CRISTIANOS MOLDEADOS POR LA EUCARISTIA

Luis Mª Mendizábal S.J.

Introducción.

La introducción que titula esta conferencia está tomada de un discurso de Juan Pablo II a los Directores Nacionales del A.O. Dicen los Estatutos (n.9): «es menester que la espiritualidad de los fieles se regule por el Misterio Eucarístico, penetre y moldee toda su vida, y los conduzca a una participación consciente y vital de este Misterio».

Lo que el A.O. promueve relacionado con la Eucaristía podría esquematizarse en estos puntos: 1) Ofrecimiento: Me ofrezco contigo al Padre en tu Santo Sacrificio del altar; por las Intenciones por las cuales vos os inmoláis en el altar; 2) Comunión reparadora; 3) Vida moldeada por la Eucaristía. Estos puntos no son meras prácticas, aunque tienen su plasmación práctica, sino que brotan de una actitud fundamental del Apóstol de la Oración, que arranca de su sintonía con el Corazón redentor de Jesucristo.

Por eso juzgo importante encuadrar esta dimensión eucarística en el marco del A.O. y en el proyecto eclesial de hoy.

 

1.- La Nueva Evangelización.

El Papa ha lanzado el reto de la Nueva Evangelización para un mundo que la necesita. Se ha evangelizado ya tanto en Europa como en América. Pero hoy hace falta una Nueva Evangelización para construir la Civilización del Amor. Evangelización nueva en su ardor, en sus métodos, en su acomodación al mundo actual. Fundamental para la Nueva Evangelización es formar nuevos evangelizadores e infundir en todos los fieles la convicción de que todos los fieles son evangelizadores. Y esos nuevos evangelizadores se han de caracterizar por la vivencia profunda de su fe, de su comunión con Cristo, de su autenticidad de vida cristiana exultante y gozosa en la totalidad de su entrega y de su oblación (Chi 74…). Hombres conscientes de que la construcción de una Humanidad nueva, de una civilización del amor no es tarea de nivel simplemente humano; sino que el único Salvador es Jesucristo, por su oblación a lo largo de toda su vida consumada en la cruz.

Para que se cumpla la redención es necesario que a la oblación de Cristo se una nuestra pobre oblación. Como sacerdotes, partícipes del sacerdocio único de Jesucristo, tenemos que ofrecemos como él y mantener ese ofrecimiento a lo largo de toda nuestra vida. Entendiendo este mantenimiento no como una actitud paralela a la que asumimos en las diversas circunstancias de la vida diaria, sino haciendo de esa oblación la raíz y médula de todos nuestros actos. La oblación pone a la Iglesia en disponibilidad de ofrenda y en docilidad a la voluntad del Señor.

Los Nuevos evangelizadores han de ser hombres que viven su oblación en sintonía con la de Cristo. Y a esa entrega gozosa está vinculado el nuevo ardor de la caridad, que inspira los nuevos métodos y los anima con el espíritu de entrega y que, en sintonía con el Corazón de Cristo se hace cordialmente cercano y se acomoda evangélicamente al mundo de hoy.

 

  1. El Apostolado de la Oración.

Es un movimiento, un espíritu, dentro de la Iglesia, que no se detiene en elementos marginales u ornamentales de la vida cristiana, sino que se siente llevado al meollo mismo del ser en Cristo. Arranca de la persuasión de que todo redimido por Cristo está llamado a ser redentor con Cristo. Y por cierto, que si fue redimido por la oblación del cuerpo de Cristo (Heb 10,10), está llamado a ser redentor con Cristo por la oblación de su propio cuerpo, unida a la oblación de Cristo: «Os ruego… que ofrezcáis vuestros cuerpos, como hostia viva, santa, agradable a Dios: tal es vuestro sacrificio razonable» (Rom 12,1). Se trata de una penetración y vivencia central del misterio de la redención. De la contemplación del misterio redentor de Cristo y de su corazón redentor brota la oblación de si mismo vivida con análogo corazón redentor. Toda la vida se hace redentora, si es vivida con corazón redentor y como expresión de la oblación mantenida. La revitalización de la actitud del corazón es la base del nuevo evangelizador y de la nueva evangelización. Una Iglesia ofrecida siempre y entregada en cada momento en amor, es una Iglesia radiante y rejuvenecida. Porque solo el temor de la muerte envejece y la falta de ilusión en la vida personal y del mundo.

 

  1. La Eucaristía en el Apostolado de la Oración.

La Eucaristía hemos de entenderla en su totalidad: sacramento-sacrificio, sacramentocomunión, sacramento-presencia. La vida cristiana debe estar eucaristizada. Con mayor razón la vida del miembro del Apostolado de la Oración. En efecto: si el A.O. cultiva especialmente el misterio de la redención y la colaboración a la redención, la Eucaristía es el sacramento de la redención, centro así de la vida cristiana, fuente y cumbre de su vida espiritual.

La vivencia eucarística en la espiritualidad del A.O. no se reduce al amor y veneración de la presencia sacramental, ni a la reparación amorosa por los sagrarios abandonados. Estos aspectos, valiosos y dignos de vocación especial en la Iglesia, no los excluye ciertamente; pero no constituyen su luz especial. El A.O. pretende que el fiel viva la Eucaristía.

 

  1. a) El Sacramento-Sacrificio. El sentido que no puede faltar es el de representación del misterio de la redención, perpetuación del sacrificio de la cruz (Sac. Conc. n. 47), por el que nos mereció la justificación y todos los beneficios de la redención (Con. Trid. sess. 6, c. 7: D. 799; Myst. Corp. 198ss). El Apostolado mueve a sus socios a que reconozcan en la Eucaristía la oblación redentora de Cristo y a que unan su oblación de vida con el sacrificio eucarístico, haciendo de éste el centro de su vida. El sacramentosacrificio acerca a nosotros el sacrificio de la cruz con toda su dimensión trinitaria.

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Es necesario contemplar el misterio de la Santa Misa, para leer en él el gran amor del Corazón de Jesucristo, del corazón del hombre Cristo Jesús nuestro redentor y mediador. Porque si la Eucaristía es esencialmente ofrecer, ese término incluye también esencialmente el amor, que anima el ofrecimiento. Ese Cristo, de Corazón vivo y palpitante, nos ama con el amor con que ofreció su vida en la cruz y la ofrece en el cielo y en el altar. Quedarse sobrecogido ante el costado abierto para ver el misterio de la redención y como Juan al contemplar la lanzada, sentirse interpelado para dar testimonió, para gritar a los hombres la novedad vivida, para que también ellos crean, y entiendan ese misterio de amor que da la vida, y dando su vida nos da la vida. La vivencia sacramental de este misterio, presentando la oblación redentora total de Cristo, se convierte en estimulo de amor ardiente de corredención con él y anhelo de su reinado, y suscita en nosotros la respuesta de entrega, el ofrecimiento de nuestro cuerpo y de nuestra sangre con él y en él y por él al Padre, por la redención del mundo. Ese ofrecimiento nuestro es el que Cristo asume en su propia oblación para presentarla al Padre.

En la Santa Misa nos asociamos además a la gran oración de Cristo en la cruz, al ofrecer al Padre la inmolación de si mismo (Heb. 9,14 ) y a la gran oración que continuamente hace por nosotros ante el Padre, «siempre vivo para interceder por nosotros» (Heb 7,25).. Habiendo entrado como Sumo Sacerdote en el cielo es perpetuamente nuestro abogado ante el Padre, adorándole por nosotros, alabándole y presentando e1 culto perfecto que ofreció en el sacrificio de la cruz (Apoc 5;6). La Misa es así el punto de unión de la Iglesia con el Corazón redentor de Jesucristo,

«Celebrando y al mismo tiempo participando en la Eucaristía, nosotros nos unimos a Cristo terrestre y celestial que intercede por nosotros ante el Padre, pero nos unimos siempre por medio, del acto redentor de su sacrificio, por medio del cual El nos ha redimido» (Red. Hom n.20~

La Iglesia Cuerpo de Cristo en la tierra y otro Cristo: íntima unión de vida y de amor, y también de sacrificio. Cristo perpetúa su oficio sacerdotal por la Iglesia que fundó en la Cruz (Con. Trid. sess. 22: De sacrificio Missae, c.1: D 938.939; cf.Med.Dei, AAS p.522). El Sacrificio Eucarístico es el sacrificio de Cristo y de la Iglesia. .

Sacrificio de Cristo: Verdadero sacrificio en relación esencial con la cruz. Con el mismo sacerdote. Con la misma víctima. Con los mismos fines. Por él se ofrecen continuamente la misma gloria y acción de gracias, la misma expiación de la cruz; y nos alcanza torrentes de gracias de los tesoros de Dios.

Sacrificio de la Iglesia: Cristo es Sacerdote para nosotros, en nombre de toda la humanidad; es la víctima para nosotros, cargando con nuestras culpas. Se exige del cristiano que procure tener ánimo de Cristo cuando hacía el sacrificio de su mismo. Los fieles son -en un sentido verdadero- oferentes y víctimas en este sacrificio; no sacrifican, pero si ofrecen por manos del sacerdote, junto con él; así la oblación de los fieles entra en el culto litúrgico. Son también víctima: participando por la fe viva, consagrándose y asimilándose a Cristo inmolado con inmensos dolores (Med.Dei:AAS p.558).

 

  1. Sacramento-comunión:- Por la comunión del Cuerpo y Sangre inmolados de Cristo recibimos la fuerza de la caridad inmolativa, el fuego del corazón redentor, para ofrecemos por la humanidad en unión y participación de los sentimientos del Corazón de Cristo.

El efecto propio de la Eucaristía es la «caridad inmolativa», redentora, que corresponde al signo sacramental. Más allá de una simple caridad de benevolencia o de simple mutua entrega afectuosa, se comunica un amor inmolado hasta la muerte, que suscita amor de inmolación hasta la muerte por Cristo y los hermanos. Contemporáneamente hay una comunicación especial del Espíritu Santo; ya que al abrazar Cristo al fiel, le abraza en él el Padre; y ese abrazo del Padre y del Hijo es donación del Espíritu Santo, como se da en el momento redentor del Calvario (Red. Hom. 9). Y la Eucaristía, comuni6n de Cristo inmolado por nosotros, es fuente de la caridad propia de cada vocación.

 

  1. Sacramento-presencia.- Con la presencia del Cordero inmolado mostrando siempre sus llagas y su costado al Padre y a los hombres, se nos hace presente la inmolación de Cristo y su entrega a los hombres, haciendo resonar silenciosamente en nuestros corazones a través de nuestra mirada contemplativa, las palabras de la Institución: «Toma y come, esto es mi Cuerpo entregado por ti; ésta es mi Sangre derramada por ti y por todos los hombres». Con ello tenemos un estímulo constante para mantener nuestro ofrecimiento a lo largo del día, renovando nuestra unión y nuestra entrega en los frecuentes momentos de adoración eucarística.

 

  1. Vivir la Eucaristía en la vida.- Hay en ese sacramento una vivencia espiritual del ser redimido por Cristo, al entregar él su Cuerpo y Sangre por nosotros y por todos los hombres. Se da una invitación y urgencia a ofrecer el sacrificio de Cristo y nuestro sacrificio con él: «Os he dado ejemplo’, para que la que yo he hecho con vosotros lo hagáis también los unos con los otros» (Jn 13,15). De esta manera estimula al cristiano a imitar la oblación de Jesucristo haciendo lo mismo por lo demás, aprendiendo la actitud oblativa redentora de la vida entera: el ofrecimiento de la propia vida con Cristo al Padre (c1. Miser. Redemptor, AAS 1928, p.170172), en sacrificio espiritual extralitúrgico -«hostia viva y santa»; «ofrenda permanente» viviendo según la voluntad de Dios, ofreciendo los trabajos y las alegrías, aceptando las adversidades de la vida (LG 34). «

. El sacrificio del altar vivido en su esencia nos hace asumir el sentido sacrificial de la vida cristiana y nos da energía para vivir los sacrificios espirituales de la vida diaria, de las alegrías y de las cruces, para luego traerlas en el ofertorio de la Misa siguiente y ofrecerlas con Cristo, transformados en la inmolación del mismo Cristo (L.G.11.34; P.0.2. 5).

Nos mueve además a vivir toda nuestra existencia en servicio entregado a los hermanos con las disposiciones de Cristo en la Eucaristía: con amor entregado, poniendo en juego nuestro ser entero, sirviendo a los hermanos con los que convivimos, e irradiando en torno la caridad de Cristo. De esta manera la Eucaristía construye la comunión eclesial.

Es lo que podemos llamar «vivir la Misa 24 horas». Vivir el ofrecimiento; con calidad digna de lo que ha sido ofrecido a Dios y asociado a la redención de Jesucristo. Se establece un doble movimiento: traer la vida entera para ofrecerla en la Eucaristía y llevar la Eucaristía para informar nuestra vida.