EL MISTERIO DE LA REDENCION

Corazón de Jesús

LUIS Mª MENDIZABAL, S. J. del libro «EL OFRECIMIENTO DEL APOSTOLADO DE LA ORACION A LA LUZ DE LA TEOLOGIA ACTUAL DE LA REDENCION«

EL MISTERIO DE LA REDENCION Y NUESTRA COLABORACION

El misterio de la redención ocupa el centro del cosmos, de la historia y de la Iglesia. Como Juan Pablo II lo ha recalcado frecuentemente, la misión fundamental de la Iglesia se centra en la redención: en acercarla a cada hombre y en acercar cada hombre a ella. Contemporáneamente se toca lo más profundo del hombre: la esfera misteriosa del corazón humano. La redención es obra de amor y manifestación de amor. Misterio tremendo del amor de Dios. Es misericordia y justicia. Es al mismo tiempo entronización de Cristo Rey.

Para designar este misterio hay diversos nombres: redención, reconciliación, salvación, reino de Cristo, nueva creación. Cada nombre tiene su significaciónmatizada. Pero en el uso común se intercambian designando todo el misterio. Con cada uno de ellos se pue-den designar dos etapas de la realidad que expresan: el acto originario y el estado resultante. Así la redención puede designar el acto redentor o la redención hecha. Puede designar, por tanto, el acto salvador, instaurador del reino, neo-creador o la salvación realizada, el reino de Cristo establecido, la nueva creación en su ser permanente.

La redención de hecho se realiza en dos etapas diversas, pero relacionadas entre sí. Primera etapa: en los días de la carne de Cristo, que comienza bajo el corazón de la Virgen, en su «fiat»; continúa a lo largo de toda su vida mortal; y se consuma en el sacrificio cruento de la cruz; pero la redención no queda totalmente concluida. Segunda etapa: comienza con la glorificación de Cristo y se desarrolla a lo largo de la historia, especialmente por el ministerio de la Iglesia. La terminación suprema se realizará en la Parusía. Sin forzar las cosas se puede decir que el Apostolado de la Oración es la obra eclesial de la colaboración universal a la redención. Es, por tanto, deber del Apostolado penetrar y asimilar asiduamente este misterio y transmitir gozosamente a todos los fieles su anuncio y la llamada a dejarse interpelar por él hasta el fondo, asumiendo la responsabilidad de prestar su propia persona a la colaboración en los planes portentosos de Dios.

II. EL ACTO REDENTOR DE JESUCRISTO

La obra de reconciliación de Jesucristo se sintetiza en esta fórmula: Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo de María, en su amor misericordioso al hombre: 1) hecho uno de nosotros, 2) ofreció su vida por nosotros con Corazón redentor, 3) siendo constituido Rey (Kyrios, Señor).

1. Hecho uno de nosotros

El presupuesto fundamental de la redención es la unidad y solidaridad del género humano. Ni el pecado original, ni la redención son inteligibles prescindiendo de la unidad del género humano.

No sería Apostolado de la Oración (A. O.) un movimiento que promoviera solamente la penetración intelectual del misterio de la redención en sus etapas. ElA. O. muestra la necesidad de colaboración, la belleza de tal invitación y la iniciación vital y al alcance de todos para empeñarse personalmente en tal colaboración. Es, pues, fundamental en el A. 0. una verdad-clave de la fe cristiana: que es posible y necesario colaborar en la redención.

Todos los hombres somos verdaderamente uno. Como miembros de una familia. No somos una agregación de personas procedentes de orígenes diversos; sino «una carne», como los hijos que vienen de los padres. La historia de cada uno de nosotros no empieza con nuestra vida personal, sino que nuestro cuerpo, -que no ha sido creado de la nada-, tiene su historia que arranca desde la primera existencia del hombre sobre la tierra. Está tejido por nuestros antepasados. Si alguien fuera creado enteramente de la nada no tendría pecado original, porque no tendría conexión alguna con la humanidad, sino sólo semejanza.

Correspondientemente hay que discurrir sobre la redención. Un Jesucristo con una humanidad creada de la nada, no sería «uno de nosotros» y no podría redimirnos más de cuanto pudiera redimirnos un ángel. Era necesario que fuera «uno de nosotros» (Gal 4,4; Hb 2,14-17). De ahí el lugar clave de María, de quien recibe Jesús el ser «uno de nosotros».

Este sentido de personalidad y de solidaridad es fundamental también para entender el amor que el Padre nos tiene y el que nosotros hemos de tener. El Padre nos ama con amor personalísimo, pero dentro de la unidad de la humanidad. Las imágenes en torno a la redención conjugan estos dos elementos. Jesús describe el amor personal que tiene a cada oveja llamándola por su nombre; pero la ama en el rebaño del que es pastor. Oveja en el rebaño. Personalidad en la comunidad.

«Ser uno de nosotros» implica no sólo una uniónontológica, de raza, sino también una unidad de solidaridad y de amor, que hace vivir cordialmente dicha unidad. Tal es el orden de las cosas. Y tal será la actitud redentora de Jesucristo.

2. Ofrece su vida por nosotros con corazón redentor

Es la actuación de solidaridad redentora que Jesús ha vivido psicológicamente con corazón redentor. Ofrece su vida en expiación por la humanidad[1]. Los textos fundamentales de la revelación son:

Jn 10,14-15: «Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas y las mías me conocen, como me conoce mi Padre y yo conozco a mi Padre; y doy mi vida por mis ovejas.»

Mt 20,28: «El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar su vida en redención por muchos.»

1 Cor 15,3: «Cristo murió por nuestros pecados».

Gal 2,20: «Me amó y se entregó a la muerte por mí».

Hb 10,5-10: «Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me diste un cuerpo a propósito; holocaustos y sacrificios no te agradaron; entonces dije: «Aquí estoy dispuesto – pues así en el comienzo del libro está escrito de mí- quiero hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad». En virtud de la cual voluntad hemos sido santificados por la oblación del Cuerpo de Cristo de una vez para siempre».

La redención no es simplemente un acto divino, a la manera de la creación, un mero perdón concedido desde arriba. La redención es un acto humano, el acto de la oblación de sí mismo, realizado por «uno de nosotros» en favor de todos nosotros (cf. Jn 11,50). Puede decirse con expresión teológicamente correcta que en uno de sus miembros la humanidad se redimió a sí misma. Pero, evidentemente, es el acto humano de una persona divina, que debemos analizar.

Ya en ocasión de las curaciones milagrosas de Jesús, imagen de su acción redentora, destaca san Mateo (8,17) que en estas curaciones «se cumplía lo anunciado por el profeta Isaías: «Él tomó nuestras flaquezas y llevó nuestras enfermedades», haciendo ver que no era mera curación poderosa, sino que el Salvador tomaba sobre sí nuestras enfermedades y nuestros pecados.

La escuela teológica de J. M. LeGuillou, O.P. ha dedicado especial atención a la teología de san Máximo Confesor. Hace observar que fue mérito de san Máximo haber centrado la meditación de la Iglesia en la Oración del Huerto para entender que la redención fue obra de la voluntad humana de Jesucristo. Cuando el Concilio Constantinopolitano III definió la voluntad humana de Jesucristo, no lo hizo por el prurito de dirimir una cuestión bizantina, sino movido por la firme persuasión de que negar la voluntad humana libre de Jesucristo era negar la redención verdadera. La redención es obra de la voluntad humana de una persona divina[2].

Pero hay un paso más. Podemos matizar aún que la redención es la obra del corazón humano de una persona divina. Con esta formulación en primer lugar se matiza lo que es la “voluntad». Pero además se penetra más hondamente en el concepto de solidaridad vital y de redención.

En efecto, la meditación contemplativa del Huerto nos lleva a ver allí no sólo un acto de voluntad sino un amor solidario humano, heroico, de una persona divina. Jesucristo no sólo ha aceptado con la voluntad la muerte y ha ofrecido con la voluntad su cuerpo mortal, sino que lo ha ofrecido «por nosotros», en sentido de amor verdadero: .Me amó y se entregó a la muerte pormí». Sólo el amor asume verdaderamente la vida de otra persona y su actitud ante Dios. No es sólo una compasión desde fuera, sino el lugar del pecador, su actitud misma ante Dios, porque por amor se identifica con él[3]. De ahí la tristeza, temor y tedio del Huerto.

Para el valor redentor en favor de otros es necesario el amor humano de una persona divina que asume la vida y los pecados del mundo en la grandeza de su oblación amorosa solidaria. Cuando decimos que Jesús sufrió por amor, no queremos decir únicamente que sufrió con paciencia y con voluntad fuerte, sino que sufrió por amor personal a mí, a cada hombre, asumiendo mi vida y mis pecados en su corazón. Ofrece su vida y su muerte con corazón redentor por cada hombre.

Pero Jesús no sólo ha ofrecido su muerte con amor redentor, sino que ha ofrecido «su cuerpo» (Hb 10,10), es decir, todo su ser mortal; recalcando la corporeidad, la mortalidad. Juan Pablo II comentaba: «Esta oblación ha dado unidad y sentido a toda la vida de Jesús. Los mismos dolores y muerte en la cruz no son redentores por sí mismos, sino por la oblación redentora con que Jesús los ofreció»[4].

Es un aspecto importante. La actividad salvífica de Cristo fue múltiple: además de reconciliarnos con el Padre, nos enseñaba el comportamiento cristiano, oraba por nosotros, nos daba ejemplo de vida. Pero toda la vida de Jesús en todas sus actividades diversas fue formalmente redentora por la oblación cordial con que laofreció desde su entrada en el mundo y la mantuvo siempre.

Esa misma oblación de corazón redentor, -añade el Papa-, la mantiene Jesús en el cielo y en el altar. Continúa ofreciéndose con el mismo amor de su corazón humano redentor. Y a esa oblación de Cristo -concluye Juan Pablo II- debe unirse nuestra pequeña oblación cristiana. Es lo que enseña el A.O., que aprende de la oblación redentora de Cristo el estilo de su propia oblación corredentora.

3. Siendo constituido Rey (Kyrios, Señor)

San Juan ve en la cruz la entronización de Cristo. Destaca el título de la cruz y las referencias a su realeza a lo largo del proceso ante Pilatos. Pero no es rey de este mundo. Ni se trata simplemente del reinado que le corresponde como Hijo de Dios Omnipotente. Es Rey de amor, a través del testimonio que ha dado muriendo por nosotros. Testimonio del amor del Padre que se nos revela en su propio amor redentor. Nos ha revelado, declarado y ofrecido el amor de Dios y puede pedir que amemos a Dios y nos dejemos poseer por su amor.

Tal es el verdadero reinado de Jesucristo, no a la manera de los poderes de este mundo, sino por el testimonio de la Verdad, la cual es el amor del Padre revelado en su Hijo Jesucristo que da la vida por nosotros pecadores. Quiere que aceptemos su amor, que creamos en El, que nos entreguemos como suyos por amor, de modo que Él sea nuestro. Y eso no sólo individualmente, sino como miembros de una familia humana que es realmente una. El reinado de Jesucristo es una civilización del amor de Dios, difundido en nuestroscorazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. III. LA REDENCION EN


[1] (1) Cfr. W. KASPER, Jesus der Christus, Mainz 1974, p. 256.

[2] Cf. M. J. LE GUILLOU, La teología del Corazón de Cristo, plenitud de la Cristología, en «Cor Christi», Bogotá 1980, pp. 386-392; M. LETHEL, La Théologie de I’Agonie du Christ, París 1979. 

[3] Cf. HOFFMANN, El misterio de la «sustitución» como centro del cristianismo, en «Cor Christi», Bogotá 1980, pp. 393-439.  

[4] Cf. JUANPABLO II, Homilía en el Nou Camp, sobre la identidad del cristiano, en Mensaje de Juan Pablo II a España, Madrid 1982, pp. 204205.