Mes del Corazón de Jesús basado en las meditaciones del Mes de Ejercicios del P. Mendizábal. DIA DUODÉCIMO. VIDA OCULTA

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Ayer acabábamos nuestra meditación junto a María, nuestra Madre, repitiendo sus palabras: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”. Vamos a seguir a ese Cristo hecho carne con las meditaciones de los misterios de la vida de Cristo, con el deseo ardiente de conocerlo siempre más. Deseos de conocer y de amar a Jesucristo, que llenen toda nuestra vida. Empezamos escuchando esta canción que nos recuerda ese amor que trajo al Verbo de Dios a nacer como hombre y a compartir su vida con nosotros. Esta canción que escuchamos ahora nos ayudará a recordar el misterio de Belén, el Dios con nosotros, que se prolonga en la Vida de Nazaret

Invocamos al Espíritu Santo. Que nos ilumine en esta meditación y nos dé luz sobre nuestra vida de cada día, esa vida de oración, trabajo, alegrías y sufrimientos, que ahora le ofrecemos a Dios.

 

DIA DUODÉCIMO. VIDA OCULTA

La contemplación de los misterios de la vida de Cristo nos puede ayudar a este conocimiento, si está bien hecha, porque, dice San Juan al terminar el prólogo en su Evangelio, recordando su vida con Cristo: “Y hemos visto su gloria, gloria como Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”. Así había visto a Jesucristo; como lleno de bondad, de misericordia y de fidelidad. Y eso mismo les pasa a los Apóstoles después del milagro de las bodas de Caná, “vieron su gloria y creyeron en Él”.

Estos son los pasos habituales para irse acercando a Cristo. Primero, Él nos muestra con un signo, con una acción maravillosa su gloria. Entonces nosotros, contemplándola, vemos esa gloria del Unigénito del Padre, y viendo esa gloria, creemos en Él. Pero es natural que para proceder así, no podemos guiarnos por la sola imaginación, no podemos apoyarnos en lo que a nosotros se nos ocurre, sino que es una cosa mucho más delicada y mucho más íntima. No podemos aumentar los misterios de la vida de Cristo… sino apoyarnos en lo que la Iglesia nos ha enseñado. Si no, terminaremos como aquel sacristán. Cuentan que un párroco tenía que dar unos avisos al público; y al llegar a la iglesia para hacer el Vía crucis el domingo, le llaman a asistir a un moribundo. El pobre, que quería avisarles algunas cosas, le dice al sacristán: Haz tú el Vía crucis, pero despacio, a ver si para cuando vuelvo, todavía están aquí. En efecto, se fue a asistir al moribundo… no acababa de morirse… tardó unas horas… y creyó que ya no había nadie. Y cuando vuelve, encuentra que había luz en la iglesia. Entra, y ve que están todos: uno dormido, el otro bostezando… y el sacristán impertérrito seguía adelante y estaba recitando. Decía: “Estación 94: la mujer de Pilatos va a la peluquería . Te adoramos Cristo y te bendecimos…” No acababa… No se trata de eso en los misterios de la vida de Cristo, de dejarnos llevar de la imaginación. Los misterios que vamos meditando van siempre apoyados en lo que nos dice Él mismo en el Evangelio y lo que nos enseña la Iglesia. Y procediendo así, nosotros participamos de los misterios de Cristo. No es una mera función de la imaginación para desarrollarla fantásticamente. Vamos a ver si entendemos bien esta conexión nuestra con los misterios de la vida de Cristo.

En todos los misterios de la vida de Cristo, por su visión beatífica, al ser Dios mismo como el Padre, el conocimiento de Cristo no terminaba en aquellos oyentes que tenía alrededor o aquellos testigos corporales, sino que estaba viéndome a mí, que iba a ser testigo de esa escena a través del anuncio del Evangelio. Y viéndome, hablaba también para mí. Y puedo quizás pensar que algunos detalles de eso que Él decía, se referían directamente a mí. Yo por mi parte lo veo y lo encuentro en el Evangelio, donde están escritos esos detalles que me dan lo sustancial de los misterios de la vida de Cristo. Así participamos en los misterios de Jesucristo, no solo porque los imaginamos. Y en este espíritu vamos a hacer esta meditación, puestos en la presencia del Señor, con el corazón abierto a Él, con paz, con serenidad; sabiendo que es gracia suya lo que pretendemos, que no la podemos sacar estrujándonos el cerebro o los nervios, como estamos repitiendo desde el principio; pero con diligencia. Y le pedimos la gracia para que todo en nuestro interior sea puramente ordenado para agradar en todo a Jesucristo. Para eso entramos en esta contemplación: para ordenarnos por dentro, para obtener esa gracia. Y pidiendo la gracia, repetimos el ofrecimiento que hicimos en la meditación del Rey temporal: “que quiero y deseo y es mi determinación deliberada de imitaros…”, ofreciéndonos así con el corazón del todo abierto, sin reservas. Él se pone a nuestros ojos en el misterio de la vida oculta. Y le pedimos gracia para conocerle íntimamente, penetrar sus criterios, sus normas, sus gustos; para más enamorarnos de Él y mejor imitarle.

Me invita, pues, Jesucristo a su casa. Es mi casa, porque todas las cosas suyas son mías; me las ofrece. Su Madre es mi Madre. Lo ha dicho Él mismo, con una delicadeza que no nos atreveríamos nosotros a atribuírsela: “El que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi madre, mi hermano y mi hermana”. Pues bien; vamos allá. Llamamos a la puerta, y viene fuera Jesucristo. Jesús, joven, 14, 15 años… Nos mira con amor. ¡Claro! Nos conoce, nos ama. ¡Qué ojos tan puros los ojos de Cristo! ¡Qué mirada tan pura! ¡Qué diferencia de tantas otras miradas…! ¡Qué nobleza! ¡Qué sencillez! Nos invita a pasar. Nos presenta, desde la puerta, a su Madre, que está trabajando; y nos fijamos cómo viste, cómo camina, cómo sonríe, cómo trabaja… Con paz. Verla así para empaparnos en ello, para que se nos comunique a nosotros también este mismo modo de actuar. Nos presenta a Ella personalmente: “Madre, éste, ésta es tal… de quien tantas veces te he hablado… por quien me he interesado tanto… que he confiado a tus cuidados maternos…” Y nos muestra también a San José que está trabajando. Trabaja en la huerta… trabaja en el oficio de carpintero… Trabajo duro… suda mucho… pero, feliz. Y después que nos ha mostrado aquello, nos invita a quedarnos. “Si quieres quedarte aquí…” Pero esta propuesta es demasiado seria. ¿Quedarnos aquí? Y mira uno un poco… Es una casa que está apoyada sobre la roca, una gruta, terminada por delante… una habitación… dos… En el suelo, pues no hay baldosas, sino es el pavimento de la tierra… y le preguntamos: Bueno, bien, bien; voy a quedarme aquí; me invitas. Pero, ¿qué me ofreces? ¿Qué condiciones de vida? ¿Tienes televisión? -Pues no… no, no; televisión no hay. -¿Cómo se pasa la noche, entonces? Y radio, ¿tienes? -No; tampoco. -¿Ni siquiera eso? -No… -Bueno; ¡pero por lo menos luz eléctrica tendrás! -No; no, no.; tampoco. Nos arreglamos con estos mecheros. Pues… Es un poco serio eso, ¿eh? Quedarnos en la casa de Jesucristo es un poco serio. Pero nos invita… nos invita… No hay grandes cuadros por las paredes… No hay nada de eso. Y entonces le preguntamos: -Pero oye, Jesús; pero, ¿es que estás a gusto aquí? Pero, ¿Tú vives aquí a gusto?

Y nos dice: -¡No he de vivir a gusto… si lo he escogido Yo todo esto…! Lo he escogido en todo el mundo… Podía haber ido donde me parecía, y he escogido Yo esta casa. Así que, ¡fíjate si estoy a gusto! Porque, mira: Aquí hay poco confort, hay poco lujo, es cierto. Pero hay mucha pureza y mucho amor, que es lo que Yo busco. Aquí hay mucho amor. Estas dos personas son las que más aman en el mundo y las que más me quieren en el mundo. Yo soy feliz, soy feliz.

Y ahora piensa un poco… y mira si Jesús estaría a gusto en tu cuarto, en tu aposento. A ver si hay mucho de lujo y poco de amor… Entonces no estará a gusto. O a ver si lo contrario: no demasiados lujos pero mucho amor… Que te enamores de eso: lo que a Él le gusta. Vida sobria, sencilla. Pobreza de verdad en la casa de Nazaret. Y en medio de ese ambiente de pobreza, viven una vida de familia Jesús, María y José. Vida de caridad íntima, de familia vivida en el corazón. Y es que Jesús, María y José se estiman mucho, se estiman de verdad. ¿Cómo se conoce cuando una persona estima a otra? Pues basta ver cómo habla de ella cuando esta persona está ausente y no puede enterarse o no se enterará de lo que yo digo. Si sorprendemos las conversaciones de Nazaret, ¿cómo hablan María y Jesús de San José? María: “¡Qué padre tienes, qué bueno es, qué trabajador! Es que no para un momento. Y siempre con ese humor igual, siempre con esa paz… ¡Qué felicidad es vivir con un padre así!” Sin poner ningún pero; nada, nada, nada. Todo transparente. Y José habla a Jesús de María lo mismo: ¡Qué Madre tienes! ¡Qué buena es! ¡Qué modesta! ¡Qué equilibrada en todo! ¡Qué suave! Todo se lo quiere cargar Ella. Da gusto trabajar por una Madre así”. Y María y José cuando hablan de Jesús: “¡Qué felices somos de tener con nosotros al Hijo de Dios! Este niño que va creciendo en edad, sabiduría y gracia… ¡qué felices somos! Todo está bien empleado lo que tenemos que trabajar y sufrir, por tener con nosotros al Hijo de Dios”. ¿Veis? Se estiman mucho.

Reflexionemos ahora en nuestra vida de familia. No admitir murmuraciones… ni críticas… ni  chismes…Hay un pecado que el Papa Francisco califica de terrorismo de baja intensidad: el chisme. Terrible pecado al que no damos importancia: el pecado de contar a uno lo que otro ha dicho mal de él. -Oye, sabes qué? Que fulano ha dicho de ti que eres tonto… y que te soporta por caridad pero que le revuelves el estómago cada vez que te ve aparecer… ¿Quién pone ahora a esos dos de acuerdo? ¡Difícil va a ser! Eso no lo hace el demonio, lo haces tú con tus chismes. ¡Pues no! Nada de chismes. Estimarse. Hablar bien, o no hablar. Y si te llega un chisme, que muera en ti. Estimarse… estimarse…

Se aman… se aman Jesús, María y José. Se aman con afecto, indudablemente; se quieren mucho, mucho. Pero se aman, sobre todo, con obras y sacrificio, al mismo tiempo que con grande amor. No es un amor que queda así en las regiones aéreas, sino es un amor que quiere de veras y que llega a la entrega de sí. Se aman con sacrificio. Y el primer sacrificio que ofrecen todos, los tres, es el de SONREÍR SIEMPRE, siempre. Es muy importante. Acoger siempre a los demás sonriendo.

Pensar en esto y reflexionar sobre esto. Que la cara no es nuestra… la cara no es nuestra; es de los demás. Nuestra cara no nos toca a nosotros, no la estamos mirando, no. Es de los demás. Y los demás tienen derecho a querer que tengamos una cara sonriente; tienen derecho. -Es que tengo un dolor de estómago… -¡Y yo qué culpa tengo! Eso es para usted. A mí, póngame usted la cara que tiene que ponerme, la que me toca, la que me toca a mí. Y aquí está la base de muchas cosas. Ponedme una casa lujosísima, con todos los lujos que se pueden tener, pero todos los habitantes de la casa serios, como en un funeral de tercera, todos. Es insoportable; se marcha uno a la calle. Para vivir uno así… Va usted por una esquina y le sale uno serio. Va usted por otro lado… otro serio. Pues chico… Me marcho… En cambio ponedme una casa pobre, muy pobre, no hay nada; pero todos amables, todos sonrientes… Pues se está muy bien…

Pues bien; es el primer don y el primer sacrificio del amor: el saber ser para los demás. Yo no soy para mí, soy para los demás. Y éste era el lema de la casa de Nazaret, sin duda ninguna. Allí SE ESTIMAN Y SE AMAN CON EL SACRIFICIO. El lema de cada uno de los tres en la casa de Nazaret era éste: “Trabajar yo para que los demás puedan descansar. Yo no soy para mí, soy para los demás. Privarme yo para que los demás puedan tener. Ayunar yo para que los demás puedan comer. Velar, madrugar yo para que los demás puedan dormir. Para mí lo peor, para los demás lo mejor. En lo agradable, primero ellos, después yo. En lo desagradable, primero yo, después ellos”. Esta es la vida de familia: de estima y de amor. Ya sabéis aquel refrán tan verdadero: para que una casa funcione bien, tiene que haber un tonto… Ya entendemos que el tal tonto no lo es tanto, pero tiene razón.  Sin alguien que muchas veces se haga el tonto y no dé demasiada importancia a algunas pequeñeces, el ambiente se tensa y se vuelve insoportable. No llevar cuentas del mal, que decía san Pablo… Esperar siempre, perdonar siempre… El amor todo lo soporta, el amor no pasa nunca.

Y viviendo así constantemente con este espíritu, tan lejos de todo egoísmo  -todos a mi servicio, todos alrededor de mí-  sin ese egoismo, son felices, muy felices; José y María con la intimidad de Jesús, y Jesús con sus padres. Es la vida interior. Son felices, no por desahogos mundanos, no. No tenían necesidad María, José y Jesús de salir ahí los domingos por la tarde a los bares de Nazaret; no tenían mucha necesidad de eso. O a ver espectáculos por ahí; no tenían necesidad. Saldrían, darían sus paseos, por lo que lleva consigo de descanso, pero no como un desahogo compulsivo, como nos pasa muchas veces a nosotros. No necesitaban tanto de eso. Eran felices en esa intimidad mutua.

Cuando nosotros queremos buscar nuestra felicidad fuera de esa intimidad mutua nuestra, ya es señal de que hemos perdido esa intimidad, de que hemos perdido esa vida interior. Y reflexionamos sobre nosotros en esta vida nuestra de comunidad y de familia. Que hay mucha gente que pervierte el orden jerárquico de las cosas. Nuestro primer campo de apostolado es la santificación de nuestra familia.

Y es nuestro primer deber de caridad. Y lo más delicado de nuestra caridad debe ser para nuestra familia. Y en una parroquia para mis hermanos en la fe, y en un seminario para mis condiscípulos y en un monasterio para mis hermanas de comunidad… Siempre. Y quien no procede así, quiere decir que no procede por caridad. Y hoy día hay mucho peligro de esto. Hay mucha gente que se deshace de caridad para los marginados de la sociedad… y para los herejes… y para los paganos… pero en la familia, en mi comunidad… uff!!! ¡¡¡Insoportables!!! Y dicen que es maravillosa, genial, simpatiquísima, que es una persona muy agradable con todos en el bar… y toda la gente de fuera habla de eso. Pues mire, en casa… no se diría que es la misma persona.

Eso no es ordenado. Nuestros más grandes sacrificios, nuestros mejores detalles, nuestra simpatía, tienen que ser para el primer campo de apostolado que el Señor nos ha confiado, que es la vida de familia. Aquí, entre nosotros; caridad con nosotros. Lo primero. Orden.

Y vida de obediencia es la vida de Nazaret. Es la gran lección, tan difícil. Cuando el Evangelista resume la vida de Jesús en Nazaret, dice que “estaba obedeciéndoles”. Pensemos en esto. Jesucristo podía haber trabajado en mil Acciones Católicas; sin duda. Podía haber organizado en Nazaret Congregaciones Marianas…Cáritas parroquial de Nazaret…Nuevos movimientos apostólicos…Todo lo que hubiese querido. Cualidades no le faltaban.

Más. Si le hubiésemos encontrado a aquel joven -20 años, 22 años- por la calle, ¿qué le hubiésemos aconsejado nosotros? ¿No le hubiésemos aconsejado que si tenía un poco de caridad y un poco de celo, que tenía que ir a trabajar entre la gente? A ver ¿qué hacía en casa… eso no se puede tolerar…  Eso es egoísmo? ¿No le hubiéramos dicho eso?

Y, sin embargo, Jesucristo tenía más caridad que todos nosotros juntos. Y a pesar de eso, está en su casa… obedeciendo a sus padres… hasta los treinta años… quieto… sin manifestarse… Hoy diríamos: Pero, ¿y el desarrollo de la personalidad…? Pero, ¿es que no es capaz de hablar? Pero, ¿es que no es capaz de hacer? Quieto.

Es que nos quiere enseñar una lección muy difícil, muy difícil. Nos quiere enseñar que el apostolado no está formalmente en moverse, en agitarse, en hablar, en predicar, sino que está en SACRIFICARSE POR DIOS REALIZANDO SU VOLUNTAD SOBRE NOSOTROS. Eso es el apostolado. Es falso decir que una persona que trabaja apostólicamente, activamente, salva más almas que una persona que está recogida en la Trapa. Es falso, falso… -¡Ah!, pues yo me quedé fuera creyendo que salvaba más almas… -Pues se equivocó, porque no es verdad. Tiene que haber apóstoles en medio del mundo, indudablemente. Pero no es porque salvan más almas, sino porque tiene que haber también tales almas. Cada uno salva más almas cuando está donde Dios le quiere, y haciendo en el grado en que Dios lo quiere. Porque en último término, el que salva almas es Cristo, sirviéndose de nosotros como instrumentos. Y tanto más se sirve de nosotros como instrumentos cuanto somos más dóciles a lo que Él quiere de nosotros. De modo que, el cartujo que está retirado en la Cartuja, y Dios lo quiere en la Cartuja, salva las almas que Dios le ha confiado, y las salva todas. El apóstol activo que está en medio del apostolado activo, y Dios le quiere en el apostolado activo, salva todas las almas que Dios quiere que salve. Pero no se pueden hacer las cosas como a uno le parecen.

Si esta persona está trabajando activamente, y Dios la quería en la Cartuja, salva menos almas de las que salvaría en la Cartuja. Y si esta persona está en la Cartuja y debía estar en la vida activa, salva menos almas de las que salvaría en la vida activa. Que la cosa no está en moverse o en no moverse; la cosa está en cumplir la voluntad de Dios; en ocupar el puesto que Él nos ha confiado. Con fidelidad. Y si Dios nos quiere en el silencio, en el silencio. Entonces salvamos más almas que en la actividad.

Esta es la gran lección de Jesucristo. Si no, si le hubiésemos visto siempre activo, hubiésemos pensado que estando parados no se salvan almas nunca. Él ha cogido lo que más llama la atención, lo más difícil, lo que menos se entiende humanamente: que obedeciendo, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, así es como se redime al mundo. “Se anonadó a Sí mismo, hecho obediente hasta la muerte”. Y allí 30 años quieto, quieto; en Nazaret.

Aprende a obedecer… a obedecer. Es el mayor sacrificio… el obedecer; el mayor sacrificio. Por eso es tan fecundo…Es el mayor sacrificio porque es la oblación de sí mismo por amor. Eso es obedecer: oblación de  sí mismo. Cuando yo hago una cosa, aunque sea muy grande, pero por mi voluntad, yo puedo hacer la cosa, pero no me doy a mí mismo. Porque yo he sido el que lo he escogido por mi gusto. –Es que hace muchas penitencias… Muy bien, muy bien… Pero las hace por su gusto, y ofrece la penitencia. En cambio, en la obediencia, me ofrezco a mí mismo por la obediencia.

Suponed, dice el P. Mendizábal, que yo ahora podía estar predicando en una gran catedral, con una asistencia de 40.000 personas. Y cuando voy a ir por allá, me avisa mi Superior y me dice: No, no vaya. En vez de eso, hay que limpiar el pasillo ese; coja la escoba y a barrer. –Yo voy a barrer… murmurando un poco… como el perro que le mandan que esté parado. Y empiezo a mover la escoba… ¿Qué ofrezco al Señor, el movimiento de la escoba? ¡Qué movimiento de la escoba! Lo que le ofrezco es a mí mismo, a mí mismo en ofrenda viva de amor. Ofrezco todo lo que había podido hacer y todo lo que es todo mi ser; el ofrecimiento íntimo de mí mismo. Y en cada acto de obediencia pasa lo mismo. Se realiza el holocausto de sí mismo. Por eso, la vida de obediencia es vida de entrega total, tanto, en cuanto uno se somete a la voluntad de Dios, sin seguir la propia voluntad independiente de Dios.

Esto es la obediencia. Sólo se obedece a Dios, a nadie más. Por eso es una ofrenda pura, que se ofrece a solo Dios. No obedecemos a ningún otro sino a Dios, y a todos los demás en cuanto legítimamente representan a Dios. Un ejemplo. Si yo voy por la calle y me encuentro con un mendigo, el primero que encuentro, y le digo: -mire usted; yo estaba dudando ahora de si marcharme a Badajoz o a Sevilla. Dígame usted, y lo que usted me diga, voluntad de Dios. ¿A dónde voy: a Badajoz o a Sevilla? Me dice: Vaya usted a Sevilla. Dice: Dios quiere que vaya a Sevilla. ¡Mentira! Eso es como echar un dado al aire, nada más. Es echar a suertes. Porque ése no tiene ninguna autoridad sobre usted, no tiene legítima autoridad de Dios, legítima representación de Dios. En cambio, la autoridad legítima le dice: vaya usted a Sevilla; y puede usted decir: Dios quiere que yo vaya a Sevilla. Y es verdad. Pero sólo se obedece a Dios o a su legítimo representante. De modo que no se obedece para aprender sólo, y cuando llega uno ya a saber un poco, prescinde de la obediencia, no. No sólo. Jesucristo sabía. Sabía más que San José y, sin embargo, obedece. No se obedece tampoco porque el otro sea santo, o sea más santo que yo… porque en la casa de Nazaret, el menos santo de todos era San José, y era el que mandaba a todos. Y la Virgen –que estaba en la mitad- mandaba y obedecía. No es porque sea santo, no. Es para adorar a Dios, para ofrecer ese obsequio a Dios. “He venido, Padre, para hacer tu voluntad”. Y este es el orden que Tú has puesto, y yo lo acepto. Y entonces, en cada acto de esa vida de obediencia, es honrado Dios. Es la glorificación de Dios.

Pues bien; examinemos un poco esto. Ahora que hablamos de la nueva evangelización. Como decía el Cardenal Ratzinger el año 2000 a unos catequistas: lo esencial en la nueva evangelización es el grano de trigo que cae en tierra y muere. Válgame Dios!! Que luz!!! El grano de trigo que cae en tierra y muere. Es verdad!!! Mirad que la eficacia apostólica depende en gran parte de la obediencia. Porque en la obediencia es donde precisamente uno se pone como colaborador de Dios. La colaboración supone la aceptación de la idea por su legítimo manifestante, de la idea de Dios. Y en lo demás no hay apostolado; hay apariencias. Y ya vemos los resultados de esto. Apariencias… De modo que una persona que hace lo que le gusta… como le gusta… cuando le gusta… ahí hay generalmente poca voluntad de Dios y mucha voluntad propia. En cambio, otra persona que hace lo que le mandan, aun cuando no le gusta, cuando no le gusta, como no le gusta… hay poca voluntad propia y mucha voluntad de Dios. Y de ahí viene después la eficacia apostólica. ¡Ojalá aprendamos esta lección grandiosa de Cristo! Nos viene tan bien en nuestros grupos apostólicos esto, en nuestras parroquias… Ojalá de cada uno de nosotros se pueda decir a la hora de la muerte, de verdad: “Se anonadó a sí mismo, hecho obediencia hasta la muerte y muerte de cruz”, como Jesús.

Por fin, la vida de Nazaret es vida de trabajo. Trabajo duro… de obrero… donde no hay ocho horas de trabajo, sino todo el día tiene que estar trabajando. Un trabajo que no humilla a Jesucristo. No se siente humillado, sino que dignifica Él mismo el trabajo. Y piensa un poco qué estimas tienes tú del trabajo, de los trabajadores en oficios humildes. Hoy día debemos estar muy atentos a los problemas sociales. Pero tengamos siempre un criterio sobrenatural. Porque toda persona tiene derechos ante Dios, porque es hermano tuyo en Cristo, para que viva una vida digna y se santifique. No meramente para que esté bien económicamente, para que sea famoso sin trabajar, como tantos sueñan hoy; no, no…Eso no es digno del hombre. Esa vida es vacía y superficial. No hace feliz por dentro. Y pensemos de verdad esto, que si a Jesucristo lo hubiésemos encontrado por la calle, quizás le hubiéramos despreciado, porque era un trabajador manual, un obrero. “Lo que hagáis a uno de éstos, a mí me lo hacéis”. Procuremos tener siempre esa gran estima por la vida sencilla, y procurar el bien espiritual de ellos, procurar cumplir con todos nuestros deberes para con ellos, pero no como sola justicia, sino con grande amor, como si lo hiciéramos a Cristo mismo.

Y así en este trabajo duro, Jesucristo trabaja con pura intención de glorificar al Padre. Este es nuestro ejemplo: trabajar con pura intención. Trabaja con orden, en obediencia, sometiéndose a lo que San José le indica. Con diligencia suma; sin prisas por otra parte, sin dejarse absorber, sin dejarse perder y sin dejar nunca la contemplación del Padre y de la divinidad. Orando a la vez, con un corazón abrasado en amor a Dios y a los hombres. Mezclando oración y trabajo, trabajo y oración. Es el famoso lema de san Benito: ora et labora. Vida activa y vida contemplativa unidas.

Reflexiona también en esto sobre ti mismo. Cómo trabajas, cómo oras en el trabajo, con qué orden, con qué diligencia, con qué amor a las personas en el trabajo mismo. De modo que en ti se realice lo mismo que en Cristo esa unión del trabajo con la pura intención de agradar al Padre, con la oración constante para glorificar a Dios y salvar nuestras almas.

Acabamos esta meditación orando y mirando a María a través de esta canción. Ella refleja tantas cosas de la vida oculta de Jesús en Nazaret… Ella refleja en todo el Corazón de su Hijo. Es en verdad, maestra de vida interior. Llévanos a Jesús, Madre!!!

 

Oh Dios, que en el corazón de tu Hijo,

herido por nuestros pecados,

has depositado infinitos tesoros de caridad;

te pedimos que,

al rendirle el homenaje de nuestro amor,

le ofrezcamos una cumplida reparación.

Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén