Mes del Corazón de Jesús basado en las meditaciones del Mes de Ejercicios del P. Mendizábal. DIA DECIMOCTAVO. SOBRE LA ORACIÓN

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Jesucristo nos llama para que estemos con Él, y para que ayudemos a todos a estar con Él. Nuestro trabajo en la familia, en la parroquia, en el colegio, en los grupos va a esto: ayudarles a estar con Jesucristo. Vamos a pedir el Espíritu Santo, que nos introduzca hoy profundamente en ese estar con Cristo para gustar de su suavidad infinita.

Ven Espíritu Santo inflama nuestros corazones en las ansias redentoras del Corazón de Cristo para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras en unión con Él por la redención del mundo; Señor mío y Dios mío Jesucristo, por el Corazón Inmaculado de María me consagro a tu Corazón y me ofrezco contigo al Padre en tu Santo Sacrificio del altar con mi oración y mi trabajo sufrimientos y alegrías de hoy en reparación de nuestros pecados y para que venga a nosotros tu Reino

Te pido en especial

Por el Papa y sus intenciones

Por nuestro Obispo y sus intenciones

Por nuestro Párroco y sus intenciones

 

DIA DECIMOCTAVO. SOBRE LA ORACIÓN

Estamos hechos para estar con Cristo y ayudar a otros a estar con Cristo. “Si conocieras el don de Dios, tú le pedirías a Él” decía el Señor a la Samaritana: dar a conocer este don de Dios; conocerlo nosotros, estimarlo y darlo a conocer a los demás, para que todos tengan sed de Cristo, y vayan, y le pidan esta agua viva; y Jesús así, les coja sobre sus hombros para volverlos al redil del Padre.

 

Esta es nuestra enorme responsabilidad, que muchas veces la descuidamos. A veces se nos van metiendo otros horizontes más mundanos para nosotros y para nuestros hijos: el bienestar económico, la excelencia académica, el prestigio social…y todo es bueno pero hemos de cuidar sobre todo la formación del corazón. Lo importante en la vida es la unión profunda con Cristo. Eso hemos de buscar en primer lugar y lo demás…por añadidura. ¿Cuántos de nuestros hijos o alumnos, si somos docentes, salen enamorados de Cristo, sabiendo estar con Cristo como amigo verdadero? -¡Enorme responsabilidad! Dar consejos, ayudar. No decir nunca que es pecado lo que no lo es; nunca. Si no es pecado, no es pecado. Pero tampoco llamar perfecto lo que no lo es. Eso no es perfecto, pues no es. Y nosotros tenemos que tender a lo perfecto. Darles el agua de vida eterna, y no contentarnos nunca con: no es pecado. Nunca.

Cuántas veces, como padres, como profesores, como sacerdotes un consejo espiritual puede ser fatal; un consejo espiritual que no corresponde al de Cristo, que no sería el que Jesucristo le hubiese dado a esa joven o a ese niño en ese momento; sino el que a mí se me ha ocurrido por las circunstancias de hoy. Pero tendrás que responder ante Jesucristo de ese consejo que has dado. Y la única cosa que te salvará será ésta: Señor, yo dije esto creyendo que Tú habrías dicho lo mismo. Por eso se lo dije; sinceramente. Grande responsabilidad. Si San Juan de la Cruz habla con tanta energía contra los maestros espirituales -que da miedo; porque dice allí que los enemigos que pueden impedir al alma el progreso espiritual son principalmente tres; ciegos que conduzcan a un ciego, y son: el maestro espiritual, el demonio y el alma; tres enemigos-, esto tienes que aplicártelo también a ti para tu aconsejar espiritual: qué tienes que decir a un alma, cómo tiene que proceder, cómo sale de tus manos; almas que te ha confiado Cristo.

Cuanto hemos dicho hasta ahora en los Ejercicios es duro. ¡Qué duda cabe! Sencillo sí que es; pero duro también; nadie duda de ello. Pero por ahí hay que subir a la unión familiar con Cristo; y no hay otro camino. No se ha inventado otro camino y no se inventará. Porque la familiaridad con Cristo es una unión de amor, y para la unión de amor tiene que haber unión de amor exclusivo y total. Y eso lleva consigo que hay que eliminar todo lo demás. De modo que Jesús se da totalmente a quien le tiene a Él como el único tesoro. Y Él lo dice bien claramente: “Si uno no renuncia a todo lo que posee, no puede ser discípulo mío”; todo. Aquí no hay excepción; eso está bien claro en el Evangelio. A todo hay que renunciar. Y entretanto no será del todo discípulo mío. Puede ser que llegue a un cierto grado, pero del todo discípulo mío no será. Y el grado en que será discípulo mío será el grado en que renunciará a todo lo demás. Por eso, cuando Jesucristo a un alma exige poco, quiere decir que se quiere dar poco. Cuando a un alma exige mucho, quiere decir que se quiere dar Él mucho. Y si exige todo, que se quiere dar Él del todo para ser Él la felicidad del alma. :

Mi Amado, las montañas,

los valles solitarios nemorosos,

las ínsulas extrañas,

los ríos sonorosos,

el silbo de los aires amorosos, etc.

Todo eso es mi Amado para mí, dice San Juan de la Cruz. Lo que para otros son las montañas y los valles y los mares y los ríos, eso es mi Amado para mí. Y ahí lo tengo, y ahí lo encuentro todo; cuando has renunciado a todo. De modo que se puede decir también de ti en verdad:

En soledad vivía,

y en soledad ha puesto ya su nido,

y en soledad la guía

a solas su querido,

también en soledad de amor herido.

Ahí está; todo es soledad ahí. Es que estoy con los demás. Claro que estás; claro. Pero nadie te quita esa soledad interior que tenemos que formar dentro de nuestro corazón; esa especie de zona de silencio, esa especie de clausura interior que tenemos que llevar con nosotros en todas partes, en todo el mundo. Y allí dentro… el Señor, como en un Sagrario; en la punta de nuestra alma, como una lamparilla encendida que le hace vela siempre. Eso es lo que se pretende: “En soledad vivía”. Y aun cuando estéis en medio de la multitud, “en soledad vivía”. Y cuando se vive en soledad con la persona que se quiere, nunca se está menos solo que cuando se está solo. Cuando dos personas se aman, nunca están menos solas que cuando están solas. Y nunca están más solas que cuando están acompañadas de otros. Y es así. Nuestra soledad no es estar solos con nosotros, sino estar solos con Dios, en el diálogo íntimo con Dios, que es la plenitud de vida. Por eso, el Señor te dice también a ti, que rompas las amarras y vayas mar adentro. Que se acaben ya esas medianías, que te des de una vez a la verdadera vida del espíritu. Duc in altum, te dice Jesús como a Pedro: “Mar adentro”.

 

Mar adentro,

un misterio de la mar.

Mar adentro,

mar y cielo; soledad.

¡Señor!, qué pocas las almas

que mar adentro se van.

¡Qué misterios insondables tendrá el mar,

qué misterio en la barquilla,

que mar adentro se va!

Hay una historia en los santos

que Dios sabe; nadie más.

Mar adentro, mar adentro

me mandaste navegar;

mar adentro voy remando.

Mar y cielo; soledad.

Así te invita el Señor: mar adentro; a ese misterio insondable, a ese secreto íntimo del alma con Dios. Pero hay que decidirse para ello. A nosotros nos gusta tanto ser un poquito de agua y un poquito de tierra… Como las ranas: un poquito en el agua con la cabecita fuera para respirar, y después a la tierra, a tomar el sol. Y en último término, si pasa una tempestad, nos agarramos a las ramas. Eso es no fiarse de Cristo. ¡Mar adentro! Déjate de tierras; mar adentro. Solo con Cristo. “Estar con Cristo”; entonces sí; estar con Cristo en soledad.

Eso es la vida de oración: estar con Cristo. Dios no se muda; Él es siempre constante, siempre igual.

 

Todo se pasa.

Dios no se muda.

Quien a Dios tiene

nada le falta.

Solo Dios basta.

Nosotros sí cambiamos mucho; mucho. -Le decía el Señor una vez a Santa Teresa -cuenta ella-: “Díjome una vez, consolándome, que no me fatigase -esto con mucho amor-. Que en esta vida no podíamos estar siempre en un ser. Que unas veces tendría fervor y otras estaría sin él; unas con desasosiegos y otras con quietud y tentaciones; mas que esperase en Él y no temiese”. Eso dice también el Señor; Él no se muda. Nosotros cambiamos; nosotros sí; Él no. Y Dios que nunca se muda, Él ora siempre conmigo; siempre. En el cielo, donde está viviendo siempre para interceder por nosotros; en el Sagrario donde está siempre en vela, orando en todo momento del día y de la noche; en mí, en mi corazón ora por su Espíritu. “Mirad que yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Con nosotros está; siempre. Y ese Jesucristo que ora conmigo, ése es al mismo tiempo mi modelo. Él, que nunca ha dejado este oficio que tuvo también en la tierra, me está enseñando al mismo tiempo cómo orar. “Como Tú, Padre, en Mí y Yo en Ti, que ellos sean uno en nosotros”.

La oración es importantísima para nosotros. El empaparnos, establecer el contacto con el Señor, adorar al Señor; es muy importante. Vamos a ver, pues, si hablamos hoy de esta oración explícita. Mañana hablaremos de la vida de oración durante el día, la unión con Dios; y al día siguiente hablaremos de

Marta y María y de la contemplación en el trabajo o en la acción.

Algunos encuentran dificultades y quieren encontrar también justificaciones para no orar explícitamente. Justificaciones muy subidas, a las veces, muy llenas de teología y de caridad, pero que en el fondo esconden la imposibilidad o la dificultad de la oración explícita. Algunos dicen: para mí todo el día es oración; no necesito ponerme allí delante del Sagrario a orar una hora entera, sino, ya está: todo el día estoy yo con el Señor. ¿Para qué más oración? -Pues… eso no es lo que hacía Jesucristo. Toda la vida de Jesucristo era oración en ese sentido.  Él vivía en intimidad única con el Padre cada instante. Y a pesar de todo, Jesucristo oraba. Dice el Evangelio en varios sitios: “Y muy temprano, levantándose salió y se marchó a un lugar desierto y allí oraba”. “Y después de haberles mandado fuera, subió al monte a orar”. “Y estaba Él solo en tierra”. “Y se pasaba la noche en la oración de Dios”. “Él, se retiraba a un lugar desierto y oraba”. ¡Cuántas veces nos dicen esto! Tanto, tanto, que esta oración de Cristo, como en el Huerto, en que se retira de los Apóstoles y va a orar; y en el desierto los cuarenta días que va a orar y ayunar-. Y verle a Jesucristo en aquella oración tan respetuosa, tan subida, tan serena al mismo tiempo, es lo que a los apóstoles les movió a decirle: “Señor, enséñanos a orar”, enséñanos. Orar. No la oración de unión de todo el día solo, sino la oración explícita.

¿Por qué oraba así Jesucristo? ¿Para darnos ejemplo? Ya eso nos bastaría. Pero no era sólo eso. Es que también el Señor tenía necesidad de la oración. Porque, en cuanto hombre, estaba sometido al Padre; en cuanto hombre mostraba su culto, su adoración, ofreciendo en holocausto esa misma Humanidad al Padre. Y en la oración, lo que hacemos es ofrecernos en espíritu y en verdad como holocausto total al Padre; dedicados todo, todo el ser, cuerpo y alma, al culto a Dios. En lo demás, hacemos lo que tenemos que hacer sobre la tierra como sometidos a Dios, bajo la voluntad de Dios. Aquí, buscamos el rostro mismo de Dios con todo nuestro ser, hecho holocausto. Es el obsequio de nuestra humana naturaleza.

Ese tiempo de oración frecuentemente puede resultar duro, en medio de las tareas. Puede ser… Aun cuando resulte duro, hay que ser fiel; aun cuando resulte desagradable; como la aridez del desierto a donde se retiraba Jesús a orar. Hay que aguantar, hay que soportar que el Señor esté con nosotros. Y esa dureza, puede venir muchas veces de nuestra indisposición; entonces hay que curarla. Otras veces, de un cansancio en todo el cuerpo, de un día de trabajo que pesa después. Pues, tomarlo como desierto, pero ser fieles en nuestro holocausto al Señor. Como un soldado tiene que hacer guardia aunque esté cansado; allí está. Otras veces se hace duro por las distracciones de las ocupaciones, aun muy santas, que tenemos. A veces porque no las llevamos bien; otras veces porque, a pesar de que las llevamos, quedan. Otras veces es castigo y penitencia por nuestras infidelidades durante el día; por nuestras faltas de observancia, de caridad, de generosidad. Pues bien; tenemos que orar a pesar de todo. Es nuestro oficio de amor, es nuestro deber. Y no caer nunca en esa tentación de decir: ya basta lo otro, esa unión habitual; porque es más cómodo. No.

 

Jesucristo en esto es nuestro modelo. Él oraba, pasaba las noches en oración. Y nos tiene que enseñar también. Tanto más, cuanto que Él ora en nosotros. Él mismo. Y nosotros prestamos nuestra colaboración a esa oración de Cristo Cabeza que quiere orar en nosotros al Padre. Lo decía así Orígenes: “Jesucristo permanece en aquellos que oran, y especialmente cuando los que oran salen de su ciudad y vienen al mismo Jesús, imitando a Abrahán que obedecía a Dios que le decía: sal de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre”. Cuánto más dejemos todo, más ora Cristo en nosotros. Por eso, tenemos que transformarnos en Cristo cada vez más, para que nuestra oración sea así oración de Cristo en nosotros. Tienes que cambiar para que, buscando el rostro de Dios, lo encuentres y lo veas. Tienes que arrojar de ti todas las cosas humanas; tienes que hacerte ángel, mejor dicho, tienes que hacerte Dios para orar a Dios. Por eso la oración es dura muchas veces. La oración, en sí, no es dura; lo que es duro es lo que lleva consigo la oración, la exigencia de la oración, la continua transformación en Dios para poder orar bien, como Cristo ora al Padre. Y ese es el trabajo constante, el trabajo de nuestra renuncia constante.

Hay una imagen clásica en los autores espirituales sobre la transformación del alma en Dios. Dice que le alma subió a un castillo alto, en el monte, y cuando llegó a la puerta, llama a la puerta: -Tan, tan, tan, tan. Y le responden de dentro: -¿Quién es? Y responde el alma: -Yo. Y le dicen de dentro: -No hay sitio para dos. Y no le abren. Entonces el alma se marcha, va al bosque; se va por allá, hace penitencia, se purifica. Y después de tiempo, después de un par de años, vuelve y llama: -Tan, tan, tan, tan. -¿Quién es? -Tú. -Entra, porque aquí sólo vive la gloria de Dios. Le abren la puerta; cuando ya no es el yo, cuando es Cristo, el alma transformada en Cristo. –

Tienes que cambiar, cambiar. Hacerte ángel. Más; -es frase de Orígenes-: tienes que hacerte Dios, divinizarte, para que puedas ver el rostro de Dios, que es lo que buscamos en la oración. Él ora, pues, en nosotros. Y esto nos tiene que animar mucho en nuestra oración. Él está en nosotros. Tenemos que disponernos, y orar. Encontraremos, ciertamente, algunas dificultades en la oración. Quiero indicar un poco sobre este punto.

DIFICULTADES DE LA ORACIÓN. -Primero: se nos puede meter que estamos perdiendo el tiempo. Estoy allí… no hago nada… pierdo el tiempo. Para eso, mejor es ocuparlo en cosas útiles. ¡Hay tanto que hacer…! ¡Tantas almas que se pierden! ¡Tanto apostolado! Esos son engaños, engaños. De ningún modo salvarás tantas almas como siendo fiel a tu vida de oración habitualmente -puede haber un caso extremo, en el cual uno pasa por encima de esto; de acuerdo-, pero habitualmente, esa vida de oración; porque de ahí nacerá la elevación misma de tu trato con las almas; les podrás llevar el contenido íntimo de tu unión con Cristo. Si no oras, llevarás palabras vacías, en las que se verá muy claro que eres como un repetidor, como un disco que suena. Pero no representan esas palabras el contenido de tu corazón. Hace falta transformarnos en Cristo. De modo que eso de que orar es perder el tiempo hay que eliminarlo totalmente. Es concepto pagano. Es concepto carnal, mundano, que no estima sino lo que es útil humanamente. Sólo se estiman las acciones útiles de los hombres respecto de los otros hombres. Y a eso llaman caridad, y a eso llaman amabilidad y a eso llaman grandeza. Y Cristo? No importa tanto… Pues no es verdad. Merece la pena y caed en la cuenta de esto. Jesucristo merece una hora de mi día, dedicada sólo a Él; y no es mucho. Y no es perder el tiempo estar ocupado en amar a Cristo. De ahí suele venir ese que muchos -las personas mundanas en general- no estimen nunca una vida de contemplación pura: de la Trapa, la Cartuja, el Carmelo. Eso no lo entienden. ¿Qué hacen esas personan sin hacer nada? ¡Que trabajen un poco! Los más ateos no tienen inconveniente contra las religiosas de enseñanza, contra las religiosas de los hospitales, si no es porque les meten esas ideas religiosas; pero como actividad, no tienen ningún inconveniente en que estén allí, y que cuiden de los hospitales; y las estiman, y las admiran: ¡Oh, qué hermoso! ¡Mire qué sacrificio! ¡Y cómo se dedican a los demás! Eso es caridad, eso es vida religiosa; todo lo demás son historias. Pero las religiosas contemplativas, no. No las entienden. ¿Por qué? Porque eso no tiene sentido humano. Una vida de oración y penitencia, humanamente no se entiende. Eso sólo lo entiende quien entiende el amor de Cristo; como no entiende el amor matrimonial auténtico una persona que nunca sabe lo que es amar, y que concibe la vida sólo en un sentido utilitario: disfrutar de la vida.

Pues en nuestra vida concreta hay una partecita de ella que es de contemplación pura: la oración. Que esa partecita sea de veras para el Señor; con una estima grande de ella. Que sea como la flor de todo el día. Así. Fruto de todo lo demás; porque no se puede separar. No es que estamos ordenados sólo a la contemplación, no. Vosotros que seguís estas meditaciones no sois puramente contemplativos; sois padres de familia, jóvenes estudiantes, trabajadores en la vida social, sacerdotes, religiosas de vida activa, pero que el rato de oración venga a resultar como la flor de todo el día, que se ha formado con el resultado de todo el día, y se abre al Señor. “Dilátate, ábrete, como una rosa que exhala fragancia exquisita”. Es el holocausto nuestro; es la unción de la cabeza de Cristo, como dice Orígenes. Nosotros podemos ungir los pies del Señor y la cabeza del Señor. “Ungimos los pies del Señor -dice Él- cuando hacemos obras a favor de nuestros hermanos: obras de limosnas, de caridad, de ayuda; porque nuestros hermanos son como los pies de Cristo, con los que Él camina ahora sobre la tierra. Pero podemos ungir también la cabeza de Cristo. Y ungimos la cabeza cuando hacemos obras puramente de amor a Cristo sin utilidad aparente de nadie. Sólo para obsequiarle a Él, a la Cabeza. Y de este perfume se llena toda la Iglesia de Dios”. ¡Qué finura de Orígenes! Bebamos de la doctrina de estos grandes hombres. Esos son los grandes intelectuales y los grandes amantes de Cristo; los de verdad. Ese es el perfume de la Iglesia. Ahí está. Y ese tiene que ser el perfume de todo nuestro día. Como esa rosa que se abre, que deja después todo el día perfumado. Holocausto; unción de la cabeza; desprendimiento de todo. Y cuando se va haciendo así en todo, entonces se puede convertir también todo el día en una especie de continuación de ese holocausto, de ese obsequio al Señor todo el día.

Otra dificultad de la oración, que retrae a muchas almas: son LAS DISTRACCIONES de la oración. Distracciones que no hay que minimizar. Hay tratados enteros para evitar distracciones en la oración. No concebir nunca la oración meramente como pasar una hora sin distraerse. No es eso la oración. Hay almas que parece que se preparan así, con un poco de miedo; dicen: bueno, ahora empieza la oración. Oración preparatoria. Se santiguan, y dice: ahora, desde ahora vale. A no distraerme. Una hora. No es eso la oración. Puede ser que sea un buen ejercicio, pero no es eso la oración. La oración no es estar una hora sin distraerse. No es estar allí diciendo: “a la primera distracción que aparece, la rechazo”. -Pues ya estás distraída. Esa actitud no es de oración; es de atención a las distracciones que pueden salir; es ya una distracción. A la oración hay que ir con espíritu amplio, con el corazón dilatado; sin estar encapotadas, como dice Santa Teresa, ¡encapotadas! No. Sin tensión de músculos. Ir de verdad a estar con el Señor. No, a no tener distracciones. No ir a la oración a pasar entretenidos la hora, solo eso; y ya recurrimos a todos los medios habitualmente. Y primero, pues empiezo a meditar, después saco el rosario, después un libro, después empiezo jaculatorias, termino con las letanías; y todavía me faltan dos minutos, y ahora repito una jaculatoria… No es pasar entretenidos la hora. Puede ser que alguna vez también haya que recurrir a eso, pero no es ése el sentido sustancial. Sino, a la oración se va a estar con Cristo en pura fe, de veras. A estar con el Señor; como posición sustancial. Y estando con el Señor, uno piensa, se dispone, se prepara. Pero fundamentalmente, estando con el Señor.

Hay diversas CLASES DE DISTRACCIONES, que hay que tener presentes cuando uno las quiere corregir. Si siempre son distracciones de una materia, siempre, esto suele indicar un apego del corazón en esa materia; y el remedio tiene que ser librarse de ese apego. Eso suele pasar en determinados momentos, determinadas preocupaciones, trabajos que hay que hacer, cosas que uno teme, antes de los exámenes, etc. Donde hay apegos. Librarse. Es una afición desordenada, o vanidad; lo que sea. Otras veces son variadas, de las ocupaciones del día. Y esto puede indicarnos que existe una falta de recogimiento durante el día; que no está uno en el Señor, sino se deja coger demasiado de las cosas, y después vienen en tiempo de oración. A veces son distracciones que vienen contra todo lo que uno podía esperar, y vivísimas, y como tentaciones. Y esto puede ser, incluso, del demonio. No asustarse. Es algo anormal. No es que suceda así siempre; alguna vez. Otras veces son tentaciones varias, a pesar del recogimiento que uno tiene durante el día. Estas distracciones son de debilidad humana. Y en este caso hay que aprovecharlas lo más posible; con sencillez. Actuar la presencia de Dios cuando uno se acuerda. No estar entreteniéndose con la distracción y discutiendo con ella, sino volver de nuevo al Señor por la vía más breve. No repensando desde el punto en que me separé, no; porque entonces pierdo mucho tiempo. Cuando caes en la cuenta de que estabas en los montes o en la cocina o en la luna de Valencia, vuelve al Sagrario y sigue adelante. Ya está. No pienses más. Ni quejarse al Señor: siempre estoy con esta distracción… Nada, nada; todo eso es perder el tiempo. Al Señor. Seguir adelante, sin darle más importancia.

Los REMEDIOS de las distracciones, por lo tanto, no hay que aplicarlos tanto en el momento de la oración, sino que, en general, hay que aplicarlos al resto del día. Es el día entero. Hay almas que desean hacerlo todo bien. De modo que se divierten en grande. Trabajan absorbidos por el trabajo totalmente; comen bien, de todo lo que les apetece; y después quieren rezar bien. Todo bien. “Todo lo hizo bien”. Pues… es difícil esto; muy difícil; muy difícil. La oración es el resultado de todo el día. No se puede separar del resto. Y es el resultado, como la flor de nuestra conversación con Dios todo el día. Y si durante todo el día, el Señor ha estado insistiendo, inspirando, pidiendo, y yo me he estado haciendo el sordo de la mañana a la noche, después a la oración, voy yo allí y se hace Él el sordo. Y no hay manera. Para que aprendas a ser cortés, a ser delicado con Jesucristo, que es con el único con el cual no eres delicado; con Él. Le das unos desaires… Pues no. Estate atento, hospédale en tu casa. Y cuando hayas procedido así normalmente, la oración se hace mucho más fácil, y mucho más normalmente se comunica el Señor. De modo que no es una asignatura más, sino que es tratar de persona a persona con el Señor en todo nuestro día.

Otro peligro de la oración y otra dificultad suele ser la CURIOSIDAD; el ir a la oración a tener grandes ideas; ideas sublimes, bellísimas. ¡Oh!, Dice aquella monja: he pasado toda la hora considerando las procesiones trinitarias. ¡Qué hermoso es eso! ¡Las potencias trinitarias! Ha leído a Sor Isabel de la Trinidad y ya se sube: ¡Oh, qué sublime! ¡El Espíritu Santo! ¡Unas ideas magníficas! ¡Maravillosas! Que no se trata de ideas hermosas, sino se trata de unirse a Cristo, a la persona de Cristo, unirse a Dios. No a las ideas de Dios, sino a Dios mismo. Y cuando uno dice: ¡Oh, qué ideas tan maravillosas!, dice: adiós, estamos fuera del tiesto. ¡Malo! Que no te apegues a las ideas, sino a la persona. Y muchas veces las ideas impiden que uno se apegue a la persona. Debería de ayudar, debería disponer el alma para adherirse a Él, y sin embargo, a veces no. Mirad: quien se acerca a Dios, siempre sale más humilde del contacto con Dios, más conocedor de su miseria, más sentirá su propia nada. Siempre. Moisés, cuando se encuentra con Dios que le habla desde la zarza, se descalza, se humilla. Todos los demás tienen ese santo temor de Dios, como San José ante la Encarnación, todos. Por el contrario, el alma que se acerca a las ideas de Dios, sale más satisfecha de sí misma: ¡oh, lo que he entendido! ¡Qué hermosura! ¡Oh! Eso quiere decir que no has llegado hasta Dios. Dios entra de otra manera dentro del alma. Pues bien; muchas veces a la oración se va a esto: a tener ideas y a ver si se me ocurre algo bonito para poder apuntarlo después, para que se me quede allí; y si encuentran mis apuntes que digan: ¡oh, qué oración tenía!, ¿eh? ¡Tenía grandes ideas! Pues no. En esto se me suele ocurrir que a veces nos quedamos en las ideas de Dios sin entrar en Dios, de un modo parecido a lo que contaba ese pintor tan curioso y original: Dalí. Dalí, entre esas originalidades que tiene, tiene unos bigotes que le llegan casi hasta los ojos o así, hacia arriba; los pone dentro con un alambre para que estén así. Y va con esos bigotes por todas partes; toda la gente se le queda mirando. Dice que los lleva para captar las radiaciones astrales, que las capta con esos bigotes. Y le preguntaron una vez a ver para qué llevaba esos bigotes. Y dice: pues para pasar desapercibido. Y le dicen: ¡pero qué ocurrencia! Pero, ¿no ve usted que todos le miran? “No señor; miran a los bigotes, y yo detrás, observo a los que me miran”. Pues bien; muchos se quedan en la oración en los bigotes de Dios; sin llegar hasta Él. Y hay que pasar por encima. No en las ideas hermosas; a Dios. Pegarse a Él. Pegarse a Jesucristo, a la persona misma de Cristo. A Dios mismo, no a las ideas de Dios. Por eso hay que tener siempre esta actitud de atención interior. Abiertos. A estar con Él. Estar con Jesucristo. Abiertos a Cristo.

Acabamos esta meditación recordando que tenemos que renunciar a todo si queremos que Él haga de verdad  su obra en nosotros, esa obra de transformación interior de la que saldrán muchos muchos buenos frutos: “Si uno no renuncia a todo lo que posee no me encontrará plenamente como su Maestro y su Amigo”.

Oh Dios, que en el corazón de tu Hijo,

herido por nuestros pecados,

has depositado infinitos tesoros de caridad;

te pedimos que,

al rendirle el homenaje de nuestro amor,

le ofrezcamos una cumplida reparación.

Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén