. Este es el documento magisterial más importante, por lo que se refiere a la doctrina. La encíclica conforme a los documentos previos, enseña que el Corazón de Jesús es el símbolo de amor, y la naturaleza del amor de Jesús se explica en ella profundamente. Se hallan muchos elementos nuevos en esta encíclica, y por esa razón pertenece al período siguiente, donde la trataremos de nuevo. El documento sobrepasa el período de Santa Margarita María entrando profundamente en las Escrituras y en la tradición, y convidándonos a hacer de igual manera.
Ahora el centro de la devoción es claramente Jesús como se reveló en la revelación pública.
.
Mientras la devoción al Sagrado Corazón se desarrollaba! el término ‘corazón’ continuó a usarse en el lenguaje hablado en el sentido que había tenido siempre, y los poetas continuaron a sondear los misterios del corazón. El corazón en la literatura occidental es un tema muy extenso; aquí, quisiera referirme a dos pensadores importantes que puntualizaron la noción del corazón tal como se reza en la tradición occidental, de la cual San Agustín y San Buenaventura fueron los grandes representantes.
John Henry Newman, 1801-1890
En la portada de su Grammar of Assent, Newman escribió: «Cor ad cor loquitur – El corazón habla al corazón.» Cree que Dios nos salva, no por la dialéctica, sino hablando a nuestro corazón. Newman tiene muchos textos hermosos sobre el corazón. En el corazón, dice, se hallan las verdaderas razones por las que se opta por un cierto estilo de vida, o una opinión. El regalo de la fe es la respuesta a un deseo innato que precede la revelación. Cuando predicamos la fe, debemos descubrir y despertar el sentimiento religioso y los principios que están escondidos profundamente en el corazón de los oyentes, donde la imagen de Dios, Legislador y Juez, está impresa. Aun en el corazón endurecido permanece un instinto divino, mediante el cual puede abrirse siempre a la verdad.
El corazón es el lugar de las convicciones profundas. Las razones que se dan para esas son secundarias. El corazón es la fuente del conocimiento porque el asentimiento más profundo es el que se da a los primeros principios, que se aceptan por el corazón intuitivamente. Giacometti-Sessa²³ concluyen que el corazón en Newman es el ‘synderesis’ de Santo Tomás: la aceptación espontánea de los primeros principios. Pero, el corazón no se limita a esta función; en la luz de los primeros principios evalúa también la evidencia presente, en un acto sintético. De esta manera determina nuestras opiniones.
Pienso que esto está de acuerdo, no sólo con lo que los autores sapienciales de la bíblica dicen, sino también con el uso lingüístico de hoy. Ciertas cosas se saben en el corazón. En la devoción al Sagrado Corazón, ¿No debería usarse el término ‘corazón’ en un sentido profundo?
.
El concepto ‘Sagrado Corazón’
La influencia de los dos teólogos Rahner es tan profunda, en primer lugar, porque han profundizado el mismo concepto ‘corazón’. Hugo ya entendió el término en su sentido bíblico, y Karl continuó en esta línea por reflexión personal. Piensa que ‘corazón’, en primer lugar, no significa el órgano fisiológico; esto ya es una significación derivada:
‘Corazón’, en este sentido primario, denota aquel centro que es el origen y núcleo de todo en la persona humana. Aquí toda la concreta «naturaleza del hombre, como nace, florece, y se entrega con alma, cuerpo, y espíritu,… se cristaliza y se forma; aquí es donde, por decirlo así, está anclado.» (H. Conrad-Martius). (Stierli, o.c. p. 133)
‘Corazón’, en este sentido primario, es una palabra primordial (‘Ur-Wort’), como ‘faz’, o ‘puño’, denotando realidades que sobrepasan la distinción entre cuerpo y alma. La representación del corazón físico puede usarse como símbolo de este centro personal. Debemos recordar, además, que el culto del Sagrado Corazón se dirige siempre a la persona de Jesús, en este caso: a la persona de Jesús en sus actitudes más profundas Estas actitudes deben descubrirse, no por deducción metafísica, sino por experiencia personal. Y nuestro último descubrimiento es que el Corazón de Jesús se caracteriza por un amor libre e insondable, amor que unifica todas las actitudes del Señor.
Esta contribución de los dos padres Rahner da a la devoción una nueva perspectiva. La teología que distinguió entre objeto material y formal de la devoción pasa de largo la significación primaria del ‘corazón’ de una persona; entiende ‘corazón’ en primer lugar en el sentido físico, y pasa por alto el sentido bíblico de ‘corazón’. Por eso, dice Karl, esta teología es inadecuada y anticuada. Para los dos hermanos Rahner, el ‘Sagrado Corazón’ no es solamente un símbolo, sino también es el núcleo, el centro personal de Jesucristo. Es una realidad escondida, que podemos descubrir por contacto personal. Y el Corazón de Cristo en este sentido es la Fuente de Vida para nosotros. Los teólogos que reaccionaron negativamente a esta explicación de Karl Rahner, temieron principalmente que no diese bastante importancia al Corazón de carne del Señor. Me parece que Karl ha contestado a esa objeción a satisfacción27; para él, un símbolo real es siempre una parte de la cosa simbolizada, como las lágrimas simbolizan la tristeza y son parte de la misma. El ‘Sagrado Corazón’ se refiere en el mismo tiempo al Corazón físico de Jesús y al núcleo de su personalidad. En el pasado, el símbolo y el simbolizado se vieron demasiado como dos cosas distintas, y eso induce varias dificultades. Lo que veneramos es el núcleo de la Persona, junto con el símbolo real del Corazón; veneramos a Jesús en su Corazón.
Además es importante distinguir entre la espiritualidad del Corazón y las prácticas tradicionales de la devoción. K. Rahner no se interesa en primer lugar en las prácticas tradicionales de la devoción, sino que dirige nuestra atención a la Persona de Jesús. Reconoce la importancia de Paray-leMonial, pero acentúa que las visiones de Paray no deben entenderse como dirigidas contra el Jansenismo, sino que deben insertarse en el contexto moderno de la secularización. Y visto que la secularización parece haber culminado en nuestro tiempo, esta espiritualidad no es anticuada de ninguna manera.
.
Significación de Reparación
Este contexto trinitario es importante también para entender la significación de reparación. Karl ha explicado este tema en su artículo importante «Algunas tesis sobre la teología de la devoción», (Stierli o.c. 131-155>.
Visto que en este culto veneramos al Señor en el aspecto de su amor redentor, esta devoción tiene que incluir la reparación, dice Karl, porque la reparación es una participación en su amor redentor, y en su destino.
¿Qué significa la reparación en la economía actual de salvación? El pecado ha sido superado de la Cruz de Cristo, en la cual nuestro Señor logró su victoria sufriendo, de un modo amoroso y obediente, las consecuencias del pecado, a saber separación de Dios y la muerte. Reparación para los pecados del mundo, tanto para los nuestros propios como para los de otros, debe constar en primer lugar y esencialmente de una participación libremente aceptada en el destino del Señor, y de la tolerancia, en fe, amor y obediencia, de las manifestaciones del pecado en el mundo: sufrimientos, oscuridad, persecución, separación de Dios, y la muerte. (Stierli, o.c. 147)
La reparación de Cristo como hombre, y de los hombres en Cristo, se ofrece al Padre. Nuestra reparación se ofrece con Cristo y por Cristo, más bien que a Cristo. Es una participación en su sufrimiento redentor, y Karl ve este sufrimiento más en el contexto de redención que de expiación y satisfacción. No acentúa el aspecto de consolar a Jesús; piensa que esto no es un aspecto esencial de la devoción, aunque cree en la importancia de meditar sobre la pasión de Jesús. La Hora Santa, por ejemplo, la ve como un ensayo del creyente a participar en el destino del Señor; allá descubrimos las actitudes de Jesús hacia la cruz como la ley de nuestra actitud hacia la cruz en nuestra vida. En sus últimos escritos dirige nuestra atención hacia el servicio desinteresado del prójimo, y hacia la participación en su batalla por la justicia. El aspecto social empezó a hacerse importante, pero no lo integró en sus artículos sobre el Sagrado Corazón. Lo trató en su artículo sobre la unidad del amor de Dios y del amor del prójimo28.
.
Haurietis Aquas, 1956
He mencionado esta encíclica en el período precedente, porque es el documento culminante sobre la devoción al Sagrado Corazón que explica su naturaleza como fue siempre entendida. Pero este documento realmente pertenece a este período de renovación, porque abre varias puertas26.
En primer lugar, explica el objeto de la devoción de una manera más completa. El Sagrado Corazón se presenta como el símbolo principal del triple amor de Jesús: de su amor divino, de su amor humano hacia el Padre y hacia nosotros, y también de sus afecciones emocionales exquisitas (art. 25-26). En la descripción de los actos del amor de Jesús, se menciona que se guiaron por su conocimiento perfecto (art. 27>. Así es como se describe todo el centro de la personalidad de Jesús. Donde la encíclica trata del amor de Jesús, los regalos del Sagrado Corazón se incluyen: la Eucaristía y el sacerdocio (art. 36); el regalo de su Madre (art. 37); el regalo de su vida (art. 38); el regalo de la Iglesia (art. 39); el regalo del Espíritu Santo (art. 41); su oración continúa por nosotros (art. 44). Así se incluye la teología ‘objetiva’ de los Padres; pero, los regalos se presentan explícitamente como regalos de amor.
En segundo lugar debemos mencionar que la encíclica inserta la devoción en la Sagrada Escritura y la tradición: «Porque creemos que, cuando los elementos fundamentales de esta forma de piedad se ven en esta clara luz que viene de las Escrituras y de la Tradición, los cristianos serán capaces de ‘sacar agua con gozo de las fuentes del Salvador.» (art. 11). El Antiguo y el Nuevo Testamento y los padres se citan extensamente; los grandes santos del Sagrado Corazón se mencionan (art. 51); el lugar principal entre ellos se adjudica a Santa Margarita María. Porque ahora la devoción está insertada en las fuentes auténticas de la revelación cristiana, ha madurado, y se muestra como perteneciendo a la revelación como su corazón.
Unos acentos particulares: importantes son la referencia a la función del Espíritu Santo en esta devoción (art. 41); las referencias, de paso, a la Santísima Trinidad (por ejemplo en art. 11>; el hecho que la devoción se presenta como respondiendo al materialismo de nuestra edad, una edad en que «en el corazón de muchos la caridad se vuelve fría.» (art. 38). Después, las referencias al Reino de Cristo (art. 72 + 75), y, finalmente, la referencia al Corazón Inmaculado de Maria, al que el mismo Papa Pío XII consagró el mundo en 1942 (art. 73>.
Las contribuciones de Hugo Rahner se han integrado en la encíclica; por lo general, las de Karl Rahner no fueron integradas. Pero, nada sugiere que el segundo fuera condenado; de hecho, su doctrina puede conciliarse con la encíclica, aunque va más lejos.
.
El Concilio Vaticano II: la necesidad del corazón nuevo
El Concilio Vaticano II no habla a menudo del Sagrado Corazón. Se menciona explícitamente en Gaudium et Spes art. 22, donde se dice que Jesús amó con un corazón humano; en la Declaración sobre la Libertad Religiosa art. 11, donde se cita Mt. 11 ,29: «En efecto, Cristo, que es Maestro y Señor nuestro, manso y humilde de corazón, atrajo pacientemente e invitó a los discípulos.» y en Ad Gentes art. 24, donde Mt. 11 ,29 se cita de nuevo. En dos lugares, el concilio se refiere al Costado herido de Cristo: en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia art. 5, y en Lumen Gentium art. 3. Ambos textos se refieren al origen de la Iglesia. Estos cinco textos expresan la doctrina tradicional.
Lo que es nuevo en los documentos conciliares referente a nuestro tema es la manera como se habla de nuestro corazón. El término ‘corazón’ se usa 119 veces: cinco veces referente al Corazón de Cristo; 113 veces con relación a nuestro corazón. Se citan muchos textos bíblicos acerca del corazón humano: Rom. 5,5 acerca del amor de Dios, derramado en nuestros corazones por el Espíritu que nos ha sido dado: cinco veces; Is. 61 ,1: «a vendar los corazones rotos»: tres veces; Hechos 4,32: «cor unum et anima una»: tres veces. Pero, quisiera llamar la atención a lo que el mismo Concilio dice sobre el corazón humano.
En primer lugar, hay el texto hermoso que habla de la vuelta al corazón:
Pues en su misma interioridad supera a la universalidad de las cosas: llega a este profundo conocimiento cuando se vuelve a su corazón, en donde le espera Dios, que escudriña los corazones, y en donde él mismo, bajo la mirada de Dios, juzga de su propia suerte. (GS 14)
Gaudium et Spes menciona el corazón humano 34 veces, y nos da un mensaje importante acerca de ello. Lo quisiera resumir aquí’. En el art. 10 la Constitución dice:
De hecho los desequilibrios que afectan al mundo moderno están conectados con el desequilibrio más fundamental que radica en el corazón del hombre. (Documentos del Concilio Vaticano II, ed. Sal Terrae, Santander 1966, p. 552).
Este artículo 10 continúa en describir cómo las discordias en la sociedad se radican en la división que el hombre sufre en si mismo. Así, para sanar la sociedad, se requiere la sanación del corazón. Esto se hace posible por el regalo del Espíritu Santo:
El hombre puede aproximarse por don del Espíritu Santo a la contemplación y gusto en la fe del oculto designio de Dios. (GS 15, última frase).
Después, el artículo 16 continúa:
En las profundidades de su conciencia el hombre descubre la ley que él mismo no se la da a sí mismo, pero a la que debe obedecer y cuya voz llamándole a hacer el bien y evitar el mal dice en los oídos de su corazón cuando conviene: haz esto, evita aquello. Pues el hombre tiene en su corazón una ley inscrita, de manera que su dignidad consiste en obedecerla y conforme a ella se le juzgará. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está a solas con Dios, cuya voz resuena en sus intimidades. Aquella ley aparece clara de un modo admirable por la conciencia, que se cumple con el amor a Dios y al prójimo. Por la fidelidad a la conciencia los cristianos se juntan con los demás hombres, para buscar la verdad y resolver con verdad tantos problemas morales como surgen así en la vi-da de cada uno como en la comunidad social.
Cuando escuchamos la voz de nuestra conciencia, que re-suena en nuestro corazón, podemos hallar la solución de nuestros problemas personales y sociales. Pero, eso requiere una corrección de nuestras actitudes, una renovación del corazón:
El orden social hay que desarrollarlo día a día, debe fundarse en la verdad, edificarse sobre la justicia, estar vivificado por la caridad; en la libertad ha de encontrar un equilibrio cada vez más humano. Para realizar todas estas cosas es preciso proceder a una renovación de las mentalidades y de amplias transformaciones de la sociedad.
El Espíritu de Dios, que dirige el correr de los tiempos con admirable providencia y renueva la faz de la tierra, está presente a esta renovación. Y a la vez el fermento evangélico ha despertado y sigue despertando en el corazón del hombre una irrefrenable exigencia de dignidad. (GS art. 26).
El articulo 30 especifica un aspecto de la corrección de nuestras actitudes que se requiere: no podemos contentarnos con una ética individualista; tenemos que aprender a ver la importancia de los deberes sociales. El mundo de hoy lo requiere:
Hay quienes profesando amplias y generosas opiniones, sin embargo, en realidad viven de tal manera como si no les preocuparan las necesidades de la sociedad. Es más, muchos, en diversas regiones, menosprecian las leyes y las normas sociales. No Pocos, con variados fraudes y engaños, no tienen reparo en eximir-se de los justos impuestos o de otros deberes para con la sociedad. Otros tienen en poco ciertas normas de vida social, ‘por ejemplo, para cuidar la salud o referentes a la prudente conducción de vehículos, sin caer en la cuenta de que con tal negligencia ponen en peligro su vida y la de los demás.
Sea considerado con todos, es deber sagrado, y entre las principales obligaciones el observar las relaciones sociales. Pues cuanto más se unifica el mundo, tanto más los deberes del hombre sobrepasan los limites de los grupos particulares y se extienden paulatinamente a todo el mundo. Esto no se logrará si cada uno de los hombres y de las asociaciones no cultivan en sí mismos y difunden en la sociedad las virtudes morales y sociales, de forma que se conviertan verdaderamente en hombres nuevos y artífices de la nueva humanidad con el necesario auxilio de la divina gracia. (GS art. 30).
El Concilio descubre una urgencia especial de las virtudes sociales en este tiempo, porque el mundo se unifica siempre más. Para descubrir lo que significa la renovación del corazón, tenemos que considerar también las necesidades de la situación: ¡Un corazón nuevo para un mundo nuevo! Tenemos que escuchar también el corazón del mundo.
Después, la constitución se refiere al plan salvífico de Dios: Jesús instituyó una nueva comunión fraternal, y su grande ley para la familia de Dios es el amor fraternal (art. 32>. La Iglesia, a su vez, vuelve a ser el sacramento de la unidad de todo el género humano (art. 42>, y esto tiene implicaciones para nosotros. Los gobiernos tienen una responsbilidad grave de promover la paz nacional e internacional; pero, los Jefes de Estado dependen muchísimo de los ciudadanos. Esta consideración conduce a la conclusión que quisiera acentuar:
Sin embargo guárdense bien los hombres de confiar sólo en los esfuerzos de unos pocos sin preocuparse de la propia mentalidad. Pues los Jefes de Estado que son los responsables del bien común de su propia nación y al mismo tiempo promotores del bien universal, dependen muchísimo de las opiniones de la masa y del sentir universal. De nada sirven sus desvelos por edificar la paz si sentimientos de hostilidad, desprecio y desconfianza, odios raciales e ideologías obstinadas, dividen a los hombres enfrentándolos entre sí. De ahí una necesidad absoluta de educar las mentes y de hallar un criterio nuevo que inspire la opinión pública. Los que se dedican a la educación, especialmente de los jóvenes o forman la opinión pública, tomen como un deber gravísimo el dirigir las mentes de todos hacia una nueva atmósfera de paz. Conviene que todos nosotros a una cambiemos nuestros corazones teniendo ante la vista el mundo entero y aquellas empresas que nosotros a una podemos realizar para que nuestra sociedad se perfeccione en el bien.
No nos engañen falsas esperanzas. Porque si, dejadas a un la-do enemistades y odios, no se concluyen en el futuro tratados de paz firmes y honrados, la humanidad, que se halla en una grave crisis, pese a las maravillosas ciencias que posee, quizás se vea arrastrada hacia una situación en la que no experimente más paz que la de una muerte horrible. La Iglesia de Cristo al exponer estas realidades, situada en medio de la angustia de nuestros días, no cesa sin embargo de anhelar esa paz. A nuestra generación una y otra vez, a tiempo a destiempo, se afana en proponer el mensaje del Apóstol: «he aquí ahora el tiempo oportuno» para que se cambien los corazones, «he aquí ahora el día de salvación.» (GS art. 82).
El Concilio nos llama con gran urgencia a la renovación de nuestro corazón. La necesidad especial de nuestro tiempo y la fraternidad internacional lo requieren. Esto es el aspecto más importante del ‘aggiornamento’, de la renovación promovida por el Concilio, la renovación del corazón. Las estructuras de la Iglesia se han renovado, como la estructura colegial de los obispos; la liturgia se ha renovado; la vida religiosa se ha renovado… Pero, todos estos cambios deben promover el cambio más profundo: el cambio de nuestro corazón. La promesa de Dios de darnos un corazón nuevo se vuelve una necesidad urgente.
La misma conclusión se halla en el decreto sobre el Ecumenismo: la conversión del corazón es como el alma de todo el movimiento ecuménico (UR art. 7 + 8>. La unidad y la fraternidad de la Iglesia requieren un amor más grande, una comunión y comunicación más profundas. Quisiera concluir esta sección sobre el Vaticano II con dos citaciones muy a propósito del papa Pablo VI:
Saludos y paz a todas las otras comunidades Cristianas… Un saludo cordial mandamos… a los que creen en Dios…
Después, en este momento, pensamos en toda la humanidad, movido por el amor del que tanto amó al mundo que dio su vida por él. El corazón asume dimensiones mundiales; ojalá asuma las dimensiones infinitas del Corazón de Cristo.30
Un corazón católico:
Quitar a la Iglesia su calificación de católica significa cambiar su faz, la cual el Señor quería y amó; significa ofender la intención inefable de Dios que quería hacer de la Iglesia la expresión de su amor ilimitado de la humanidad. Tenemos que comprender bien la novedad sicológica y moral que un tal nombre implica:
… el corazón del hombre es pequeño, es egoísta, no tiene lugar sino para sí mismo y para pocas personas, los de la propia familia y de la propia casta. Y cuando, después de nobles esfuerzos largos y fatigosos, se dilata un poco, llega a comprender la propia patria y la propia clase social, pero siempre busca barricadas y fronteras, entre las cuales pueda limitarse y refugiarse. Hasta hoy, el corazón del hombre moderno sufre fatiga al trascender estos confines interiores, y, a la invitación que el progreso civil le hace de dilatar la capacidad del amor para el mundo, responde con incertitud y a condición, todavía egoísta, de hallar en eso su propia ventaja. La utilidad, el prestigio, aunque no sea la manía de dominar y de subyugar a los demás para sí, gobiernan el corazón del hombre.
Pero, si está penetrado verdaderamente de su condición de católico, todo egoísmo está superado, todo clasismo está elevado a la plena solidaridad social, todo nacionalismo se compagina con el bien de la comunidad mundial; entonces todo racismo está condenado, como todo totalitarismo está manifestado en su inhumanidad; el corazón pequeño se rompe o, mejor, adquiere una nueva capacidad de dilatarse. Palabra de San Agustín:»Dilatentur spatia caritatis.»
Un corazón católico significa un corazón de dimensiones universales. Un corazón que ha superado el egoísmo, la angustia radical que excluye al hombre de la vocación al Amor supremo. Significa un corazón magnánimo, un corazón ecuménico, un corazón capaz de abrazar al mundo entero dentro de sí. Pero, eso no lo hará un corazón indiferente a la verdad de las cosas y a la sinceridad de las palabras; no confundirá la debilidad con la bondad, no colocará la paz en la maldad y en la apatía. Sino sabrá pulsar en la maravillosa síntesis de San Pablo: «veritatem facientes in caritate.» <Ef. 4,15; 31).
Más que nunca, nuestro corazón tiene que abrirse a todos. La universalidad del Reino de Cristo, la universalidad de su mandamiento de amor lo requieren; el mundo lo requiere; la unidad de las iglesias lo requiere. Nuestro corazón debe volverse ‘católico’, debe ser como la Iglesia, nacida del corazón de Cristo.
.
Hacia una espiritualidad del corazón
Notaron muchos las palabras solemnes del Concilio Vaticano II acerca de la necesidad del corazón nuevo. Desde entonces, la necesidad del nuevo corazón se hizo más evidente. En este contexto, se empezó a guardar el Corazón de Cristo de una manera nueva: ¿No hallamos aquí el corazón nuevo que Dios nos prometió? ¿Cómo se puede presentar el Corazón de Cristo de manera que de nuevo signifique ‘vida’ para el mundo? ¿Cómo se renuevan nuestros corazones por el suyo? ¿Cuál es la relación entre un mundo nuevo y el Reino?
Esta terminología sugiere varios elementos; sugiere que nuestra religión del corazón’ se ha hecho interior y habitual. Además indica que:
Tenemos que descender a lo profundo de nuestra alma para realizar nuestras profundas necesidades de vida, de amor, de sentido.
Mediante la fe y la reflexión, tenemos que hallar la contestación a nuestras preguntas en el Corazón de Cristo, o sea en lo profundo de su personalidad, donde el afán del hombre y la gracia de Dios convergen en la encarnación redentora.
Después, afianzado por estas fuerzas, nuestro corazón será un corazón acogedor, abierto, sensible, y dadivoso para con nuestros hermanos y hermanas en Cristo.
En 1986, el papa Juan Pablo II escribió en su carta de Paray-le-Monial al superior general de los Jesuitas, en un pasaje sobre la civilización del amor:
En contacto con el Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer la significación verdadera y única de la vida y de su destinación, a comprender el valor de una vida verdaderamente cristiana; cómo guardarlo contra ciertas perversiones del corazón humano, y cómo hermanar el amor de Dios y el del prójimo. De esta manera – y esto es la verdadera reparación requerida por el Corazón del Salvador – será posible construir en las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, la civilización del Corazón de Cristo.
La construcción del mundo nuevo se presenta aquí como una obra de reparación, aún como ‘la verdadera reparación requerida por el Corazón del Salvador.’ El misticismo contemplativo de los santos del Sagrado Corazón se vuelve una espiritualidad apropiada a los pastores y a los hombres que viven en el mundo. Por siglos, los teólogos hablaron de la ‘natura lapsa et reparata’ del hombre. El mundo participaba profundamente en la caída; es urgente que participe también en la ‘reparación’. El Reino de Cristo requiere una civilización del amor. En contacto con el Corazón de Cristo, en contacto con nuestros hermanos y hermanas dolientes, nuestro corazón aprende las implicaciones antes señaladas.
Del libro:
Una Espiritualidad Bíblica del Corazón.
Jan G. Bovenmars msc.