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Vamos a meditar en la Encarnación del Verbo. Pongámonos en la presencia del Señor, abriendo nuestro corazón a la acción divina, como hemos indicado, sin cansarnos nunca de ello. Pidamos de nuevo la gracia de nuestra santidad: que todo en mi vida, pensamientos, afectos, acciones vaya ordenado, por su gracia, puramente a agradar a Cristo. Pidamos al Ruah de Dios, a su Espíritu, que nos encienda el corazón para ofrecernos a Él en este nuevo día
Ven Espíritu Santo inflama nuestros corazones en las ansias redentoras del Corazón de Cristo para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras en unión con Él por la redención del mundo, Señor mío y Dios mío Jesucristo, por el Corazón Inmaculado de María me consagro a tu Corazón y me ofrezco contigo al Padre en tu Santo Sacrificio del altar con mi oración y mi trabajo sufrimientos y alegrías de hoy en reparación de nuestros pecados y para que venga a nosotros tu Reino
Te pido en especial
Por el Papa y sus intenciones
Por nuestro Obispo y sus intenciones
Por nuestro Párroco y sus intenciones
DÍA UNDÉCIMO. MEDITACION SOBRE LA ENCARNACIÓN
Entramos en esta meditación sin dejar nada de lo que ha pasado hasta ahora, con la actitud con que terminamos ayer. Nos hemos ofrecido a seguir a Cristo de cerca, hemos hecho nuestra oblación, de veras.Y ante este ofrecimiento nuestro, Él mismo, Jesús, se pone delante de nosotros para que nos fijemos en Él: “Has dicho que quieres venir conmigo…, pues mira cómo procedo yo; mírame”; para que le conozcamos íntimamente.
Conocemos muchas personas con los ojos del cuerpo y no les conocemos internamente. Conocer a una persona es conocer lo que piensa, lo que le gusta… sus criterios… Y así solemos decir: “Mira, esto no se lo ofrezcas porque no le gusta. Lo conozco muy bien; eso no le gusta. Esto otro, sí, esto le gustará”. Fijemos, pues, nuestra mirada en Él para conocerlo, y conociéndolo, nos enamoremos de Él. Como decía San Juan de la Cruz:
Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacerlos
y véante mis ojos,
pues eres lumbre de ellos,
y sólo para Ti quiero tenerlos.
Llenemos nuestro corazón del amor de Cristo. Es importante; nuestro corazón tiene que estar lleno. El corazón no se muere de hambre y sed. Si no está lleno del amor de Cristo, buscará otras realidades para saciarse. Contemplemos este misterio de la Encarnación.
Primer escenario que nos plantea san Ignacio: el mundo. El mundo de ahora, pero necesitado de la redención de Cristo. Es el mundo en sentido teológico, pero que es real ahora y en todos los siglos pasados. Dios veía toda la realidad que necesitaba de la redención, la misma realidad que yo palpo: en las familias, en la educación, en el ambiente social. Esto es el mundo.
SENTIR VACÍO EL MUNDO, SIN CRISTO, SIN REDENCIÓN. No somos importantes para el mundo por nosotros mismos. Sí por el interés, porque el mundo es egoísta y quiere sacar ventaja de nosotros. Y entra uno en un hotel con dinero, y parece que todo el mundo se desvive por uno. Apenas deja el hotel y ha pagado… ya parece que interesa menos. Si elmque entra es un pobre no interesa nada. Sentir este vacío que sienten tantas personas hoy. Lo que llama el Papa Francisco la sociedad del descarte. Eso es hacer contemplación: sentir vacío del mundo en este momento. Y contemplarlo así, con ojos serenos.
¿Qué es el mundo –siempre prescindiendo de Cristo, también ahora-, qué es ese mundo sin Cristo? De qué se habla? De diversiones, de dinero, de duras críticas, del pecado pero sin tomarlo en serio… Dios no interesa nada a este hombre mundano; nada, nada, nada, nada. Más; llega a pensar que puede ser perfectamente bueno sin Dios. No necesita. Porque todo está en hacer bien al prójimo, pero sin Dios, unidos nosotros, como tanto se repite hoy… Si nos unimos, todo lo podemos lograr. Basta estar unidos. Ese es el mundo. Si menciona a Dios, ordinariamente es para blasfemar de Él, para despreciarle, para decir que no tiene lugar en nuestro mundo.
Y por otra parte, CONTEMPLEMOS EL SIN SENTIDO DEL MUNDO. Como decía San Pablo, han perturbado el orden de la naturaleza y se glorían de hacerlo perturbado, porque ya dicen que Dios ha creado el cuerpo para el placer y que después no hay nada. Comamos y bebamos, que mañana moriremos. Sorbamos la vida trago a trago, como un inmenso carnaval, porque luego no hay nada. Y tampoco hay una creación humana que venga de Dios. Somos materia evolucionada y nosotros mismos decidimos lo que somos, hombre o mujer. Nacemos neutros, aun cuando nos hayamos encontrado con rasgos masculinos o femeninos. Es un detalle. Nada relevante. No significa nada. No hay un creador. No somos obra de nadie. La mujer no nace, se hace, decía Simone de Beauvoir… y cuánta razón tenía aquella sabia mujer… ella debe liderar el mundo. Ella es la inspiración de todas las que desean ser verdaderas mujeres de hoy, empoderadas contra un mundo machista y heteropatriarcal. Abajo toda esa construcción religiosa, tan nociva para el progreso! Fuera Dios de nuestro mundo moderno! Empoderémonos y acabemos con todo vestigio de esta cultura cristiana que no lo es…. Este es el mundo, cada vez más agresivo contra la obra maravillosa y sabia de Dios; sentirlo así. Es el mundo que yo tengo que redimir también, el mundo que a mí se me presenta para santificar. Ese mundo que duele tanto… que es un vacío inmenso. Pero, es que, dicen, siendo así son felices… ahora, sin Dios, son libres. Han encontrado por fin, el camino de la felicidad. Vacío. Vacío enorme.
Y segundo escenario: ¿Cuál es la reacción de Dios ante ese mundo que va camino del infierno, porque va hacia su autodestrucción? Ese mundo visto desde los ojos de Dios es nada. Si sintiésemos esto un poco… Si la tierra vista desde un avión a una grande altura, las grandes ciudades parecen un hormiguero, donde un hombre no significa nada… desaparece, total no se ve,… ¿qué será la tierra vista desde la Majestad de Dios? Un granito de arena insignificante, nada, poquísimo. Y dentro de esa tierra y de ese grano de arena están los hombres como microbios infinitesimales. Y esos microbios se rebelan contra Dios, y creen que ya no necesitan de Dios; que con sus experimentos en los laboratorios, jugando con los genes…, manipulando a su antojo los orígenes de la vida… creen que pueden ya prescindir de Dios, porque han dado una vuelta a la corteza de la tierra, a 180 kilómetros de distancia en una nave espacial, y no han encontrado a Dios, como dijo aquél astronauta ateo. Es indignante, ¿verdad? Y parece que la reacción de Dios debía ser la que nos pasa a nosotros muchas veces: “Pues ahí se las arreglen todos; suprimirlos y se ha acabado”. Pues no; Dios no reacciona así.
Es urgente conocer el Corazón de Dios para reaccionar como Él. La reacción de Dios, contemplando todo ese vaho que viene de ese minúsculo, microscópico mundo, vaho de blasfemias, de pecados… la reacción de Dios es: “Hagamos redención del género humano”, lo vamos a redimir. Es maravilloso. “Él, primero nos amó”. Cuando éramos pecadores, Él nos amó. Él fue el primero en venir a nuestro encuentro. Y podemos contemplar así la Santísima Trinidad de un modo antropomórfico, como celebrando un consejo: ¿Cómo redimir al género humano? Uno de los modos de redimir al género humano era perdonarle; ya que no lo suprimía porque tenía misericordia, perdonarle. Pero la bondad divina y la sabiduría divina indican que es un modo que humilla demasiado al hombre; porque el Señor respeta al hombre mismo. Es tan delicado siempre respecto de sus criaturas… Le humillaría demasiado. Vamos a encontrar un modo que le dé la posibilidad de redimirse. Y entonces, la sabiduría divina encuentra, escoge el medio de hacerlo. Y la segunda persona, el Verbo de Dios, se ofrece: Yo me haré hombre. Es lo increíble. Cuando uno ve por la tierra esas hormiguitas pequeñitas que van por ahí, y piensa uno: de mí a esa hormiga hay menos distancia que de Dios a mí… y que yo pudiese redimir a esas hormiguitas haciéndome hormiga… es increíble. Es el plan divino. Esta meditación es la clave de todas las normas de vida espiritual y de vida apostólica. El que entiende esto, va derecho; el que no lo entiende, no irá nunca derecho. Es increíble. “Yo me haré hombre, me haré uno de ellos, moriré por ellos. Y ofreceré mi vida en holocausto; y eso será la reparación de esos hombres; y ellos se unirán a Mí formando un cuerpo místico, porque yo les comunicaré la gracia y les haré hijos de Dios, y así unidos en Mí, ellos ofrecerán también su propia satisfacción unida a la mía, teniendo su valor recibido de la mía, y así, todos participarán de nuestra vida divina”. ¡Qué grandioso el plan de Dios! Pero, ¡qué distinto del nuestro!
Y se decide la Encarnación. “El Verbo se hizo carne”. Y eso por amor a nosotros. Pensar que Dios amó al ingrato, amó al que le ofendía, y en fuerza de su amor, da un salto inmenso, el salto de Dios a nuestro barro en alas del amor. Y acepta todo el plan de la redención, plan de humillaciones y de desprecios, y encarnándose dice: “Dios mío, quiero, lo quiero, es mi determinación deliberada, hasta la muerte, para salvar a los hombres”. Es increíble. Hasta los ángeles se asombran de tanto amor: “Mirad cómo les ama, cómo les ama». Sólo el amor explica esto: hacerse una hormiguita. Tanto, que creen algunos que éste fue el pecado de los ángeles: el no querer servir al Hombre-Dios. Algunos de ellos, un tercio del cielo dice la Escritura, se retiran: “Yo no puedo ponerme a servir a ése”. Son los ángeles malos, los ángeles rebeldes, que no quieren humillarse a servir al Hombre-Dios que desposa la naturaleza humana.
Nuestra mentalidad no es la de Dios. Y en el fondo, pensamos que si nosotros fuéramos Dios, ya estaría remediado todo esto. Con el tiempo que ha pasado y cómo estamos de mal… Lo pensamos. Cuántas veces decimos en nuestro interior: si tuviera los medios del mundo, de tanta gente con dinero… si pudiéramos construir los colegios que otros construyen, si tuviéramos las televisiones a nuestro servicio… Pues, eso ¿qué es, sino decir que, si fuéramos Dios, todo estaría remediado? Es eso. Si yo fuera Dios… Nosotros para redimir al mundo quisiéramos hacernos Dios o ser poderosos como Dios. Y Dios para redimir al mundo se hace Hombre con todas las limitaciones humanas. Y nosotros muchas veces en nuestro apostolado nos quejamos de que, “claro, no nos dejan desarrollar nuestras facultades… la obediencia nos lo impide… todo son trabas…nos coartan la libertad… eso es lo que nos daría más fuerza…”. Y en cambio, el Verbo para hacer la redención del género humano, se hace obediente hasta la muerte y muerte de cruz. No vamos por el mismo camino. Aquí está la clave de todo: en el primer paso del Hijo de Dios. “Se anonadó a Sí mismo hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. Y dirá San Pablo con energía: “La sabiduría de este mundo es estupidez ante Dios. Nosotros predicamos a Cristo crucificado, porque lo que es necio de Dios es más sabio que todos los hombres”
¿Has dado el voto de confianza a Cristo? ¿Te fías de Cristo? Conócele íntimamente para enamorarte de Él e imitarle. Veamos el misterio de la Anunciación, que es tan delicado y hermoso. El Verbo busca una Madre. Aprendamos también aquí a conocer a Jesucristo. Busca una Madre, la puede escoger… Si yo tuviese que escoger, ¿cómo la escogería? Pues bien; no busca valores humanos, no los busca. No busca ni grande cultura –que la Virgen no la tenía-, ni grandes riquezas, -que no las tenía tampoco-, porque ante el Verbo no vale el oro, ni el lujo, ni el placer… Y ni siquiera busca a una Magdalena convertida; tampoco. Busca y se prepara Él, una virgen: la Virgen María, la Inmaculada. El ángel enviado por el Señor va a buscarla a un pueblecito insignificante. Allí no es ni Roma, ni Atenas, ni Jerusalén… sino un pueblecito que no aparece en la Biblia: Nazaret; pueblecito de 400 o 500 habitantes, pequeñísimo, en las montañas, donde nosotros no iríamos ni siquiera a pasar las vacaciones: ni siquiera a eso. Porque allí no hay teléfono, no hay radio, no hay televisión, no hay internet, no hay luz eléctrica, no hay agua corriente… Allí no hay nada. No hay cama… duermen en el suelo… Y va allí, va allí… Es que era por su tiempo, dicen algunos espabilados. ¡Qué su tiempo! Como si no pudiese escoger otro tiempo. Podía haber escogido otro tiempo. Y además que en aquel tiempo en Roma se vivía pero que muy bien, muy bien, como no se vive ahora. Muy bien. En Roma, en aquel tiempo, en las grandes termas se bañaban en agua de mar. De modo que, si hubiese querido pasarlo bien, lo podía haber hecho.
Pues bien; aprender los gustos de Dios. Él ha escogido eso. Él ha escogido ese sitio. Y va allí a buscar precisamente un corazón, que es el de la Virgen. Vamos a penetrar un poco en el Corazón de la Virgen para ver después este coloquio del Ángel, o del Señor con María.
Tendría entonces, pues unos 15 o 16 años de edad. Santidad grande, pureza; muy pobre, desposada con un carpintero; el pueblo de unos 400 habitantes, decíamos. José era un campesino que hacía de carpintero, quizá también de constructor… “tekton” dice el griego. Desposada con este, en una aldeíta desconocida, pero dentro, cuántos tesoros hay en esa joven, en esa Virgen María. Fijémonos un poco el Ella para enamorarnos también de Ella.
La imagen de María, nuestra Madre, es verdaderamente maravillosa; y nos tiene que cautivar, porque tiene que ser el modelo de nuestra consagración a Cristo. La Virgen, desde el primer momento de su concepción, era predilecta de Dios. Hay algunos que hoy día casi encuentran dificultad en esto, y casi no acaban de comprender cómo la Virgen pudo venir al concepto de virginidad; como si tuviese que proceder según la psicología de todas las aldeanas de su tiempo. Y no, no hay que pensar así. La gracia tiene su psicología. Lo podemos experimentar muchas veces. Cuando un alma se vuelve hacia Dios de veras, muy fácilmente, muy frecuentemente brota el ella un deseo de consagración total y exclusiva al Señor, aun cuando no haya oído hablar explícitamente de virginidad; pero es algo que lleva consigo esa gracia que el Señor concede. Pues bien; si eso hace en nosotros la gracia tan medida que tenemos, ¿qué haría en la Virgen la gracia de su Inmaculada Concepción? Ella que era predilecta de Dios… Si nos dicen los teólogos que María tenía ya en su concepción más gracia que los santos más grandes al fin del tiempo de su vida… No tenemos que medir la psicología de la Virgen con un alma que no está siquiera en gracia de Dios, sino tenemos que medirla por la psicología de los grandes santos al fin de su vida.
La Virgen, según muchos Santos Padres de la Iglesia, que son los obispos teólogos que hubo en los primeros siglos de la Iglesia y cuya doctrina en su conjunto es autoridad, tiene como razón única de su existencia el ser Madre de Cristo. De modo que el Verbo no escogió su Madre entre las posibles mujeres, sino que la preparó desde siempre. Dios la contemplaba con amor, con predilección; y alrededor de ella formaba una especie de cerco amoroso que le hacía entender la profundidad y la delicadeza de su amor. Y Ella sentía esa predilección de Dios; y como era un alma creada inmaculada, sin complicaciones, sin reservas, tendía a Dios con toda la sublimidad y la sencillez de su tendencia total, sin reserva. A Ella le parecía lo más natural del mundo el amar a Dios como Ella lo amaba, con un amor total y exclusivo. Amaba tanto a Dios…, del cual sentía como una infiltración de sentimiento amoroso, como del amor celoso de su Dios.
La mayor parte de las vírgenes cristianas entienden perfectamente lo que significa esta seducción amorosa de Dios con solo echar una mirada sobre sí mismas. Porque aún ahora, Dios lo hace así muchas veces. Hay muchas almas que ha escogido desde pequeñas con amor. Y es celoso de que el corazón de esas jóvenes no sea para ningún otro nunca, sino sea solo para Él. Y eso a pesar de que muchas veces nosotros mismos no las cuidamos, y a veces nosotros mismos somos ocasión de que no conserven ese amor total y exclusivo con motivos muy falsos, con educación equivocada, porque dicen que tienen que ser normales… que tienen que amar también lo que aman sus amigas y distraerse y no estar tan cerca de la Iglesia… porque van a acabar siendo raras.
Pues bien; esta preparación del corazón la llevó Dios a cabo en la Virgen Santísima en un grado que podíamos decir infinito. Y así Ella se sentía toda atraída a Dios con una atracción sencilla. Amaba tanto a Dios que ni siquiera reflexionaba en si amaba a Dios; porque el reflexionar sobre el amor quita siempre algo a la intensidad del amor. Y así una madre, una madre genuina, no duda nunca en si ama o no ama a su hijo, no piensa en ello. Ama sin reflexionar. Si reflexionase perdería algo de la intensidad del amor. A Ella le parecía tan natural ser toda de Dios… Lo más obvio… No es que creyese que era pecado amar a otra persona, pero comprendía que era una infidelidad a aquella delicadeza de amor que le mostraba Dios. Y así, como una azucena abierta hacia Dios se ofrece la Virgen durante toda su vida; con sencillez, sin compararse con nadie. Estamos aquí en el centro de la virginidad. Ese es el estado interior de la virginidad, que se entrega a solo Dios, solo Dios. La virginidad no está tanto en la parte física del hombre, no está tanto; -también esto interviene-; pero no está ahí su raíz. Ni está en el mero pudor infantil de una niña con su actitud de reserva, con su actitud más centrada en sí misma. Lo esencial de la virginidad está en el corazón abierto a solo Dios. Ahí está: Solo Dios. Y si el corazón está solo para Dios, lo demás será una consecuencia, se lo arrastrará consigo, llevará toda su persona en el vuelo de amor hacia sólo Dios. La virginidad es la del corazón. Solo Dios, solo Dios. Eso está escrito sobre el corazón de una virgen: solo Dios, solo Jesús. Y el Señor puede pedir a un alma un tal grado de virginidad positiva –no en el aspecto de pecado, sino en el de virginidad positiva-, que aun el quedarse y detenerse un poco en una florecilla, le parezca una infidelidad al amor exclusivo de Dios, porque ya su corazón es solo de Dios, y ella debía resbalar en todas las criaturas para descansar en solo Jesús.
Pues bien; así estaba la Virgen, en esta actitud de azucena abierta hacia Dios; Virgen del todo. Es bien curioso. Dios, que destinaba a María a ser Madre suya, le infunde el instinto de ser Virgen. Es curioso; pero es muy profundo y es bellísimo. Precisamente comunicó a la Virgen el instinto de ser virgen para que fuera Madre de Dios, Madre de Jesús. En efecto, hay una expresión tradicional que se atribuye a algunos Padres, que dice así: “Si una virgen tuviera un hijo, ese hijo sería Dios”. Y a primera vista parece una cosa así paradójica, y no se entiende. Cuando uno reflexiona, dice: pues es verdad. Porque hemos dicho que la virginidad está en el corazón, sobre todo en el corazón, radicalmente en el corazón. Pues bien; si una virgen, siendo virgen tuviese un hijo, el hijo es siempre hijo del amor; por lo tanto sería hijo del amor de esa Virgen, y como ese amor de la Virgen es Dios, ese Hijo sería Hijo de Dios, de su amor. Y esto es lo que pasa en la Santísima Virgen. En la Virgen, la maternidad brota de la virginidad, de ese amor exclusivo a Dios.
Así la prepara Dios para ser Madre, con esa entrega total a Él, exclusiva. Y viéndola tan hermosa, el Verbo se inclina hacia Ella y tiene con Ella este diálogo que nos pone San Lucas en su Evangelio, que es maravilloso. Os invito a releerlo para la oración (Lucas 1, 36 ss). La primera virtud maravillosa de la Virgen es su gran sencillez. Al oír el anuncio la Virgen se turbó, y se puso a considerar qué significaba una tal salutación. ¿Por qué se turbó, la Virgen? Pues la Virgen se turbó sencillamente –podemos pensarlo así-, porque nunca había pensado en ser distinta de las demás, nunca había reflexionado ni se había comparado con nadie; y al oír ahora que Ella “llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres…”, pero, ¿qué significa esto? ¿Qué he hecho yo? Si yo no tengo nada… Es la turbación de la sencillez de la Virgen… que no reflexiona en compararse con nadie; que esa es la verdadera humildad…
María necesitaba el don divino de una sencillez enorme. Pensad que María tenía que ejercitar con Jesús todos los cuidados de una madre con su niño. Y al mismo tiempo lo veneraba como su Dios. ¡Qué sencillez hace falta para esto! Después, en la vida pública, ve que le consideran como el gran profeta, el gran Mesías, y Ella tiene que hacer el papel de la Madre del Mesías en la misma sencillez de cada día. Y después de la resurrección todavía ve que adoran a su Hijo como Dios, y Ella es una sencilla mujer como todas las demás. Es admirable esa sencillez de María. Es una figura que impresiona. Y lo mismo en su humildad. La humildad de la Virgen es verdaderamente don de Dios. No ha reflexionado. Por eso ahora se sorprende de que le digan una tal cosa.
Algunas veces nosotros solemos preguntar: pero, ¿cómo es posible que esa alma se sienta la peor de todo el mundo? Pero si reflexiona un poco… si se compara con aquella otra… pues, ¿cómo se va a considerar peor…? Es que esto es lo que no hace un alma humilde: el compararse; es incapaz de eso. Sencillamente, está en Dios y ve toda su miseria en Dios, y no se le ocurre compararse con nadie. El ocurrírsele compararse ya es una falta de esta plenitud de humildad. El alma humilde no piensa en ello. Así es María; se turba.
Vamos adelante. “El ángel le dijo: Oh, María, no temas, porque has hallado gracia en los ojos de Dios. Sábete que has de concebir en tu seno y darás a luz un Hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo, al cual el Señor Dios dará el trono de su padre David y reinará en la casa de Jacob eternamente, y su reino no tendrá fin”. A una joven israelita instruida como María en la Ley, esto no presentaba ninguna duda; se trataba del Mesías. Era un pueblo curioso aquel pueblo judío, en el cual toda joven israelita tenía la ilusión de tener en su descendencia al Mesías. Todas. Por eso no concebían la virginidad. Era su honor: a ver si el Mesías está entre mis hijos, en mi descendencia. Y María, notemos este detalle importante, llevada de ese amor al Señor que sentía internamente, había renunciado a esto. Con sencillez. Ella no podía amar una persona humana con ese amor exclusivo y total, propio del matrimonio; y había renunciado. Y ahora se encuentra con que precisamente Ella, no va a tener en su descendencia lejana al Mesías, sino que va ser la Madre del Mesías. Y Ella lo entiende perfectamente. El lenguaje es enteramente del Antiguo Testamento para designar al Mesías. Y Ella lo comprende. Y con la misma sencillez, sin aspavientos ningunos, le dice enseguida al ángel: “¿Cómo va a ser eso?, pues yo no conozco varón alguno”. Si yo no voy a consumar el matrimonio… ¿Cómo va a ser eso, que voy a tener un hijo…? ¿Es que María estaba dispuesta a renunciar a la maternidad divina con tal de conservar la virginidad? Ni pensarlo. María no pensó en eso. Eso sería una imperfección. María es docilísima a la voluntad de Dios, y no hace un ídolo de ninguna cosa creada. Ni pensarlo. Lo que pasa es que María estaba ciertísima de que Dios la quería virgen. De eso no podía dudar. Ella sentía la predilección de Dios, y sentía que era una infidelidad a Dios el dejar ese estado suyo de entrega total al Señor como azucena abierta. Pero, por otra parte, el ángel le anunciaba esto, y también lo creía. Y ahora la duda de la Virgen es: ¿Cómo se unen estas dos cosas? Yo creo una cosa y creo la otra. Pero, ¿cómo se realiza esto? Y el ángel le responde con lo que hemos dicho antes: Si una virgen tuviese un hijo, ese Hijo sería Dios. Y es lo que le dice: No, tu Hijo no va a ser puro hombre, no. Mira; “el Espíritu Santo descenderá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra; por cuya causa el Santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios”, de una manera más particular. Y esto lo entendió también la Virgen.
La terminología que se emplea aquí es la misma terminología con que se habla del Arca donde reposaba la gloria de Dios. Sabía que era el templo de Dios. El Espíritu Santo iba a cobijarla con su sombra como cobijaba el Arca del Testamento donde descansaba el Señor. Y Ella lo entiende. Tuvo que tener esta luz. La Virgen comprendió que iba a ser Madre de Dios. Lo dicen los Padres: que María entonces tuvo esa luz. Pero además nos lo dice la misma razón teológica –a mí, al menos, me hace mucha fuerza-. Porque si el Señor viene a pedirle su consentimiento, no se lo va a pedir para otra cosa distinta de lo que va a ser. El Señor es caballero siempre; y si viene a pedirle su consentimiento, una madre que procede humanamente, aun cuando no sepa de antemano quién será el hijo y cómo será el hijo, pero debe saber quién es el padre de su hijo. Y éste es Dios. Será Hijo de Dios. Y Ella lo entiende, lo entiende.
Y aquí viene lo hermoso. Y María cree, cree. Esto es admirable. La fe de María. Que esta joven haya creído que podía ser Madre de Dios… es increíble. Mucho más que la fe de Abrahán. Y lo hace con la misma sencillez… como se mueve en todo este orden sobrenatural. Cree, cree. Por eso le dirá Isabel como su grande felicidad: “Dichosa tú que has creído que se podía realizar lo que el ángel te anunciaba”, lo que te anunciaba el Señor. Lo has creído. Y Ella… sí, ¿por qué no? Y viendo todo lo que era esto, y creyéndolo, se encuentra con la grande proposición a la que tiene que responder.
Contemplemos esta escena. Hay una imagen en que está el Niño Jesús teniendo entre sus manos una azucena que le mira abierta. Y debajo hay una frase que dice sólo esto: “Cógeme, tómame”. Y no se sabe si es la azucena la que dice a Jesús: cógeme, o si es Jesús el que le dice a la azucena: cógeme. Es el momento de la Encarnación. Ahí está. La Virgen toda abierta hacia el Señor; el Señor inclinado hacia María pidiendo su consentimiento. La Virgen que está pidiendo al Verbo: cógeme; y el Verbo que le pide a la Virgen: cógeme. Y el coger la Virgen al Verbo es dejarse coger por el Verbo. Es la Encarnación, el fruto de la virginidad. “Ensánchate, ábrete como una rosa que exhala fragancia exquisita”. Y así se abre la Virgen al influjo del Señor que quiere entrar en Ella. Y conociendo todo lo que iba a venir, la Virgen, con sencillez, sin aspavientos, inclina su cabeza y dice: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y el Verbo se hizo carne en ese momento; sin que nadie se enterase, en la sencillez del día ordinario y normal, cuando quizás fuera estaban las vecinas hablando o gritando. Nadie se entera de lo que pasa, de la intimidad de la acción de Dios en el alma. Y quizás poco después vinieron a llamar a la puerta a pedirle un favor, y la Virgen salió tan sencilla como antes. Llevaba dentro de sí el Verbo encarnado. Y Ella, sencilla, igual… y habla… y sigue toda su vida normal. Esa es nuestra Madre.
Y aplicarnos a nosotros. Aplicar a tu misión. Porque esta es la respuesta de la Virgen: la colaboración de María a la Redención de Cristo. Es la primera cooperadora. Ha aceptado plenamente el plan divino. Y a ti también, el Señor te pide cooperación. También a ti te saluda el ángel: “Alégrate lleno, llena de gracia… porque te llena la gracia por la misericordia del Señor. El Señor está contigo, por la gracia, por su ayuda. “Bendito, bendita tú entre esta humanidad, evidentemente, escogido, escogida por Dios entre tantos… Y te anuncia lo mismo: que el Señor quiere encarnarse en ti –analógicamente-, que el Señor quiere manifestarse a través de ti, que pide tu cooperación, que seas instrumento dócil de lo que el Señor quiere actuar a través de ti…Y también tú tienes que creer. Que es difícil… y es la base de la santidad. La base de la santidad está en un acto de confianza grande, por el cual creemos que Dios es capaz de hacernos santos y es capaz de salvar las almas con nuestra cooperación, a pesar de nosotros. Y eso está en la base: que puede. Un acto de fe grande, grande. Y entonces, abriéndonos al Señor, sintiendo, oyendo que Él nos dice también a nosotros que quiere, a través de nosotros, nacer en las almas, todas las almas nuestras están pendientes de nuestra respuesta. Si toda la humanidad pendía de la respuesta de la Virgen, mis almas dependen de mi respuesta. Yo puedo decidir para ellas de muchos bienes, de la redención misma. ¿Cómo responderás a esta invitación del Señor, a que realices esa misión de cooperación plena, sin reservas? Con las palabras de la Virgen te invito a que digas hoy sin miedo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Acabamos orando y escuchamos una canción de un famoso cantautor católico que nos ayuda a hacer nuestra consagración al Señor por el Corazón Inmaculado de Maria.
Oh Dios, que en el corazón de tu Hijo,
herido por nuestros pecados,
has depositado infinitos tesoros de caridad;
te pedimos que,
al rendirle el homenaje de nuestro amor,
le ofrezcamos una cumplida reparación.
Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén