Del libro "EL MISTERIO DEL CORAZÓN TRASPASADO", Ignace de La Potterie
Cuando Juan habla de la obediencia, a menudo emplea las palabras «Hijo» y «Padre». La obediencia que describe no es la de una criatura al Creador, la de un hombre normal a su Señor. Es la obediencia del Hijo único al Padre, J. Guillet lo explica muy bien: «Obedecer… es la expresión de su propia persona, de su intimidad única con el Padre, Él es el que es, es decir, el Hijo único y amado, solo en la obediencia»”. Así, en el versículo final de su discurso sobre el poder del Hijo (5,19-30), Jesús profesa su obediencia, pero, al decir esto, no hace más que retomar su declaración solemne del principio: «En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que ve hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo, pues ei Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace» (w.l9-20a). En el discurso final de su vida pública, Jesús termina con estas palabras: «Lo que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre» (12,50). Pero quisiéramos detenernos sobre todo en dos textos aún más importantes, para mostrar claramente hasta qué punto La obediencia de Jesús es la expresión humana de su condición filial.
En el discurso de la última cena, a la pregunta de Felipe: «Señor, muéstranos al Padre», Jesús responde: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre… ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras» (14,9-10). Y aquí estamos ante un versículo típicamente joánico, con un sutil juego de sinónimos y la extraña sustitución de un término por otro. Refiriéndose a sus propias palabras, Jesús explica: «Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia». Normalmente, el orden lógico sería: «Es el Padre el que dice estas palabras en mí». Pero, en la siguiente frase, Jesús da una explicación diferente, inesperada: «ElPadre [es el que] hace las obras». Podemos intuir el porqué de este cambio de palabras: Juan quiere que comprendamos que la obra del Padre es precisamente la de revelarse a si mismo en las palabras del Hijo; por otra parte, si estas palabras de Jesús son reveladoras, es porque «el Padre permanece en él», porque entre ellos hay una relación de Padre e Hijo. De este modo, la misteriosa respuesta dada a l elipe adquiere pleno sentido: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre», uno de los textos más densos del cuarto evangelio. Es evidente que para ver al Padre no basta con ver a Jesús con los ojos del cuerpo. Esto es posible solo para la mirada que pasa a ser contemplación, para la mirada que, desde la apariencia exterior del hombre Jesús, sabe ir más allá, para descubrir (a realidad interior, el misterio del Hijo presente en él: quien ve así a Jesús, quien descubre en él al Hijo único, ve en él al Padre. 1.a presencia y la acción del Padre en él explican por qué Jesús no habla por cuenta propia, por qué obedece al Padre en la acción de revelar: el principio profundo de sus palabras es el Padre que actúa en él, el Hijo.
Se pueden hacer consideraciones similares a propósito del versículo final del prólogo (Jn 1,18)56. Desgraciadamente estamos demasiado acostumbrados al texro de la Vúlgaia: «… qui est in sinu Pairis, ipse enarravi». Entonces pensamos inevitablemente en la vida trinitaria del Verbo, en el plano de la eternidad. Pero la preposición eis tiene un sentido dinámico: «está hacia el seno del Padre». Juan nos sitúa aquí en el plano histórico, el de la misión reveladora de Jesús; así lo indicaba el versículo anterior: «la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo» (1,17). Para exponer de forma sintética la revelación que Jesús nos trae, el evangelista escribe al final: «El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer». La palabra «seno» (kolpos) no designa un órgano femenino, sino, más en general, la parte superior del cuerpo humano (cf. Jn 13,23). Es el símbolo del amor, del afecto. La fórmula «el Hijo único, que está en el seno dd Padre» describe, pues, la vida filial de Jesús, su condición de Hijo unigénito, hecho de obediencia al Padre y de amor recíproco hacia el Padre.
Pero, como demuestra el texto incluido entre e! comienzo y el final del prólogo, este comportamiento humano de Jesucristo ante el Padre es la expresión histórica, la imagen terrena, de lo que era ta actitud del Verbo ante el mismo Dios en la vida divina: «el Verbo estaba vuelto hacia Dios» (v. I -2; cf, 1 Jn 1,2); del mismo modo, en los días dd Verbo hecho carne, «el Hijo único estaba vuelto hada d seno dd Padre» {v. 18). El motivo es que cí «lo ha dado a conocer»: la vida filial do Jesús era la manifestación aquí, en la tierra, de la vida trinitaria del Verbo en Dios.
Ahora aparece de modo claro qué consecuencias riene esto para nuestro tema del corazón y de la conciencia humana de Jesús: su vida profunda, hecha de obediencia al Padre y de amor al Padre, era la expresión humana, la imagen perfecta, de su vida divina, es decir, de la vida deí Hijo eternamente «vuelto hacia el Padre» (I Jn 1,2).
Los Padres de la Iglesia.
La idea del estrecho vínculo entre la obediencia de Jesús y su filiación la volvemos a encontrar más veces en la tradición patrística.
1.Veamos primero la nueva explicación propuesta por ¿Máximo el Confesor para la oración de jesús en Getsemaní; «No se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres» (Mr 26, 39 )v. En el siglo vil, la tradición monohsira se expresaba a través de formas nuevas, el monotelismo y el monenergismo bizantino; este reconocía en Cristo solo la acción y Ja voluntad divina. En la oración de Gctscmaní, la sumisión de Cristo a la voluntad del Padre se entendía únicamente como expresión de su voluntad divina, que posee en común con el Padre y con el Espíritu. El papel de la humanidad de Jesús en la obra de la salvación prácticamente venía eliminado. Hoy, observa M. j. Le Gulllou, hay una tendencia a la difusión de «un nuevo monoielismo»58, pero que consiste exactamente en lo contrario que el antiguo, porque, en la actitud de Jesús en la pasión, muchos autores no ven más que el comportamiento valiente de un hombre ante la muerte; esta actitud simplemente humana puede ser, sin duda, un ejemplo en el plano moral, pero deja de rener un alcance salvífico de cara a la salvación de los hombres.
Máximo el Confesor se empeñó en demostrar, por una parte, que el «fíat» en la agonía fue el acto supremo de la li- bertad humana de Jesús, pero, por otra parte, que esta voluntad plenamente humana era también la del Hijo de Dios. Como dice Le Guillou, «lo que el libre consentimiento, el “fiat» de Jesús en Getsemaní, revelaba a Máximo era que nuestra salvación había sido deseada humanamente por una Persona divina»™. Máximo distingue en Cristo entre la «realidad esencial de la naturaleza (lagos tesphyseos)» y el «modo personal de existir (tropos tés hyparxeós)». I,a obediencia de Jesús en Getsemaní era plenamente humana según la «realidad esencial» de su voluntad humana (y así era igual a la de los demás hombres), pero ejercía sobre un «modo personal» inexpresable, por la unión perfecta de su voluntad con la voluntad del Padre, unión que era la expresión de su actitud de Hijo*0.
El lenguaje de Máximo, no se puede negar, es difícil y abs-tracto. Era algo probablemente inevitable para aquella época. Pero no podemos dejar de admirar la exactitud y la profundidad de su interpretación de la agonía; de ella han salido a la luz los aspectos fundamentales, humano y divino, señalados en el evangelio: Jesús se muestra allí perfectamente sometido a la voluntad de Dios, pero se mantiene en una actitud filial hacia aquel al que en su oración llama «Abbá, Padre» (Me 14,36). Este análisis de Máximo se puede aplicar a coda la vida terrena de Jesús, a toda la economía de la encarnación. Nos permite descubrir un aspecto esencial de la conciencia humana de Jesús: «Toda la especificidad personal del Hijo se ha convertido y está contenida en la existencia, el corazón y el alma del hombre Jesús»61. De ahí la importancia de este estudio del modo filial de existir en Jesús para profundizar en la teología del Corazón de Cristo.
2. Examinaremos más rápidamente Jos textos de otros dos padres, san Cirilo de Alejandría e Hilario de Poitiers, no porque sean menos importantes, sino porque son más fáciles de comprender. Tanto uno como otro prolongan y explican la línea de pensamiento de Juan.
Cuando llega a la interpretación de Jn 5,19: «El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre», san Cirilo comenta así esta profesión de obediencia de Jesús: «Ln todo yo cumplo sus obras, dado quej^o soy por él (exsistens ex ipso)»61. Debido al hecho de que Jesús es el 1 lijo eternamente engendrado por el Padre, todas sus acciones son expresión de lo que hace el Padre.
Reflexiones análogas hallamos en el mundo latino de Hilario, en pleno contexto de combate contra los arríanos. Aunque tenga la misma sustancia que el Padre, nos explica el obispo de Poitiers, el Hijo «está sometido al Padre como a su autor»6*-. autor no en el sentido de creador (Dios es el creador de la humanidad de Cristo), sino en el sentido de principio (arché), es decir, de lo que el Padre es para el Hijo: el Padre engendra.
eternamente al Hijo. En esta generación divina de ¿1 como Hijo se fundamenta la obediencia humana de Jesús»4.
En la vida trinitaria, podemos decir que «dar» corresponde al Padre y «recibir» es propio dd Hijo. En este sentido, el Jesús joánico podía afirman «El Padre es mayor que yo» (Jn 14,28). Este versículo fue ampliamente discutido por ios Padres»4. Según la mejor interpretación antigua, es preciso entenderlo de esta forma: la «inferioridad» del Hijo no vale solo para el hombre Jesús, en su relación con Dios, sino que se da igualmente en el mismo Dios respecto a Cristo en su calidad de Hijo; así se explica Faustino: «Aunque, en cuanto Dios, el Hijo es igual al Padre, sin embargo, en cuanto Hijo, es inferior al Padre, porque el Hijo recibe su origen del Padre»66,
c) Conclusión
Esta segunda etapa de nuestro estudio es más importante que la primera. Ya hemos visto dos grandes paradojas del misterio de Jesús: su obediencia perfecta al Padre y su filiación divina. Pero Juan y los Padres nos ayudan a comprender que la primera se explica con la segunda y se enraíza en ella. Descubrimos aquí un aspecto capital, sin duda el fundamental, de la conciencia humana de Jesús: él vivió como un hombre enteramente entregado a Dios, un hombre identificado con su misión sobrenatural, un hombre plenamente disponible en las manos del Padre* . He aquí lo más profundo en él: vivía siempre tfuflto hacia el Padre. Y los primeros cristianos entendieron muy bien que precisamente en esto se revelaba como Hijo. 1.a cristología contemporánea está descubriendo precisamente este
AS
aspecto .
Para terminar, recordemos también aquí Jas letanías del Sagrado Corazón, Pero esta vez conviene comparar dos invo-caciones69. «Corazón de Jesús, obediente hasta la muerto*: esta invocación de la tercera parre, inspirada en Flp 2,8, resume la obra de salvación realizada por Cristo, pero se queda en el plano de la economía salvífica. Desde el punto de vista de la teología, esta descripción de la obediencia del Siervo debe explicarse ulteriormente a la luz de la invocación dd comienzo: «Corazón de Jesús, Hijo del eterno Padre». Si el Corazón de Jesús era obediente hasta la muerte, se debía al hecho de que era el Corazón del Hijo.