Mes del Corazón de Jesús basado en el Mes de Ejercicios del P. Mendizábal. DÍA VIGÉSIMO. MARTA Y MARÍA

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Al fin del libro de los Ejercicios pone San Ignacio algunas meditaciones, o puntos de meditación como materias; y son muy breves. Y uno de ellos, uno de esos puntos que él pone, se refiere a la predicación en el Templo. Y dice así: Primer punto. Estaba cada día enseñando en el Templo. Segundo punto. Acabada la predicación, porque no había quien le recibiese en Jerusalén, se volvió a Betania. Esa es la meditación. Nosotros hoy sí vamos a recibir a Jesucristo en nuestra vida, pidiendo al Espíritu Santo que nuestro corazón y nuestra jornada sea todo para su Gloria.

Ven Espíritu Santo inflama nuestros corazones en las ansias redentoras del Corazón de Cristo para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras en unión con Él por la redención del mundo; Señor mío y Dios mío Jesucristo, por el Corazón Inmaculado de María me consagro a tu Corazón y me ofrezco contigo al Padre en tu Santo Sacrificio del altar con mi oración y mi trabajo sufrimientos y alegrías de hoy en reparación de nuestros pecados y para que venga a nosotros tu Reino

 

Te pido en especial

Por el Papa y sus intenciones

Por nuestro Obispo y sus intenciones

Por nuestro Párroco y sus intenciones

 

DÍA VIGÉSIMO. MARTA Y MARÍA

Esta meditación de los EE indica que a San Ignacio le impresionaba este hecho: tanto triunfo de Jesucristo… enseñaba todo el día… y después nadie lo quería recibir en Jerusalén. Y cuando nadie lo quería recibir en Jerusalén, se volvía a Betania, porque en Betania tenía siempre una casa que estaba abierta a Él. “Permaneced en Mí y Yo en vosotros” dirá Jesucristo en la última cena: Jesucristo permanece en mí; yo permanezco en Él. Cuando yo voy a Él, lo encuentro siempre en el Sagrario a mi disposición, siempre orando por mí, siempre dispuesto a comunicarme sus dones. Cuando Él viene a mi corazón, ¿me encuentra siempre? ¿Soy yo para Jesucristo como la casa de Betania que está siempre abierta? Porque el Señor suele llamar al corazón, por ejemplo, en ciertos días, ciertas fiestas, domingos por la tarde…; cuando se le ofende tanto en tantos modos, Él suele llamar muchas veces al corazón de un alma de fe, pidiéndole que le consuele; es decir, que le abra su corazón, que se entregue a Él, que se ofrezca por las almas. Cuando viene así, ¿me encuentra a mí dispuesto?, ¿o me hago yo sordo y encuentra cerrada la puerta de mi alma? ¿Soy yo la Betania de Cristo?

Betania es una lección de vida espiritual, que vamos a meditar ahora. Siempre ha sido clásica en la vida espiritual la imagen de Marta y de María. A veces se interpretan como si Marta significase la vida activa, apostólica; y María significase la vida de contemplación pura: en la Cartuja, o en la Trapa, o en el Carmelo. No es ése, sin embargo, según parece, el verdadero sentido íntimo; sino significan dos modos de vivir la vida espiritual.

En el Evangelio nos habla en tres ocasiones de Betania, de Marta y de María. La primera en Lucas, capítulo 10, versículo 38 y siguientes. La segunda en la resurrección de Lázaro, en San Juan, en el capítulo 11, y la tercera en el mismo San Juan, en el capítulo 12, cuando después de la resurrección de Lázaro le hacen un banquete, y María derrama sobre los pies de Jesús aquel ungüento precioso de nardo puro, y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Vamos a considerar estas tres cosas para sacar estas lecciones de vida espiritual.

Primer paso. De Lucas. Es la primera vez que se nos muestran Marta y María. Y vamos a ver cómo se caracteriza la vida de cada una de las dos hermanas. “Prosiguiendo Jesús su viaje a Jerusalén, entró en cierta aldea, donde una mujer, por nombre Marta, le hospedó en su casa”. Esta Marta, creen algunos comentadores, era todavía joven, porque aún no estaban casadas. De modo que Marta era la mayor. María era más joven y Lázaro era el hermano menor. Por eso, en todas estas escenas, Lázaro apenas representa nada, era un adolescente; el hermano menor de Marta y María.

Marta la hermana mayor, es la que hospeda a Jesús. Y notad que Marta recibe de Jesucristo peculiares muestras de afecto y de amor. A ella se dirige el Señor muchas veces personalmente, la llama por su nombre. Y es que necesitaba más esta especie de atención personal de Cristo. Mientras que a María nunca le habla directamente; nunca la llama por su nombre, porque no necesita. María está siempre atenta a todo lo que dice Cristo. Y todo lo que dice lo acoge ella, aunque no se dirija a ella personalmente.

Vamos a ver, pues, aquí cómo actúan estas dos, estos dos tipos de vida espiritual. “Tenía ésta una hermana llamada María, -la hermana menor-, la cual, sentada a los pies del Señor estaba escuchando su palabra”. María se sentó allí y no se despegaba de los labios de Cristo: lo miraba, lo contemplaba, lo escuchaba, como embelesada; sin prisa. Fijaos en este gesto de María que es característico: sentada a los pies de Cristo, siempre; como el cántaro de la Samaritana que decíamos en la otra meditación; sentada a los pies de Cristo. “Mientras tanto, Marta andaba muy afanada en disponer todo lo que era menester”: la cocina, la mesa, el comedor… “Por lo cual se presentó y dijo: Señor, ¿no te fijas que mi hermana me ha dejado sola en las faenas de la casa? Dile que me ayude. Pero el Señor le dio esta respuesta: Marta, Marta, tú te afanas y acongojas con muchísimas cosas; a la verdad que una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte que no le quitaré jamás”. Esta es la primera lección de Betania.

Marta es un alma ardiente, que ama mucho al Señor, indudablemente; mucho. En la liturgia tiene una Misa suya, el 29 de julio, santa Marta. Mucho amor de Cristo. Una grande figura Marta. Pero con este grande amor de Cristo, tiene también sus grandes limitaciones en su vida espiritual. Si trabaja, si está moviéndose en la cocina y en el comedor y corriendo de una parte a otra, es por amor de Cristo. Está preparándolo todo para Cristo. Y sin embargo, trabaja tanto por Cristo, que pierde la paz. Trabaja tanto por Cristo, que se sumerge en el trabajo. Y mientras está trabajando, ya no oye la palabra de Cristo. Esta es la limitación de Marta. Y ése es el tipo de Marta en la vida espiritual. El tipo de Marta en la vida espiritual, su característica está en una vida de preocupaciones incontroladas, incluso en las cosas de amor a Cristo. Trabaja intensamente, pero ya no oye a Jesucristo; interrumpe su diálogo con Cristo para servir a Cristo. Y en consecuencia, llega a corregir al mismo Jesucristo. Y así le dice: “Señor, ¿pero no te fijas que mi hermana me ha dejado sola? Dile que me ayude”; no la entretengas; dile que me ayude.

Es, pues, el alma Marta, el alma siempre preocupada por novedades en la vida espiritual. Siempre preocupada por cambiar exámenes de conciencia, meditaciones, métodos de oración, quizá, canciones que pueden ayudar también a otros…; todo para servicio del Señor, indudablemente. Pero es como una criada de una señora de una casa, a quien ha dado la señora la orden de hacer tal cosa, y ya aunque la llame, ya no oye nada; porque es inútil; ahora está haciendo lo que le han dicho. Ya no oye; hasta que termine, como si no existiese; no cuente con ella. Esta es el alma Marta. Por eso el Señor le responde con una respuesta que es un poco de, una cierta, una ligera reprensión: “Marta, Marta”. Le repite, ¿eh? Porque Marta ya estaba corriendo; después que había dicho aquello, estaba ya en la cocina. Es que no espera; Marta no espera. Ella va de prisa. Y tiene que decirle: “Marta”, porque si no, no oye, ya no oye. Y le tiene que llamar el Señor: “Marta, Marta; tú te afanas y acongojas con muchísimas cosas”. Estás trabajando ahí en tantas cosas que te distraen, te dispersan, todas te acongojan. Aquí hay una diversidad de comentario.

“A la verdad una sola cosa es necesaria”. Algunos lo interpretan en un sentido material, que sería el punto de partida: Marta, Marta, estás preparando demasiadas cosas. ¡Si a mí me bastan unos puerritos! Una sola cosa es necesaria; me basta una cosa. Algunos comentadores lo interpretan así, en sentido material. Pero hay razones muy poderosas para pensar –sin excluir esto- que aquí hay una verdadera lección espiritual. Por lo tanto, se habla del trabajo dispersivo de Marta, ocupada en muchas cosas, mientras que “María ha escogido la mejor parte”, porque María tiene como oficio oír la palabra de Dios. Y ésa es su ocupación: oír la palabra de Dios. La virtud de María no es que no trabaje. Con esto no se quiere decir que no hay que trabajar, ni mucho menos; sino quiere decir que la ocupación principal, la única necesaria es escuchar la palabra de Dios y no perder nunca el hilo de contacto con Dios, el diálogo constante con el Señor.

Ahí tenemos, pues, los dos tipos, y el juicio del Señor. “María ha escogido la mejor parte, y jamás se la quitaré”. No le voy a decir que se vaya, no; déjala en paz. Así sale el Señor en defensa del alma serenamente contemplativa, pacífica. Que a veces -incluso en la vida religiosa- se llega a estimar más el alma Marta, que es muy eficaz… Ya San Ignacio decía en su regla: “Se haga más caudal de las virtudes que de las letras y otros dones naturales y humanos”. Y a veces, pues no, no se estima tanto. Y aquí está el juicio claro del Señor: “María ha escogido la parte mejor”. Y a veces, pues los mismos que tienen que regir a otros en la vida religiosa, se fijan más…: “Mire, mire; déjeme de vidas interiores; aquí ponga una persona eficaz”. Y se estima más a ésas que son eficaces, verdaderas Martas, que no al alma de vida interior, de vida espiritual.

Efectos de esta vida de Marta y de esta vida de María, se ven muy bien en el segundo pasaje del Evangelio: En la resurrección de Lázaro, que es el símbolo de la resurrección del pecador. Una realidad, un hecho histórico, pero que al mismo tiempo simboliza la resurrección del pecador por la intervención y por las lágrimas y peticiones de las almas amigas de Cristo; del pecador también amigo de estas almas. Es la resurrección de nuestras almas. Vamos a verlo así, porque además conocemos aquí el Corazón de Cristo; en esta meditación, que es preciosa. “Estaba enfermo por este tiempo un cierto Lázaro, vecino de Betania, patria de María y de Marta, sus hermanas”; hermano de estas dos. Las hermanas, pues, enviaron a decirle: Notad que lo que había pasado es esto: que le quisieron prender a Jesús; habían cogido piedras para apedrearle, y después al final les dijo: “¿Por qué me apedreáis? Si no hago las obras de mi Padre no me creáis, pero si las hago… Cuando no queráis darme crédito a mí, dádselo a mis obras. Entonces quisieron prenderle, mas Él se escapó de entre sus manos. Y entonces se marchó a Perea, a la otra parte del Jordán, a dos días de camino de distancia”. Se retiró allí ante el peligro de que los judíos le persiguieran; “se fue de nuevo a lo otra parte del Jordán y permaneció allí”.

Pues bien; ahí está Jesucristo; está con sus Apóstoles, que había escapado de un peligro de muerte. Y estando allí -en este tiempo-, estaba enfermo Lázaro; y las hermanas enviaron un mensajero que recorriese esos dos días de camino y que le dijese: “Señor, aquél a quien tú amas está enfermo”. Oración sencilla, expositiva. Basta. Es la confianza suma. Oración dictada por María, sin duda ninguna. “Aquél a quien tú amas está enfermo”. Basta, basta. No, no insistir más. Basta que le digas esto. Que sepa: Aquél a quien tú amas está enfermo. “Oyendo Jesús el recado, les dijo: esta enfermedad no es mortal, no es para muerte, sino que está ordenada para gloria de Dios, para que por ella el Hijo de Dios sea glorificado”. Imaginad cómo trata el Señor a sus almas; cómo las prueba en la confianza.

El mensajero oye este mensaje, vuelve a Betania tranquilamente, después de dos días de camino, y les dice: Me ha dicho el Señor que no muere. Y le dicen ellas: pues si ha muerto, ha muerto ya. ¡Qué prueba de confianza! No ha entendido bien. El Señor no dijo que no iba a morir; que no acabará en muerte, sino que será glorificado el Hijo de Dios por ella. Nosotros entendemos muchas veces mal lo que nos dice el Señor; lo entendemos a nuestro modo. Y de ahí nos vienen muchas veces las dudas, las desconfianzas… porque nos hacemos nuestros planes e interpretamos la voluntad de Dios a nuestra manera, y su gloria tiene que ser de la manera que a nosotros nos parece; y cuando no resulta, pues pasamos grandes oscuridades de espíritu. Fiarnos de Jesucristo. “Aunque me mates, me fiaré de ti”; aunque me mates. Aunque yo no vea nada, me fiaré de Ti.

Y así están estas dos; reciben el mensaje de Cristo, y ha muerto, ha muerto. Y ahora, fijémonos lo que es el Corazón de Cristo, para entenderlo. Jesús tenía particular afecto a Marta, a su hermana María y a Lázaro. “Cuando oyó que estaba enfermo, se quedó aún dos días en el mismo sitio”. Unamos estas dos cosas: “tenía particular afecto” y “se quedó dos días hasta que se murió”. Y está así: “particular afecto”. Y es verdad, es verdad. Si Jesucristo se quedó allí, fue para cumplir la voluntad de su Padre. No era por falta de poder de curar a Lázaro, sino que el Padre quería que resucitase a Lázaro. Y si Él hubiese estado presente, ¿cómo podía dejarlo morir allí, Él presente, ante las lágrimas de Marta y María, para resucitarlo a los cuatro días? Estando lejos sí lo podía hacer, porque hay cosas que la presencia física no permite, aun cuando la distancia no impediría la curación; pero la violencia que tenía que hacerse el Corazón de Cristo era diversa. No tendría sentido: estar allí, dejarlo enterrar, llevarlo, y a los cuatro días: “ahora, quitad la piedra”. Mientras que si está lejos, pues eso humanamente es más comprensible. De modo que era verdad: “Porque amaba con particular afecto a Marta, María y Lázaro, se quedó otros dos días en el mismo sitio”.

Después de pasados estos días -cuando ya había muerto- dijo a los discípulos: “Vamos otra vez a Judea”. Y aquí tenemos a los buenos discípulos que te tenían un miedo de volver… ¡Lo que hace una afección desordenada! “Que yo no sea sordo a su llamamiento”. Aquí éstos… eso de Judea… Hace poco allí las piedras silbaban; y ahora volver a Judea… Y sin embargo, el Señor dice -así ama a Lázaro-: “Vamos otra vez a Judea”. Le dicen sus discípulos: “Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte y, ¿quieres volver allá?”. Ellos se separan un poco, ¿verdad? Vamos -le dicen-: ¿quieres volver?, ¿quieres ir? Jesús les responde: “¡Pues qué! ¿No son doce las horas del día? El que anda de día no tropieza porque ve la luz de este mundo; al contrario, quien anda de noche tropieza porque no tiene luz”. Quiere decir eso: no es la hora de las tinieblas todavía, no hay peligro. “Así dijo, y les añadió: Nuestro amigo Lázaro -qué palabras dulces del Señor: nuestro amigo Lázaro-, nuestro amigo Lázaro duerme; pero yo voy a despertarle del sueño”. Bastante claro, ¿no es verdad? Un mensaje… estaba grave… va a ir dos días de camino… ¡No va a ir a despertarle del sueño! Era bastante claro. Pues no lo entendieron. Tenían tal miedo, que no lo entendieron. “A lo que dijeron sus discípulos: Señor, si duerme, se curará”; buena señal es. Si ya está durmiendo… Cuando un enfermo llega a dormir, pues bueno es; ya se cura. ¿Para qué vamos a ir? Cualquier cosa con tal de no ir. “Mas Jesús había hablado de la muerte. Y ellos pensaban -mirad que no es que fingían-, pensaban que hablaba del sueño natural”. Dos días de camino para despertarlo. ¡Parece mentira! Pues pensaban que hablaba del sueño natural.

 

“Entonces les dijo Jesús claramente: Lázaro ha muerto. Y me alegro por vosotros de no haberme hallado allí a fin de que creáis”. Fijaos la importancia que tiene la fe en la gloria de Cristo, que se alegra de una cosa tan dolorosa para Él, para que crean los Apóstoles, para que tengan un argumento claro de la gloria de Cristo. “Pero vamos a él”. Y no se movían los Apóstoles, no se movían. Eso de Judea… las piedras aquellas… no les hacían gracia. “Entonces Tomás, por otro nombre Dídimo, dijo a sus condiscípulos: vamos también nosotros y muramos con Él”. Ahí no va a quedar títere con cabeza; vamos a morir todos. Pero eso no se lo quitaba nadie. ¡Qué resucitar a Lázaro! Vamos a morir todos. Pero vamos a morir con Él. ¡Hala! Es el pesimista. Tomás. ¡Pesimista! Pero vamos… generoso: vamos a morir. “Llegó, pues, Jesús, y halló que hacía cuatro días que Lázaro estaba sepultado: dos días de viaje del mensajero, los dos días de Jesucristo… los cuatro días que estaba ya sepultado.

“Marta, luego que oyó que Jesús venía, le salió a recibir; y María se quedó sentada en casa”. Aquí están los dos caracteres: Marta, muy amante de Cristo, muy buena, pero curioseando por la ventana: a ver las últimas noticias; a ver qué hay de nuevo. Y se enteró: pues ha venido Jesús. Y apenas oye, sin que Él la llame para nada, a correr, a recibir al Señor. En cambio María, sentada en casa; quieta, quieta. No tiene prisa; está allí, en casa. “Dijo, pues, Marta a Jesús -aquí vemos el carácter de Marta, un poco precipitada, de grande amor a Jesucristo- Señor, si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano”. Lo habían repetido muchas veces las dos hermanas, pero con un matiz distinto. Fijaos esta frase; la de María es un poco distinta. “Si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano”. Y ahora le añade: “Ahora que ya sé yo que ahora mismo te concederá Dios cualquier cosa que le pidieras”. Fijaos Marta. Marta en el diálogo con Cristo habla, habla mucho. Además le muestra al Señor que ella lo sabe todo. “Si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano; pero ya sé yo, eso ya lo sé, que cualquier cosa que pidas al Padre te la concede”. Es casi una herejía, porque no es creer en la divinidad de Cristo. Jesús tiene que pedirle al Padre… Pero Marta lo sabe, eso ya lo sabe, que cualquier cosa que pide al Padre se lo concede. Y Jesús, que tiene una paciencia enorme, le dice: “Tu hermano resucitará”. Palabras de grande consuelo. Y Marta: “Ya sé yo que resucitará”. Ya sabe también esto: “que resucitará en la resurrección universal del último día”. Como diciendo: Precisamente esto lo hemos estudiado en el último círculo de estudios: la resurrección universal. Ya lo sé, ya lo sé. No me dices nada nuevo… Ya lo sé. ¡Qué paciencia tiene el Señor!, ¿verdad? ¡Qué pronto se podía acabar con esta conversación! Unas ganas de darle un cachete, ¿eh?, y decirle: Vete de ahí… Lo sabe todo, lo sabe todo Marta. “Le responde Jesús: Yo soy la resurrección y la vida”. Palabras grandiosas. Tener un amigo que puede repetir estas palabras: “Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en Mí, aunque hubiera muerto, vivirá. Y todo aquél que vive y cree en Mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto, Marta? Le responde: ¡Oh, Señor! Sí que lo creo; y que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo que ha venido a este mundo”. Como una respuesta de catecismo. Pero, ¿a qué viene eso: que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo que ha venido a este mundo? ¡Si no digo eso! Que Yo soy la resurrección y la vida; ¿crees? “Y dicho esto, se fue”. Da la vuelta, y a correr. Muy amante de Cristo, pero éste es el carácter de Marta; es característico. “Se fue, y llamó secretamente a María, su hermana diciéndole: Está aquí el Maestro y te llama”.

Vamos a detenernos un poco. El alma que es Marta, por regla general lo sabe todo, lo sabe todo. Y si alguno la quiere orientar espiritualmente… “ya lo sabía; eso ya lo sabía; sí, sí; eso ya lo he oído, ya lo sé”. Pero es un conocimiento de Cristo que no llega al corazón. Para Marta, Jesús es demasiado hombre. “Todo lo que pidas al Padre, te lo concederá”. La divinidad de Cristo no ha penetrado en lo profundo de su corazón. A pesar de que ella dice que cree en la resurrección de su hermano, que cree que Cristo es el Hijo de Dios, cuando llega la hora, y Jesucristo le dice: “Quitad la piedra”, Marta duda: “Señor, que ya lleva cuatro días, que huele mal…”. ¿Dónde está la fe? ¿No decías que creías, que sabías todo eso? Y el Señor le responde con aspereza: ¿No te he dicho que si te fías de Mí, verás la gloria de Dios?”. Fíate de Mí. Es éste el carácter de Marta. En teoría, brillante; sabe mucho, conoce mucho intelectualmente; agitada; corre de aquí para allá; culturalmente perfecta; y el conocimiento de Cristo no le llega al corazón. La divinidad de Cristo no le penetra hasta el fondo; no forma esta vida, no la informa del todo.

María es muy distinta. María se ha sentado a los pies de Cristo. Había encontrado el Corazón de Jesucristo, y eso era todo para ella. Ella fue, sin duda, la que envió el mensaje: “Aquél que Tú amas está enfermo”. Jesucristo, para María, es “el que ama”. Es el Maestro que ama. Y ella está siempre sentada a los pies del Maestro; siempre. Aun cuando Cristo está lejos y ella está en su casa, está como a los pies del Maestro. María cree profunda y prácticamente en la divinidad de Jesucristo; en una divinidad que es amor. Por eso, no se agita hasta que Cristo mismo la llama. Espera a que la llame. Y entonces, se apresura, sale corriendo. No tiene fórmulas como Marta; llega y se echa a los pies de Cristo y se entrega al amor. Repite casi las mismas palabras de Marta, pero con esta pequeña diferencia. María, en el texto griego, dice al Señor: “Señor, si Tú hubieras estado aquí, no se me hubiera muerto el hermano”. La pérdida ha sido suya, y Jesucristo no hubiera permitido en ella este dolor. Es el amor personal a ella. Y es verdad. Como hemos indicado antes: lo que no podía sufrir Jesucristo era dejarlo morir a la vista de ellas. Es el amor.

En Marta parece que la razón por la cual dice que si hubiera estado presente no hubiera muerto el hermano, era por su omnipotencia. Como que, parece casi no creyese que a distancia lo podía haber curado. En el caso de María, no; es el amor. “No se me hubiera muerto mi hermano” Me amas tanto, que no hubieras permitido que, a vista de mis lágrimas, muriera mi hermano. Sabe que para el Señor, los familiares de los que se han entregado a Él son atendidos por Cristo con una atención especial. Y cuando llega la hora de quitar la piedra, María no dudará. “Quitad la piedra”. Y María lo sabe; se fía del amor de Cristo. Pues bien; cuando llega allí María, sencillamente, después de repetir estas palabras: “Si hubieras estado aquí, no se me hubiera muerto mi hermano”, se echa a los pies de Cristo. “Y echándose a los pies, no dice más; se echa a llorar”.

“Jesús, al verla llorar, y llorar también los judíos que habían venido con ella, se estremeció en su alma y se conturbó a Sí mismo y dijo: ¿Dónde lo pusisteis? Ven, Señor, le dijeron, y lo verás. Entonces, a Jesús se le arrasaron los ojos en lágrimas”. Las lágrimas de María. No hablaba nada, no le ha expuesto nada: ni que espera esto, ni que sabe lo otro; nada. Echarse a sus pies y llorar; nada más. Y Jesús se conmueve. Le milagro de la resurrección de Lázaro lo arranca las lágrimas de María. “Entonces se dijeron los judíos: Mirad cómo le amaba”; hasta llora. Es el Corazón de Cristo. “Mas algunos de ellos dijeron: Pues éste que abrió los ojos de un ciego de nacimiento, ¿no podía hacer que Lázaro no muriese? Siempre por razón de la omnipotencia, sin ver la finalidad de la gloria de Dios. Y Jesús sigue la voluntad del Padre, aunque sea en cosas costosas a su Corazón.

“Finalmente, prorrumpiendo Jesús en nuevos sollozos que le salían del corazón, vino al sepulcro -que era una gruta cerrada con una gran piedra-, y dijo: “¡Quitad la piedra! Marta, hermana del difunto, le respondió: Señor, que ya huele mal; que ya hace cuatro días que está ahí. Le dice Jesús: ¿No te he dicho que si creyeres, verás la gloria de Dios?”. No tienes fe. ¿No te he dicho que Yo soy la resurrección y la vida? Eso te lo repite también el Señor a ti: ¿No te he dicho…? Pero, es que mi pasado, que todo esto… Pero, ¿no te he dicho que si te fías de mí, verás la gloria de Dios; que tu santidad, tu vida futura tiene que ser gloria de Dios; y verás lo que es la gloria de Dios y el poder de Dios? Quitaron la piedra. Jesús oró: “Padre, gracias te doy porque me has oído. Bien es verdad que Yo sabía que siempre me oyes; mas lo he dicho por este pueblo que me rodea, con el fin de que crean que Tú eres el que me has enviado. Y dicho esto, gritó con voz muy alta: Lázaro, sal afuera”.

¡Qué momento sublime! La resurrección y la vida frente a la muerte. Y con una voz potente, lo arranca de las garras de la muerte. Y sale el que estaba muerto. “Salió fuera ligado de pies y manos con fajas, y tapado el rostro con un sudario. Y les dice Jesús: Desatadlo y dejadlo caminar”; ayudadle. Es el Señor. Es el milagro de la resurrección del pecador por las lágrimas de las almas amigas de Jesús. Es el amor de María quieto y lloroso quien arranca el milagro. Viendo llorar a María, llora Jesús. Si queremos convertir las almas, tenemos que estar en la actitud de María. Tenemos que estar en esa actitud constante de quien está a los pies de Jesús llorando, porque son nuestras almas. Y entonces haremos algo. Esa actitud la tenía también Ignacio, y la quería San Ignacio, cuando dice en una carta: “Sólo nos resta llorar y rogar a la salud mayor de su conciencia y de todos los otros”. Y en otra parte dice: “No vemos otro medio sino oraciones y buenas obras, encomendándoselo todo a Dios. De allí ha de venir el remedio y virtud para todo lo demás”.

Esta es María, María. Serena. A los pies del Señor. Llena de amor a los hombres, porque está llena de amor a Cristo, al Corazón de Cristo. Y poco después en la última escena, en la unción anticipada de Jesús, se ve también esta actitud de María que penetra en el Corazón de Cristo. Y ella está cayendo en la cuenta perfectamente que las nubes se van ensombreciendo; cada vez más densas; que ya el Señor tiene que morir. Ya ha tenido la intuición de la muerte de Cristo. Y por eso “seis días antes de la Pascua, volvió Jesús a Betania, donde Lázaro había muerto, a quien Jesús resucitó. Aquí le dispusieron una cena; Marta servía; Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con Él, y María tomó una libra de ungüento, de nardo puro, de gran precio, y lo derrama sobre los pies de Jesús, y los enjuga con sus cabellos. Y se llenó la casa de la fragancia del perfume”.

Es la intuición de María. Su corazón le decía que el Señor estaría poco tiempo con ella, con su cuerpo, con su humanidad. Y quiso darle ese obsequio de amor en su intuición. Y el Señor lo dice así explícitamente, cuando a Judas, que se quejaba de aquel gesto, sin hablar nada a María, defendiendo a María, le dice: “Dejadla que lo emplee para honrar de antemano el día de mi sepultura”. Que tiene razón, tiene razón. Su corazón no le engaña. No me tendrá mucho tiempo aquí presente. “Pues en cuanto a los pobres, los tenéis siempre con vosotros, pero a Mí no me tenéis siempre”.

Esta es María; es la delicadeza, la intuición. Según creo, María no fue al sepulcro; no es María de Betania la que fue al sepulcro. Porque María no iba con los ungüentos. Le había ungido antes y esperaba su resurrección, como María, la Madre de Jesús. Pues bien; no es para nosotros una vida contemplativa pura. No es la vida de María en ese sentido que se suele entender, a veces, como si fuese una vida de pura contemplación en el claustro absoluto, en la Cartuja, en la Trapa, no. Pero tiene que ser una vida de María en el sentido espiritual. Fundada en la persuasión íntima de que Jesucristo me ama en cada momento, me quiere de día y de noche, mientras mis facultades humanas trabajan para Él. Se trata de que el esplendor de la fe nos haga elevar nuestro interior; ver con los ojos de Dios, al modo de Dios, como una claridad y esplendor de virtud. No tenemos que guardar con avaricia las gracias que Dios nos da, sino con esa actitud de quien está a los pies de Cristo, sintiéndonos pobres, incapaces de nada, sin poder resistir a las tentaciones, miserables, pecadores; pero siempre con nuestro corazón fijo en Cristo; fijo en Cristo e implorando: “Señor, el que Tú amas está enfermo”. Y que en el frío, nuestro calor sea Cristo, pero de veras. Y que en el calor, nuestro refrigerio sea Cristo. Acabamos esta meditación orando. Que siempre acojamos en nuestra vida a Jesús, como verdaderos amigos. Que podamos ser para Él verdadero consuelo y descanso.

 

Oh Dios, que en el corazón de tu Hijo,

herido por nuestros pecados,

has depositado infinitos tesoros de caridad;

te pedimos que,

al rendirle el homenaje de nuestro amor,

le ofrezcamos una cumplida reparación.

Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén