Mes del Corazón de Jesús basado en las meditaciones del Mes de Ejercicios del P. Mendizábal. Día 5

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Ayer meditábamos sobre la devoción al Corazón de Cristo. Acabamos así, de poner las bases de nuestra vida espiritual, lo que llamaba san Ignacio el principio y fundamento. Vamos ahora a dar algunas indicaciones que nos pueden ayudar, sobre cómo hacer estos EE. Como cada día, nos ponemos en la presencia de Dios e invocamos al Espíritu Santo

 

Ven Espíritu Santo inflama nuestros corazones en las ansias redentoras del Corazón de Cristo para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras en unión con Él por la redención del mundo.

Señor mío y Dios mío Jesucristo, por el Corazón Inmaculado de María me consagro a tu Corazón y me ofrezco contigo al Padre en tu Santo Sacrificio del altar con mi oración y mi trabajo sufrimientos y alegrías de hoy en reparación de nuestros pecados y para que venga a nosotros tu Reino

 

Te pido en especial

Por el Papa y sus intenciones

Por nuestro Obispo y sus intenciones

Por nuestro Párroco y sus intenciones

 

DIA QUINTO. ACTITUDES PARA ORAR. INTRODUCCIÓN A LA REFLEXIÓN SOBRE EL PECADO.

 

Ya dijimos que lo importante no es leer las meditaciones o escucharlas. Tampoco es pensar sobre eso que lees o escuchas. Lo importante es estar con Jesucristo, en los tiempos de oración y durante todo el día. Recordad lo que decíamos ayer que hacen algunos: el tiempo de culto para Dios y el resto del día para mí. ¡No! Cuando descubrimos que nuestra vida es una operación en el Corazón abierto de Jesús ya no deben existir esas dicotomías, esas separaciones. Mi vida es Cristo, vivo con Jesús cada momento de mi vida.

 

Y en esta vida que queremos vivir con Cristo, vamos a comentar en este momento algunas actitudes que debemos cultivar.

 

1º VIVIR EN LA PRESENCIA DE DIOS

 

Si queremos aprender a vivir en la presencia de Dios de modo habitual, debemos primero aprender a ponernos en la presencia de Dios. Primero debemos hacer un acto de presencia, ponernos en presencia de Dios. ¿Qué significa? No significa pensar que Dios está presente; no. Eso es pensamiento de la presencia de Dios. El acto de presencia de Dios es que me pongo en la presencia del Señor. Así como antes de hablar por teléfono hay que establecer la comunicación. Si no tienes línea, no haces nada, por mucho que hables. De esta misma manera, la oración se comienza estableciendo esta comunicación con Dios, poniéndonos en la presencia del Señor. Orar no es concentrarse en una idea o en un punto fijo en la mente como enseñan algunos; no. Ni es pasar entretenidos la hora de oración con jaculatorias, o lecturas, o el rosario… Se puede hacer, pero no para llenar el tiempo. Se va a la oración a estar con Jesucristo, de verdad. Estar con Él. Sin ansiedad… con el corazón abierto… Eso es acto de presencia de Dios. No concentrarnos en la idea de que Dios está presente, pensándolo con fuerza; sino es más bien lo contrario: dilatar el corazón, abrir el corazón al influjo del Señor. Como uno que abre la ventana de par en par por la mañana para que entre el sol, así uno abre el corazón al influjo de Dios. Eso es el acto de presencia de Dios: abrirse a Él. Recogimiento, sí, pero no introversión. Cuántas veces se confunden estos dos conceptos. Uno quiere ser recogido, y empieza a pensar dentro de sí mismo en sus propias cosas. No. Incluso se llega a decir que las personas introvertidas son más aptas para la vida interior. No es verdad; en absoluto. Los dos extremos son malos: las personas extravertidas y las introvertidas. Las dos tienen dificultad para la vida de oración. Lo que hace falta son personas recogidas, que saben recogerse. – Pero, ¿no es lo mismo? –No… Vamos a ver una imagen que nos lo haga ver.

 

El chofer de un coche, que va mirando a todo lo que encuentra fuera de la carretera y saludando a todas las personas que pasan, sin disminuir la velocidad, pero interesándose por todo, mirando todo… éste es extravertido; y fácilmente irá a terminar en algún accidente, porque no atiende, no está recogido.

 

Introvertido. Sería si este chofer, mientras va caminando a toda velocidad normalmente, está siempre pensando en todas las piezas del motor por dentro: ahora esta pieza, ahora la otra… sin parar. Igual. También éste tiene el mismo peligro de no llegar al término, de tener otro accidente.

 

Recogido es el chofer que tiene una atención distribuida. Va dándose cuenta de la carretera, de las señales que hay, de la marcha del motor… pero con una atención así, serena, hacia el fin que pretende en el conducir el coche. Ese es el hombre recogido. Pues bien; en la oración vamos con recogimiento; no introvertidos, ni extravertidos, sino con recogimiento; aplicando nuestras facultades, abriendo nuestro corazón a este influjo íntimo del Señor. San Juan de la Cruz tiene una definición muy bella y profunda de la oración:

 

Olvido de lo creado,

memoria del Creador,

atención al interior

y estarse amando al Amado.

 

Eso es orar. Con paz. Ponernos en la presencia del Señor. Aguantarme, a veces, si me empiezo a inquietar. Serenarme. Mantener nuestro diálogo abierto ante Él; y si no somos capaces de estar con Jesucristo, al menos soportar que Él esté con nosotros en la oración. De verdad, aceptando nuestro no saber, nuestro no poder, sin ninguna ficción. Poner de nuestra parte lo que podemos, y después esperarlo todo del Señor. Esta es la verdadera actitud humilde: diligente, pero sin poner la confianza en lo que yo hago. Porque lo que pedimos siempre en la oración es una gracia; una gracia que nos tiene que dar el Señor. Que no tenemos que sacar de dentro de nosotros estrujando nuestros sentidos y nuestro cerebro, sino que tiene que venir de fuera; del Señor, que nos la dará. Y es inútil que estemos con los nervios en tensión para ver si la obtenemos; porque no va a salir de los nervios, sino tiene que venir de un corazón abierto, de las manos del Señor. Es una gracia. Por lo tanto, diligencia sí, pero sin ninguna tensión. Sobre todo, estarse amando al Amado. El gran esfuerzo nuestro –pero esfuerzo no con nervios sino diligencia nuestra- tiene que ser el de mantener el alma quieta, pacífica y dispuesta para la acción de Dios. Ahí está todo lo nuestro. Pensar, meditar, pero con el alma quieta, pacífica y dispuesta para recibir del Señor la gracia que pedimos. Que nos conceda Él. Que no podemos obtener con nuestras fuerzas. Ahí tenemos el acto de presencia de Dios: abrirnos. Y mantenerlo abierto. Y si durante la oración caemos en la cuenta de que el corazón ya no está abierto, abrirlo de nuevo. Sin enfadarnos con nosotros mismos, con paciencia.

 

Olvido de lo creado,

memoria del Creador.

Atención al interior

y estarse amando al Amado.

 

2º ORACIÓN PREPARATORIA: Es bueno al empezar a meditar, elevar a Dios una súplica humilde y confiada pidiendo la santidad. Es lo que tenemos que pedir siempre. Estos días hemos hablado del ideal: agradar en todo a Jesucristo. Pues eso es la santidad; llegar a eso. Y esto es lo que pedimos de aquí en adelante en todas nuestras oraciones. Es también lo que decimos en el Padre Nuestro: venga tu reino… hágase tu voluntad… Es eso mismo, expuesto también de esta manera, como oración preparatoria: que todo lo que haga y viva sea ordenado, sea dirigido a agradar a Jesucristo. Puramente. Es la santidad. Y para llegar a esto, no se llega de golpe; sino que requiere un disponernos, prepararnos, acercarnos…y para esto ayudan mucho estos EE en la vida diaria que estamos haciendo.

 

3º COMPOSICIÓN DE LUGAR. San Ignacio, para ayudar a la meditación recomienda hacer una composición de lugar. Vamos a ver qué significa esto. Le dan dos interpretaciones. Una composición de lugar sería para algunos… construir el lugar. Como uno que está haciendo un Belén, y lo construye. Otros dicen más bien así: Composición de sí mismo –recogimiento-, viendo el lugar. De hecho en el texto San Ignacio dice: Composición viendo el lugar. Composición de sí mismo. Porque nos impresiona mucho en la realidad. Cuando uno va, por ejemplo, a Roma, y ve allí los recuerdos de los santos… y ve que en este cuarto estuvo San Luis Gonzaga… con el mismo piso, con la misma ventana… Aquí tenía su mesa… Era como los demás… abría esta puerta… Eso compone, le recoge a uno. –Aquí estuvo San Benito, en esta gruta. Ahí está la estatua, ante la que solía estar él… y aquí vivía… por aquí subía… Todo eso, recoge nuestra atención y nos ayuda. Pues bien; cuando uno puede visitar el sitio donde se ha realizado un misterio, se siente sobrecogido por la realidad de ese misterio. Por ejemplo, en Nazaret. Hay una inscripción impresionante: “Aquí el Verbo se hizo carne”. Se siente uno recogido. Eso es composición viendo el lugar.

 

Vamos en este mes de junio a adentrarnos ahora en considerar un tema importante en la vida espiritual: el MISTERIO DEL PECADO. El pecado de los hombres y nuestros pecados personales. Cuando san Ignacio propone meditar sobre el pecado ofrece una composición que a muchos les extraña. Y sin embargo, es muy útil y acertada: “Aquí será, dice, ver con la vista imaginativa y considerar mi alma encarcelada en este cuerpo corruptible, y todo el compuesto en este valle como desterrado entre brutos animales. Digo todo el compuesto de ánima y cuerpo”.

 

–y dicen algunos: Qué cosa tan extraña… -Pues no tiene nada de extraño, digo yo. EL ALMA ENCARCELADA EN ESTE CUERPO; sí, bien dicho. Hoy hay una cierta dificultad en admitir esto. Creen que es influencia Platónica. Dicen algunos: es una concepción que ya está superada. Eso de cuerpo y alma se decía antiguamente pero ahora sí no quieres ser tachado de anticuado debes decir que el hombre es la persona humana; que eso de alma y cuerpo no es correcto. –En honor a la verdad, quienes hablan así no entienden ni el ABC de lo que dicen los autores espirituales o no quieren saberlo. Los autores espirituales, cuando hablan del alma y cuerpo, nunca los oponen: el alma en cuanto se separa del cuerpo; nunca. Sino para ellos, alma es el hombre espiritual, y cuerpo es el hombre en cuanto animal; todo. Cuando dicen por ejemplo: “alma mía, considera…” no se refieren al alma sola, sino que es el hombre espiritual el que considera. De modo que lo que quiere decir es que el hombre espiritual que hay en mí, está encerrado en este hombre carnal que hay en mí. Todos llevamos, como enseña san Pablo, una ley, una tendencia, en nuestros miembros que no corresponde a la ley de nuestra mente. Por eso nos sentimos tantas veces como divididos. Pues bien; la composición de lugar es nuestra actitud personal para vivir cada meditación de la vida de Jesús, cada momento de los Ejercicios. Lo iremos viendo según avancemos.

 

El ideal del hombre, que descubrimos a la luz de la Revelación cristiana es magnífico, grandioso: agradar a Cristo, depender de solo Dios, darme a Dios y a los demás viviendo la caridad, orar y trabajar para que venga el Reino de Dios a este mundo. El hombre espiritual, el hombre noble de corazón limpio, viendo este ideal grandioso tiende hacia él con toda su fuerza y desea volar, y desea vivir…: “Yo mañana voy a vivir este ideal…se dice a sí mismo” Y cuando empieza a quererlo vivir, nota que hay algo que le tira hacia abajo; que no puede, no puede. –Empiezo muy bien… después me viene una dificultad. Hay algo que me arrastra hacia abajo. Es el hombre carnal; es el efecto del pecado. Si yo no puedo volar es por el pecado. Por el pecado original que ha dejado en mí este peso, y por los pecados personales que lo han aumentado y me han dejado detrás de sí esta triste herencia, este encarcelar mi alma, que no puede volar. Tiene pasiones… tiene inclinaciones… tiene deseos… tiene pulsiones… a veces  casi obsesivas, que le hacen mucho peso al alma cuando quiere volar. De modo que, cuando una persona dice: pues yo no siento nada de particular; yo no veo por qué el alma está encarcelada; yo no siento nada de eso… quiere decir sencillamente que ese alma no vuela, ni sabe quizá qué es volar. Si volase, si lo intentara, sentiría el peso del cuerpo.

 

«El cuerpo corruptible» dice san Ignacio, no el cuerpo como tal. En la resurrección tendremos cuerpo, y no nos impedirá nada. Pero es el cuerpo en cuanto está aquí, corruptible, consecuencia del pecado, con todo el peso que deja en él el pecado. Sería como un pajarito que estuviese atado con un hilo muy fino, transparente, y él no ve el hilo… y ese hilo pongamos que tiene cien metros. Si este pajarito nunca vuela ni intenta volar más allá de los diez metros, nunca se sentirá prisionero; nunca. Pero si un día quiere volar más allá de los cien metros, entonces comprenderá que está atado, que no puede volar como quiere porque está atado. Pues bien; cuando el alma comienza a sentirse atada, quiere decir que está comenzando a volar; y si no se siente atada, no vuela, no está volando. Y este es el sentimiento. Por eso es una composición de lugar tan acertada la de san Ignacio para el pecado: el alma, que no puede llegar al ideal; está encarcelada en esta carnalidad, consecuencia del pecado. Y por eso va a considerar el pecado; su estado, su miseria; el pecado.

 

Hablábamos de pedir la gracia al comienzo de la oración. Pues para la meditación sobre el misterio del pecado vamos  a pedir unas gracias, unas ayudas particulares a Dios. No se trata de hacer una confesión general, contabilizando todos los pecados de nuestra vida; no.  Los EE no son un examen de conciencia para confesar. Uno debe confesar cuando lo necesita. Pero lo que buscamos no es la purificación sacramental de la Confesión sino una purificación más profunda del corazón. Es buscar una mayor finura espiritual, una  mayor dependencia de Dios, una mayor transparencia del alma para limpiarse.

 

Yo supongo que nuestra vida está en orden, supongo que todo está perdonado. Y si hace falta confesarse, pues uno va y se confiesa. Pero lo que vamos a hacer a partir de hoy es considerar toda nuestra vida. Toda nuestra vida a la luz del amor de Cristo. Para sentir qué. Pues para buscar el amor misericordioso de Dios y pedirle una gracia muy delicada y muy grande: sentir vergüenza de nosotros; confusión interior de lo mal que tantas veces hemos correspondido al Señor en nuestra vida. ¿Para confesarme? No; si está todo perdonado…O sí, para confesarme si ese fuera el obstáculo…pero sobre todo, para sentirme delante de Jesucristo con ese sentimiento que tiene que ser la clave de todo el día de hoy, que tiene que llegar hasta el fondo del corazón: ¡QUÉ BUENO HA SIDO JESUCRISTO CONMIGO! Aun en mis pecados… en mis infidelidades… ¡Y QUÉ MAL ME HE PORTADO YO CON ÉL EN TANTAS OCASIONES! Este tiene que ser el sentimiento: sentir internamente eso. Está perdonado todo; y eso, todavía me hace más impresión.

 

¡Qué bueno ha sido conmigo! Y yo, que no acabo de caer en la cuenta, y que me porto tan mal con Él ¿Por pecados mortales? No vamos a distinguir. Por mi correspondencia poco leal al Señor. Por mi mezquindad de espíritu. Eso. Y estas son las GRACIAS DE PURIFICACIÓN que pedimos: sentir internamente. Y esto lo concede el Señor, si lo pedimos con humildad y perseverancia, abriendo el corazón a su presencia amorosa.

 

Dice el P. Polanco hablando de San Ignacio: “Desde este tiempo –es decir, cuando empezó a recibir aquellos dones extraordinarios en Manresa, después de haber hecho la confesión general…- desde este tiempo, comenzó, con la luz recibida, a entrar más en el conocimiento de sí, y haciendo varios discursos de su vida pasada, comenzó a sentir íntimamente sus pecados y a llorarlos con gran amargura”. Después que había hecho la confesión general! Ahora tenía más luz. Y entonces… le daba una pena: ¡Cómo me he portado con el Señor! Y así suele ser en general. El sentimiento más íntimo de los pecados no suele ser el que uno tiene cuando hace una primera confesión, no; sino más adelante, repensando la propia vida a la luz de Dios, viendo lo bueno que es Dios. Cuanto más se le conoce a Jesucristo, más se admira uno de cómo se ha comportado con Él.

 

Esta es la gracia que pretendemos: vergüenza y confusión de mí mismo… de mí mismo. –¿Dolor para confesar mis pecados?… No, no. ¡No es para eso! –Fijaos en un detalle significativo. Al P. Fabro, San Ignacio no le dio los Ejercicios sino después de cuatro años que estaba viviendo con él; y había hecho una confesión general… y le había enseñado muchas prácticas… Y todavía no hacía los Ejercicios. Y después hizo los Ejercicios, y se detuvo varios días en la primera semana del Mes de Ejercicios, la que trata sobre el misterio del pecado, que nosotros empezamos hoy, con mucha penitencia y mucho dolor, pero no para hacer la confesión –que estaba hecha-, sino para sentir íntimamente esto; la verdad de esto: lo mal que me he portado con el Señor. Que esto se me quede en el fondo del alma como una exigencia de amor, para ver qué tengo que hacer yo para amarle más.

 

Dice san Ignacio “Vergüenza y confusión de mí mismo, viendo que tantos han sido justamente condenados por menos pecados que yo”. No se trata aquí de pensar por qué se habrán condenado… la salvación o condenación es un misterio de la libertad humana que no vamos a considerar ahora. Se trata de considerar esa paradoja, esa realidad posible de que otros no hayan aprovechado las gracias de arrepentimiento y finalmente hayan podido condenarse y yo… aquí estoy, todavía a tiempo de enderezar mi vida en el seguimiento de Jesucristo. Ahí nos sitúa san Ignacio. Ellos, no sabemos quienes ni cuantos, pero condenados. Y sin embargo, a mí el Señor me ha perdonado. ¿Por qué? Esta es la vergüenza y confusión: otros han corrido una suerte fatal; a mí me espera ¿por qué? Y al alma noble dice: ¿Por qué a mí? Y siente vergüenza. Yo soy seguramente peor que tantos otros, y sin embargo, el Señor me ha amado y me ha esperado hasta ahora. ¿Dónde está la solución de este misterio? Esta es la meditación de mis pecados. Grande gracia esa vergüenza y confusión, infundida por el Señor; no sacada por mis nervios. Grande gracia. Pedírselo. Abrirnos. Considerar con el espíritu y el corazón abiertos al Señor. Es el comienzo de la integración afectiva de la que hablamos el tercer día. Sentir internamente con sentimiento que viene participado del Corazón de Cristo lo que corresponde a la realidad de mi vida pasada. Sin esconder nada. Delante del Señor. Y así, sentirme pecador amado, pidiendo al Señor que me dé su luz y su verdad. Y en la Misa, si puedo ir hoy o participar de otra manera, presentarme así ante la Majestad divina diciendo “Padre clementísimo, Padre lleno de ternura y misericordia para con este pobre pecador”. Que lo sienta en el fondo del alma qué bueno ha sido conmigo el Señor.

 

También tenemos que avivar el sentido sobrenatural del pecado, que se pierde con excusas de toda clase, dando más valor a las otras cosas terrenas. El pecado es un misterio de iniquidad; misterio de verdad. Y muy fácilmente tenemos hoy día el peligro de desvalorizarlo, por un extremo o por otro. O diciendo que son cosas pequeñas… que el Señor es muy bueno… Y sin embargo, Jesucristo es, de todos los predicadores, quien más ha hablado del infierno y de la dolorosa posibilidad de apartarse de su Amor para siempre. Creo que relativamente pocos habrán hablado tanto del infierno como el Señor. ¡Y es tan bueno…! Precisamente porque es bueno no quiere que vaya nadie. Eso mismo enseñó la Virgen en Fátima a los niños: rezar por los pobres pecadores, para que ninguno se condene… porque muchos van hacia ese abismo de desesperación y de oscuridad.

 

Pues bien; avivar también este sentido sobrenatural. Es misterio de iniquidad, porque es una rotura de relaciones personales con Dios. Es una respuesta grosera, injuriosa, en el diálogo personal con Cristo. Y con esta introducción, que es lo más importante, vamos a entrar en estos próximos días a meditar sobre esta realidad. Podemos ir leyendo si tenéis oportunidad durante este día, las parábolas de la misericordia en Lucas 15. El hijo pródigo, la oveja perdida, la dracma perdida. Que vayamos preparando el corazón para encontrarnos con el abrazo de Jesucristo, reflejo del Padre Misericordioso. “Quien me ve a Mí, ha visto al Padre».

 

Acabamos esta meditación orando y  escuchando una canción que nos ayude a volver al amor de Dios, cayendo en la cuenta de cuánto le debemos a Jesucristo que nos ha perdonado tanto…

 

Oh Dios, que en el corazón de tu Hijo,

herido por nuestros pecados,

has depositado infinitos tesoros de caridad;

te pedimos que,

al rendirle el homenaje de nuestro amor,

le ofrezcamos una cumplida reparación.

Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén