Del libro:”En el Corazón de Cristo”, de Luis María Mendizábal, S. J.
La devoción al Corazón de Jesús enseña considerar el pecado en sus consecuencias. Observando una imagen del Sagrado Corazón aparecen claramente los efectos del pecado: las espinas, la cruz, la herida de la lanza…, Aunque no aparezcan allí las causa de estas heridas. Esto no tiene importancia. En realidad, aquellas heridas existen y son efecto del pecado de quienquiera que sea.
En realidad, nuestros pecados son la causa de los dolores físicos de Jesús, de su cruz. El tomó sobre sí nuestros pecados, sabiendo bien que eran nuestros, de cada uno de nosotros. Cada uno pues puede decir: si hubiera pecado menos, Jesús habría sufrido menos.
Nuestros pecados son el sufrimiento más terrible que padeció su Corazón. Un Corazón tan sensible debe haber sufrido inmensamente por nuestra ingratitud, El, que se lamentó de la ingratitud de los nueve leprosos…
Cada uno de nuestros pecados es una ingratitud contra Dios, nuestro Creador, Redentor y amigo sacrificado por nosotros: “Recrucificando ellos por cuenta propia al Hijo de Dios” (Heb 6,6)
Evitaremos, por eso, cometer pecados y procuraremos que Cristo no sea ofendido.
Quien considera el pecado bajo este aspecto, si antes tenía el valor de pedir al Señor la muerte antes de cometer un pecado mortal, acaso sentir ahora la aspiración de ofrecer la propia vida al Señor para evitar aún un solo pecado mortal de cualquier alma.
Nuestros esfuerzos por seguir a Jesús, dan consuelo a su Corazón en la Pasión: viendo nuestro arrepentimiento, nuestra buena voluntad de ayudarle y consolarle, se alegrará de ello.
“Con tanta mayor verdad las almas piadosas meditan esto, en cuanto que los pecados y delitos de los hombres, en cualquier tiempo cometidos, fueron la causa por la cual el Hijo de Dios se entregó a la muerte; también ahora ellos, de por sí, ocasionarían a Cristo la muerte, acompañada de los mismos dolores y de las mismas angustias; ya que se considera que cada pecado renueva en cierta manera la Pasión del Señor: “De nuevo en toda su extensión, crucifican al hijo de Dios exponiéndolo al ludibrio “. (Heb 6,6).
“Si aún a causa de nuestros pecados futuros, pero previstos, el alma de Jesús se entristeció hasta la muerte, no hay duda que algún consuelo tendría ya entonces en previsión de nuestra reparación, cuando se le apareció “el ángel del cielo” para consolar su Corazón oprimido por la tristeza y angustia”
“Y así también ahora en modo admirable, pero verdadero, nosotros podemos y debemos consolar aquel Corazón Sacratísimo que está continuamente herido por los pecados de los hombres inconscientes…” (Encíclica Miserentissimus Redemptor)