Del libro” Vivir de veras con Cristo”, Luis María Mendizábal. S.J.
Qué es la consagración
¿La consagración al Corazón de Jesús, en qué se caracteriza? Lleva consigo, en primer lugar, una invitación del Señor por la luz que Él nos da del Espíritu Santo, que nos hace comprender cómo todo nos viene del amor misericordioso del Señor. Es decir, tiene esa luz por la que capta que la acción de Dios sobre nosotros es obra del amor; entiende cómo todo viene de ese amor, es fruto de ese amor, y ve ahí la acción de ese Corazón palpitante que le ama, y lo ve en todo lo que le rodea. Y no solo eso, sino que capta la llamada de ese Señor de Corazón palpitante para que ofrezca su persona al amor del Corazón de Cristo, para acoger ese amor y para irradiar ese amor. Al ver todo iluminado con esa luz, siente como la llamada a una vida vivida más en el amor, en el amor de Cristo. Y entonces es cuando da su sí y se entrega confiadamente a ese amor, tornándose en instrumento de la extensión del reinado de ese amor, de que sea conocido, sea amado.
E incluso lleva consigo también el reparar a ese Amor no amado que comprende, porque lo comprende como amor misericordioso ilimitado no amado, despreciado y marginado. Es como una actuación de un amor que progresivamente se ha hecho más consciente del fondo de amor que existe en todo, y al que uno se entrega como instrumento de ese misterio de amor. Es la consagración en la cual entregamos al amor de Dios todo lo que viene del amor de Dios.
Matiz de reparación
Eso es consagración al Corazón de Jesús, es así. Esa es la consagración, que suele llevar implicado un matiz de reparación. ¿Por qué? Porque la visión que tiene uno del Corazón de Cristo es precisamente de un corazón herido y de un amor despreciado. No solo porque fue herido una vez, sino porque ahora bajo esos signos está indicando que todavía no se ha realizado su reino de amor y que eso le llega al alma. Entonces, yo así lo veo y eso me lleva a entregarme a Él. La situación de la humanidad condiciona ese corazón herido de Cristo que se presenta como herido ahora, no correspondido ahora, rechazado ahora, por una parte, de la humanidad a la que ama y por la que ha dado su vida y a la que ha redimido. De ahí, viéndolo me solidarizo con esos hombres ante el Señor en el deseo de reparar con mi amor y de extender a todos ellos el reino del Corazón de Cristo, la civilización del amor. Es la consagración al Corazón de Cristo.
La consagración al Corazón de Jesús significa esto: recoger nuestra vi-da, tal como ha sido hasta ahora, sin esconder nada de ella ante nuestra con-ciencia; porque, al fin y al cabo, en cada momento somos como un resumen y conclusión de cuanto hemos vivido hasta ese momento. Recogemos nuestro pasado en el presente, lo reconocemos como don del Corazón de Jesús, se lo ofrecemos a Él, nos entregamos a Él. Y, en cuanto depende de nosotros, también prevenimos todo lo que nos espera en nuestra vida, todo el fu-turo de la Iglesia también, pero en ella de nuestra vida, y ya lo queremos ofrecer desde ahora para que sea una respuesta de amor al amor del Corazón de Jesucristo.
La clave de la santidad está en un confiar al Señor nuestra existencia, en un entregarle a Él nuestra vida y entregarle de veras todo lo que somos, tal como somos, conscientes de lo que ha habido en nosotros de infidelidad, pero seguros de que el Señor quiere de nosotros la entrega de nuestra vida, tal como es, para que Él haga de ella una vida como la que Él quiere.
Por lo tanto, entregarnos así, de veras, a la manera de los santos, como un san Ignacio, de quien está escrito en la Capilla de la Conversión esta inscripción: «Aquí se entregó a Dios Íñigo de Loyola». No es que él cambiara de vida en el sentido de que viviera absolutamente empecatado, no. La entrega está en que yo renuncie a los propios proyectos y planes, en cuanto son míos y egoístas, para dejar que Cristo sea el que rija mi vida y trace los proyectos de mi existencia. Y se lo confío a Él porque creo en su amor para conmigo, ¡y sé que Él quiere para mí lo mejor! Sé que Él quiere que yo realice en mi vida los proyectos grandiosos que Él tiene pensados para mí.
El Corazón de Cristo pide una fiesta
Así como en la fiesta de Cristo Rey destaca más la consagración, la fiesta del Corazón de Jesús es la gran fiesta del amor reparador, porque el objetivo de la fiesta del Corazón de Jesús es la reparación. Pero ha de venir de eso, de la contemplación de la belleza transformadora y seductora de Cristo crucificado de corazón abierto.
Nos atrae ese Corazón, nos atrae ese amor del Señor, nos asocia a Él, nos transforma en Él, para que nuestra vida sea también toda ella una continua reparación de amor.
El mensaje de santa Margarita
Santa Margarita, es mensajera de un mensaje que transmite. En su mensaje, la única reparación que pide es la comunión del primer viernes en reparación y la fiesta del Corazón de Jesús. Su mensaje es comulgar en reparación los primeros viernes, eso es el amor. Es decir, la unión con el Corazón del Señor y, consiguientemente, consolarlo, estar con Él, acompañarlo y compensar en ese sentido el desamor con más amor, con más intensidad de amor, y con algunos actos eucarísticos.
La gran Revelación (1675): Un día de la octava del Corpus, estando delante del Santísimo–siempre es en la Eucaristía–, se abren los accidentes eucarísticos y encuentra al Señor que le descubre su divino Corazón. Es el Señor, Jesucristo, con su Corazón. Y le dice: «Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres y nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor; y no recibe de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecios con que me tratan en este Sacramento de amor; pero lo que me es mucho más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan (de sacerdotes, religiosos…). Por eso te pido que se dedique el viernes después de la octava del Santísimo Sacramento, una fiesta particular para honrar mi Corazón–fiesta del Sagrado Corazón–, comulgando ese día y reparando su honor con un acto público de desagravio».
Es lo que hacemos nosotros el primer viernes, es esto, la misma celebración cada mes, el primer viernes de mes. «Para expiar las injurias que he recibido durante el tiempo que he estado expuesto en los altares. Y te prometo que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia su divino amor sobre los que den este honor».
He ahí, pues, como el sentido de este acto público nuestro. Este es un acto público de desagravio, acto público y solemne de veneración de la Eucaristía. En él ponemos lo que podemos nosotros. Ojalá sea también para nosotros como reflejo de ese corazón llameante con el que se manifestó a santa Margarita María de Alacoque.
La Eucaristía y el Corazón de Jesús
La Eucaristía y el Corazón de Jesús están muy vinculados, de muchas maneras. Desde luego, porque lo que se pide en la fiesta del Corazón de Jesús es, sobre todo, reparación por las ofensas cometidas contra la Eucaristía, por el desamor con que los hombres responden aI amor inmenso que le ha llevado a establecer este Sacramento tan rico, tan complejo. Eso ya es una vinculación. Es en la octava del Corpus, después de la octava del Corpus.
Pero también hay otro aspecto muy claro: que las manifestaciones del Corazón de Jesús son eucarísticas, las que recibe santa Margarita. No es que ella esté en oración y el Corazón de Jesús venga por otro lado o se coloque a su lado mientras ella está adorando la Eucaristía, sino que las manifestaciones de Corazón de Jesús son como un abrirse la Eucaristía. Ella está miran-do a la Hostia Consagrada en la exposición solemne, y esas especies sacra-mentales como que se abren, descubren su contenido de manera milagrosa, prodigiosa, pero se le muestra el Señor, la Eucaristía; es decir, le muestra el contenido de la Eucaristía. [..] El Corazón de Cristo es el contenido de la Eucaristía.
Recogernos en Betania
Creo que en cierta manera se puede decir que la fiesta del Corazón de Jesús y la preparación de esta fiesta es a la fiesta del Corpus, tal como se celebra en la Iglesia, algo así como Betania después de la entrada triunfal en Jerusalén. Sabemos que Jesús fue aclamado por las calles, fue aclamado en el monte de los Olivos, pero eran aclamaciones que salían más de las gargantas que de los corazones, que no se abrían al Señor. Era una manifestación multitudinaria. En medio de ella, el Señor llora sobre Jerusalén, y al atardecer nadie le abre las puertas de su casa. Entonces Jesús vuelve a Betania y allí tiene siempre un lugar de acogida, donde pueda recogerse sin avisar de antemano, cuando quiera, porque la casa está abierta para Él.
Algo así diría que es lo de la fiesta del Corazón de Jesús: es como recogernos en Betania, donde el Señor muestra su Corazón, donde el Señor ha-bla de corazón a corazón, a corazones abiertos que están a la escucha de sus mensajes para ellos.
¡Celebrar la fiesta en el corazón!
La fiesta del Corazón de Jesús viene a ser eso, como la insistencia en la interioridad del Corps, la insistencia silenciosa. Aunque de nuevo hacemos procesiones, nos va también por ahí, pero yo creo que la gran fiesta hay que celebrarla en el corazón, también la del Corpus. No tendría que haber una gran diferencia entre una y otra, pero es verdad que el Corazón de Jesús está vinculado a la Eucaristía, porque se muestra en la Eucaristía, pide reparación por las negligencias y los malos tratos recibidos en la Eucaristía como Sacramento del amor, y sobre todo por parte de las personas consagradas.
Reparación de honor
Una reparación de honor. Solemos decir que a las personas a las que se injuria se las debe ofrecer una reparación por eso. Eso es reparar. Que amemos mucho al Señor hoy, que renovemos nuestra ofrenda. La reparación que pide es comulgar los primeros viernes en amor, que sea una comunión reparadora.
Como Juan en la Ultima Cena
La reparación es una realidad verdadera de corazón. Es una sintonía con el Señor, como Juan en la última Cena al lado de Jesús, reclinado en el Corazón del Señor, como participando de las reacciones, de las situaciones interiores de Jesús ante la gran donación de sí mismo, la entrega de amor y, al mismo tiempo, la acogida de esa entrega de amor de su parte.
La fiesta de Cristo Rey
Esta es la fiesta de Cristo Rey, la fiesta del Corazón de Jesús. Y es ver-dad que en la historia del establecimiento de esta fiesta juega un papel importante el Corazón de Jesús. En efecto, el papa Pío XI estableció esta fiesta en la Iglesia en el año 1925, seis años después de que España fuera consagrada al Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles. Era el Año Santo 1925, y como clausura de ese Año Santo, el papa Pío XI estableció esta fiesta litúrgica de Cristo Rey, con ese matiz de Rey social, Rey de la sociedad. No reducido solo a que cada uno se entienda con Él, sino establecimiento de esa civilización del amor, como después vinieron a llamarla el papa Pablo VI y el papa Juan Pablo II. Y precisamente ordenaba el papa Pío XI, al establecer esta fiesta, que en ella se hiciera la consagración del mundo al Corazón de Jesús, en todas las iglesias del mundo se renovara esa consagración al Corazón de Jesús, formalmente al Corazón de Jesús.
Es la fiesta de la consagración, el reconocimiento del reino de Cristo, nuestra entrega a Él, nuestra aceptación de su mensaje de amor, respondiendo con nuestra entrega personal de amor. La fiesta del Corazón de Jesús es la fiesta de la reparación, es una fiesta establecida formalmente con carácter reparador. Son, pues, como los dos pilares del misterio, de la vivencia del misterio del Corazón de Cristo: Cristo Rey-Corazón de Jesús, unidos. Consagración y reparación.
¡Cristo debe reinar!
Seríamos infieles a Cristo si no pretendiéramos y trabajáramos por que se reconociera su reinado en este mundo, en todas las capas de la sociedad; que realmente Él fuera reconocido por la humanidad, porque Él ha salvado a la humanidad entera, y no solo a cada individuo aislado, sino también en todo lo que es humano en la constitución de la humanidad. Por lo tanto, su reino tiene que establecerse en este mundo, pero no es de este mundo, no es a la manera de los reinos de este mundo.
No se refiere sólo al ser Rey luego, al final de los tiempos cuando venga el momento del juicio final–eso será la coronación última–, sino a que Jesús tiene derecho a ser Rey ahora y ha de reinar. Es necesario que reine. Esto es algo que tenemos que meternos muy dentro del corazón. Jesús nos ha redimido, Jesús es Rey. Es necesario que reine en toda la humanidad, es necesario que su reino se establezca de hecho. Es Rey, pero no reina de hecho. Por eso, en el fondo de nuestro corazón tiene que haber un anhelo: es preciso que Jesucristo reine, que reine en toda la humanidad. «Su Corazón reinará». Esto lo repetía muchas veces santa Margarita: su amor reinará, será aceptado su reino de amor. Reinará.
Cuando uno recibe esa gracia interior para entender lo que lleva consigo el misterio de Cristo, al escuchar los aspectos de lo que es el misterio del Corazón de Jesús siente vibrar dentro de sí algo que le entusiasma. Ahí es donde uno nota que es llamado para eso, porque vibra con eso, vibra interiormente. Y al mismo tiempo el Señor le suele dar facilidad para anunciar, porque le envía donde lo puede hacer, le hace encontrarse con personas en las que puede manifestar ese misterio de Cristo, eso que lleva dentro. Y es un gran don de Dios saber dar voz a lo que uno tiene dentro y que por sí mismo no sabría formular, pero surge como una sintonía al recibir ese mensaje del Corazón de Cristo, algo que dentro parece que suscita una vibración de parentesco, de sintonía con ello.
A mí, el más pequeño
«A mí, el más pequeño de todos los santos, se me ha dado esta gracia de anunciar la profundidad del amor de Cristo». O sea, que se les ha anunciado a los hombres esa profundidad de un amor de Cristo que supera toda ciencia humana. Y si se me ha dado la gracia de anunciar es porque se me ha dado a gustar esa profundidad del amor de Cristo; sin esto último, no la podría anunciar. Tened esto muy claro: no se puede anunciar la profundidad del amor de Cristo eficazmente, verdaderamente, si uno de alguna manera no ha gustado esa profundidad. O sea, que ser invitado o ser llamado a anunciar el misterio del amor de Cristo implica ser llamado a gustar del misterio del amor de Cristo, y solo entonces anuncia. Lo que hemos visto lo anunciamos. “El que vio da testimonio y su testimonio es verdadero”. Pues bien, es el paso previo que está incluido en esa misión de anunciar el evangelio de Cristo, del amor de Cristo. Lo comunica el Señor a todos los hombres en algún grado, pero de manera particular a algunos. Y «a mí se me ha dado esto», el enfocar mi vida, ver mi vida a esa luz, el penetrar en ese amor y transmitir ese amor.
Oraciones de consagración
Jesús, Redentor del género humano, míranos arrodillados humildemente en tu presencia. Tuyos somos y tuyos queremos ser. Y para estar más firmemente unidos a ti, hoy cada uno de nosotros se consagra voluntaria-mente a tu Sagrado Corazón.
Bajo el manto materno de María nos reunimos esta tarde, como en el Cenáculo esperando la venida del Espíritu Santo. Envíalo, Señor, de tu Corazón al nuestro. Que nos llene de tu amor para conocerte más, y servirte mejor y comunicarte más plenamente a nuestro alrededor.
Reina, Señor, no solo sobre los que nunca se han separado de ti, sino también sobre los hijos pródigos que te han abandonado. Haz que vuelvan pronto a la casa paterna para que no mueran de miseria y de hambre.
Reina sobre aquellos cegados por el error o separados por la discordia. Haz que vuelvan al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que pronto no haya más que un solo rebaño y un solo pastor en la unidad que tú querías.
Concédenos, Señor, plena libertad de santidad en nuestros tiempos. Que se establezca, por el Corazón Inmaculado de María, el reinado de tu Corazón, la tan deseada civilización del amor, en la fuerza de tu Espíritu Santo. Amén.
Consagración
Señor nuestro y Dios Nuestro Jesucristo:
Tú estás vivo ante nosotros en este sacramento admirable donde permaneces, vives y actúas, ese sacramento en el que te das a nosotros en inmolación de amor.
Movidos por tu Espíritu, nos dejamos iluminar por el reflejo de tu rostro y el incendio de tu amor, de modo que imprimas en nosotros tu imagen y tu corazón.
Haz nuestro corazón semejante al tuyo. Como respuesta agradecida, por medio de María nos entregamos a ti y nos consagramos a tu Corazón para ser como tú. Te ofrecemos nuestras personas, oraciones, trabajos, alegrías, nuestros sufrimientos y pruebas cotidianas, pequeñas o grandes, insertándolas en tu compasión como colaboración amorosa a la obra de la misericordia del Padre.
Queremos que la caridad de tu Corazón sea el distintivo del Apostolado de la Oración, congregado por tu amor en el Espíritu Santo.
Queremos reparar por cuantos no reconocen ese amor, especialmente por los que llamados con predilección no viven tu amor ni lo toman en serio.
Que tu Madre y madre nuestra acoja nuestra consagración y te la presen-te unida a su oblación de esclava del Señor mantenida hasta el fin, hasta la cumbre del Calvario. Que Ella sea la garante de nuestra fidelidad a este pacto de amor en la nueva Alianza hasta que culmine en nuestra oblación definitiva. Amén.
La reparación verdadera es siempre obra de amor. La reparación verdadera es ese corazón que ama como el de Cristo y que, porque ama, siente como Él la frialdad de la respuesta humana de esos hermanos nuestros, y la voluntad y el deseo de una entrega inmolada a la manera de la Eucaristía también, en nuestro grado, inmolado con Él, con el amor que viene de Él, que Él infunde en nosotros, para que nuestros hermanos aprecien la Eucaristía y vuelvan al Corazón palpitante de Cristo en la Eucaristía.
Tenemos que acudir a Él, tenemos que sintonizar con Él. Es la manera de reparar, es la manera única de reparar. Solo teniendo en nosotros los sentimientos de Cristo podremos reparar convenientemente; teniendo en nosotros las actitudes de la inmolación de Cristo, las actitudes de la Eucaristía.
La reparación supone unos lazos de amistad. En la reparación se puede decir más quizás que en ningún otro caso: «Dame uno que ama y entenderá lo que digo».
El punto de partida es, pues, la amistad, con Cristo desde luego, amistad con Dios, pero también amistad con el pecador. ¡Somos hermanos! De Jesús nos dice la Carta a los hebreos: «No se desdeñó de llamarnos hermanos», porque es hermano nuestro. No se puede reparar por quien no amamos. Si yo a uno no le quiero nada, yo no reparo por él. Eso que decimos de «tomar sobre sí la otra vida» es, en amor, el que me hace identificarme, solidarizar-me con él. No es una cuestión meramente de derecho, de declaración de derechos. No se puede reparar por quien no está vinculado por amistad divina y por fraternidad.
La reparación es entregarse como ofrenda permanente–que dice la plegaria eucarística–, como víctima viva a la misericordia del Corazón de Jesús y a sus proyectos misericordiosos para salvar al pecador. Se puede definir correctamente de este modo: es colaboración con la misericordia participando de ella.
María es la que mejor puede introducirnos en el Corazón de Jesús.
