HACIA UNA RENOVACIÓN DE LA ESPIRITUALIDAD DEL CORAZÓN DE JESÚS

Del libro"EL MISTERIO DEL CORAZÓN TRASPASADO", Ignace de La Potterie

La espiritualidad del Corazón de Jesús requiere una renovación, porque, como todo Jo que está vivo y no es inmutable, debe necesariamente encarnarse en las formas culturales de su época. El lenguaje, los símbolos, la sensibilidad del siglo xvn, que vio nacer esta devoción en su forma moderna, difieren considerablemente de Jos de la época actual Uno de los elementos más válidos para contribuir en la renovación de esta espiritualidad es la orientación de los estudios bíblicos y teológicos de nuestro tiempo: en primer lugar los relativos a Ja persona misma de Jesús, puesto que la devoción al Corazón de Jesús se inserta en la cristoiogía y en la soteriología.
Es la vía que sigue, entre otros, H. Urs von Balthasar, que fija Ja atención en el tema del «corazón abierto» como en un símbolo bíblico rico de significado teológico. Sin embargo, el texto joánico sobre el «corazón traspasado» (Jn 19,34) se refiere a Jesús ya muerto, y no dice nada del corazón vivo de Jesús en su vida terrena y mortal. Por eso, trataremos de seguir otra vía igualmente bíblica, hasta ahora poco frecuentada, para nuestro problema.

Tendencias de la teología actual: el Cristo histórico

El interés por el jesús «histórico» diferencia la cristología actual de la de la época bultmanniana. Sin embargo, no se puede negar que esta tendencia a fijar la atención en el Jesús histórico puede resultar ambigua, incluso revelarse reduccora y horizonralista, eliminando lo que de misterio hay en Jesús para reducirlo a una figura meramente histórica, incluso quizá solo social y política.

Este peligro, sin embargo, no puede impedirnos entresacar lo que hay de positivo y de verdadero en esta tendencia: «Además del Jesús objeto de estudio de la historia-ciencia, hay que encontrar al Jesús concreto de la historia real, que es infinitamente más rico», porque la *historia-real está hecha de vidas humanas; y la vida humana es metafísica en acto»2. Debemos llegar a conocer la interioridad de la vida de Jesús: esto es precisamente lo que queremos decir cuando hablamos de! Corazón (de Jesús) en el sentido bíblico. Así, ya no veremos su corazón como un simple símbolo abstracto, intemporal, inmóvil, sino, al contrario, como un corazón vivo, como la intencionalidad profunda de la vida de Jesús, la del hombre Jesús en su doble relación con el Padre y con los demás hombres.

Asimismo, cuando hablamos del Corazón de Jesús nos referimos a la conciencia Humana de Jesús, a su conciencia profunda. Esta forma de hablar del Corazón de Jesús da mayor importancia a los datos del evangelio y nos coloca en una perspectiva ecuménica. Es verdad que esta búsqueda de la «conciencia» de Jesús nos sitúa ante un «prohlema formidable», como decía Blondeh pero él añadía: se trara ya de una «necesidad ineludible».

Otra característica de ¡a cristología contemporánea, que también influye en la manera de tratar el Corazón de Jesús, es la necesidad de comprender cada vez más el enunciado dogmático de Calcedonia sobre la persona de Jesús: «Un solo y mismo Cristo [„.] reconocido en dos naturalezas [..,1 que convergen en una sola persona y en una sola hipóstasis» (DS 302). No se trata de sustituir esta definición ortológica por una concepción horizontal e histor teísta, sino de integrarla en una dimensión histórica: ver a la persona de Jesucristo actuando en la historia. «[Su] libertad humana considerada de forma concreta en la historia pertenece, en efecto, a la naturaleza asumida por el Verbo, es más, constituye su más profundo centro Es verdaderamente el Corazón de la santa humanidad de Jesucristo. Una autentica espiritualidad del ‘sagrado Corazón» puede fundamentarse en una base así de sólida»». Por estas razones. Ja renovación de una teología del Cora-zón de Jesucristo debe hacerse, por lo que parece, partiendo del Cristo de la historia y del conocimiento de su conciencia humana. No podría quedar reducida, pues, a una simple interpretación histórico-trítica, sino que debe ser una búsqueda de la vida profunda de jesús, a k luz de la fe, fundamentada en los escritos del Nuevo Testamento y en la tradición viva de k Iglesia. Se trata, en consecuencia, de descubrir, a través de la historia, el «misterio» de Jesús, esto es, el Corazón de Cristo: «Factum audivimus, mysterium requiranuis».

La conciencia humana de Jesús y su «(corazón)»

Para comprender el misterio de Ja conciencia humana de Jesús, es decir, el misterio del «Corazón de Jesús», analizaremos tres hechos de su vida. 

Jesús y el reino de Dios

Jesucristo tiene conciencia de ser él mismo  reino de Dios: él es, como lo define Orígenes, la autobasiUia. En el fondo, es lo que queremos expresar con la invocación; « Corazón de Jesús, rey y centro de todos los corazones». Veamos brevemente qué significa esta base bíblica de la invocación.
Jesucristo habló mucho del reino de Dios, dd reino de los cielos. Empezó diciendo que la llegada del reino de Dios era inminente (Me 1,15; 4,26); después instauró su presencia con su poder (Me 1,22.27; efi 1,39; 2,7.10.28; 9,1), con su victoria sobre d enemigo {Mt 12,28; Ix 10,18), y también con su acción y con su ministerio (Le 17,20-21), Además, los textos que hablan de la presencia del Mesías hablan también, implícitamente, de la presencia del reino, porque el Mesías es el rey.
Otras veces se trata del reino en los evangelios, pero desde una perspectiva pospascual: se anuncia el poder que revestirá a Jesucristo después de su muerte (Le 22,29-30; 2 Pe 1,11; 2 Tim 4,1.18; Ef 5,5; Ap 12,10).
La identificación de Jesús con el reino la volvemos a encontrar en la tradición viva de la Iglesia; «En el evangelio, el reino de Dios es Cristo mismo»’6; «El hijo de Dios es la auto- basíleia, d reino de Dios en persona»’. Pero el mismo Lucas, desde el principio de la vida de Jesús, le llama «Señor» (Kyrios), El Jesús del evangelio (de Lucas) es ya el Señor presente en su Iglesia, el que revela su señorío a los discípulos y a aquellos que lo escuchan con fe. Vemos cierta analogía en la tradición joánica: ver el reino de Dios es ver ya a Jesús (Jn 3,3); entrar en el reino (Jn 3,5) es entrar por su puerta, que es Cristo (Jn 10,9). Entrar en el reino de Dios es, pues, entrar en la estancia del Padre y dd Hijo (1 Jn 1,3), penetrar en la intimidad del Corazón de Jesús, «entrar en Jesús, ser transformado en Jesús, por medio del Espíritu de Cristo que habita en él»6.
Por consiguiente, profundizar en el conocimiento del tema del reino implica penetrar en el misterio de Jesús, es decir, en su Corazón, en el sentido anteriormente explicado. Ya que el Corazón de Cristo simboliza su interioridad, y, en fin, su misterio, él es la revelación, la verdad con la cual reina sobre nosotros.

La obediencia de Jesús

Otro aspecto de la conciencia de Jesús es su obediencia al Padre: Jesucristo fue obediente hasta la muerte. Escrutar el misterio de su obediencia es penetrar en e! misterio de Cristo, en su Corazón.
Lxi obediencia de Jesús no fue solo un «ejemplo» que él nos quiso dar, sino que fue una actitud profunda en él de la que los evangelistas quisieron dejar constancia. Tras ellos, ninguno de los que incluso lo habían reconocido como «Maestro» osará insistir en ello con tanta fuerza. K. Rahner observa a propósito de esto: «En la mayor parte del Nuevo Testamento la misión de Cristo redentor se representa muy a menudo bajo la idea clave de la obediencia al Padre» 7.
¿En qué términos hablan los evangelios de la obediencia de Jesús? En primer lugar, los abundantes textos expresan una obligación: «era necesario» que él actuara de este modo, porque era la voluntad del Padre; lo que quiere decir, implícitamente, que Cristo debía obedecer la voluntad de Dios manifestada en las Escrituras. Es lo que dice también el autor de la carta a los Hebreos, como primera actitud de Jesucristo a su llegada al mundo: «Aquí estoy yo, oh Dios, para hacer tu voluntad»(Heb 10,5-7). Más que nadie, Juan vuelve con frecuencia a la actitud de Jesús, sometido siempre a la voluntad del Padre (4,34; 5.30; 8,29.55; 9,4); pero, sobre todo, se pone el acento en Gersemaní (Mr 26,39.42) y en Ja oración sacerdotal (Jn 17,4.6.14).
El elemento más importante que hay que descubrir para conocer la conciencia de Jesús —y, en consecuencia, su Corazón— es la manera en la que Jesús obedece; porque hay dos formas de obediencia: la del esclavo y la del hijo.
Evidentemente, la que caracteriza el Corazón de Jesús es la obediencia filial, «Obedecer es la expresión de su misma persona, de su intimidad única con el Padre. Él es el que es. Hijo único y amadísimo, solo en la obediencia»8. Podríamos aportar en este sentido muchos textos, sobre todo de san Juan (5,19-30; 12,50; 14,8-10). Detengámonos, sin embargo, en uno solo, que no siempre ha sido traducido con exactitud: «El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado» (Jn 1,18). El seno, en este texto, no es el órgano femenino, sino la parte delantera del cuerpo humano, símbolo del amor y del afecto; se trata aquí de la actitud del Hijo unigénito, de completa obediencia al Padre y de recíproco amor a él‘\ Esta actitud de amor constituye al mismo tiempo la revelación al mundo de la vida trinitaria del Verbo de Dios.
Este aspecto de obediencia amorosa de la voluntad humana de Jesús, animada y penetrada por la voluntad divina, es un tema frecuente entre Jos padres de la Iglesia, sobre todo cuando comentan el fiat de Jesús en Gersemaní: «Nuestra salvación fué humanamente querida por una persona divina». «La especificidad personal del Hijo se formó y vino a la existencia en el corazón y en el alma del hombre Jesús»

Jesús vivió como un hombre identificado con su misión sobrenatural, como un hombre plenamente disponible en las manos del Padre. «La misión del Hijo no es otra que la de pro-longar en el mundo su eterna procesión del Padre»

La conciencia de ser Hijo de Dios

Pero hay que ir más allá de la obediencia de Jesús, y llegar directamente a su filiación. Hay que repetirlo: Jesús es consciente de su filiación divina, y precisamente en esto radica el secreto más íntimo de su «corazón».
Este fue un descubrimiento hecho por los discípulos en una segunda reflexión sobre todo lo que habían vivido junto al Jesús histórico. Dicha conciencia es algo que no se confunde con la obediencia de Jesús; de hecho, la precede: «Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer» (Heb 5,8). «La obediencia es propia del siervo, pero el consenso, la ayuda, la cooperación son características del hijo», comenta Newman1*. La obediencia es una actitud fundamental de su naturaleza humana; pero la actitud filial proviene de su vida divina, in- tratrinitaria. la conciencia humana de su condición de Hijo es el elemento más importante de la experiencia profunda del Jesús histórico.
Pablo insistió mucho en dicha filiación divina: «Yo vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó v se entregó por mí» <Gál 3,20; cf. 4,4-5; Rom 15,24; 2 Cor 3, U; Ef 1,3; Col 1,3). Y, más aún, Juan: escribió su evangelio para que creyéramos que «Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios» (Jn 20,31; cf. 1 Jn 5,13). Nadie empicó tanto como él la palabra «Padre» (137 veces) ni repitió la afirmación de que Jesús era «Hijo de Dios»

Este título de «Hijo» tiene su fundamento en la conciencia filial de Jesús. Solo mis tarde la teología empezaría a reflexionar sobre la condición íntima de Jesús. Sin embargo, Jesús reiteraba con insistencia que Dios era su Padre de una forma diferente a la paternidad de Dios para con los demás hombres: «El Padre mío y Padre vuestro». El lo llama Abbd, vocablo insólito en la tradición judía. Él posee la soberanía universal, en cuanto que es rey del reino (Mt 11,27). Por consiguiente, conocer al Padre es conocer al Hijo, y conocer al Hijo es conocer ya al Padre. F.l conoce al Padre con un conocimiento inmediato (Jn 7,29). Guillermo de Saint-lhierry explica el misterio profundo de esta relación entre Jesús y el Padre en un pasaje donde comenta la pregunta de los discípulos en Jn 1,38 {«Domine, ubi habitas?»): «Oh Verdad, responde, te lo ruego: Maestro, ¿dónde vives? —Ven, respondió, y ve. ¿No crees que yo estoy verdaderamente en el Padre y el Padre está en mí? —Gracias, Señor… ya hemos encontrado tu lugar. Tu lugar es tu Padre; y más aún, el lugar de tu Padre eres tú».
Sin embargo, debemos observar que no se trata de la relación filial con el Padre en el plano exclusivamente trinitario, sino la del hombre Jesús: aquí está precisamente su misterio más íntimo y profundo, su «corazón». La conciencia filial de Jesucristo es el «corazón» de su santa humanidad. Y de la autoconciencia de Jesús brota la fe de la Iglesia. «Este misterio de la conciencia de Jesucristo, este misterio del Corazón de Jesús, solo puede descubrirlo el cristiano que posea la fe en su corazón».
A la luz de todo lo que anterior, podemos ahora intentar traducir o más bien llevar la definición metafísica de Calcedonia a términos de historia, según la tendencia teológica contemporánea. Esta tendencia no es ajena a la tradición de la Iglesia. Máximo el Confesor ya explicó qué significaba concretamente, en la vida de Jesús, el hecho de que su voluntad humana y su acción humana estuvieran penetradas por su voluntad divina y por su acción divina (es lo que los teólogos llaman «perijóresis»): «Más allá de la condición humana, él (Jesucristo) obra todo lo que es humano manifestando la estrecha unión… y la colaboración perfecta entre la acción humana y el poder divino; porque la naturaleza (divina), unida sin mezcla a la naturaleza (humana), estaba totalmente penetrada de ella y no había absolutamente nada de la humanidad que quedara fuera de la acción o separada de la divinidad unida a ella según la persona.

Conclusión

Hoy la cristología se orienta hada el Jesús histórico. Una teología del Corazón de Jesús no puede permanecer al margen del pensamiento teológico actual. Por eso, es necesario profundizar en el conocimiento de los sentimientos más íntimos de Jesús y de su conciencia (de su Corazón) a lo largo de su vida terrena.
F.n este sentido hemos estudiado tres aspectos de la con-ciencia humana de Jesús que nos han parecido fundamentales: su conciencia de hacer presente entre nosotros el reino de Dios, su obediencia al plan del Padre y, sobre todo, su conciencia de ser el Hijo del Padre. Estas tres dimensiones delimitan, por así decirlo, todo el espacio interior del misterio de Cristo:
— con su obediencia cumple la obra de salvación;
— con su condición filial se revela como el Hijo, como aquel que procede del Padre, que vive en estrecha relación con él;
— pero, al identificarse con el reino de Dios, manifiesta al mismo tiempo su trascendencia, dado que participa de la
soberanía de Dios.

Así nos es posible penetrar en d misterio de la conciencia de Cristo, es decir, del Corazón humano de Jesús.
Pascal decía que «el corazón es el lugar natural de la verdad»11. Esto es así para cualquier hombre, pero para nadie tanto como para Jesucristo, porque solo Él puede decir: «Yo soy la verdad». El Corazón de Jesús es, pues, el lugar de la verdad: de este lugar, de este centro, irradia sobre el mundo todo el misterio del Hijo de Dios.