Benedicto XVI, Ángelus (14-12-2008)
Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo tercero del tiempo de Adviento, se llama domingo «Gaudete«, «estad alegres», porque la antífona de entrada de la santa misa retoma una expresión de san Pablo en la carta a los Filipenses, que dice así: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres». E inmediatamente después añade el motivo: «El Señor está cerca» (Flp 4, 4-5). Esta es la razón de nuestra alegría. Pero ¿qué significa que «el Señor está cerca»? ¿En qué sentido debemos entender esta «cercanía» de Dios?
El apóstol san Pablo, al escribir a los cristianos de Filipos, piensa evidentemente en la vuelta de Cristo, y los invita a alegrarse porque es segura. Sin embargo, el mismo san Pablo, en su carta a los Tesalonicenses, advierte que nadie puede conocer el momento de la venida del Señor (cf. 1 Ts 5, 1-2), y pone en guardia contra cualquier alarmismo, como si la vuelta de Cristo fuera inminente (cf. 2 Ts 2, 1-2). Así, ya entonces, la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, comprendía cada vez mejor que la «cercanía» de Dios no es una cuestión de espacio y de tiempo, sino más bien una cuestión de amor: el amor acerca. La próxima Navidad nos recordará esta verdad fundamental de nuestra fe y, ante el belén, podremos gustar la alegría cristiana, contemplando en Jesús recién nacido el rostro de Dios que por amor se acercó a nosotros.
A esta luz, para mí es un verdadero placer renovar la hermosa tradición de la bendición de las estatuillas del Niño Jesús que se pondrán en el belén. Me dirijo en particular a vosotros, queridos muchachos y muchachas de Roma, que habéis venido esta mañana con vuestras estatuillas del Niño Jesús, que ahora bendigo. Os invito a uniros a mí siguiendo atentamente esta oración:
Dios, Padre nuestro,
tú has amado tanto a los hombres
que nos has mandado a tu Hijo único Jesús,
nacido de la Virgen María,
para salvarnos y guiarnos de nuevo a ti.
Te pedimos que, con tu bendición,
estas imágenes de Jesús,
que está a punto de venir a nosotros,
sean en nuestros hogares
signo de tu presencia y de tu amor.
Padre bueno,
bendícenos también a nosotros,
a nuestros padres,
a nuestras familias y a nuestros amigos.
Abre nuestro corazón,
para que recibamos a Jesús con alegría,
para que hagamos siempre lo que él nos pide
y lo veamos en todos
los que necesitan nuestro amor.
Te lo pedimos en nombre de Jesús,
tu Hijo amado,
que viene para dar al mundo la paz.
Él vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Y ahora recemos juntos la oración del Angelus Domini, invocando la intercesión de María para que Jesús, que al nacer trae a los hombres la bendición de Dios, sea acogido con amor en todos los hogares de Roma y del mundo.